El diente roto, de Pedro Emilio Coll

06/ 04/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

PiedraA los doce años Juan Peña, combatiendo con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente, la sangre corrió lavándole el sucio de la cara y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.

Con la punta de la lengua Juan Peña tentaba sin cesar el diente roto, el cuerpo inmóvil, vaga la mirada —sin pensar. Así de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.

Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades de su hijo, y que habían agotado toda clase de castigos y reprimendas, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.

Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la obscuridad de la boca cerrada su lengua acariciaba el diente roto —sin pensar.

—El niño no está bien, Pablo, decía la madre al marido; hay que llamar al médico.

Llegó el médico grave y panzudo y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.

—Señora, terminó por decir el galeno después de un largo examen, la santidad de mi profesión me impone declarar á usted…

—¿Qué, señor Doctor de mi alma? interrumpió la sofocada mamá.

—Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible, continuó con voz misteriosa, es que estamos en presencia de un caso fenomenal; su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar: en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.

En la obscuridad de la boca Juan acariciaba su diente roto —sin pensar.

Parientes y amigos se hicieron eco de la profecía del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en la ciudad toda se citó el caso fenomenal del «niño prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más, quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison, etc.

Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía distraído por la tarea de su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto —sin pensar.

Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre sabio y «profundo», y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan.

En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la obscuridad de su boca tentaba el diente roto —sin pensar.

Pasaron meses y años y Juan Peña fue diputado, académico y ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplegía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.

Y doblaron las campanas y se decretó un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.

 

Aparecido por primera vez en El cojo Ilustrado (1898)

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2 Comentarios a “El diente roto, de Pedro Emilio Coll”

  1. el yeye dice:

    muy buen cuento

  2. Olide Márquez de LayaOlide dice:

    Es un cuento narrado en tercera persona, donde se rompe con la corriente criollista, sin embargo no esta desvinculado del costumbrismo porque refleja las costumbres las costumbres sociales de la época.
    Lenguaje sencillo, usando la prosa para expresar los conceptos.
    El relato va construyendo el tema del muchacho en un juego velado y lo oculto que mantiene la atención del lector en espera de algo extraño.
    El tema en sí, refiere una crítica e ironía a la sociedad que permite a seres poco inteligentes llegar a ocupar posiciones políticas.

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