De cómo me hice taxidermista, por Gustavo Valle

11/ 05/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, No ficción

Desde niño siempre me confundieron con el dueño de la Funeraria Vallés, la funeraria más lujosa de Venezuela. Siempre me pareció muy extraño que a un niño lo confundieran con el dueño de una funeraria pero así fue, se los aseguro. Por supuesto, todo estaba en mi apellido, aunque nunca entendí cómo la gente vinculaba “Valle” con un servicio funerario, y no con algo más evidente como la cuenca sobre la que se levanta la ciudad de Caracas. Siempre que tenía que decir mi nombre no faltaba quien recordara el emporio fúnebre y muchas veces debí explicar que no era Vallés, sino Valle, sin la ese. Y sin acento.

Es fácil imaginar que por aquella época —hablo de los años setenta— había un niño, o dos, o más, que heredaría la formidable funeraria y que, a falta de otro, yo podía ser ese niño. Pero también es muy probable que nadie lo supiera, pues los dueños de las funerarias no son gente de vida pública muy activa. Sea como fuere, era muy raro que se pensara en un niño como dueño de semejante negocio, cuando uno suele imaginarse a un anciano enjuto o una viuda misteriosa. De manera que crecí con ese sambenito, y con el tiempo no me quedó otra salida que adaptarme.

Pero la adaptación tuvo sus consecuencias y me fui haciendo un niño cada vez más solitario y sombrío. Por supuesto los episodios con mi apellido nunca cesaron, y una y otra vez y por diferentes motivos, me confundían con el dueño de la Vallés , lo que produjo, con el correr de los años, una identificación no deseada. Quiero decir, yo vivía como vive cualquier niño, con maldades y lloriqueos y enfermedades y fantasías, pero también vivía una vida paralela.

No quiero ser intrigante pero comencé a ser una personita de conducta insomne y a tener sueños un poco extravagantes. Soñaba, por ejemplo, con el velatorio de Elvis Presley, y me veía a mí mismo en su mansión de Graceland, rodeado de rockeros viejos, justo en el momento en que enterraban al autor de Love me tender . Nunca fui fan de Elvis, llegué tarde a la cita, así que el sueño ha debido originarse en la noticia de su muerte y su difusión en la TV… También soñé con Rómulo Betancourt. Específicamente con la muerte de Rómulo Betancourt. Era un sueño recurrente que se desarrollaba en la clínica El Ávila. Betancourt yacía muerto en la cama de una de las habitaciones y había mucha gente, gente por todas partes, también en los pasillos. Ignoro de dónde me vino ese sueño, pues todos sabemos que Betancourt murió en el Doctors Hospital de Nueva York., y que la clínica El Ávila nada tuvo que ver con eso. Lo cierto es que en el sueño yo repartía café entre los asistentes de la clínica. Iba con mi bandejita y ofrecía café a Gonzalo Barrios y a Jóvito Villalba, también a Luis Piñerúa Ordaz y Carmelo Lauría. Eso duraba toda una larga noche y yo solamente repartía café y caminaba como si fuera un fantasma por los pasillos de la clínica.

Pero el episodio más importante no perteneció a los sueños sino a la jodida realidad. Hablo de la muerte de mis tortugas. Se trababa de dos tortugas enanas a las que dediqué todo mi amor y que un día aparecieron muertas en su islita artificial. Por supuesto, lo primero que pensé fue en hacerles un funeral y una digna sepultura. Para los efectos corté unos retazos de terciopelo bordó que tenía mi madre en su costurera y e hice con ellas sendas mortajas. Mortajitas, para ser más precisos. Allí envolví a las tortugas y las llevé en una especie de parihuelas hacia lo que sería su última morada, ubicada en el jardín de casa. Estando allí, puse en marcha unos ritos funerarios, unas oraciones al espíritu santo y enterré a los anfibios. Con el correr de los años mis padres vendieron la casa y los tractores de un desarrollo urbanístico se encargaron de su demolición. Imaginé los diminutos esqueletos descalcificados, los carapachos pulverizados bajo el impacto de la mandarria y entonces pensé que había cometido un error, que en vez de haberlas enterrado en aquel lejano año 77, podría haberlas embalsamado.

Mi afición por la taxidermia comenzó justo en ese momento, quizás con la esperanza de no separarme de lo que más quería. La muerte de mis tortugas fue mi primera experiencia con la muerte y me di cuenta de que esa desaparición me era insoportable. De manera que incursioné en el mundo del disecado como una estrategia de reparación y protección emocional.

Comencé con insectos. Compré libros de entomología y con frecuencia subía al Ávila a cazar mariposas y escarabajos que después terminaban sujetos con alfileres en un pequeño escaparate repleto de bichos. Pero con el tiempo los insectos me resultaron molestos y antipáticos, algo en ellos carecía de la nobleza necesaria o de cierta estatura moral que por entonces yo creía fundamental para toda acción taxidérmica. Así que no pasó mucho sin que practicara con ratones, pollos y conejos, y más tarde con gatos y perros. Llegué a tener un mini zoológico de uso personal, y comencé a soñar con un gran museo petrificado de uso didáctico y recreativo con el que podría ganarme la vida cobrando una módica entrada. Mi casa se fue llenando de animales detenidos en el tiempo y en el espacio y los problemas con mi abuela no tardaron en llegar. Ella era una católica convencida y consideraba que todo ser vivo merecía una digna sepultura. Me recordaba mil y mil veces mi noble acción funeraria con las tortuguitas y se preguntaba qué diablos me había sucedido, por qué había cambiado tanto.

Muy joven me hice un especialista y poco a poco me fui labrando un espacio en el diminuto mundo de la taxidermia en Venezuela. Comenzaron a llamarme para trabajos particulares, que en la mayoría de los casos eran solicitudes de gente muy rica que quería lucir en sus salones la cabeza de un antílope cazado en África, o un cunaguaro baleado en las barrancas de Apure. Trabajé durante un tiempo para cazadores millonarios, gente de mucho dinero, y no era poco lo que recibía a cambio. Pero nunca me sentí cómodo haciendo esto, pues la taxidermia era para mí una pasión y no un trabajo asalariado, o por lo menos no un trabajo asalariado por ricos y petulantes cazadores.

De manera que abandoné trofeos y cazadores y un buen día me presenté a un concurso abierto por el Museo de Ciencias (en realidad nadie más se presentó, después lo supe) y quedé como asistente en el departamento de naturalización de mamíferos y composición de dioramas, esto quiere decir, la recreación de los animales disecados en su hábitat natural.

Los dioramas poco a poco me fueron cautivando más que la misma taxidermia. Reconstruir la vida desde la muerte, simular la vida donde ya no existe, me pareció una tarea mucho más profunda que la disección. Los dioramas tenían, por lo menos para mí, un contenido moral muy superior. Se trataba de una articulación de elementos diversos: el animal y su postura, el fondo selvático o desértico, la creación de las palmeras, la distribución de las rocas, las nubes y el cielo pintados, las flores. Y también la acción. Por ejemplo, la simulación del ataque de un tigre a un ciervo, o el momento en que una serpiente está a punto de devorar un ratón. En fin, los dioramas no sólo petrificaban al animal sino a la naturaleza toda, y yo sentía que esa petrificación era una forma de devolver al mamífero a las circunstancias de su vida silvestre. Era como pintar un cuadro o montar una puesta en escena de la vida, pero con elementos de la muerte. La muerte que evadía su corrupción y simulaba una nueva vida. Lo más parecido a una vida zombi.

Mi gusto por la literatura no tardó en llegar. Y sin duda eso se lo debo a la taxidermia, pero más específicamente a los dioramas. Ahora puedo decir que me matriculé en la Escuela de Letras de la UCV como consecuencia de mi trabajo en el museo. Siempre me había gustado leer, e incluso había escrito algunos poemas, pero jamás se me pasó por la cabeza estudiar formalmente la carrera. Lo cierto es que un día, lo recuerdo claramente, estaba escribiendo una carta, una carta de amor, y mientras escribía me di cuenta de que lo que estaba haciendo no era muy diferente de lo que hacía con los dioramas. Pude ver con bastante claridad que las letras, las sílabas, las palabras que usaba eran como los animales embalsamados, como las palmeras, como las rocas de un diorama, y sentí que al escribir también reconstruía una vida a partir de algo muerto. Incluso la sensación de estar en presencia de lo siniestro (efecto que producen los dioramas), también la tuve escribiendo aquella carta, pues mis palabras eran la simulación de algo vivido, de algo que estaba viviendo y, como sabemos, toda simulación produce vértigo.

Aquella carta fue una especie de eslabón perdido y después recuperado, y tras la carta siguieron los poemas, y tras de los poemas, más textos. Con el tiempo dejé el museo, la taxidermia y los dioramas para dedicarme a mis estudios y a la literatura. Sin embargo los episodios con la Funeraria Vallés nunca dejaron de acompañarme y ahora, después de tanto tiempo, advierto que la confusión que produjo una palabra (mi apellido, tan simple y fácil de pronunciar) derivó en una serie de situaciones y marcó la trayectoria de una vocación, errática sin duda, pero vocación al fin. Recuerdo que la última vez que estuve en Caracas, hace más de un año, me pasó lo mismo de siempre. En las oficinas de un diario capitalino tuve que repetir a la recepcionista que mi nombre no era Vallés sino Valle, sin la ese. Y sin acento. Sobre todo sin acento.

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5 Comentarios a “De cómo me hice taxidermista, por Gustavo Valle”

  1. Muy bueno. Ciertamente, a través de la literatura puedes revivir y mantener vivo lo que quieres.

  2. Lissette Figueredo dice:

    Hola, buenas tardes soy periodista de un nuevo medio informativo en el país y trabajo con contenidos especiales. Estoy interesada en realizarle un trabajo sobre el perfil de un taxidermista. Por favor si le interesa puede comunicarse conmigo.

    Feliz tarde.

  3. alberto dice:

    hola desde hace un tiempo empecé la taxidermia y considero q es un mundo muy pequeño en Venezuela trabajo con pequeños mamíferos y tuve q aprender por mi cuenta analizando materiales y técnicas para la veracidad de estos animales que luzcan siempre vivos es un desafío.la taxidermia es un arte…

  4. hunter dice:

    quería saber si me puede recomendar algunos materiales para la conservación de pieles en Venezuela…
    gracias

  5. JOSE CABELLO dice:

    Hola amigos buenos dias saludos quien puede hacer taxidermia en venezuela y sobre todo aca en el oriente del pais??? agradezco sus comentarios y ayuda??

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