A diferencia de las mesas de retratos (y de otras memorias expuestas en los espacios comunes de la casa), los álbumes configuran la narrativa más honesta de la intimidad doméstica. En sus formas aparentemente estáticas, sus posiciones clandestinas dentro de los escaparates, su valor afectivo al margen de otros objetos, se teje el gran estremecimiento de las familias: conocerse.

Tal es el desafío que plantea Michelle Roche en su Álbum: adentrarse con ojos abiertos en la identidad cultural del país. Los retratados hablan desde sectores académicos, artísticos, profesionales, incluso gubernamentales, de lado y lado de las tendencias políticas del país. Nombres como Elías Pino Iturrieta, Ana Teresa Torres, Román Chalbaud, Axel Capriles, dejan claro algunas cosas que intuíamos y otras tantas que ignoramos por el bien del arraigo. No importan los lazos y las coincidencias de la sangre: las familias son también mentalidades.

En las quince conversaciones que componen este libro se abordan los grandes temas que nos configuran: la devoción laica hacia Bolívar, el igualitarismo como ideología y la consecuente desvalorización de los logros individuales y colectivos, la relación identidad-petróleo y el falso relato de la abundancia, la sed por la “grandeza perdida” y la obsesión por los héroes, entre otros muchos asuntos a los cuales nos enfrentamos desde el ser y el pensar venezolanos, que no son banderas, que no son camisas, sino marcas que dan cuenta del país que somos: ese que en la misma medida nos define y nos condiciona, nos proyecta y nos interpela.

Álbum de familia supera –o al menos distrae– el conflicto natural del sesgo. Acompañada de un coraje propio, bien apartado del avasallamiento, Michelle Roche hace de cada entrevista un juego limpio que no se entretiene con la persona y sus “accidentes”, sino con las ideas que cada individualidad viene, precisamente, a enriquecer. Las opiniones que, por ejemplo, comparten Luis Britto García y Carlos Noguera, Carmen Hernández e Iraida Vargas (el protagonismo del pueblo y la soberanía cultural como valores indiscutibles de la Revolución Bolivariana), o aquellas que aportan Gisela Kozak, con el problema de la infantilización del ciudadano ante el Estado, o Antonio López Ortega y la deuda social no superada como “dispositivo de inmovilización”, son aquí herramientas para contrastar y debatir, no para pontificar o instrumentalizar.

La que nos muestra Michelle Roche en su libro es una familia disímil, compleja y contradictoria como todas. Al igual que los verdaderos, este Álbum de familia habla por igual del pasado y de sus resonancias sobre el presente. Su triunfo no lo da el retrato aislado, sino la visión de conjunto. Ahí la historia y el porvenir comparten la ruta, a veces tan llena de joyas y pantanos.

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