Marcucho el modelo, de Leoncio Martínez

21/ 05/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

circuloBellasArtesCuadrado de espaldas, liso y apelmazado el cabello, que se partía en una raya recta, casi sobre la sien izquierda, teniendo en el color un vago reflejo ambarino del indio ancestral, Marcucho, el modelo de la Escuela de Pintura, a primera vista confundíase con un mandadero cualquiera, con un individuo sin relieve ni importancia, acostumbrado a cargar carretilla, o a encorvarse bajo la mole de los fardos.

Su estura baja, sus blusas de dril descoloridas entre los estrujones de la batea y la caliente opresión de la plancha, sus manos entretejidas de gruesas venas y siempre colgantes, congestionadas al peso de la sangre, no revelaban la menor particularidad que pudiera destacarlo junto a los demás hombres de su clase.

Pero, Marcucho era un elemento primordial de belleza para el grupo de aquella incipiente Academia. Cuando, despojado de la ropa, subíase a la tarima del modelo, asumía a los ojos de los estudiantes proporciones inconmensurables. Desnudo crecía. Adquiría una alteza espectacular de ilímites proporciones parapara los alumnos, que lo miraban, con los párpados entrejuntos, lamiendo con la vista los variables secretos de su armoniosa contextura. Al saltar a la tarima, en ágil pirueta que hacía sonar la tabla al golpe de los talones, y al erguirse en una pose preparatoria impensada, dijérase que con un impulso muscular se estiraba como si recóndito sentido de la plástica lo magnificara, lo elevase de su condición vulgar de hombre de pueblo a una simbólica serenidad de sacerdocio y de mando.

El cajón destartalado prtestábale trono. Dominando su cabeza por sobre todos los que le rodeaban, cualquiera que entrase al salón en horas de estudio lo primero que vería al abrir la puerta era a Marcucho, imponente e inmóvil como un dios o pensativo y ceñudo como un personaje de tragedia griega o a veces en una contorsión resignada de mártir cristiano.

Los demás, en torno suyo, doblegados sobre los caballetes o sobre las tablas de dibujo, parecían venerarle sumidos en devoto silencio.

Al chischibeo del carboncillo o los pinceles sobre el grano del papel y de la tela, buscaban fijar el contorno estatuario, apresar en líneas firmes la amplitud del torax, abombado al ritmo de la respiración potente; el torso lleno y duro como una montaña; la red de sus músculos pujantes sin alardes, eslabonados en suaves declives, la cadera saliente y brava, las piernas sólidas…

O en afán ferviente perseguían —ya logrado el trazo— en la reciedumbre de la masa los secretos del claroscuro que torturan y enfebrecen al artista y que en el cuerpo moldeado de Marcucho ascendían hasta los tonos cálidos del cobre, envolviéndose en grises mortecinos, en dulces ocres, con reflejos azulusscos y verdores inasibles, valores que mezclaban, se desvanecían, se profundizaban en la gama e iban a ahogarse en las frescas oquedades del rojo de Venecia y del sepia. La cabeza retostada, asoleada, se cortaba la base del cuello en una línea precisa como plumaje tornasol en el cuello de las palomas montañeras; luego los hombros, el pecho, el vientre, lividecían en tenues luminosidades que resbalaban a flor de piel, iban a dividirse en las piernas, como la orquesta de un río de aguas opalescentes bifurcadas por un islote fértil y sombrío, desvanescencias relamidas que se arremilinaban en el nudo rosáceo de las rodillas.

Abajo, más abajo, los calcañares donde engañosos bermellones fundidos entre sombras, con las vetas protuberantes de arterias y nervios, le daban la fortaleza y el apoyo de un zócalo rotundo. Y los pies, pesados como cimientos.

Para los presuntos artistas, el cuerpo de Marcucho era un universo de cotidianos hallazgos.

¿En qué pensaba Marcucho, mientras encaramado en la tarima aguantaba inconmovible las horas de pose de la Escuela? En ese largo ocio mental, donde las ideas se adormecen como bajo la influencia de un exceso de cigarrillos, ¿qué visiones, qué recuerdos, qué propositos pasarían en lenta tornavolta por la mente del modelo?

En los descansos, sentado al extremo del cajón, con las manos entrecruzadas sobre las rodillas, ¿era cansancio, resignación o menosprecio de toda voluntad lo que doblegaba su espalda y hundía su barba entre los pulgares, dilatando sus pupilas en abstracto espionaje del vacío?

Silencioso, aliviando su forzada inmovilidad en otra inmovilidad nueva, Marcucho parecía reflexionar o idiotizarse en la monotonía de su trabajo al igual que un burro de noria.

Pero no: Marcucho había nacido para aquello. Amaba instintivamente su oficio, se sentía partícipe de la obra de arte como el tipógrafo incluye algo de su ser en las ideas que compone. Amaba su tarima como aquel se apega al chivalete, como el marino al barco; y, como el marino, al erguirse en su cajón, pensárase de pie en una proa escrutando escrutando, fijo, lejanías de horizontes de donde hubieran de surgir fantasmagóricas corporizaciones de antiguas leyendas.

Había nacido predestinado. La mano modeladora de la greda humana le hizo una caricia antes de echarlo al mundo y ennobleció su barro tosco. Ya consustanciado con la belleza esencial, al hacer un movimiento elástico, al caer como involuntariamente en una actitud eurítmica, sonreía satisfecho y orgulloso si algún estudiante entusiamado exclamaba:

—¡Qué bien está así!… ¡Quédate así!

Y sonreía también, sin perder la posición, a las bromas habituales de los pintorcetes:

—Marcucho, no muevas la oreja izquierda.

—No engurruñes el dedo gordo, Marcucho.

—Caray, Marcucho si que tiene la piedra del zamuro para las mujeres. ¡Dios como que le echó la bendición con la zurda!

Y reprimía la carcajada, moviendo sólo el vientre, cuando un dicharacho obseno estremecía la parvada estudiantil alborotándola en cacareo de gallinero.

Cumplía su trabajo con severidad de ritual. En ocasiones iba de caballete en caballete observando las «academias». MIarba los dibujos y luego se miraba sus propios brazos y sus piernas, en comparativo conocimientode su cuerpo como si se lo supiera de memoria y lograra verse entero a sí mismo. Su espejo multifaz, durante años de años, lo tuvo en las tablas de dibujo y parecía exponer un gesto desaprobatorio cuando alguno lo reflejba deforme o sin semejanza. Y, con humildad, preguntando: «¿lo necesita?», solía pedir un estudio que le gustara entre las innumerables imagenes suyas que poblaban la Escuela, clavadas por aquí y por allá o tiradas por el suelo, para llevarselo a «su pieza» cuyas paredes era un museo unipersonal de sí mismo.

Ya para los últimos tiempos, Marcuchose entregó al alcohol. Bebía demasiado. Las facciones se le fueron abotagando, enflaqueció algo y los tonos rojos de su encarnadura se iban tornando más calientes. A veces, al tomar la posición lo sacudía un latigazo nervioso, pero, luego, en pie, apoyado en la vara, se mantenía rígido, sereno, delatándolo sólo un casi movimiento giratorio, como el de una peonza.

Por fin un día, después de tantos años de haber sido el modelo predilecto, el único, Marcucho faltó a las sesiones y al cabo de una semana llegó a la Escuela la notici deplorable para todos: había muerto en el Hospital.

Pulpa de anonimia, corazón sin amores inmediatos, balza a la deriva, su cuero sepulcral no dio con el puerto y encalló sin reclamo sobre la mesa del anfiteatro; él, que había servido para que lo estudiaran por fuera, se ofrecía íntegro en el momento de abandonar la vida para que lo estudiaran por dentro, como esos muñecos sin más voluntad que su destino, a los cuales los niños curiosos, hastiados de jugar con ellos, les sacan el aserrín.

LLegó el profesor seguido de los estudiantes a la clase de anatomía práctca. Rodearon el cadaver y comenzó la postrera lección de dibujo para Marcucho, que, inmóvil más que nunca, resistía la pose definitiva. Comenzó la lección y los bisturíes afilados como carboncillos iniciaron el trazado, ya no sobre el papel y el lienzo, sino sobre aquellos mismos músculos moliciosos, siguiendo la red de nervios, perforando la carne empalidecida, abriendo como las páginas de un libro secreto el pecho magnífico… En medio de su perorata didáctica y de sus minuciosas explicaciones, el profesor se empinó en un súbito ¡oh!… Y después de una pausa, alargóa la exclamación acomodándose las gafas: —¡Oh, que anatomía tan estupenda la de este hombre! ¡Vean ustedes qué admirable! ¡Debe tener un esqueleto precioso, precioso!

Los discípulos se inclinaron sobre el muerto siguiendo la lección del maestro, como sobre un mapa. El profesor se entusiasmaba con los músculos, las arterias, las vísceras. Lo iluminaba un gozo risueño y sapiente. E interrogó:

—¿Este cadaver no tiene reclamantes?

—No tiene ni familia —respondió un estudiante burlón.

—Pues, vamos a aprovecharlo; en la sala de anatomía de la Universidad, prosiguió el maestro, nos hace falta un buen esqueleto: este es un bello esqueleto, ¡perfecto!

Era la consagración total de Marcucho. Los estudiantes se dieron de nuevo a la; desbarataban articulaciones, desprendían miembros completos, limpiaban huesos hasta dejarlos mondos, encumbraban montículos de carne sanguinolenta en sugestiones de matadero.

Ya de Marcucho no queda sino una masa fragmentaria. Pero, luego apartaron con cuidado su osamenta, la calavera de ojos estupefactos y sin luz los fémures gruesos como piernas de buey…

Y, más tarde, en procedimiento macabro que legaliza la augusta ciencia, lo cocinaron, lo hirvieron, pulieron sus huesos como valioso marfiles, armaron de nuevo el esqueleto, soldando y embisagrando las piezas y allí, en el anfiteatro de la Universidad, dentro de una larga caja, colgando por el centro del cráneo con un alambre de acero, está Marcucho, sin carne, sin nervios, sin vida, en su última pose, predestinado a servir hasta más allá de la muerte para el estudio de la belleza y del dolor, porque antes de echarlo al mundo la mano modeladora de la greda humana le hizo una caricia y enalteció su barro tosco.

 Del libro: Mis otros fantoches (Editorial Élite, 1932)

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4 Comentarios a “Marcucho el modelo, de Leoncio Martínez”

  1. elobservador dice:

    quien me podria ayudar con esta pregunta por favor es urgente . describe como quedaba marchucho despues del largo tiemoi inmovilizado posando para los futuros artistas. por favor ayudeme por favor con esta pregunta

    • maria dice:

      quien me podria ayudar con esta pregunta por favor es urgente . describe como quedaba marchucho despues del largo tiemoi inmovilizado posando para los futuros artistas. por favor ayudeme por favor con esta pregunta

  2. manuelito dice:

    si me sirvio mucho esta paguina

  3. sofi2007 dice:

    alguien que me ayude con estas dos preguntas: 1. ¿ Que transformación sufría el cuerpo de Marcucho al subirse a la tarima para posar como modelo ?
    2. ¿ Cómo se expresaban, en los lienzos o en los papeles de pintar, los estudiantes de la Escuela de Pintura al sentir una especie de encantamiento con el cuerpo del modelo ?

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