Pasado en limpio: un recuento de causas y presencias, por Luis Enrique Belmonte
11/ 01/ 2013 | Categorías: ReseñasSeñales demoradas
Voy a comenzar con una anécdota que más bien es una fábula que más bien es una historia suelta. Dicen que en alguna ciudad de este malogrado planeta encontraron sobre la mesa de un Burger King una servilleta escrita por un hombre en tránsito, un hombre anónimo que acaso se alimentaba sin ganas. En la servilleta se esbozaba una bitácora mínima de su vida. Daba cuenta de que estuvo por ahí, sentado en una silla, comiéndose una hamburguesa con los codos apoyados sobre una mesa descolorida. Ese hombre andaba buscando señales, señales de no se sabe precisamente qué o de dónde, probablemente algo que lo ayudara a seguir respirando en medio de aquella atmósfera anodina. Y el hombre encontró una señal: la sonrisa de la cajera y unas palabras escritas en el ticket de compra que le decían “Have a Nice Day” . El hombre anotó el hallazgo en la servilleta y la dejó sobre la mesa y se fue con el sol cuando muere la tarde. Alguien, después, otro transeúnte aburrido o melancólico que igualmente buscaba señales en medio del caos, recogió la servilleta y le gustó y la publicó en un portal de Internet. Y el poema fue leído por otro que andaba buscando señales y por otros más y otros más. El poema apuntaba una historia mínima, uno de esos acontecimientos cotidianos que nadie quiere recordar. Se trata de “Poema para ser leído en un Burger King” y más tarde se supo que quien había dejado la señal era un poeta venezolano llamado Arturo Gutiérrez Plaza.
Y es que la poesía de Arturo Gutiérrez Plaza parece impulsada por un afán de transmitir mensajes, mensajes que más que funcionar como algo que deba ser descifrado parecen más bien las huellas, los recados, las señales demoradas de alguien que pasa. Señales a su vez que apuntalan historias ínfimas, zonas ocultas de lo cotidiano que nos remiten a algo que está ausente o algo que sobra o que se queda ahí, en los resquicios del tiempo, en los calendarios que amarillean. Son historias de náufragos e historias para náufragos. Cartografías para ausentes en donde las cosas y los relatos aparentemente insignificantes tienen eso que Arturo Gutiérrez Plaza llama “una secreta complicidad”. Una complicidad que va configurando “La exigua trama/ de una frágil constelación”. Por esa frágil constelación van deambulando seres atónitos que parecen ausentes, o, más bien, seres que se hacen presentes a través de los rastros que va dejando su ausencia, su fuga hacia un lugar extraño y ajeno aunque presentido en los recovecos de la cotidianidad. Seres desprovistos de alas atrapados en un ascensor (Herederos de Sísifo), piedras que hablan en nombre de Dios, vecinos que se escuchan detrás de las paredes, un hombre que mira su cara en el espejo convexo de un televisor apagado, uno que espera una llamada detrás de un auricular, uno que tacha nombres de otros seres perdidos en una libreta telefónica, uno que se queda observando un zapato a la vera del camino, todos escuchando, serenos, “sin afán de comprender”, el silencio o la tristeza. Esta Cartografía registra una atmósfera en donde se dibuja (o se desdibuja) el hombre contemporáneo en el apogeo de su soledad. Recuerda atmósferas parecidas apuntadas en la poética de Raymond Carver o de Hooper:
El poema es un montón de piedras
López Pedraza, en su libro “Hermes y sus hijos”, rescata una de las etimologías más originarias de Hermes, el Dios del comercio. De tal forma que una de las primeras aproximaciones o “visiones” de Hermes es la de un “montón de piedras”. Montón de piedras que son colocadas a lo largo del camino para señalar el paso a los que vienen o para dejar testimonio de los que pasaron. En las montañas del páramo andino, y supongo que en otras montañas por donde transite el hombre, es frecuente encontrar estos montones de piedra que van trazando un recorrido y que te pueden ayudar a volver a encontrar el camino en medio de la niebla. Claro está, también te pueden extraviar, pues la lectura de esas señales en el camino dependerá de lo que esté buscando cada caminante. Es por eso que a Hermes, Dios de la comunicación y Dios mensajero, también se le puede considerar como “Señor de los caminos”.
Las señales demoradas que va registrando, anotando y sopesando Arturo Gutiérrez Plaza en las mesas de un Burger King, en los poemas reescritos como palimpsestos sobre las paredes del cemento público, en las señas que se dejan los inquilinos en los lavanderos, en la flor que coloca un desconocido sobre la tumba de una desconocida, o en las hojas que se van amontonando en el asfalto, son recados que señalan un camino, un paso de tránsfugas, de gente que viene o va, a la manera de una poética del caminante. Estas historias sueltas van construyendo la metáfora del “montón de piedras”, de esa “materia incierta que inexorable se consume para alumbrar”. Por eso en la poesía de Arturo Gutiérrez Plaza encontrarán referencias a las piedras, informándonos que, como nos dice en su excelente poemas “Las Piedras”, “De ellas se escribe siempre/ para hablar de otra cosa”.
Celebremos, como lo harían los caminantes cuando se juntan en torno a las piedras o al fuego, las señales demoradas, los recados que apuntan hacia zonas ajenas y cercanas, los extraños territorios en donde la palabra se balancea frágil, precisa, sosegada.
Sobre el libro: Pasado en limpio, de Arturo Gutiérrez Plaza (Bid & Co. Editor)
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