Capítulo tejido, de César Chirinos

30/ 05/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

captulo tejidoA las 5 de la mañana un aroma de horno (Pedro Díaz abierto como un «paraguachín»). A las 5 y media una sirena en las nubes (la «Cervecería Zulia» llama al trabajo y al mismo tiempo a los colegiales para que se deslagañen). A un cuarto para las seis el locutor hablando con los habitantes de Santa Rosa de Agua para que no se les vaya el agua. A diez para las seis, la cañada otra vez en navidad: las Rita, las Aura, las Consuelo, las Ernestina, las Victoria y las Estrella (en cayapa) la están aseando de cara. A esa misma hora, la curvina, la lisa, el róbalo y el armadillo en la puerta. A las 7 el periódico (noqueado el abuelo Lumumba, las mujeres de Manzanillo buscan prestada una casa para «oficiarle» la «última noche» a Julio Jaramillo, muerto ayer. Dejó 26 hijos, ninguno es cantante, ninguno es artista). A las mismas 7, asalto a un camión blindado en el Tigre (Radio Calendario). A las 7 y veinte (si por casualidad lloviera a esa hora, como suele suceder) Dédalo, el hijo de Eulalia, estaría cogiendo las dádivas de Dios traídas por la corriente de la cañada (pedazos de colchones, mitades de radios, puertas de neveras, zapatos, etcétera que llega hasta la mina de metales preciosos descubierta cuando cae un aguacero). 7,15: el poeta sale para sus clases de latín en el Coquivacoa. Las ocho: los hijos de Misleydy se están explicando (cada uno en su versión) cómo fue la derrota del gallo que compraron en «vaca» por 120 bolivares. Las ocho: Guillermo Barrera (el locutor) leyendo los versos de Vargas Vila. Seguidamente, el mismo locutor poniendo «Puerto Cabello» y recordando un aniversario más del «Bolerista de América». A las 8 y media, escribo el poema a las «caminadoras», del que hablamos antes; en él las mujeres pintarrajeadas y trajeadas con zaraza de turco con pasaporte de libanés, aparecen contra miaos, sobre miaos, compañera mía, navegando en falso por hotel portuario. Las 10: el medidor de la luz, la camioneta del gas con su campanita, el viejito Salvador quien regresa del viaje de la compra del pan y se ha quedado varado esperando el viejito de los billetes de lotería, quien espera por el viejito Candelario. Ahí caerá también el viejito Aniceto, y más tarde, el viejito Socorrito. Distintas áreas pero una sola raíz: ya están asimilados a la cañada, tienen los mismos gustos, son crecidos al mismo tamaño, hablan las mismas palabras, calzan el mismo número, tienen la misma talla. Todo lo repiten y todo lo copian. Desde aquí se les oye su queja por las dos derrotas de los viejitos boxeadores. Socorrito compara a Lumumba con Sandy Sandle y Aniceto a Clay con el bombardero de Detroit. Salvador tiene un hijo periodista y es probable que lo que se le está oyendo (desde aquí) de Julio Jaramillo y sus 20 y pico de hijos y la casa prestada de las mujeres del Manzanillo, le cogió del periódico donde trabaja su hijo. A un perro llamado Kiko, Brancusi lo ha confundido con una perra llamada Kika y lo está montando, pero eso para Kiko y Brancusi es sólo un juego. A estas horas se sabe que es día de labores, no por el fogueo y las actividades, sudadas, violentas, llenas de vulgaridades, sino porque el inmigrante, conocido desde ayer nomás, está saliendo de su mediagua con sus mecates terciados en el pescuezo; él estudió en el INCE nudos de camión y por ese nombre se le conoce; habla de tú y «Vale» y fuma de una manera peculiar. Le siguen el «cólico miserere» de Misleydy y el camión de volteo de Asdrúbal haciendo de ambulancia directo al Urquinaona. A las 11 le roban a Eulalia el «picó» y sale en el periódico declarando y por la radio hablando. Eulalia le dice a Guillermo Barrera que a ella le gustan las desgracias porque así sale retratada en el Panorama. Doce del mediodía: «la danza de las horas» («llevo los sacacaldos, los vasos de cama, las peinetas, los haraganes, los lampazos. Llevo los jojotos, llevo las papas, llevo la cebolla, llevo las patillas, llevo los mangos, llevo los aguacates, llevo la yuca, llevo ¡el sol que jode! Forro colchones, corto matas, limpio techo, tumbo paredes, pongo ampolletas, saco la pava, meto la pava. Juega para hoy, sietemilcuatrocieeentosuno, el millonario navideño!»). «La danza de las horas»: la campanita «Efe». El burro del cepillaero templado y el glamour de los mocosos del beisbol de tapas de refrescos. El mismo burro enfriado a fuerza de paja (paja seca, se entiende). Están llamando a Eulalia para que sostenga a uno de los muchachos que no se quiere dejar poner una ampolleta en la nalga («mijita, a ver si Dios quiere que se le quite esa tos de cajón que le ha caído»). Entre la discusión de la muerte del gallo y los versos de Vargas Vila, el diccionario para darle respuesta a Misleydy sobre si es o no «mala palabra» la palabra pene. Misleydy oyó decir en la última noche del cantante: «para que el alma de Julio Jaramillo no pene más». Entre el diccionario y los versos, la gaita, la salsa, la fiesta de la calle Delgado:

San Benito lo que quiere que lo bailen las mujeres
San Benito lo que quiere que lo bailen las mujeres
San Benito lo que quiere que lo bailen las mujeres

Decimos que es día de trabajo y no nos equivocamos: si fuera domingo, todo este zoológico cambiaría por las mujeres de belleza extraña que nos reparten a Dios (un pedacito para cada uno) de casa en casa. Ya no las deseamos como la primera vez, las vemos como la serpiente que nos recetan, la de un paraíso corrompido y sádico, la biblia de sus designios malsanos, una biblia dentro de otra biblia. Tememos que en verdad sea carne desnuda diabólica y nos entra la curiosidad de descubrirla. Entre la llegada del turco del mentol y mi poema a las «caminadoras», hay un vaso repleto de «Cadillo e perro» ingerido con deleite. La segunda biblia sólo es santa para calcular y seleccionar a los fulanos, zutanos, menganos y perencejos, a quienes corresponden los Adán, las Eva, los Elohim, los Edén, los querubines y las serpientes. Cuando ya los han asignado convenientemente, que las mujeres vírgenes de piel de hicaco se deshacen en entusiasmos porque creen haber inculcado sus mensajes, cuando, en realidad, es una sombra de entusiasmo pasajero, ellos toman la serpiente o la parábola de ella para jugar y apostar. El simple hecho de cambiar serpiente por culebra los hace competidores. Entre salir las mujeres descalzas en busca de camaradería y el «Cadillo e perro», tenemos una llamada de larga distancia en la panadería. Entre el San Benito que quiere que lo bailen las mujeres y quedar mi novela en blanco, el San Benito bonchón, bañado con ron, sacrificado con ron, danzado con ron, gritando con ron. El patrono necesita de la voz de la sangre, no de la voz de la conciencia. La llamada es para otro escritor o para otro hombre, pues fue pedida por mí hace siglos, cuando estuve hecho un ovillo con un mismo tiempo para estar en todas partes y en ninguna. Asumía las estaciones sombrías con sustancias corrosivas. Ahora no, ahora hiedo ortodoxamente a colapso. Me acuerdo de la parte del cuerpo de Lenin, del estudio de las cosas y de la parte del cuerpo de Mao, del proceso y desarraigo de las contradicciones. Debí pensar en Descartes y, antes, en mi participación, mitad activa, mitad pasiva.

Vuelve la rifera y su combo trayendo el 15, vuelve el hijo de Socorrito con los mismos datos para el 5 y 6. Vuelvo hacer el numerito de leer «El Inmoralista» en acecho, a Kafka como pato a la naranja, a Arrabal, intrépido del aire y Manhattan Transfer con Bud doblando el periódico cuidadosamente, aburrido, en silla de barbería, amarrado al cajón del limpiabotas. Vuelve el correo a decirme en una carta que la civilización antigua todavía existe. Los vecinos vuelven a tocar la puerta para decirnos: «¿dónde estaban anoche que no los sentimos?». Se nos muere Brancusi y lo sentimos durante el tiempo que pasamos llevándolo a los sepultureros negros que vuelan. Empiezo el poema que yo me había imaginado dedicado a las «caminadoras» y que ahora toma cuerpo de Diciembre, donde parece que empiezan todas las cosas y terminan todas las cosas, donde parece que se aterriza y donde parece que se despega, donde parece que morímos y parece que renacemos.

Cuando vuelvo mis pasos
meo la semilla
Germina entonces
la estatua que contemplo.

 

Del libro: Si muero en la carretera no me pongan flores (Fundarte, 1981)

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Un Comentario a “Capítulo tejido, de César Chirinos”

  1. Podrian por favor explicarme un poco sobre lo que quiso hacer el escritor con esta fabula?

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