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Palabras sobre Contigo en la distancia, de Eduardo Liendo

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Es sabido que las rutas de circunvalación eran la forma más demorada de llegar a los destinos, porque estaban diseñadas para unir en un solo trayecto la mayor cantidad posible de puntos (experiencias) de la geografía de la ciudad.

Es sabido que cuando emprendemos un viaje nunca regresaremos al punto del que partimos. Que no nos bañamos dos veces en un mismo río ni presenciamos dos veces un mismo atardecer. Que ese cruce de ejes en el que espacio y tiempo se encuentran, se encarga de hacer infinita esa vida que, por puro capricho, no admite repeticiones.

Es sabido que eso que abarca lo tangible y lo posible, lo realizado y lo hipotético, lo temido y lo anhelado, se encarga de potenciar hasta el vértigo los escenarios en donde se encuentran dichos ejes. Y que los escenarios imaginados son tan reales como ilusorios los vividos.

Es sabido que uno de los grandes anhelos del hombre es el de saldar viejas deudas y curar tercas heridas. Que una de las atroces y a un mismo tiempo maravillosas condiciones de la vida es que la hacemos con cada episodio vivido, sin instrucciones de uso ni mapa de rutas, aprendiendo con cosas que dejaremos atrás. Que somos, por definición, errantes y eternos principiantes.

Es sabido que la memoria es bendición y condena. Y que, si no fuera por la portentosa imaginación estaríamos condenados a vivir para siempre con nuestras derrotas.

Es sabido que somos cada uno de nosotros pero también somos los que nos precedieron. Que somos hijos de cada idea, de cada error, de cada utopía, de cada sueño, de cada descubrimiento, de cada certeza y de cada prejuicio. Somos una parte de cada fragmento musical y de cada escena de película. Que somos principiantes, pero no inocentes.

Es sabido que algún dios compasivo permitió que de cuando en cuando el hombre atisbara los caminos, sintetizara los asombros, vislumbrara las respuestas, pero bajo la condición de que, para que no se envanezca de sus hallazgos, se borren las fórmulas una vez vistas.

Es sabido que la fascinación del hombre por consumir historias viene dada por la certeza, previsiblemente ilusoria, de que ellas nos preparan para la vida. Que el camino está diseñado para que haya momentos de malestar y confusión, y momentos de sosiego y paz. Que llegado el momento de la paz, la imaginación acuda en nuestro auxilio para que hasta la muerte imaginada sea un demorado y minucioso camino en el que podamos repetir con mejor acabado las ya vividas escenas de nuestras vidas.

Es sabido, por cierto, que Eduardo Liendo es una de las voces más sólidas de nuestra narrativa. Que ha construido su obra en torno a sus persistentes obsesiones, las que se pueden sintetizar en una pregunta: ¿Cuándo estoy aquí, quién está allá?

Lo que no es tan sabido, pero lo estoy anunciando ahora, es que esas fieles obsesiones que lo han acompañado y le han servido de fusta y combustible, encuentran en Contigo en la distancia, su más reciente novela, una hermosa resolución, al menos parcial, a bordo del Circunvalación número 13, en el que el pequeño Elmer nos lleva de la mano por las memorias parciales de una vida andada por caminos como la Isla de las Pasiones Literarias, el Mundo de los Sueños, la Calle de la Nostalgia, la Calle del Amor y la temible Calle de Miedos y Peligros, repasando su vida a bordo de ese onírico autobús, enarbolando su furioso y apasionado estandarte: Doy por vivido todo lo soñado.

Es sabido, en fin, que el acierto de un autor es un acierto de la literatura y, por ende, un acierto de la humanidad. Celebremos, entonces, este acierto de nuestro Eduardo Liendo y de Planeta de Venezuela, llamado Contigo en la distancia.

 

Palabras sobre Contigo en la distancia (Seix Barral), de Eduardo Liendo, leídas en la FILUC 2014

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