Gisela Kozak: Ser feliz es el único oficio que vale la pena

15/ 06/ 2014 | Categorías: Entrevistas, Lo más reciente

Por Héctor Torres (@hectorres)

giselaSi bien es cierto que imaginar cómo será de adulto un niño cualquiera es un ejercicio arduo y esquivo, no menos lo es tratar de imaginar, en cualquier adulto, a ese niño que devino en una persona que conocemos de adulta. Tratar de intuir cuál de esos rasgos, ideas, gestos  y actitudes del adulto de hoy son vestigios del niño que fue, es un curioso ejercicio de imaginación.

Y más cuando ese adulto confiesa, no solo haber tenido una infancia cortísima, sino además haber atravesado con prisa los laberintos de la atolondrada juventud. Tal es el caso de Gisela Kozak Rovero, una escritora, profesora universitaria, activista por los derechos LGBT y asesora cultural, cuya opinión del país político podemos leer con frecuencia en los espacios de El Nacional, Tal Cual, Prodavinci y Código Venezuela, entre otros medios.

Volvamos al ejercicio inicial. Vislumbremos esa mujer de hoy siendo una niña que iba a la escuela y que, como todos los niños, se imaginaba en un rol distinto cada vez que se asomaba por la ventana del porvenir: ingeniera, veterinaria, matemática, aviadora… “Mi infancia resultó corta y jamás fui joven –advierte-, pero la vida me dio a cambio el privilegio de tener una madurez plena, disfrutada con una hondura capaz de permitirme intuir la felicidad natural de la juventud”, afirma con absoluta convicción.

Fue una estudiante promedio, no demasiado aplicada aunque siempre de buen desempeño. De hecho, no es difícil imaginarla abstrayéndose en medio de una aburrida clase, en alguna de esas calurosas aulas a las que le tocó asistir, ocupada en sus propias inquietudes.

Estudió en varios colegios hasta que se graduó de bachiller en el Liceo Independencia, ubicado en la parroquia Santa Rosalía, de Caracas, cuya edificación “se inundaba cuando llovía  y se caldeaba cuando había mucho sol”, rememora.

Logró pasar la adolescencia como una chica más, de esas que fuman en el baño y es presa fácil de esos dos arrebatos distintivos de la juventud: la rebeldía y la risa, pero se diferenciaba de las otras porque, secretamente, tenía prisa por dejar atrás esa etapa de su vida. Y no era un asunto consciente, era que dentro de esa muchacha que procuraba pasar desapercibida entre el montón, había una persona que se aburría de las conversaciones de su edad y que, en no pocas ocasiones, debía fingir placer por actividades que “debían” gustarle. Atravesar esa edad supuso pasar por etapas en las que logró fingir, con mayor o menor éxito, el rol de “parrandera y musiquera”.

Saberse solo en medio de la multitud forja el carácter.

 

Ya en la universidad se sintió más a gusto con la información que comenzaba a recibir, con el ambiente que le rodeaba, con las inquietudes que florecían. De esa manera, y con nuevos entusiasmos, se graduó de licenciada en Letras en la Universidad Central de Venezuela y luego obtendría el magíster en Literatura Latinoamericana y el doctorado en Letras, ambos en la Universidad Simón Bolívar. En tanto se adentraba en la vida de adulta, la iba sintiendo más cercana a ella, comenzando a hacerse visible la persona que terminaría siendo.

“Tenía demasiadas aspiraciones y muchos límites en mi juventud, lo cual me dotó de un realismo si se quiere descarnado y duro”, comenta esa Gisela Kozak cuya mirada vive en permanente concordancia con el timbre de su voz: aplomada, firme y sin demasiado espacio para el titubeo. De hecho, aún cuando la acompaña de su sonrisa, su mirada mantiene esa inquietante sensación de no permitirse descuidos, de estar siempre atenta al mundo que le rodea.

Y eso que buscaba en la vida esa muchacha que se aburría, pareció encontrarlo, al menos parcialmente, en el ambiente de la UCV, donde transcurre buena parte de su día a día, como profesora titular de la Escuela de Letras y de las Maestrías de Estudios Literarios y Gestión y Políticas Culturales, y desde donde ordena sus ideas para entender el país que padece como un destino el cual, más que amarlo, lo considera entrañable e inevitable “como una familia insoportable cuyo amor es el único que conocemos”. Y es que para ella, esta Venezuela de hoy, “es la cárcel en la que vuelo y mi cordón umbilical con ella es la Universidad Central de Venezuela, ese prodigio de modernidad, valores y maravillas entrampada en su historia de populismo de izquierdas”.

Esa es una razón de suficiente peso para ser profesora universitaria, a pesar de todo.

 

Además de profesora de corazón y convicción, Gisela Kozak es una prolífica ensayista y narradora. Ha publicado los ensayos Rebelión en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad (1993), La catástrofe imaginaria (1998) y Venezuela, el país que siempre nace (2007); el libro de cuentos Pecados de la capital y otras historias (2005), y las  novelas Latidos de Caracas (2006), En rojo (2011) y Todas las lunas (2012). También ha obtenido importantes reconocimientos literarios, como la Bienal de Narrativa “Alfredo Armas Alfonso” (1997) y el Premio Silvya Molloy al mejor ensayo académico sobre sexualidad y género 2009, otorgado por Latin America Studies Asociation.

De niña siempre le gustó leer narrativa  y escribir historias. En la adolescencia se interesó por la historia y la política y, más tardíamente, comenzó a interesarse en la poesía. Y aunque proviene de una familia de clase media baja sin intereses intelectuales ni dinero, en su casa había una biblioteca “atesorada por los buenos oficios maternos”, cuyo destino era pertenecerle, junto a una colección de discos que reunían a Agustín Lara y Pedro Infante con Beethoven y Bach.

Esa chica que no se sentía muy cómoda con la adolescencia y que descubrió la pasión por la lectura en la biblioteca de su madre, considera la literatura como “la intuición más radical que tenemos de que el mundo puede ser distinto, de que somos humanos porque el lenguaje nos permite vivir a fondo, a pesar de los inevitables límites de nuestra existencia”.

Es por esto que siempre tiene en mente un proyecto de escritura, literario o ensayístico y, según confiesa, no puede dejar de pensar en ello hasta que lo termina. “Escriba absolutamente todos los días o no, no hay paz ni respiro hasta que lo  termino”, agregando que, como siempre tiene un proyecto en mente, “la paz y el respiro son infrecuentes”.

Actualmente, por ejemplo, mantiene en reposo un ensayo ligero que concluyó el año pasado, con un tono entre irónico y humorístico, que se llama Ni tan chéveres ni tan felices, el cual es una indagación sobre Venezuela y los modelos de conducta más populares entre nosotros.

Ya lo dijo Maitena: La gente inteligente no se aburre, se angustia.

 

Gisela lee poesía, cuento y ensayo, pero su género favorito es la novela. Luego de esa confesión, es inevitable caer en el tópico de preguntarle acerca de sus libros favoritos. Pero, con la firmeza que la caracteriza, elude la numeración y lleva el asunto a un terreno más amplio:

“Libros no, pasiones literarias”, advierte, para luego pasar a señalarlas: “la visión histórica de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; la ironía y la verba criolla de Ifigenia, de Teresa de la Parra; la visión caribeña y latinoamericana de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier; el espíritu carnavalesco y dickensiano de Sarah Waters en su novela lésbica El lustre de la perla; la compasión profunda a la hora de entender las razones del extravío amoroso de Querido Diego te abraza, Quiela, de Elena Poniatowska; el humor y de la reflexión estética de El Quijote, de Cervantes; el sentido de la literatura como compromiso radical y sin concesiones de João Guimarães Rosa en Gran Sertón: Veredas; la locura como sabiduría del ilegible Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais; la obra de Ana Teresa Torres; la aptitud para la novela de tema político de Leonardo Padura y William Vollmann; la indagación sobre la condición humana de Amos Oz; y el gancho para hacer literatura de gran público que tuvieron los grandes realistas europeos del siglo XIX”.

Indago entonces acerca de las razones de ese visible distanciamiento estilístico entre su novela En rojo, publicada en 2011, la cual resulta más cercana a la temática que suele abordar en su obra en general, y la novela Todas la lunas, publicada apenas un año después, de tono más fantástico y feliz, a lo cual señala que En Rojo pertenece a la Gisela más afincada en su mundo y en su país; es decir, a la misma Gisela que se decantó por la crítica cultural y la política, el activismo por diversas causas (entre ellas los derechos civiles para las mujeres lesbianas) y el estudio de las políticas culturales, mientras que Todas las lunas, novela de aventuras en un espacio y tiempo donde no existe el Estado ni  se conocen límites a la creatividad personal, el amor y el sexo, pertenece a la Gisela que hubiera querido vivir en otro universo sin cortapisas nacionales ni históricas.

Es la otra Gisela que de niña se pudo soñar ingeniera, veterinaria, matemática, aviadora…

 

Pero Gisela Kozak, la de hoy, vive felizmente en pareja. Su sentido de familia está integrado, además, por  una madre que goza de perfecta salud, dos hermanas, dos sobrinas, un sobrino-nieto, dos tías, la familia de su pareja y  dos gatos. Es la Gisela que cocina (se jacta de su asado negro, de su lomo de cerdo, de sus chupes de gallina y camarón, y de sus cremas de diversos vegetales), que no podría vivir sin la música y que, a sus cincuenta años, puede darse el lujo de convivir con sus dudas.

Es la misma que sabe que una mujer práctica no hubiese hecho un doctorado en Letras ni escribiría narrativa, “pero a cambio de tanta insensatez, vivo una vida plena de sentido en un país profundamente desgraciado y herido, un país que me ha dado tantas amarguras pero en donde nacieron o viven las personas que me importan: mi familia, amistades y  la pareja con la que he sido más feliz y que, para mi fortuna, comparte mi día a día”.

De resto, no se plantea visiones de futuro, “más allá de mi hacer diario, pues en esta Venezuela que me ha tocado, pensar en el provenir es doloroso”. Y  aunque advierte que no es optimista, proclama con absoluta convicción una sentencia que podría ir labrada en su escudo de armas: “Estoy viva, muy viva”.

Esa chica que ya era adulta cuando aún paseaba por los pasillos de los liceos a los que asistió, que devino en una mujer, mezcla de Lisa con Bart Simpson, como una vez le dijeron, señala que, al margen del país y de la situación que le tocara vivir, ser feliz es el único oficio que vale la pena  en esta o en cualquier vida. “Y si hay vino y no hay que hacer dieta, pues mejor”, agrega con esa sonrisa que hace más de acento que de paréntesis.

 

Publicado originalmente en la revista Clímax

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