Modiano y la estrella ambigua, por Geyser López

21/ 10/ 2014 | Categorías: Lo más reciente, Reseñas

 

la place de letoileLos franceses no aprenden de memoria sino par coeur. De allí que hayan heredado de la Grecia de Sócrates el hecho (la expresión) de atribuir al corazón uno de los mayores ejercicios de nuestra humanidad: recordar. Como gesto narrativo, esta precisión sirve para señalar aquello, que en la vasta singladura de Patrick Modiano, devendrá su gran intermitente: la memoria. Pero cuánto puede evocar un judío que jamás portó la estrella amarilla en el pecho sino en la cabeza, esto es, un judío nacido terminada la segunda guerra y que accedió al sufrimiento de Auschwitz, a través del testimonio de aquellos que realmente sí la sufrieron. La hornacina que dejó los vacíos de identidad en la Francia judía terminada la ocupación, Modiano la llenará, a modo de entenderse, escribiendo unos textos que perdió  (Les Inrockuptibles, 2012) y que más tarde desembocaran en su primera novela, La Place de l’Etoile, escrita y galardonada a los 23 años, y dedicada a su hermano muerto de leucemia. Obra de envergadura, de hecho, y cuya luz servirá de faro al resto de sus libros.

La primera ambigüedad que encara la traducción al español se verifica en el título. ¿Lugar o Plaza? Anagrama, en su trilogía, decidió El Lugar de La Estrella, sin duda, como una poética más sugerente, aludiendo al sitio en el pecho que ocupaba la estrella de David en los judíos del periodo nazi. Sin embargo, La Plaza de la Estrella supone una mención difícil de ignorar para un francés, ya que hace referencia a la rotonda de doce vértices que circunda al Arco del Triunfo, ícono, que para Modiano, un hombre »impresionado por París», conforma un intrínseco en su biografía más vital.

La segunda ambigüedad coincide con la breve anécdota judía que abre el libro. De hecho, las pocas líneas de esa historia serán la clave para disipar la bruma con que Modiano encara el tema de la ocupación alemana en Francia. Oscuridad que el escritor traslada a su personaje principal hasta hacer de Raphael Schlemilovitch  —tuberculoso, traductor de poetas alejandrinos, lector de Kafka, Sartre, Trosky, venerador consumado de la raza aria y primer colaborador de la Propagandastaffe —  la convergencia de todas las contradicciones posibles: asquiento de sus orígenes, Raphael Schlemilovitch deseará también algún día ser el mejor escritor judío-francés del mundo, solo a la altura de Montaigne, Proust y Louis-Ferdinand Céline.

¿Lugar o Plaza? Todo depende de nuestra búsqueda, o de su interpretación: «En junio de 1942, un oficial alemán se acerca a un joven y le pregunta dónde se encuentra La Plaza de la Estrella. El joven señala el lado izquierdo de su pecho». Procede, a continuación, páginas de una identidad confusa, atmósfera recalcitrante y aún hedionda a pólvora cuya generación, hoy, reivindicada por el nobel francés, se obliga a no largar el testamento de aquel dolor a las calderas del olvido.

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