César ZUMETA


1863 - 1955

Ensayista, articulista, historiador, orador y periodista. Nació en Caracas y murió en París. Por su oposición al gobierno de Guzmán Blanco estuvo desterrado en Bogotá. Asimila la doctrina Liberal que será la ideología que profesará en sus escritos. Durante el gobierno de Crespo fue deterrado nuevamente, pero esta vez se residencia en Nueva York, donde se dedicó al periodismo. Fue director y redactor de varios periódicos y revistas, tanto del país como del extranjero. Ocupó diversos cargos públicos y diplomáticos.

BIBLIOGRAFÍA
  • Bolívar en San Pedro.
    Imp. de El Monitor, Caracas, 1883.
  • Rojas Paul y la historia.
    Tip. La Opinión Nacional, Caracas, 1891.
  • Primeras páginas.
    Tip. La Opinión Nacional, Caracas, 1892.
  • La Ley de cabestro.
    Unz & co, Nueva York, 1902.
  • El continente enfermo.
    s.e., Nueva York, 1899.
  • Escrituras y lecturas.
    Unz & co, Nueva York, 1899.
  • Discursos.
    Tip. Empresas El Cojo, Caracas, 1911.
  • Elogio del doctor Cristóbal Mendoza.
    Edit. Herrera Irigoyen, Caracas, 1913.
  • Cartas autógrafas de Jesús Semprún.
    s.e., París, 1923-24.
  • Notas críticas.
    Asociación de Escritores Venezolanos, Caracas, 1953.
  • Tiempos de América y de Europa.
    Presidencia de la República, Caracas, 1962.

«Dos rasgos característicos de su personalidad literaria, son, en la esencia, la orientación hacia el bién y hacia la verdad, [...] Ha desdeñado siempre las tendencias estéticas que buscan en la simple harmonía de las formas verbales el secreto del triunfo literario y no esconde su menosprecio y aun su aversión por los simples juegos melodiosos de vocablos y por las endebles marañas del afectado efectismo que un tiempo predominó en la literatura hispano-americana, moda obsoleta ya por fortuna, y cuyos últimos residuos vergonzantes se refugian en apartados rincones de las tierras de nuestra habla».

Nº 536, 15/04/1914.


SUMARIO
  • Autógrafo (1896, p. 73)
  • Epitalámicas (1896, p. 102)
  • Ante los restos de Páez (1896, p. 247)
  • Del Patriotismo (1896, p. 472)
  • Marginales (1896, p. 529, p. 779, p. 942)
  • Llueve (1896, p. 552)
  • De la mujer Venezolana (1897, p. 18)
  • Marginales (1897, p. 124)
  • Pérfida! (1897, p. 141)
  • Un «suelto» de crónica (1897, p. 177)
  • A un vencido (1897, p. 233)
  • Notas literarias (1897, p. 389)
  • Una conferencia de E. Brunetiere (1897, p. 427)
  • Crónicas atrasadas (1897, p. 492)
  • Entre poetas (1897, p. 530)
  • Desatinos (1897, p. 568)
  • Notas literarias (1897, p. 678)
  • Para un cuento (1897, p. 678)
  • Evangelina (1897, p. 869)
  • IDO! (crónicas Rápidas) (1897, p. 930)
  • Un voluntario (1898, p. 110)
  • Verba Magna (1898, p. 137)
  • El pescadorcito Urashima (1898, p. 392)
  • Notas literarias (1898, p. 446)
  • Marginales (1898, p. 643, 789)
  • La reconciliación (1899, p. 30)
  • Marginales (1900, p. 663)
  • La esclavitud moderna (1901, p. 361)
  • La correspondencia de Bolívar (1910, p. 646)
  • Rictus (1911, p. 4)
  • De la propiedad intelectual (1912, p. 91)
  • Bibliografía (1913, p. 682)
Sobre César Zumeta:

César Zumeta (Nota de la Dirección), 1896, p. 732.
En la Academia de la Lengua (Nota de la Dirección), 1914, p. 223.

Marginales

a mayor parte de los plagiarios al por menor, la muchedumbre menuda de avutardas, ignora generalmente la extensa é ilustre lista de sus antecesores. Circunscribiéndose al campo literario puede citarse desde Virgilio que se complacía en rebuscar «las perlas del estercolero de Ennio» hasta Shakespeare quien, para defenderse de los que le acusaban de ir á buscar su inspiración en la obra de más modestos dramaturgos, alegaba que él no hacía «sino sacar señoritas de la mala, para traerlas á la buena sociedad.» Moliére, que «tomaba un bién donde lo hallaba», Corneille, Dumás, que «conquistaba,» no son sino unos pocos de entre la flor y nata de los héroes del plagio. Recientemente dos grandes nombres han sido agregados á la lista á fin de mantener la gloriosa tradición. Lombroso, que se apropió una obrilla de Grafología, y Gabriel d`Annunzio que ha procedido á lo Dumás, sin miramiento alguno por los desposeídos.

    Gaston Deschamps ha inscrito un nombre más en el libro de oro de los palgiarios. El nuevo soldado de la gran falange se llama Emilio Zola.

    Dos cosas ó mejor tres sorprendían en Roma. Primera, la belleza incomparable de las descripciones, campo en que se revela sin posible rival la pluma del maestro: segunda, la enorme erudición, la suma de hondas y difíciles investigaciones requeridas para escribir una obra tan compleja; y, por último, lo fatigante de una lectura que invita á saltar páginas ó á dejar el libro de la mano.

    De esas observaciones la primera no tiene más clave ni respuesta sino la indisputable primacía de Zola como descriptor. Acaso únicamente en la literatura alemana puede hallársele parangón, en ciertas páginas admirables del Eckerhardt ó del Trompeter von Sàekingen, de Scheffel. Tolstoy, aunque es otro el género y el color, acaso lo iguala, pero jamás lo supera.

    La última, la sensación de cansancio que se experimenta leyendo la más reciente producción del gran novelista, sí es decisiva. La novela, cualquiera que sea el género á que pertenezca, desde la vieja de capa y espada, hasta la de más moderna y refinada psicología, debe cautivar é interesar al lector en grado tal que, cuando por cualquier causa se vea obligado á interrumpir la lectura, lo haga con pena y descontento. Si no satisface esa condición esencial casi puede asegurarse que la novela es mala. Y no se tache de empírico el método sumario que queda expuesto, porque en él se encierra el primero y más sano de los criterios de la crítica. Desde ese punto de vista Roma, como Lourdes, como la Débacle, no es propiamente una novela. Obra de imaginación sí es, porque carece de la rigurosa y sobria precisión histórica, y en ese caso hay que clasificarla en un género aparte, género híbrido que nada tiene de recomendable.

    La vida humana sorprendida en sus aspectos más interesantes y en sus individuos ó temperamentos típicos, esa es la novela. En Roma ese estudio es un accesorio convencional, arbitrariamente entremezclado á las fantasías filosófico-sociales del padre Froment, que es también una personalidad de convención.

    Destituido de su carácter de novela el libro viene á ser un informe indigesto enciclopédico, iluminado á trechos por grandes pinceladas descriptivas de suprema belleza.

    Era ante esa erudición pasmosa de Zola que me inclinaba absorto cuando vino á mis manos el artículo de M. Deschamps. No es que el creador de los Rougon-Marquart se haya preparado en largas vigilias consagradas al estudio de las múltiples y profundas cuestiones que es indispensable abordar á fin de tener autoridad, si no entera competencia para escribir una obra que se intitule Roma: no es que ocurrió á las fuentes y bebió en su oscuro caudal: es que sin preparación previa, sin más noción del asunto de la que buenamente adquiere un hombre de letras genial y parisiense se lanzó en la aventura, armado de unas cuantas notas de tres obras, buenas en sí, pero insuficientes para la ardua labor que emprendía. Resúmenes de resúmenes, informaciones no ya de primera, sino de asegunda y aún de tercera mano le sirvieron para hacerse de una rápida y fácil erudición. El Vaticano, los papas y la civilización por Georges Goyan: los Paseos Arqueológicos de G. Boissier y los Soberanos y hombres de la Iglesia y del Estado, por Ch. Benoist, hé ahí cuanto hojeó Zola para escribir su Roma. De la primera de esas obras salió cuanto se refiere á la historia del Papado y de la Iglesia; de la segunda cuanto se refiere á la vieja Roma monumental, de la tercera lo relativo á la persona de León XIII y á los usos actuales del Vaticano.

    Sólo tres muestras copiaré de las varias que cita M. Deschamps, muestras en las que el autor no sólo se limita al alto plagio de la idea y del método como en el resto de la obra, ó á transformar con el cincel de su maravilloso estilo la prosa sin pretenciones del historiador, sino que se apropia sencillamente de párrafos y sentencias de las obras consultadas.

    «San Pedro, con morir en Roma, fue el bienhechor supremo y algo como el segundo fundador de esa ciudad; y si los antiguos oráculos que presentían la eternidad del Capitolio no han sido desmentidos en la suceción de los tiempos, es á Pedro á quien los deben. Al elegir por capital de un mundo naciente la capital de un mundo expirante, Pedro dio un golpe de genio.» (M. Goyan).

    «Primero San Pedro, ignorante, inquieto, cayendo en Roma por , para realizar los antiguos oráculos que habían predicho la eternidad de Capitolio.» (Zola).

    «Eran los papas simples jefes de asociaciones funerarias.» (Goyan).

    «Eran los primeros papas, simples jefes de asociaciones funerarias.» (Zola).

    «La encíclica Inmortale Dei de 1883, sobre la constitución de los Estados, la encíclica Libertas de 1888, sobre la libertad humana, la encíclica Rerum Novarum sobre la condición de los obreros, desarrollan en todas sus partes la concepción cristiana de la sociedad...... La Iglesia reconoce en torno suyo la inmerecida miseria d los trabajadores.

    El obrero, á menudo, recibe un salario insuficiente ó soporta un número exagerado de horas de trabajo...... Todo hombre tiene derecho á vivir...... el contrato que le fue extorsionado en el instante en que tenía hambre es injusto.» (Goyan)

    «Inmortale Dei sobre la constitución de los Estados; Libertas, sobre la libertad humana; Sapientiae, sobre los deberes de los ciudadanos cristianos; Rerum Novarum sobre la condición de los obreros...... El papa reconoce en ellas la inmerecida miseria de los trabajadores, las horas de labor harto largas y el salario harto reducido. Todo hombre tiene derecho á vivir y el contrato extorcionado por el hambre es injusto.» (Zola).

*

    No podía ser de otro modo. La universalidad no le es dado sino á muy contados cerebros, á los Aristóteles, á los Voltaire, y algo de artificio y de maña debía haber en el fondo de la universalidad de Zola.

    No es sin embargo, el vano placer de denunciar á uno de los primeros escritores de la Francia contemporánea el que ha inducido á copiar esos párrafos acusadores: Zola aun cuando le fueren descubiertos otros pecados de esa laya no deja de ser el poderoso revolucionario de la novela moderna, y aun cuando escriba en lo sucesivo ponderosas é indigestas trilogías no pierde su carácter preeminente de autor de Pot Bouille y Nana. Pero sí es digno de ser investigado el móvil que lleva á tan privilegiado espíritu á indignas trapisonadas y á pequeños manejos de medianía indelicada. Shakespeare, Moliére, Voltaire, que tampoco está exento de pecado en esas cacerías furtivas, procedían á lo Virgilio: sacaban perlas de los estercoleros y las daban nuevo, inacabable brillo juntándolas al oro y á la pedrería de su propia riquísima hacienda. Copia de hechos y apreciaciones es pequeñez que no puede atribuírseles. Sus plagios son de asimilación y de audacia transformadora; dignos de censura, es verdad, pero disculpables.

    - Es que, dirá alguno, la ciencia no es cosa que cada quién invente á su sabor, y el que intenta exponerla sin ser versado en ella tiene por fuerza que someterse á copiar y glosar humildemente los textos.

    Y ¿qué mueve á un novelista á improvisar poderosas síntesis históricas de épocas é instituciones cuyos orígenes y desarrollo ignora?

    Qué? La insolente brutalidad del industrialismo. El noventa por ciento de las obras que hoy se escriben son destinadas no á la conquista de un puesto definitivo en la conciencia ó en el corazón de los hombres, sino al reclamo de los cronistas y á la bullanguera notoriedad de unos días de pregón. No es el entusiasmo de la inspiración y de la creación artísticas el que inflama al escritor y mueve su pluma, es un mezquino afán de éxito de librería al cual es imposible que resistan por largo tiempo las buenas letras, ni el buen gusto, ni la honradez intelectual. Algo de mecánico, de cuadriculado, de profesional afea casi toda la producción literaria contemporánea. El dístico de Lope es el lema de la gran mayoría de fabricantes de obras maestras á la orden de los editores.

    No para mañana se despilfarra sobre las tersas cuartillas la flor de esos ingenuos; no va en cada línea un latido del corazón, un ímpetu del alma; no para delectación de pósteros, ni por extraña angustia genésica se va a las puntas de la pluma lo que golpeando el cerebro pide forma y quiere nacer: Es para el mercado que se prepara la baratija y se viola, se degrada y corrompe la casta musa de otros días.

    Un día no más ha de vivir el libro en manos del turista en el sillón de un tren ó en la cubierta de un vapor; un día no más en manos de la dama ociosa é indiferente. La novela ha venido á ser algo como un periódico en formato especial, periódico que se lee y se tira; pasto de desocupados. ¿Por qué no darles resúmenes de enciclopedia?

    Pero en esa forma el plagio se impone á los llamados á saciar tan voraces apetitos, y la novela, caída en lo vulgar está condenada á morir de su propia fecundidad. Los verdaderos lectores, los espíritus afinados la abandonarán á la turba hambrienta, y el arte, que es eterno, buscará más puros moldes y se revelará á sus fieles bajo nuevas formas.

    En Roma no está.

César ZUMETA