El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, de Francisco Massiani

26/ 01/ 2013 | Categorías: Cuentos

FutbolLo que pasa es que las cosas nuevas hacen daño. Cuando llegué a este colegio me puse enfermo. Tenía que ir al baño siete veces por minuto. Tenía la barriga floj floj y tenía que correr y estaba asustado y medio tonto y casi llorando todo el día. También Loco Viejo. Porque antes teníamos a otro profesor. Pero cuando llegó Loco Viejo y me preguntaba: «Oiga usted». Y cualquier cosa, yo no podía responderle cualquier cosa. O sea que me daba floj floj en la barriga y no podía. Tú podías saberlo todo, ¿no? Podías sabértelo de memoria, pero no podías responderle. Son las cosas nuevas. Siempre joden. Por ejemplo llego solito, estoy a punto de meter el gol y tiene que mirarme ese tipo que llegó hace poco y tiene la cabeza pelada. ¿Qué me pasó? Que nada, que es un tipo nuevo y que me miró y no pude, y eso que estuve a punto. Bueno. Otra vez. Así que Primero:

Tú vienes corriendo con la pelota.

Segundo:

Te metes hacia el arco.

Tercero:

Estás a punto, casi, ya vas a disparar.

Cuarto:

Un tipo nuevo, con la cabeza pelada, y que se las da de Llanero Solitario se te queda mirando. O sea que te mira desde el arco. ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa?

Primero que nada:

Sientes que las patas no te oyen. O sea que tú le dices a las patas: ¡disparen, disparen! Y las patas no oyen. Se quedan sordas.

Segundo:

Como están sordas, tú tratas de salir lo más rápido de la pelota y le das una patada a la pelota pero metes el pie en la tierra.

Tercero:

Te duele espantosamente el pie y casi que gritas y matas a ese tipo pelado que tranquilito el desgraciado te sigue mirando.

Cuarto:

Te da floj floj en la barriga cuando ves que ya estás a punto de perder el gol.

Quinto:

Nada. Quinto nada. Que no puedes hacer nada. Y que te quitan la pelota y listo.

Supongo que lo viejo también. Porque ¿dígame si te ponen un tipo con la boca sucia al lado tuyo, en tu mismo banco, todo el año? Huele mal, ¿no? Y es algo viejo, ¿no? Así que supongo que no son las cosas nuevas nada más. ¡Salte de ahí, Pelón! Le grité, le grité mil veces: yo venía solito. No había nadie. Era gol, seguro que era gol. Era como entrar, pero bueno. Era facilísimo. Se la paso al Indio, el Indio adelanta un poco y me la pasa otra vez. Llega Bombón y yo dejo a Bombón bailando como un trompo (como un trompo no, como una vaca pendeja) y cuando voy a disparar, nada. Otra vez. Otra vez floj floj. Claro que chutié, ¿no? Pero la pelota salió chorriaíta y el arquero la agarró facilito. Le grité al tipo: ¡Salte de ahí, animal! (Además, ¿qué hace un Pelón como ese Pelón en un arco?) Le grité durísimo: ¡Que te salgas de ahí, animal! (¿Qué hace mirando el cielo?) Loco Viejo me oyó y se me acercó corriendo con el pito en la boca. De vaina no me reí, porque hay que ver, ¿no? Un tipo viejo, como Loco Viejo corriendo con un pito en la boca y bizco. O sea que es bizco. Me dice:

—¿Qué pasa?

Yo le digo:

—Nada, profesor, que ese muchacho no me deja jugar.

—¿Por qué? —pregunta Loco Viejo.

Yo le digo:

—Porque cada vez que voy a chutear se me queda mirando.

—¿Y qué hay con eso? —me pregunta.

—Que no puedo jugar. Así no se puede, profesor. Dígale que se vaya del arco.

—Siga jugando y no se meta con el nuevo —me dice—. Olvídese de ese muchacho.

Y usted que es bizco. Claro que no se lo dije; pero hay que ver, ¿no? ¿Qué hacer? ¿Qué hace un Pelón triste recostado de un arco? ¿Mira el cielo? Papá es el único que sale a mirar las estrellas. Y eso porque papá está loco con las estrellas y con los barcos y con su pintura y con mamá que le dice: Pinta florecitas, Jeremías. Pero papá está loco porque es un tipo viejo, como Loco Viejo, pero Pelón es como yo, un nené al lado de papá y toda esa pila de locos.

Cuando terminó el primer tiempo se me acercó el Indio y me dijo: «¿Qué te pasa, vale?» Le dije que no podía jugar con un tipo mirón en el arco. «No te preocupes, vale. Ahora cambiamos de arco y queda del lado nuestro». Yo pensé que okey, pero cuando salimos otra vez, cuando pitaron y comenzó el segundo tiempo, otra vez el Pelón, el mismo Pelón recostado del arco contrario. (Contrario igual Rojos). La próxima vez (eso fue lo que pensé), la próxima vez le disparo la bola en la barriga, para que se quite. Pero nada. Los Rojos estaban atacando más y cuando atacábamos nosotros nos la quitaban. «El Pelón nos está echando pava», me dijo el indio. Era verdad. Por fin. Bueno, por fin atacamos nosotros y veo que el Indio recibe un pasecito lindo del Flaco, la para con el pecho, se burla de Cochinosucio, me la pasa, yo la paro, y cuando voy a chutear sale el Gordo Bombón, y me da la patadota. Vi estrellitas. Pero agarré y lo perseguí hasta que le di otra peor y otra y la tercera en la rodilla y la cuarta patada en el tobillo hasta que Bombón quedó «ay», chillando que si «ay, ay, coño, ay, coño, ay». Loco Viejo pegó el pito y paró el juego. Se acercó corriendo. Estaba botando aire como un caballo. Se quitó el pito de la boca y me preguntó si me habían pateado. Dije que sí (y era verdad, ¿no?). Entonces Loco Viejo levantó el brazo y gritó:

—¡Pénalti!

Comenzó a saltar (Loco Viejo) del arco hacia la cancha. Contó los pasos y puso la pelota. Pero cuando sonó el pito y ya yo voy corriendo, pega otro pito y tengo que frenar para no matarme.

—Espérese —me dijo.

Lo vi corriendo hasta el palo donde estaba Pelón, y vi que Pelón hablaba con él y me miraba y después miraban a Bombón que estaba cojeando como un loquito por ahí. Loco Viejo saltó, cruac cruac como un pato, y me dijo:

—¿Usted también lo pateó?

—Sí, profesor. Pero él fue el primero.

—Pero lo pateó, ¿no?

—Sí, profesor.

Entonces cruac cruac viene y tremendo pitazo. «No es pénalti», gritó. «Un bote y que siga el juego». Yo lo único que hice fue mirar al Pelón. La próxima vez le chuteaba el balón a la cara. (¿Es que hay que aguantar un tipo así?) Pero no pude. Ellos siguieron atacando y no pudimos hacer nada. Metieron gol como dos minutos antes de que Loco Viejo levantara el brazo y sonata su pito. Perdimos. Perdimos 1 a 0 frente a los Rojos. Rojos igual Bombón, igual Pelón, igual mierda. (Yo incluso una vez me le acerqué a Pelón, cuando Pelón apenas tenía, o sea que tenía dos o tres días en el colegio, y le pregunto: Oye, ¿qué te pasa? Se lo pregunté porque tenía cara de enfermo, ¿no? Y me dice: «Nada, que estoy harto». Quiero decir que incluso me siento en el patio de casa y trato de pensar en el Pelón y digo que estoy harto, y ¿qué pasa? Pasa que tengo ganas de comerme un sánduche. Y pasa que tengo ganas de llamar al Indio para fumar escondido. y si tú no tienes la cabeza como un cepillo de dientes y tienes ganas de fumar escondido, ni estás harto ni te las das de Llanero Solitario)… El indio Rojas se estaba sacando una concha que tenía en la rodilla. Se la estaba jalando y le salía sangre. Le salió un chorrito de sangre. El Indio se echó saliva en los dedos y le pasó la saliva, o sea que le pasó los dedos, o sea que se limpió el sangrero. Yo tenía ganas de decirle: «Oye Indio, oye vale». Quería decirle cualquier cosa, ¿no?, porque se me estaba trancando la garganta. Ya casi no podía tragar, pero sé que no se puede. No se puede hablar. Hay que estar callado porque si yo hablaba en ese momento, si uno habla, si uno abre la boca en ese momento, ya saben cómo termina uno. Así que tenía que seguir con la garganta trancada. y no podía, palabrita, lo juro, no podía más. Yo decía: «Ojalá que Bombón hable». Porque si Bombón hablaba, listo: le caíamos a patadas y se me quitaba la cosa de la garganta, pero nadie. El Indio seguía mirándose la rodilla y como que tampoco podía tragar. Lo peor es que si tú no hablas entonces es peor. Quiero decir que si yo no gritaba, si no decía: «Tengo ganas de reventar a patadas a Bombón», me ponía a llorar, seguro. y si lo decía, me caían a patadas. Y lo peor es que yo sé que todos estaban esperando salir de ahí para gritar: ¡ROJOS, ROJOS, RAJ RAJ RAJ! ¡¡¡ROJOS, ROJOS, SON DOS GOLES, ROJOS, SON TRES GOLES!!! No aguanté más y le dije al Indio: «Oye Indio». Pero el Indio no me hizo caso. «Indio vale». Y el Indio hecho el loco. «Por favor, vale». Lo dije bajito, y el Indio me miró y me dijo: «No sabes que no se puede hablar, pendejo?» Casi, casi, pero me aguanté. Pero ya casi, y me aguante otra vez. Entonces vi la ducha y salí corriendo, me metí dentro y al sentir el chorro de agua encima, saqué todo, lloré con todas las ganas, hasta que me sentí un poco mejor, y con el jabón cada vez mejor y mejor y me quedé un ratote con el agua encima y vi que casi todos se habían ido y me sentí muchísimo, pero muchísimo mejor. Y cuando vi que no había nadie, cuando estaba seguro que no había nadie, cuando estaba seguro que estaban todos afuera, esperándome, entonces grité con todas mis ganas: ¡¡VIVAN LOS AZULES!! ¡¡ABAJO LOS ROJOS!!

No oí nada. Supongo que estaban afuera, que me estaban esperando, pero no se oía nada. Ni siquiera gritaron: ¡¡ROJOS, ROJOS, RAJ RAJ RAJ!!, ni nada. Supongo que me estaban esperando para matarme. Así que cuando salí y me sequé con la camiseta, le di un beso al número 10, que estaba inmundo y ahora sudado y lleno de jabón y tierra, y después de besar el número 10 que me cosió mamá en la espalda, agarré la camiseta, y con las medias y el pantalón, hice un nudo, y después de vestirme me persigné, agarré bien los cordones de los zapatos y salí. Afuera estaban todos. Los Rojos estaban del lado derecho, y los Azules del lado izquierdo. El Indio me miró y Bombón se me acercó con un pasito. Agarré mejor los zapatos. Los Rojos estaban todos mirándome. Y los Azules estaban mirando fijo a los Rojos. El Indio dio otro pasito. Estaban cerquita. O sea que el Indio y Bombón estaban junticos. Yo pensé que nos matábamos, pero todo el mundo callado y quieto. Por fin, Rojas se me acercó y me dijo: «Cállate y míralos como si nada». Los miré como si me fueran a matar y como si ya yo los hubiera matado a todos. Bombón dio otro pasito hacia mí y después me dio la espalda y les dijo (a los Rojos): «Vámonos». Y se fueron. Entraron primero que nosotros en el autobús. Cuando nosotros íbamos a entrar, comenzaron a gritar: ¡¡ROJOS, ROJOS, RAJ RAJ RAJ!! ¡¡ROJOS, ROJOS, RAJ RAJ RAJ!! Después se callaron. Yo estuve mirando todo el tiempo la cabeza del Pelado. Estaba adelante. Al lado del profesor. Loco Viejo silbaba y hablaba con él. Yo miraba la pelada y tenía otra vez la garganta trancada. Pero después de un rato se me fue pasando. Miré todo el tiempo la cabeza pelada del Llanero Solitario y estuve pensando en una cosa. (El Indio estaba sentado al lado del Bombón. O sea que pueden imaginarse, ¿no?). En una sola cosa. Y la cosa era la siguiente: sí, yo hablo con Pelado; pero así no. Primero: si tú no puedes meter un gol, porque cuando vas a meter gol ves un tipo que no conoces y ese tipo te mira con cara de güevón y de Pelado triste, entonces. Tampoco. O sea: que Pelado es un tipo que no conoces. Y un tipo que no conoces puede que esté otra vez al lado del arco donde tienes que meter la pelota. Y si ese tipo te mira, te da floj floj en las patas y no puedes meter gol. (Bombón tenía la cabeza fuera de la ventana y el Indio seguía quitándose otras conchas o seguro que se limpiaba, yo no podía verle muy bien la rodilla, porque estaba adelante, en la misma fila de asientos que yo. Bombón tenía la cabeza por fuera de la ventana. Supongo que estaban ya casi a punto, ¿no?). Bueno. Y si un tipo como el Pelado sigue al lado del arco de los Rojos durante todo el campeonato te friega durante todo el campeonato. ¿Verdad? Yo decía: «Tengo que hablarle a ese tipo». Porque si yo le hablaba a Pelado entonces Pelado era algo viejo, y entonces ya no me jodía tanto y no me daba fioj floj en las patas así se le salieran los ojos de tanto mirarme las patas cuando yo estuviera a punto de meter gol. Así tenga que aguantarte como una cosa vieja y de boca sucia todo el año, tengo que hablarle a ese tipo. En eso pensaba esta mañana, cuando íbamos en el autobús. Yo vi que el Pelado, antes de bajarse del autobús, miró al Indio. El Indio estaba sentado con una sola nalga. Bombón no podía salir porque el Indio lo trancaba. Yo estaba casi seguro que ahí mismo, ¿no? Pero fueron saliendo todos, todos callados y cada uno de los Rojos miraba a uno de los Azules y miraban todos a Bombón que no podía salir. Yo me aguanté. Me esperé. Me quedé más y más a ver si ahí mismo, pero Bombón no hacía nada. Por fin, Loco Viejo se dio cuenta y le dijo al Indio: «Déjelo pasar». El Indio bajó la pierna y Bombón le dio con el pie cuando pasó por encima. El Indio me miró y se puso a reír bajito. Antes de saltar del autobús me dijo: «Hielo con el Pelado». Yo salté y el Indio saltó. «Deja que le hable primero», le dije, ¿no? Y el Indio me dijo: «Okey, pero háblale ahora». El Indio se fue con los nuestros y yo seguí a el palo, en un palo que hay para que no aplasten las florecitas (papá dice: ¡tú con tus florecitas, mujer! Se lo dice a mamá), que hay al lado del patio. El patio es de cemento, pero tiene un pedazo que es de tierra y ahí hay florecitas. Supongo que son del director. Que deben gustarle las florecitas igual que a mamá. O sea que pueden imaginarse qué tipo de director, ¿no? Bueno, agarré y me senté. Me senté al lado del Pelado. Pelado tenía una cara mil veces más de tipo serio que papá cuando está pintando sus barcos. (Y que se hundan).

—Oye, Pelón.

El estaba mirando una hormiga. Tenía la hormiga en la mano. La hormiga caminaba por la mano y el Pelón le ponía el dedo, y la hormiga se le subía al dedo y así.

—Oye, Pelón, ¿qué estás haciendo?

—Nada.

—¿Qué miras?

—La hormiga.

—¿No te fastidia?

—¿Qué cosa?

—¿Qué le miras? ¿Le miras el culo?

—Las miro.

—¿Qué les miras?

—Nada. Ya te dije.

Siguió con su hormiguita.

—Oye, Pelón, sabes que si me ven contigo me hacen la ley del hielo, ¿no?

—No, no sabía.

Cuando fue a coger otra hormiga, vine, y se la aplasté con el zapato.

(Juro, con la mano arriba y la otra donde sea, que no quería aplastarle nada).

Pero se la aplasté y me sentí medio mal y vi que él metía la cabeza de cepillo de dientes que tiene. Pero es que es así. Si te mira, te mira como si tú no fueras nada. Si metes un gol, nada. Si levantas con un dedo un edificio, nada. Qué tipo, ¿no?

—¿Tú tienes papá, Pelón?

—¿Por qué mataste la hormiga? —me dice.

—Pero dime si tienes papá.

—Sí tengo.

—Tienes mamá, ¿no?

—Sí tengo.

—¿Tienes cuatro mamás, o una sola?

—Déjame en paz, vale.

—No te dejo en paz hasta que me digas si tienes cuatro o una mamá?

—Sí tengo mamá, ¿qué te pasa?

—¿Y tienes hermanos?

—¡Déjame en paz, vale!

—Bueno, y si tienes un papá, una mamá y hermanos, ¿por qué te las das de Llanero Solitario?

—¡Déjame en paz, vale!

—A ti no te gusta el fútbol, ni pintar groserías, ni nada, ¿no?

—No, no me gusta. (El no me miraba. Tenía la cabeza pelada para abajo).

—¿Tu papá, tiene dos patas o cinco patas?

—A ti te gusta molestar, ¿no?

—Te estoy preguntando si tu papá tiene cuatro o dos patas…

—Dos, y déjame.

—¿Por qué no te gusta pintar groserías?

—Porque no.

—No te gusta tirar taquitos, ¿no?

—No.

—¿Por qué me acusaste con Loco Viejo?

—Hablé con el profesor porque me parecía una suácata.

Pelón no dijo suácata. Dijo otra cosa. Una palabra que no conozco. Yo digo suácata, como papá dice: «¡A las abuelas, mujer!» Mamá le dice a papá: «Oye, Jeremías, ¿por qué no le pintas. florecitas a la jaula?» Por qué mamá tiene que estar que si píntale florecitas a la jaula, píntale florecitas al barquito y que si tiriquitín, ¿por qué? Papá le grita: «¡Las flores con las abuelas, mujer!» Papá llegó de España. Con mamá. Por eso pinta barcos. Porque llegó en barco.

—Oye —le dije a Pelón—, ¿qué quiere decir eso?

—Nada —me dijo él—. Quiero decir que tú pateaste a Bombón. Y él se puso a llorar. Fue por eso que me pareció una (suácata) y hablé con el profesor.

—Con Loco Viejo.

—Con el profesor.

—Con Loco Viejo, o te aplasto otra hormiga.

—Con el profesor.

—¡Di Loco Viejo!

—Loco Viejo.

—Sabes que Bombón me dio cuarenta y cinco patadas, ¿no?

—No tantas —me dijo.

—Cuarenta y cinco. Pelón bajó la cabeza y agarró una ramita. A mi no se me ocurría nada. El Indio y los otros se habían ido. No se me ocurría nada. Nada de nada. Me acuerdo que la primera vez que vi a Pelón, él estaba solo, sentado en el palo, y también tenía una ramita. Lo único que se me ocurrió preguntarle es que si era la misma ramita. Pero eso es una tontería tan grande como decirle a papá que pinte florecitas. Papá llegó y por fin yo no dije nada.

—Que Pelón se vaya con las abuelas —le dije a papá. (Pero él no entendió).

—¡Que Pelón se vaya con las abuelas! —volví a gritar, y nada.

—¿Qué te pasa, Paco? ¿Metiste gol? ¿Ganaste?

—Que se vaya con las abuelas —dije.

—¿Quién? —preguntó papá.

—Pelón.

—¿Quién es ese?

—No lo conoces —dije.

—Entonces no hables de él en mi presencia —dijo papá. Hoy hay chuletas.

—De todos modos que se vaya —dije yo.

—Paco, te dije que hoy había chuletas.

Papá me miró como cuando mira a mamá, porque mamá le ha dicho que pinte florecitas. Así que me callé. Bueno, y porque me gustan las chuletas.

—Hoy perdimos —le dije.

¿Para qué quieres tener la razón? Eso es lo que me pregunto ahora. ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer con la razón? ¿Quién la tiene? ¿La tiene el Pelón, la tiene el Indio? ¿Mamá? ¿Papá? Papá y mamá estaban discutiendo y discutiendo y yo no podía hablar con papá. Yo quería contarle todo lo del Pelón y mamá no me dejaba. Papá dijo: «Debe ser la una». Entonces mamá dijo: «Yo creo que son las dos». Entonces papá: «La una, mujer». Y mamá: «¡Pero, Jeremías, pero por favor!, ¡si es mucho más tarde!» Papá botó un ruidito por un diente menos y dijo: «Dije que debe ser la una». Entonces mamá: «Que sean la una o las dos…». Y papá: «¿Qué quieres decir con eso?» Y mamá: «Nada, hombre, nada». Entonces vi que papá se quedó callado, botó gas y le dijo (a mamá): «¿Qué te pasa, joder?» Mamá no le respondió tan rápido. Le dijo: «Que tú siempre quieres tener la razón, Jeremías». Entonces papá agarró la servilleta, la volvió una pelota y la tiró contra la mesa. «¡Que sea la una o las dos o las cinco! ¡¡A mí las horas con las abuelas!!» Pegó mil gritos más y se metió en su cuartico. En el cuartico donde pinta. Yo me pregunto ¿para qué? ¿Para qué quieren tener la razón? Tuve que esperar un rato y meterme tranquilito en el cuarto y esperar a que papá me hiciera caso. Por fin me asustó:

—Oye Paco, ¿qué haces?

—Nada, papá. (Yo estaba cagado).

—¿Qué quieres?

—Quería saber una palabrota.

—¡Pues no hagas el imbécil! —me gritó.

—Perdona, papá.

Seguí esperando. El estaba pintando sus barcos. Por fin comencé a hablar sin esperar a que él me oyera. O sea que se lo conté todo. Le dije que Pelón tenía papá y mamá; le dije que no me había dejado meter un gol, y todo.

Papá me dijo:

—Ese muchacho debe estar triste por algo. Ahora déjame en paz.

O sea que no me ayudó a encontrar una palabra rara para que no se crea el Pelón que él es el único. O sea que pensaba en eso. Pero no pude, papá estaba con sus barcos, papá estaba arrecho por lo de mamá. Yo lo que me pregunto es que ¿para qué quieren tener razón? ¿Para comérsela? ¿Pueden comerse la razón como una chuleta? No, ¿verdad? ¿Entonces? El Indio dice: «En China la gente no tiene uñas». ¿Tú vas a discutir con el Indio? No, ¿verdad? Bueno, por fin no supe ninguna palabra nueva y rara, y me fui al colegio.

Cuando salimos de clases vi que el Pelón se fue al palo con su bulto. El Indio se fue con otros a la puerta y yo me senté cerca del Pelón, esperando que el Indio se fuera con su mamá. Cuando el Indio se metió en la camioneta de la mamá, me senté más cerca del Pelón, y le dije:

—Oye, vale, ¿qué tal? —saludándolo, ¿no? Pero él no me hizo caso.

—Oye, Pelón —le dije—. ¿Estás bravo conmigo?

—No, no estoy bravo.

—¿Puedo hablar contigo, vale?

—¿Para qué?

—Para nada. Para hablar, vale.

—¿Qué quieres ahora?

—Nada. Quiero ser amigo tuyo. ¿Quieres o no?

—No sé.

—¿Cómo que no sé?

—No sé. ¿Para qué?

—¿No quieres ser amigo mío?

—Déjame en paz, vale —me dijo.

Y eso que, palabra, yo le estaba diciendo la verdad. Porque en clases estuve pensando en algo que después, o sea que primero: a lo mejor Pelón tiene la razón en no jugar. Pero no era eso. Pensaba en el día que no me dejaron jugar porque tenía el tobillo malo y tuve que mirar todo el partido. Ganamos nosotros, pero yo sudé más que nunca. Me pareció que había jugado por cada uno de nosotros, por los once jugadores. A mí me dolían las patadas, yo me ponía nervioso cuando teníamos la bola, yo casi lloraba cuando nos metían gol como si hubiera jugado por todos los once. Eso fue lo que pensé en clases. Y cuando salimos y el Indio me volvió a decir: «Hielo con Pelón», yo me dije, que se vaya el Indio con las abuelas. Quiero decir que me dio lástima el pobre Pelón. Nadie le hablaba y quién sabe qué diablos tenía ¿no? Y vengo y no quiere ser amigo mío. Así son las cosas.

—Entonces, ¿no quieres ser amigo mío? —le digo.

—Oye, vale —me dijo—, ¿vas a comenzar de nuevo?

Eso me arrechó.

—¿Tú sabes una cosa, Pelón? ¿Tú sabes qué me dijo papá de ti? Que tú eras un muchacho triste. ¿Y sabes qué piensan en clases? Que te la pasas solo porque hueles mal. Eres un pobre Pelón que da lástima.

Pelón se paró del palo.

—¡Pelón! —le grité—, ¡hediondo!

Lo vi como se fue solo con su bulto por el patio.

Yo me sentí malísimo. Agarré la ramita y la rompí. Pero me sentía pero malísimo. Me sentía cada vez peor. El pobre Pelón tenía la cabeza más guindada que el bulto y se tapaba la cara y estaba llorando, y todo el mundo comenzó a gritar: «¡Pelón está llorando!» Ni siquiera me atreví a patear a alguno de esos tipos. No hacía nada. Me sentía pero malísimo y seguía rompiendo la ramita. Lo peor es que me acordaba de la hormiga. Pero no era por la hormiga. Era porque el Pelón seguía con su cabeza pelada de Llanero Solitario llorando en el patio y todos esos tipos gritando, ¿no? Cuando el papá se lo llevó, todo el mundo se acercó riendo y me preguntaron qué le había dicho yo al Pelón. Yo no podía hablar. Ni siquiera podía insultarlos. Me dejaron en paz, y yo seguí rompiendo la ramita porque no me gusta tragar saliva cuando se me tranca la garganta.

Del ibro El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (Monte Ávila)

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