El síndrome del pequeño poder, de Leila Macor

30/ 01/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, No ficción

Alojan en el alma a un tirano agazapado, que no sale a la luz porque ellos no tienen suficiente poder para darle rienda suelta. Conversan con uno, van al cine y compran pastelitos, como uno, sin saber que guardan por dentro a un pequeño dictador. Pero a veces podemos descubrir, asomándose, al sombrío personaje que esconden en su interior.

Por ejemplo vi esta escena: un empleado de bajo rango debía salir con un chofer pero se demoraba charlando con sus colegas. Cuando alguien le dijo: «Oye, baja de una vez que te está esperando el chofer hace media hora», este empleado respondió: «Que espere, es su trabajo».

Epa, aquí tenemos a un potencial tirano, me dije. El hombre sentía tanto placer de tener a alguien a su servicio que, para sacarle jugo al momento, hizo esperar al chofer con la excusa de mantener una charla con sus amigos.

Ciertas personas, como él, no tienen poder y menos mal, porque apenas gozan de una leve primacía sobre el otro se entusiasman como un mono ante un espejo. No son tiranos porque no tienen un imperio: son pichones de tiranos que sufren del síndrome del pequeño poder.

Lo padece, por ejemplo, el vigilante que dice «adónde se dirige» apenas nos ve husmear los números de los apartamentos en el intercomunicador del edificio. «Hjm», masculla, inquisidor, al escuchar la respuesta. Nos hace sentir culpables de alguna cosa y, finalmente, nos deja pasar con desconfianza a su territorio.

Los empleados públicos son los más expuestos a esta enfermedad. Disfrutan teniéndonos a su merced, sobre todo si están tras el vidrio fronterizo de una taquilla. Toman nuestro papel resoplando, como si hubiéramos interrumpido una labor decisiva para el futuro de la humanidad. Y cuando charlan entre ellos, estimando si el trámite que pedimos es viable o no, parecen pertenecer a una logia cuyo misterio jamás nos será revelado.

También actúan así algunos docentes, policías, secretarias, telefonistas, plomeros, cajeros, asambleístas; todos encantados con la idea de ejercer su limitada supremacía. Son inofensivos tiranuelos con un pequeño poder que, reducido a escala, utilizan con el mismo autoritarismo de un verdadero tirano, abusando de su posición y castigando cruelmente a quien no los tome en serio.

Y hace poco descubrí otra semejanza. Fui a una oficina pública a hacer un trámite. Cuando, tras muchas vueltas, al fin me senté delante del último escritorio, la empleada me dijo: «Falta el sello». Insistí, pero nada que hacer, era imposible «ingresar» mi documento sin el sello. Cuando me di cuenta de que debía repetir todo el proceso, se me llenaron los ojos de lágrimas. Entonces la mujer se compadeció:

–Bueee, por esta vez lo dejo pasar –y yo quise besarla.

Salí radiante, pero al cabo de un rato me quedé atónita. Cómo. ¿No se suponía que el fulano sello era crucial? ¿Qué clase de requisito es ese que depende de mi capacidad de conmover a una empleada? Al principio, la mujer iba a retrasar mi trámite por algo que calificaba de imprescindible, pero luego, por capricho suyo, ese sello tan necesario dejó de importar de un plumazo.

Entendí que los tiranuelos, igual que los tiranos, también hacen favores que parecen desmedidos, pero que en realidad no les cuestan nada, para sentirse magnánimos y ganar nuestra adoración. Entonces la que se conmovió fui yo, ante la humana belleza que se había revelado a mis ojos: cuando la mujer ingresó mi trámite sin el sello, yo había presenciado nada más y nada menos que la génesis del populismo.

Del libro: Nosotros los impostores (Ediciones PuntoCero)

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3 Comentarios a “El síndrome del pequeño poder, de Leila Macor”

  1. Me encantó el relato, refleja momentos que pasan diariamente (todos somos víctimas de ellos); y por increíble que parezca, toda persona quiere sentir ese poder, y demostrarlo; los panaderos, el chófer del autobús, la conserje, y también aquellos que tienen puestos «más importantes».

    Voy por este libro.

  2. Excelente relato y excelente esa caracterización de los tiranuelos consuetudinarios.

  3. Sin palabras, excelente crónica. Este tipo de trabajo de esmerada calidad es común en Leila Macor.

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