Martes de galletas, por Pedro Varguillas

29/ 05/ 2016 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

Tercer lugar del Premio de cuento para jóvenes autores dela Policlínica Metropolitana 2016

 

imageLa Rancha estaba armándose un porro frente al equipito de sonido que había comprado por Amazon antes de que redujeran el cupo electrónico de cadivi. Rosemi miraba los rines de las ruedas de los carros que pasaban por la avenida. En la sala del apartamento la voz de Lalo Rodríguez cantaba ven devórame otra vez. La Malpe bailaba sola gritando <demasiado Puerto Cabello>. Era así. No era la ganya de barrio que nos habían conseguido los artesanos de la Bolivariana. Era el martes y la excusa de hacer galletas. ¿Puede existir algo más pendejo que reunirse la tarde de un martes para hacer galletas? Después de habernos comido las primeras tres ya nos sentíamos desahuciados. Media hora más tarde andábamos de conejos por el centro como Indiana Jones en busca de la ganya perdida. Lo de niños bien lo teníamos en cada paso que dábamos. Nadie en el grupo sabía cómo controlar monte. Amateurs. El peo social era difícil de entender. Nadie se atrevía a decir que era un niño bien. Realmente no éramos niños bien, aunque nuestros padres intentaron hacérnoslo creer con buena educación católica en colegios privados. En Venezuela, los que se sienten clase media se pelean por hacerse los pobres. Contradictorio. Entre los panas nadie alardea. Nadie quiere ser un sifrino. Mucho menos un sifrino mamawebo. Y eso era lo que éramos. Unos sifrinos. La oligarquía de la clase baja. Mojón mental. Pendejos era lo que éramos. Más nada. Nadie conocía a un diler. Fuimos al rectorado a buscar al Bart, un pana de cine que tenía toda la pinta de que sabía con quién se podía conseguir. Éramos puro síntoma. Pura estadística de científico social. Los mamawebos son mamawebos porque son unos bichos que llaman a alguien y les hacen delivery. Esos de la primera ola de emigrantes que piraron a Costa Rica con los carajitos en pañales. Y los carajitos, ahora, son todos estudiantes de la AVY League y se meten pepas y químicos. Los pobres, que no éramos nosotros, aunque nos vendíamos como pobres, andábamos pelando bolas en la vida. Cero delivery. El Bart no estaba vendiendo inciensos ese día. En nuestra cabeza de Automac cualquier artesano que vendiera zarcillos nos iba a vender, conseguir, o contactar con alguien que tal. Esta es la clase de cosas que dicen las películas de niños bobos. Nosotros éramos niños bobos. Teníamos ganas de tirarnos en el piso y oír música. De hacer empanadas de caraota con queso. De lanzarse una salsita de ajo. De terminar comiendo nutella con piña, huevos fritos y lo que salga. Porque el monchis nos daba muy rudo. Teníamos ganas de pararnos frente al pesebre, prender las lucecitas y pensar que íbamos montados en una moto a mil en las entrañas de un cerro. Teníamos ganas de ser todo eso que tanto nos gustaba pero ni de vaina éramos o que nos habían quitado a punta de Disney y lecciones de manual de buenas costumbres. Nosotros no sentíamos admiración de las bandas gringas, del tecno alemán, del garage británico. Hijos bastardos de una clase forjada en petrodólares y bonos depositados en cualquier lado que no fuera Venezuela. Hijos de maestros que se tripeaban comprar hasta el playstation con un crédito pajuo del IPASME. Hijos de profesionales con los valores liberales bien fundaditos en el ahorro y la propiedad. Una de Dejavu y Gregory Palencia. Un Diomedes. Un Aventura. Un Eddie Santiago. Un disquito de Súper Tamarindo Records de El Vigía. Unas ganas de volver al barrio como nuestros padres y nuestros abuelos. Sabíamos que el país es un gran barrio, una aldea bien grandota, con mucho rial, con montones de rial, con millones de rial, con fuentes escupiéndole moneditas a la gente para cumplirle los deseos. Entre tanta cumbia del Sur del Lago que se exporta por toda América y con nuestras ganas de alucinar en la sala del apartamento, los tropicalistas brasileños eran unos nenes. Trópico el de Cabimas Zamuro. Trópico el de Macuto con Óscar D´León zampándose un solo con el bajo y los ojitos chiquiticos, lejos, bien lejos. Trópico el de Guasipati tomorrow night. Trópico el de la changa tuki. Trópico el de tener un presidente que canta como los sacerdotes en las misas. Y el grupo Madera cantando en la Bolívar de Caracas Uh Ah Chávez no se va. Trópico Absoluto el de Maroa. A nosotros no nos podían venir con vainas. Estábamos tripeándonos una que ni por el coño nos la iban a cortar. Habíamos descubierto el milagro. Habíamos tocado el manto sagrado. Estábamos en el centro de la epifanía más coñoemadre. Ese era el mundo. No era otra cosa más que nosotros mismos. Íbamos con esa en la cabeza cuando nos paramos Rosemi, la Rancha, Jhonja, la Malpe y yo frente al artesano. Mientras las muchachas preguntaban por el precio de unos zarcillos yo miraba las pipitas. <¿A cuánto la pipa? Coño tabien bonita. ¿Pana y lo de adentro no lo consigues?> El artesano pegó un grito que se escuchó hasta el comando de policía ciclista del otro lado de la calle: <Armando que los carajitos aquí tan buscando ganya>. Hacemos la vaca. Le damos los reales. El tipo se pierde. Pasen en media hora. Romance. Maripositas en el estómago. Pensar las canciones. Las galletas de canela tan ready pal perreo. La ansiedad. Rancha que alardea que nadie arma un porro como ella. La Malpe afina sus cualidades de lectora de nota. El sobrenombre de Malpe se lo ganó esa noche porque le dio una pálida que amenazaba con cagarnos la vaina a todos. Media hora después. Llega el Armando. Tenía unos lentes inmensos que ni Gilberto Correa llevando sol en la piscina del Macuto Sheraton. Hablaba como a tres mil por segundo. <Pana listo todo? Pasa un libro y te la meto, diez bolos por la comisión de bajar palbario a cuadrarte>. Saco el librito rojo de cinco bolos de Monte Ávila “El chino Valera Mora – Antología Poética” y le mete un pedazo de papel aluminio. Para que coma el santo. Jhonja pilla la movida. Él conoce más de esto. Piensa que nos vendieron unas piedras. Ansiedad. Nadie sabe dónde meter el libro. Somos demasiado conejos. De repente todo el mundo nos está viendo, saben que en “nombres propios” de Víctor Valera Mora viaja nuestro viaje. Bajamos a la parada de autobuses. Sentimos un sustico dulce. Nos comemos las ganas. Nos preñamos de nuestras alucinaciones por venir. Oímos la gracia. El tormento. La gente vuelve del trabajo. Se monta en el bus el pana que pide real para operarse el brazo desde hace cinco años. No estoy seguro si sigue pidiendo real para lo del brazo o le está trabajando a la línea. Rosemi habla de la malahierba, Rancha se ríe. La Malpe me mira con ojos de amor le digo cositas. Miedo. Sabrosura. El chofer se pone unas del Binomio de Oro. Rafael Orozco. Nos miramos a los ojos. Israel Romero hace que el acordeón sea un susurro. Es como si uno fuese seducido por la vocecita de un calienta oreja. <Te quiero mi vida>. Todos estamos en nuestros veintes más cerca de los veinticinco que de los veinte. Rancha y Rosemi se agarran las manos. Y yo no sé por qué será, ay amor si tú te vas. JhonJa se lanza un <ayhombe>. El viaje en el bus es corto. Cinco semáforos, 1780 metros según el garmin. Nos boleteamos descaradamente. Vamos cantando vallenatos un martes en un bus atestado de gente. Tenemos suerte. La niña que llevo dentro sonríe, le susurra al oído a la Rancha: <marica cuadramos>. Se ríe. Jhonja vuelve desde donde se pliega el agua, nos mira, le dice al mundo como leyendo un poema que cae: <tas claro en lo claro>. Sentados en la mesa redonda de la sala. Cambio el mantel. Quito los floreros y las mariqueras aspirante a burguesas de mal gusto que mi mamá tiene en la sala. Ceniceros de cristal. Suvenires con nombres de ciudades. Una vasija con monedas de todo el mundo para la prosperidad. Y cuanta pendejada se haya inventado para decir que no somos pobres. Que hemos viajado. Que nos limpiamos el barro de los zapatos. La rancha saca un billete de los viejos. Estaba nuevecito. Le decía el armador. Es un billete de 20 bolívares de esos que valían como 10 dólares cuando los imprimieron. Conmemoración del no séquégüebonada de la batalla de El Lago Maracaibo. El único retrato del General Urdaneta público que se conozca. Saca el papel aluminio del libro. Lo abre. <Está mierda no es monte>. Lo huele. Lo esmoña. Jhonja vuelve de las rendijas de la puerta y pone cara de nos jodieron. Pero hay que darle. Malpe valiente suelta: <arma esa vaina y ya que el que se quedó pegao se quedó pegao>. Nos inspiramos. Rosemi anda de Dj se lanza una de los Beatles. <Quita esa mierda gringa> le digo. La rancha le toma una foto al porrito. Bello. Parece un tabaquito de esos que se fumaba Fernando Ortiz mientras escribía el Contrapunteo. Prendemos un incienso de coco. Nos buscamos fósforos de la india. Encendemos el porrito. La Malpe le da el primer jalón. Se inspira. Cierra los ojos. Primera vuelta. Se apaga. Here comes the sun. <Mierda qué arrechos son los Beatles>. Había entendido de qué iba el peo. JhonJa dice <vamos>. Rancha anda indispuesta. Rosemi tripea la música. La Malpe se para frente a nosotros que estábamos alrededor del reproductor como oyendo el misterio de lo sagrado. <Les voy a leer la nota>. Maraco tienes la extranjera. Señala a la Rancha que está en el momento de irritabilidad y quiero matarlos a todos marditos. Le dice en trujillano de Valera <mirá vos a mi no me señaláis, me bajáis el deito de verga>. La Malpe dice <tienes la malpegada>. La lengua qué cosa tan mala, qué mala es. <Pon a Palmeri que lo mío es salsa y control> dice Jhonja que camina por las montañas del sur. Rosemi ante el impacto salsero dice <Rizoma>. La Malpe: <tienes la filosófica marica, qué depinga>. La Rancha se levanta arrecha y grita por la ventana <esa ganya ta piche coño>. Boleteo en el 3-3 de frente y contundente paquelos vecinos sean serios y se organicen. Nos la vendieron fue aliñada. Nos pegó con todo. Puro coñazo. Estábamos como si el Inca Valero nos hubiese dado una mano en el pecho. Sentía que me estaba yendo burda de lejos. Miré a mi alrededor. Traté de coordinar pensamientos. Contar hasta diez. Hasta veinte. Perdí la cuenta. Moví mi brazo, apunté con un dedo al botoncito de play/pause. Los Beatles me estaban descerebrando <música de zombies esta mierda. Así de fácil nos comen el cerebro. Así nos quieren, dóciles, apendejados, fue así como se cogieron a todo el mundo en los sesenta. Esta mierda fue un plan magistral de un circuito imperialista, neocolonial justo antes de que liberaran a las colonias. Ese fue el plan nuevo del imperio. Mierda vi a dios, vi la verdad, le toqué la chiva al señor en las alturas. Igualito que cuando los niños se escapaban a tremendear escondidos del padre y se metieron a jugar el escondite en el desierto y el menorcito se le metió en la barriga a una chamita y cuando el otro volvió aquel papá le dijo <viejo que Chuito se quedó allá abajo> y el quemásmea se puso en una de aquellas y dijo ahora que vea cómo coño se regresa y bórralo>. Sentí un coñazo, un aire que me entraba en la oreja. Era la Malpe soplándome adentro me decía <marico vuelve>. Rosemi, Jhonja y Rancha coreaban <ricobeibi>. Era la palabra clave para salir de los pegues, de los malpegues, de los intentos de pegues mal coordinados. Se prendió el porrito y se rodó. Rancha tomó control de la situación. Puso el unplugged de Soda. Se convirtió en nuestra guía espiritual. Cerrar los ojos. Tirados en el piso frío de la sala moviendo las piernas como si pedaleáramos el fantasma de una bicicleta. La rancha empezó a hablar de la pureza de las cosas, la intranscendencia de las almas, la relevancia del arte digital y la guerra económica. Rancha abre los brazos, se quita la franela abre las cortinas del ventanal inmenso que muestra a los carros. La vemos desde el suelo chupándonos los labios. no-co-or-dina-ción. Hace un aspa con la franela y suelta esta joya que nos perforó el alma. <¿Quién tiene hambre?> Los sostenes de la rancha eran verde manzana tirando a eléctrico. Rosemi los veía deslumbrada. Nadie le veía las tetas, esos sostenes eran la gloria. Jhonja se levantó, dio tres brinquitos hasta donde estaban los sostenes verdes, puso sus manos en la baranda del ventanal. <Mierda va a saltar. Mierda va a saltar. Marica va a saltar>. Hay momentos en los que uno desarrolla la telepatía comunitaria. Estábamos ahí. Pensaba en los lentes inmensos del Armando. Jhonja empieza a dar brincos y dice <vamos> y corea <va a a m o ssss>. Era como ver a los Saltamontes en el Soto Rosa mientras Estudiantes mete 4 goles en un partido de ida de la Libertadores. El pana estaba allá en el corazón de Campo de oro. La Rancha se pone la franela lo intenta tocar. Siento que me llaman. Me paro al lado de Jhonja, paso mi brazo encima de sus hombros, somos dos, somos legión, somos miles. Brincamos y gritamos <Vaaaaamosss>. Me mira con los ojos de un iluminado en el mediodía. A mí me suena Lis en la cabeza cantando “A dormir junticos”. Rosemi aprovecha y cambia la música. Grita: <el indio Pastor López está llegando>. Óyeme Diosito santo tú que de aritmética nada sabías. <Mierda. Vamos>. Jhonja apunta a la montaña que está en frente y dice: <¿ves allá, sí ves? bueno pon tus ojos ahí en la lucecita de esa casa donde debe vivir la gente más bella de esta ciudad. al lado de esa lucecita hay una gallina y está dormida. algunas gallinas ponen los huevos dormidas cuando ponen dormidas no los cagan. son los huevos más ricos del universo. las gallinas no ponen, paren diminutas constelaciones. ¿lo ves? Vamos, vamossss, vamoj. oye sus pasos sonar crak crak crak y la gallina moviendo las alas y agitando sus plumas. el bombillito alumbrándoles el frente metiéndose en nuestros ojos que le tocan el encendedor. se despertarían hablando de santos y muertos benditos rezando padres nuestros y dios te salve. somos los espantos del paramo los aparecidos después de la medianoche los nomeolvides de las capillas haciendo cruces de sal y papelón>. Y yo me digo <este es un santo. Está más allá del bien y del mal>. Lo supe quería brincar. Le hice señas a la rancha y le clavó una lata. Le metió la lengua hasta en la nariz. Los japoneses tienen de moda lamerse los ojos. Coño qué rico. La Malpe estaba tirada en el piso. Parecía una huelepega recién violada. No valía verga. Lloraba y decía cosas como <anougyiagsdr lanoiugysdfñok yoaviyagdal>. Sudaba frío. Tenía el pulso ido. Una morena bella, una hija de Ochún, una mujer que era más bella que un árbol de mango en mayo, estaba como una hoja de papel bond. La nota se me pasó de wan. Que si que no la deje sola. Que si que no me vaya con ninguna perra. Que si la vida. Que si el destino. Que si el amanecer encima del Roraima. Que si no me dejes. Mierda. Rosemi anda cagada de la risa. Piensa en la autorreflexión, en la retrospección, en las líneas de fuga, dice: <esta pana es una malpegada. Anda a dormirla>. Entro al cuarto con la Malpe. <Moreno sabes, cuando estaba chiquita me gustaba jugar sola. Vivíamos en la casa de mi abuela. Me paraba frente al espejo y jugaba a que estaba en una peluquería porque era el lugar donde más mujeres había siempre. Me gustaba ser la peluquera, con mi secador invisible, me veía en el espejo enrularme el pelo. La que mis manos tocaban era la clienta, la del espejo, la peluquera. Hacía las tareas apenas llegaba del colegio. Era medio gordita y me decían la consentida de toda la familia. Sacaba veinte en todas las materias. Papá estudiaba derecho si se graduaba dejaba de ser fiscal de alcabala y lo metían en una oficina. Coño estábamos abajo sabes. Yo me decía miramamor ponme el tinte tal, quiero tal color en las uñas, que si mi hijo se me gradúa este fin de semana de ingeniero. El espejo hacía lo que le mandaran cualquier vaina, lo que fuera. Yo lo que quería era ser mujer y no sabía cuál era más mujer si la que se peinaba o la que peinaba o a la que peinaban. Me veía tanto en el espejo que no me quise ver más. Cuando eso ya el viejo estaba en Caracas y vivíamos en Valle Arriba cerquita de la embajada gringa. No sé cómo andábamos de hijos del viceministro. Y un coñazo de gente esperando porque la firma de mi papá se pusiera en un cheque reparte casas. Ni siquiera tenía que salir en la televisión. No había que ponerse franelas rojas. Éramos los guaros de Lara y no sabíamos de básquet. Entonces flaco tú vienes y lo miras a una y una se siente como si está frente al espejo. Y la mano que me toca no es la de la peluquera es mi propia mano en el calor de la tuya>. Empezó a llorar. Se quedó dormida llorando. Eso debe ser lo más jodido que puede pasar. Yo nunca me he quedado dormido llorando. Salí del cuarto. El pasillo que llevaba a la sala tenía humo en el techo. A alguien se le había olvidado apagar el porro. Todo el apartamento era una cápsula de fumada. Entré al baño. Tenía los ojos como si se me hubiesen rayado las retinas. Pensé que ni en una semana se me iba lo rojo. Tarareé la de los ojitos chinos del Gran Combo. La Rancha y Rosemi estaban sentadas en el sofá de la sala. Se miraban como si se tuvieran queso. Rosemi le pasaba la mano por la espalda a la Rancha y decía <que bellas tus alas yo quiero unas así>. Mientras que la Rancha le veía las palmas de las manos a Rosemi. <¿Te arde? Marica qué arrecho. Qué bella. Quiero ser tú. Somos los ángeles del apocalipsis vamos a volar sobre las casas de la gente y los vamos a ver mientras están dormidos y los oiremos cuando roncan y se sacan los mocos cuando leen libros o se limpian el culo cuando se levantan de la poceta y nos metemos en la papelera de una tipa que se acaba de cambiar el modes entonces nos ponemos a quemar todaesamierda porque no qué ladilla cuando me viene la regla me pongo sentimental y me da miedo que me soplen la cuca mientras me la chupan quiero brauni pero ya va dame fuego en la boca en las manos donde tú quieras cosita que aquí haypatodos y a mí me gusta es que me den como le da agua la lluvia al mundo o como cuando una se emborracha por primera vez en la playa y siente que las tetas son parte del mar porque crecen como las olas y ay marica me ahogo yo no sé nadar rico beibi rico pura palmera con frío en las ramas porque están muy altas y allá arriba sopla más fuerte y por eso es que se les mete el agüita a los cocos y estánrica y dulce como tú cuando sonríes porque estás pensando en lo que mismo que yo>. No paraba, estaba en automático por el fuego en las manos de Rosemi. Jhonja me mira me dice <ponte a sonar algo>. Y me busco una del rapero más famoso de mi pueblo. Pedro Elías el que llaman Akapellah. Esto es un solo pegue. La eternidad del tiempo. Nos ponemos a ver el anuncio del McDonal´s del otro lado de la avenida. Esta ciudad es hermosa cuando baja la neblina. Nos montamos en un beat muy serio. Le dije <vamos a meditar a ver si nos sale fuego por las manos>. El objetivo era sostener la mirada en el segundero de un reloj por un minuto. Jhonja se levantó y puso un solo de piano. Alguien tocaba “de Conde a Principal”. Aldemaro Romero en un episodio de Sábado Sensacional acosa burda de feo a una de las cantantes de su orquesta. La carajita como de veinte años se ve más que apenada mientras el gordito machote le insinúa en televisión nacional que la mamá no sabe en qué habitaciones del hotel se metía cuando estaban de gira en Mallorca. Éramos así, somos así, seremos así. Lo coñoemadres lo llevamos en la sangre. Esa ganya estaba puyada. Nos vendieron lo que se fuman los sicarios antes de salir a matar. Habían pasado diez segundos y sentía que quería salir a la calle y quemar las partituras de “de Conde a Principal” en la biblioteca de la Escuela de Música. De una esquina a otra lo que quedaba era la sede de El Universal. Veinte segundos. Jhonja recita un poema <hijos del plomo, que jamás serán suficientes>. Habla despacio. <yo golpearé toda pared que tape nuestro opaco horizonte>. Treinta segundos. Veo las palabras saliendo como en un desfile de la boca de Jhonja y se expanden por todo el apartamento. Cuarenta segundos. Y se pegan en las paredes y se abrazan a las notas del piano y ya no oigo más. Miro al doce. Espero. Las muchachas se están metiendo mano como si se rasguñaran. Parece que se quieren quitar la piel. Cincuenta. Jhonja concluye <vamos a nuestro origen jugando y caminemos antes que la muerte>. La Rancha se levantó. Le dijo al Jhonja que se quería ir. Ella era así. Cuando le picaba el culo le picaba en serio, tenía un peo en el coxis y esa era la escusa para correr siempre. La verdad es que cada vez que decía me voy, así de coñazo, es porque se quería coger al Jhonja. Yo no quería que se fueran. Uno siempre termina así. No quería que se me fuera la nota con la tristeza de quedarme solo en el apartamento cuidando a la Malpe. El Jhonja abrió la puerta. Rosemi se levantó del sofá de coñazo muerta de la risa diciendo que algún día despertaremos de este sueño. Algún día esta vaina hará crack. Como una galleta de soda.

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2 Comentarios a “Martes de galletas, por Pedro Varguillas”

  1. Luis Vidal dice:

    Tremendo relato, me lo tripié burda. Felicitaciones.

  2. Ana dice:

    Tremendo, tan bueno como siempre, eres un mundo de ilusiones, me trasladaste a las residencias los Samanes al 3-3. Vi mariposas
    Tremendo, bravo Makario!

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