Sobre el verbo pintar, de Sol Linares

18/ 04/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

a mi hermano Josué

casita de Rodri y AriEl niño vive en la casa que dibuja. Cabe en la hoja exactamente lo que tiene. Por esa ventana irregular, más grande que la puerta, es por donde el niño se asoma. Esa puerta, pequeña. Flanqueada ligeramente hacia un lado como si fuera a derribarse, es la puerta por donde entra la madre del niño que dibuja. Ese perro, con las patas achaparradas, como salidas de los costados, es el perro que el niño que dibuja, acaricia. Esa gallina, más grande que el perro, es la gallina que se come el maíz que el niño que dibuja, le arroja. Ese sol que sonríe a escasos centímetros del techo de la casa, es la esfera que entibia al niño que dibuja. Eso, que el pincel traza como si lo estuviera escupiendo, como si el mundo estuviera constreñido en los tubos del óleo, es lo que el niño que dibuja posee. El niño pinta de azul lo que conviene pintar de azul y ningún otro color podrá oponérsele. Se entiende entonces que la hoja blanca o la pared, no es una hoja, o una pared, sino un espacio para ajusticiar cualquier cosa de naturaleza ideal, y en adelante el cuadro colgado, por decir, no es un cuadro colgado, sino un mundo que no se derrama y que por fortuna tampoco cambia, y que un espejo no es un espejo, sino un agujero en el que nadie entra y del que nadie sale, y que un afiche no es un afiche, sino la sentencia de una gran admiración, y que una guirnalda no es una guirnalda, sino el símbolo de la ternura, y que un retrato no es un retrato, sino un hombre asustadizo, que los peluches no son peluches, sino un gesto amistoso que tarde o temprano debe devolverse, que un titulo no es un título, sino un beso al jinete, que un papagayo no es un papagayo, sino una mano larga, que la cabeza de un toro no es la cabeza de un toro, sino la hazaña de un cobarde, que un rifle no es un rifle, sino una ventaja contra el desarmado, que un delantal no es un delantal, sino una piel indolora y lavable, que un ula-ula no es un ula-ula, sino un círculo dentro de otro círculo, que la lámpara no es la lámpara sino el lugar insospechado del agua, que el almanaque no es el almanaque, sino sino una garza aplastada en el miedo, que la guitarra no es guitarra, sino una cueva sin zorros, que las medallas no son medallas sino aplausos, y así, toda una cantidad de sentidos que pueden sostenerse atornillados a un ramplú y luego ser expuestos por alguien que cree en lo que cuelga y en lo que exhibe.

Si concedemos a esta explicación una primera ventaja, es el niño el primero en dibujar las cosas cuando son intensamente lo que son, por lo que le basta una casa con tan sólo una puerta por donde se pueda entrar y salir, con una única calzada que conduzca a ella, un único cielo donde caben el sol y la luna, y sus padres, acuarelados, acreyonados, por lo general más grandes que la casa, caminan juntos sobre la caliza y nunca se separan.

Aunque esto último no sea cierto, y venga a ser, en resumen, el único error de la pintura.

Del libro: La circuncisa (Monte Ávila, 2012)

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