Rufino BLANCO FOMBONA |
Novelista, cuentista, poeta, ensayista compilador, editor y traductor.Nació en Caracas y murió en Buenos Aires.Inició desde muy joven una carrera de Diplomático que culminó con su muerte. Motivo por el cual vivió diversas temporadas fuera de Venezuela. Durante el gobierno de Juan V. Gómez estuvo exilado en España, donde fundó la Editorial América, por la cual pasaron importantísimos escritores hispanoamericanos y españoles. Muchos de sus libros fueron traducidos al frances, ingles, italino e incluso a Ruso.
«Como lo ha dado á conocer la autorizada pluma de Zumeta, á quien Martí señala entre los primeros críticos de Hispano-América, la observación y el ánalisis no se han detenido en Blanco Fombona para juzgar al poeta en lo que es, sino las maneras del poeta; y no todas las que emplea para exteriorizar su pensamiento, sino las que se presentan vulnerables á la crítica maliciosa. De allí que se le acuse á diario de ser "obscuro en el símbolo" y de "rebuscar vocablos." Patente está la consecuencia de quienes así proceden, rehuyen, por decir lo menos, el estudio del poeta y en sus juicios ligeros no dan entrada á la atenuante de que aquél nació á la vida literaria precisamente en los momentos en que las letras hispano-americanas sufrían el período enérgico del modernismo». Nº 124 15/02/1897.
Rufino Blanco Fombona (Andrés Mata), 1897, p. 157. |
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s de madrugada. Escribo en un cuarto de hotel, y no escucho otro movimiento que denote vida sino el monótono zumbido de un grillo, allá en el patio, y el martilleo doloroso de la idea aquí en mis sienes.
Inquieto, es la palabra, inquieto me rebullía en el lecho, y lo he dejado para sentarme á escribir. Apenas habré dormido una ó dos horas porque he bailado toda la noche.
Por todas las partes se me quiere, se me distingue; mis versos me conquistan la amistad de algunas mujeres junto con la admiración de muchos tontos, y mi melena desmelenada hace reír buenamente más de una boca. Vivo en una pequeña sociedad, en la que soy, como exótico, la novedad. Pronto me iré, porque el incienso, bien que muy grato, temo que no sea inagotable. Temo vivir más que mi gloria. Debe de ser horrible eso de que los ojos que detrás de una celosíalo devoraban á uno al uno pasar, lo miren luégo con la soberana indiferencia que pone en nosotros el hábito.
Y bien, me digo, ¿Por qué cae en mi cerebro, como una sombra, la tristeza? ¿Por qué soy tan miserable y tan cobarde que tiemblo de pavor cuando me asalta á media noche, como un asesino, el pensamiento? ¡Qué! ¿No podré yo encararme con mi propia conciencia?
Y es la madrecita muerta; y es el convencimiento de una temprana inmersión en la nada, inmersión que al propio tiempo deseo y temo; y es el estado de
ánimo en que lo mantiene á uno tanta lectura mórbida: y es el café que desvela; y es el brandy que exita: y es le clima que enerva, todo cuanto se aúna, se apandilla, se confabula para caer sobre la pobre alma enferma.
Un baile....Y bien? se divierte uno, ciertamente; pero aquel calvo, que esta en la penumbra de un rincón, panza arriba, aquel venerable monumento de carne que jamás ¿lo entendéis? que jamás ha pensado, aquel se divierte más y mejor.
Y por otra parte no podría expresar el sentimiento que en mí despierta tánta boquita roja que no se abre sino para decir tontunas, tántas cabellera blonda, cobertones de cerebros á donde las ideas, esa bandada de palomas, no han hecho nido nunca.
Y, sin embargo, me digo, ¿por qué ese buen Dios, si es Todopoderoso, no baja al fondo de mi corazón, y lo toca y lo mueve, para que como Moisés haga salir de esa roca el límpido raudal de la fe?
¡El patriotismo! Es cuetión esta que hace recordar á uno cómo tiene aquí en el pecho algo que se llama corazón. La patria, la patria queridísima peligra, amenazada por la invación del más miserable de los pueblos. Y piensa uno con los ojos radiantes en los prodigios épicos, y cree su pecho bastante ancho para abrigar un corazón de héroe. Y solapada, artera, dice una voz:-¡Qué! Salís á romperos las cabezas, á ensangretaros, á enlodaros, á dormir, á empuñar con vuestras manos blancas, que solo han manejado el moñoculo, bastísimos fusiles; á cambiar el vino perfumado de vuestra mesa por el agua, mal oliente, del barrizal, y vuestra amable vida ciudadana por la vida trashumante del guerrillero. ¿Y todo por qué? ¿Porque hay una raza superior á nuestra raza? Pues, sabedlo. En la lucha por la civilización desaparecen las especies débiles en la lucha por la existencia. Entonces es cuando el patriotismo se metamorfosea en león y ruje, se cambia en rayo y fulmina, se trueca en trueno y estalla. Entonces es cuando el patriotismo no se llama mar sino tormenta, no se llama nublo sino sombra, no se llama luz sino centella. Entonces es cuando se mira el vientre de la patria, fecundo en héroes, y de la inmensa sombra se ve surgir á Bolívar, y entre no sé qué ruidos, sordos como el trueno del polo, se escucha el rudo choque de las lanzas de Junín.
Las ideas van pasando por mi cerebro en el mismo desorden en que pasan por delante de los ojos las vistas de un cosmorasma. La mesa, sentado á la cual garrapateo estas cuartillas, que no son tales cuartillas sino pequeños pliegos, está revuelta, en una confusión caótica. Tengo á mi derecha un diccionario español, versos de Victor Hugo, Sur l`eau de Maupassant, dos cajas de fósforo, una corbata, una Revista extranjera, un frasco de gotas y una esquela femenina de un color de rosa pálido. Tengo á mi frente tres obras, tres poetas: Musset, Díaz Mirón, Pérez Bonalde; gloriosísima trimurti del arte. Musset es el sensualismo meláncolico; Díaz Mirón, como Arquíloco,el yambo amenazante y colérico; Pérez Bonalde, indolente como Haffiz, voluptuoso como Tíbulo, es también el poeta cuyo verso si perfuma es como rosa, si albea es como ampo, si languidece es como virgen. Todos tres iluminan: Musset con luz de luna; Díaz Mirón con viva luz meridiana; con suave luz crepuscular Pérez Bonalde. Aquí reposan á mi siniestra mano, en amable montón. Safo de Daudet. Una obra de Edmundo D´Amieis, poemas de Lord Byron, y un tono de versos de Coppée. También se besa la pasta color de sangre de las críticas de Zola, con la pasta amarilla de varios estudios de Spencer. Lucen su cubierta blanca Los gritos del combate, y su foro azul celeste la obra del Macaulay Venezolano, Luis López Méndez. Y están aquí El discúpulo, de Bourget. Pedro y Juan, de Maupassant, La cación de las estrellas, Las cartas americanas, un tono con título de oro de un poeta de México, editado por Granier; un volumen de crítica del eminente cubano D. Nicolás Heredia, y Heine Andrés Chenier y unos doce poetas del Parnaso Nacional. Maupassant es el eterno pliegue en la comisura de los labios, la frente joven eternamente pálida y el alma grande eternamente triste. En Edmundo D`Amieis hay encanto de tarantela napolitana, rumor del Adriático adormido al pie de las blancas escaleras de mármol, perfumadas ráfagas de cien tierras exóticas. La crítica de Zola es uno á manera de lecho de Procusto: á la víctima pequeña el descoyuntamiento la hará grande; á la larga el quebrantamiento la hará corta: la cuestión es ajustar la víctima á la arbitraria longitud del lecho. Por lo demás Zola tiene la gloria de haber llegado á la cima de la montaña del Arte. Coppée es el poeta cristiano, Heine es el poeta judío, Chenier es el poeta helénico. El poeta de La bendición no tendrá sucesores en esta época descreída y turbulenta, la suceción del poeta del Intermezzo está en España, y es Leconte de Lisle el sucesor de Chenier. Cuanto al Parnaso Nacional está en el ápice la figura de Andrés Bello, el feliz autor de la oda sublime ante cuya mágica belleza - lo dice Ignacio M. Altamirano- -las Geórgicas mismas palidecen, Horacio es tibio y raquítico, Lucrecio parece incompleto y las fantasmagorías de Pindaro bajan á ocultarse en el polvo de Olimpia y se miran llenas de gracia ó majestad las cabezas de Guaicaipuro Pardo, de Yepez, de Fermín Toro y de Baralt. Es Guicaipuro Pardo el poeta de las estrofas rotundas, inspiradas y fúlgidas; Yépez, original y tierno; Fermín Toro, severo y elegante; académico Baralt. Pero después de la grandiosa Silva á la agricultara de la Zona tórrida, nada hay, hasta hoy, en la poesía nacional, que supere la divina Vuelta á la Patria de Juan Antonio Pérez Bonalde.
Con el día amanecer las rosas de vírgenes mejillas; se vuelven á vestir de esmeralda el monte, de azul el mar, de rosa, de violeta y de amarillo el cielo; con la aurora canta los pájaros, mujen los toros, los corceles relichan; hay palpitaciones de vida, soplos de juventud; y la naturaleza toda preludia la extraña sinfonía del amanecer...
Rufino BLANCO FOMBONA |