José Pulido: Escribir es construir un buen laberinto

22/ 03/ 2013 | Categorías: Entrevistas, Lo más reciente

por Héctor Torres y Lennis Rojas

jose pulidoVamos a hablar, Pulido, de la novela finalista del Premio Miguel Otero Silva del año 89 «Una mazurquita en La Mayor» ¿Ella recoge vivencias personales tuyas?
Sí, yo estuve trabajando en Nicaragua, desde el mes que los Sandinistas tomaron Managua, hasta tres meses después. Estaba entonces recopilando material para un libro eminentemente periodístico, pero cuando lo tuve terminado con todo lo que acababa de escribir, no me servía. Entonces lo guardé y empecé a reescribirlo y me salió una novela. Claro, hay personajes inventados, pero la mayoría son sucesos reales.

Entonces, cuando comienzas a trabajar, no está muy definida la frontera entre crónica y narrativa pura.
Es que el periodista tiene una labor muy específica que cumplir. Uno siempre habla de que hay dos tipos de mensaje; el mensaje semántico y el mensaje polisémico. El mensaje semántico es el que le da mayor importancia a la comunicación, y el polisémico a la estética. Entonces, el periodismo trata siempre de cumplir con la función informativa y comunicacional. Decirle a la gente qué pasa y pasar a una segundo plano para, además, describir lo que pasa, evaluarlo. Cuando esas dos cosas no te satisfacen, evidentemente entras en el terreno de la literatura ¿por qué? porque cuando te ves necesitado de crear un personaje para que él exprese lo que los personajes verdaderos no pudieron, entonces, además de crear ese personaje, empiezas a crear la atmósfera, y cuando un texto tiene atmósfera, ya no es periodismo: es narrativa.

¿Cuándo José Pulido sabe que tiene ante sí una historia que va a gustar?
Ese sí es el problema que yo tengo, que yo sé cuando tengo una historia que me gusta a mí pero… no se si va a gustar, porque yo desde hace muchos años me estoy planteando la literatura, como debí planteármela desde que comencé. Desde muy chiquitico yo soy lector, entonces yo me di cuenta que no basta saber leer para saber leer, que hay hazañas en la literatura que si tú no sabes leer no las percibes. No te das cuenta de las hazañas impresionantes que hay en un texto. Me di cuenta que la escritura, como cualquier otra expresión artística, no es otra cosa que el reflejo del nivel interior que tú tienes; cuando tú escribes te estás escribiendo a ti mismo, estás mostrando el tamaño que has alcanzado por dentro. Ese tamaño puede que sobrepase el tamaño de ese lector que tienes enfrente, que te está leyendo en ese momento, o puede que ese lector tenga un tamaño tan alto que te vea como una mierda -que eso me gusta. Al mismo tiempo, tú quieres que crezca el lector. Hay lectores que son muy pequeños, que de repente agarran un libro y dicen: «yo no lo entiendo» o «no me gusta» cosa que no debería ser así. No, es que no tengo el tamaño para captarlo. Yo me di cuenta de eso desde muy temprano, porque un libro que yo sé que era una maravilla pero que detestaba, porque no lo entendía es el Ulises. Yo lo leí cinco veces, hasta que me di cuenta que era una maravilla; pero la primera vez que lo leí, por supuesto, yo no sabía que era lo que estaba pasando ahí, no podía disfrutar nada, odiaba a los que decían que eso era una gran obra.

Salvando las distancias, eso es lo que puede pasar, por ejemplo, con Armas Alfonzo, que uno después que lo relee es que le consigue un gusto…
Claro, pero es que a medida que tú vas creciendo… Y pasa en la vida… a veces uno asume un actitud y seis meses depués a lo mejor has madurado un poco más, has crecido interiormente un poco más. Te dices «¡qué ridículo! ¿cómo yo hice eso?» pero es que tú estás creciendo. Entonces yo me di cuenta de eso y eso me dio una ventaja. Yo no sé si le va a gustar o no a la gente, pero si al leerla a mí me gusta, aunque sea como un pretexto para escribir, yo la agarro y sé que estoy creando una obra que va a revelar mi tamaño, mis fallas y mis aciertos. Eso sí, básicamente yo construyo un laberinto; que la gente crea que salió (o que salga realmente), pero un laberinto que yo también atravieso, y te tiende emboscadas: el ridículo, por ejemplo. Para mí esa es la literatura: Construir un buen laberinto.

¿Y cómo ve José Pulido (en su doble rol de narrador y periodista de amplia trayectoria) la presencia de nuestras narradores en la prensa? ¿No se pueden aprovechar más los narradores venezolanos para el trabajo periodístico?
Yo creo que el problema lo tienen los medios. Los medios de comunicación eran de un nivel intelectual más alto en los años cuarenta, cincuenta y hasta en los sesenta; que después fueron bajando, porque le fueron dando menos cabida al intelectual, al poeta, al creador. Esa era la fortaleza, por ejemplo, de El Nacional. El actual propietario de medios no lee, sabe hacer negocios pero le parece que esto es una pendejada. Pasa lo mismo de lo que estaba hablando del nivel del lector «esto no me interesa, esto no me gusta», porque él no está… Entonces dice: yo voy a prescindir de estos tipos. Bueno, por lo menos El Nacional y El Universal conservan el Papel ese Literario (donde siempre repiten a la misma gente, pero lo conservan). Pero antes, en los periódicos completos, trabajaban muchos de los escritores, y no tenía empacho un dueño de periódico de publicar todos los lunes un cuento. Nosotros, incluso hace poco, publicábamos en El Diario de Caracas, «El cuento del Lunes». Pero tiene que ver con eso. Por ejemplo, Miguel Otero Silva era el dueño del periódico. Para él eso era importantísimo, era vital, porque él era escritor. Y en El Universal, el viejo Nuñez no es que era un lector del otro mundo, pero venía de ser socio del poeta Andrés Mata, que era abuelo del muchacho que está ahora. Eran poetas y narradores los que fundaron los periódicos aquí. Cuando sus nietos se encargaron, se dedicaron a lo que venían a hacer, es decir: a hacer negocios. Para ellos este es un mundo completamente inútil.

Cada vez hay más dinero en juego…
Sí. Y ese es el reflejo de una realidad. ¿Cuánta literatura maravillosa no hay? Y son muy pocos los lectores en el país. Por eso Venezuela tiene una población cada día más analfabeta funcional. Y por eso es que tendrán presidentes cada vez peores, porque la masa los hace a su imagen y semejanza. Porque el nivel que tiene ese tipo es el nivel que tienen ellos. Y sin son mayoría: te jodiste. Y eso porque en este pueblo no se lee ya, como en otra época. Este es un pueblo que no conoce a sus autores.

Y en ese ambiente que vivimos actualmente ¿Sirven para algo las revistas culturales? ¿Cumplen una función?
Mira, yo creo que el papel que cumplen es el del tamaño que tienen. De abrir un espacio a algunos ¿no? Hay gente que las hace para un grupito. Aquí la intelectualidad es débil porque está muy fraccionada. Cada quien tiene su grupo. Si tú le preguntas a alguno, te va a decir: «Aquí lo que hay son cinco escritores, y somos nosotros. Lo demás no sirve». Es decir: no nos leemos entre nosotros mismos. Pero esas revistas aisladas al menos cumplen la función de que le publican a esos. Si no existieran, sería peor. A Alguien le llegará alguna vez una, y a lo mejor la leerá. Yo estuve trabajando con Garmendia, haciendo Imagen, y hacíamos una revista maravillosa (como la sigue haciendo Luis Alberto Crespo), y no vale de nada, porque primero debería recorrer el país y publicarle a todo el mundo, pacientemente, y debería salir mensualmente; y después, tiene el problema que no circula. Eso es lo que estoy proponiendo con la revista Circunvalación Del Sur: los convencí de que publicáramos a narradores y poetas de afuera, de diferentes países, y de adentro (por eso es que por donde paso me traigo todos los libros que puedo). Incluso, quería que le dedicáramos un número a cada región, lo que pasa es que va a salir cuatro veces al año. Pero, aunque hubiera una revista que saliera semanalmente, siempre quedaría gente que no aparecería allí.
Funcionaba mejor, hace mucho tiempo atrás, cuando se conformaba una especie de sana competencia, para ver quién iba mereciendo las páginas de El Nacional. Ahora cualquiera escribe allí. Antes para llegar, tenías que escribir en todo el interior del país. Yo por lo menos pasé años en el interior del país, hasta que me publicó El Nacional. Ahora cualquiera, no solo puede ser publicado, sino que puede convertirse en un boom, y eso es porque, como los lectores verdaderos son pocos, y hay mucha gente escribiendo con mucho ego, se está perdiendo lo importante; y lo importante es: leer mucho, vivir mucho, escribir que jode… y reescribir. Empieza por crecer tú. Tu obra va a ser muy buena si tu creces interiormente, no por obra y gracia del espíritu santo.

Ya que hablas de lo interior, en tu poesía no se siente con tanta vehemencia esa crudeza, esa desesperanza que está muy presente en tu narrativa ¿Supone eso que cada género es más útil para cada temática?
Por supuesto que sí. Lo que pasa es que yo soy eminentemente narrador, y la poesía que hago es como un auxiliar de la narración (o a lo mejor es al revés). Si tú empiezas a revisar los cuentos y las novelas, y lees los poemas, te das cuenta que hay una relación porque los poemas van surgiendo en el momento en que se me tranca el juego con la narrativa. Entonces yo, para poder seguir escribiendo, me pongo a jugar, de una manera minimalística, como si yo estoy viendo todo en general. Y en el poema enfoco un detalle. Entonces me pongo a trabajar ese detalle, hasta que me conecto de nuevo y lo aislo, y es un poema que tengo guardado ahí. Incluso hay poemas que son una pequeña historia con todo: su comienzo, su climax y su desenlace. Y es por eso: Nunca tienen que ver por sí mismo con algo, sino con lo que estoy escribiendo.

Pero pareciera que la parte cruda, áspera, incluso pesimista, la dejarás solamente en la narrativa, no se siente tanto en los poemas. Pareciera que cada género sirviera para expresar algo en particular.
Sí, lo que pasa es que la narrativa, para mí, siempre fue algo, no que se dice, sino que ocurre. Por eso debo ser crudo. En cambio, la poesía dice las eternas cosas que siempre se dicen. Es más bien una conversación de uno con su época.

En ese largo trajinar con la prosa, ¿hay algunos elementos, recursos, que privilegias a la hora de escribir?
Sí. Primero algo a lo que me aficioné siempre desde muy pequeño, que es buscar el origen de las palabras para conocerlas mucho y tratar de hacer que ocurra la mayor cantidad de cosas, de la manera más artística posible, con la menor cantidad de palabras. Me encanta poder manejar un texto con las doscientas palabras que usa el común -sin caer en el lugar común-. Ese es un primer recurso ténico. Tengo siempre pendiente eso que decía, de que trato de que ocurran las cosas. Me molesta que un personaje no se desarrrolle psicológicamente todo cuanto pueda. Trato, además, de evitar hablar yo a través del personaje, sino que el personaje hable como él debería hablar. A menos que yo haga un personaje que me sirva para hablar. Trabajo también en forma laberíntica, me gusta entrecuzar historias. Puedo hacer que una novela pequeñita parezca que tiene como quinientas páginas de tantas historias que hay; me gusta que haya esa concatenación. Y me gusta trabajar para los finales.

Para concluir, ¿qué nombres consideras imprescindibles en la narrativa venezolana?
Yo soy un convencido de que los escritores venezolanos son un mosaico, donde todos tienen su importancia; pero yo creo que el que comienza a hacer una obra más madura en relación con este tiempo es Salvador Garmendia, que para mí es el narrador por excelencia, es el tipo que pudo haber entrado en eso que llamaron el boom (aunque lo intentaron fue con Adriano González León), y no entró por todas las cosa que pasan en Venezuela. Y del siglo pasado, muchos, me encanta, por ejemplo, Pedro Emilio Coll. Y es que yo creo que hay un tono venezolano que el mundo no ha descubierto. Hay muchos: Armas Alfonzo… Balza… Pero fue Garmendia el que me hizo leer a los venezolanos (Los pequeños seres, memorias de altagracia), para mí fue un descubrimiento.

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