Victoria De Stefano: En literatura «las significaciones están siempre por descubrirse»

22/ 01/ 2013 | Categorías: Entrevistas, Lo más reciente

por Héctor Torres

¿Qué impulsa a Victoria de Stefano a comenzar a escribir? ¿Qué experiencia marcó el inicio de su vocación como escritor?
Ninguna experiencia en particular marcó mi deseo de escribir. La vocación debió de estar en mí desde la adolescencia, probablemente desde la infancia, mirando retrospectivamente puedo reconocerme en cierta predisposición a la fantasía novelesca, a la magnificación de los acontecimientos grandes y pequeños. No creo que nadie decida un buen día ponerse a escribir. Simplemente se escribe, y la fascinación, el placer, el hormigueo en la mano que produce ese olvido del tiempo, esa entrega total a un tiempo sin tiempo, que es el tiempo de la escritura, es lo que nos impele a hacerlo hoy, mañana, pasado mañana, y vuelta a comenzar, una vez más desde el principio. La pasión de escribir se manifiesta casi siempre en la temprana juventud. Pero esa pasión va siempre acompañada por la gran pregunta que se hace todo el que quiere afirmarse en ella. ¿Estarán mis dones a la altura de las exigencias? Entonces tendrá que escribir algo que le haga pasar la prueba, algo que lo confirme. Y esa prueba, esa validación sólo podrá venir de él, de su propio juicio, de su propia convicción. Como sabemos, fue La condena, escrita en la larga noche del 22 de septiembre de 1912, la que persuadió a Kafka, después de muchas vacilaciones e incertidumbres, de la autoafirmación de su destino.

¿Su formación académica en la filosofía ha contribuido con su creación literaria? ¿En qué?
Sí, ciertamente. Pero si estudié filosofía fue porque tenía esa inclinación. Mi escogencia no fue hecha al azar e impensadamente. Por lo demás yo había comenzado a escribir y a leer a los filósofos desde antes de formalizar mis estudios de filosofía, por supuesto en pequeñas dosis y sin comprenderlos mucho.
La prosa, los razonamientos de los filósofos me deslumbraban. Kierkegaard, Schopenhauer, algunos diálogos de Platón, Pascal… Después con el tiempo descubrí que yo no tenía lo que se llama una verdadera cabeza filosófica, sólo un temperamento reflexivo, contemplativo. Precisamente, el primer esbozo de un relato que escribí a los diecinueve años tenía como personaje a Pascal contemplando el girar de los astros en el espacio infinito. Habrá que recordar que en esos años los filósofos desdoblados en escritores destacaban nítidamente en el horizonte: Sartre, Camus… El mismo Borges, al que, tal vez equivocadamente, leíamos como a un metafísico de las letras, era un gran lector de filósofos.

La reflexión que precede y que acompaña a la creación supone una forma de acceder al conocimiento de nosotros mismos ¿En qué se diferencia eso de la reflexión filosófica?
La creación supone una forma de acceder a nosotros mismos, pero más que a nosotros mismos al mundo, a los otros. Desde esta perspectiva no hay diferencia con la filosofía. Por otra parte, la creación —aunque la palabra esté bastante devaluada a causa de los «creativos» de la publicidad y por sus connotaciones románticas— es una forma de abstraernos de nosotros mismos, de establecer una distancia entre el Yo y el mundo. El mundo no comienza ni termina en nosotros y la creación, materializada, cristalizada, plasmada en el bosque denso de la literatura, es el lugar de las peculiaridades, de las distinciones, de la diversidad cultural, de la diversidad tanto de los procedimientos como de las individualidades.

«Historias de la marcha a pie» obtuvo el premio municipal de Literatura y resultó finalista del Premio de Novela Rómulo Gallegos ¿Considera que es su novela mejor lograda?
Considero que Historias de la marcha a pie fue mi novela más ambiciosa. Fue mi primera novela escrita después de mi jubilación y me dispuse a hacerlo ejerciendo a conciencia la disciplina, aunque pueda parecer una paradoja, de la recién adquirida libertad. Fue escrita, pues, bajo el impacto gozoso del jubileo. Además por primera vez usaba el computador. Las posibilidades que ofrecía me parecieron inquietantes, maravillosas: el poder intervenir mi texto al infinito, el poder irlo pasando, rodando, deslizando, el poder explanarlo en la pantalla y tenerlo todo ante los ojos representó un verdadero descubrimiento.

¿Cómo ve la internacionalización de la literatura venezolana? ¿Está ocurriendo? ¿Estamos lejos de ello? ¿Hay síntomas esperanzadores?
Creo que lo primordial, antes que la internacionalización de nuestra o de cualquier otra literatura, es que nos leamos y releamos a nosotros mismos, que restablezcamos el mapa literario del país con respecto a sí mismo y a otros países, dentro y fuera del continente —la literatura de un país no va a morir en sus linderos y tampoco en sus litorales—, las líneas de la tradición, sus divergencias, sus extravíos, sus peculiaridades, sus obsesiones. Revisar, despejar, reconstruir este mapa le corresponde sobre todo a los estudiosos de la literatura y a la crítica especializada. Esta es una deuda, y un sano principio de la división del trabajo, pendiente con los escritores y lectores, que solo en los últimos años ha comenzado a ser saldada. La proliferación de los postgrados, de los estudios superiores, los becarios en universidades extranjeras están dando sus frutos, y éste sí creo que es un signo de lo más esperanzador. La internacionalización en sí misma no es un sello de calidad ni una garantía de excelencia, aunque es necesario que los libros salgan de su confinamiento, es preciso ampliar su círculo de recepción. La promoción es importante, por último el libro es un producto de mercadeo y la dinámica de la cultura exige su difusión. Pero el que el reconocimiento nos tenga que venir de fuera para sentirnos afirmados en nuestro valer me parece de una tremenda candidez. Nadie es profeta en su propia patria, dice el proverbio. Pero ese proverbio justamente habla mal de la patria, de su ceguera, no del profeta.

¿A qué cree que se debe que sean usted y Ednodio Quintero los primeros autores venezolanos que despertaron el interés de la editorial española Candaya?
Los editores de Candaya, en uno de sus periplos por el continente, estuvieron en Mérida siguiendo las huellas de una reseña de Vila—Matas. Compraron libros de Ednodio, justamente citado por Vila—Matas en esa reseña, y quedaron cautivados. Se propusieron conocerlo y busca que te busca lo encontraron. De ese encuentro surgió el compromiso de publicar Mariana y los comanches, que tuvo una muy, pero muy buena acogida entre los lectores españoles. Después, en la última bienal Mariano Picón Salas, Ednodio me los presentó y los animó a que leyeran mis libros. Entonces se interesaron en Lluvia. Más tarde leyeron la poesía de Pepe Barroeta y no dudaron en hacer una edición impecable de su poesía completa. Olga Martínez y Paco Robles estuvieron desde un principio interesados en publicar escritores y poetas latinoamericanos y así lo han cumplido. Evio Romero, Teresa Martín Taffarel, Carlos Vitale, Diego Trellez, Ramón Tello, Ednodio Quintero, Pepe Barroeta, y yo misma. Ellos han comenzado a familiarizarse con la literatura venezolana, pasean por las librerías, compran libros, escuchan juicios, se forman sus propios juicios, y no es de extrañar que sigan publicándonos.

¿Cómo ve la presencia femenina en la literatura venezolana? ¿Está bien representada? ¿Tiene acaso importancia ese asunto del género del autor en la evolución de la literatura de un país?
El asunto del género del autor no creo que tenga mayor importancia en la evolución de la literatura. El que haya entre nosotros muchas mujeres que escriben, y sin duda las hay, no sólo en novela, cuentos, sino también en poesía, ensayo, en escrituras sin géneros (a los que ya deberíamos dejar de separarlos como si se tratara departamentos burocráticos con sus funciones y atribuciones perfectamente delimitadas), es algo que debe tomarse muy en cuenta y de lo que debemos felicitarnos. Eso habla del grado de desarrollo cultural de un país, es un síntoma y un reflejo de su modernidad. En los países atrasados, en los países patriarcales, no hay mujeres que escriban, o las hay sólo por excepción o por milagro, y para que ese milagro ocurra lo primero que deberán hacer las escritoras, y muchas veces también los escritores, es darse a la fuga, irse al exilio.

Siendo una autora de universos instrospectivos, ¿qué papel juega la política en el autor? ¿Puede prescindir de ella? ¿Se refleja ineludiblemente en la obra?
Si te refieres a la política menuda y cotidiana con su actualidad de un día, de unas horas, esa no juega ningún papel en mi literatura y procuro que tampoco la juegue en mi vida. Pero como todos, y cuando digo todos quiero decir absolutamente todos, somos seres plenamente históricos, la política, la historia, la sociedad, forman parte de nuestras determinaciones como individuos y como escritores. Ahora bien, los universos introspectivos no están reñidos con eso que llamas la política, con lo que están reñidos es con esas estructuras fuertemente entretejidas de significaciones y verdades preestablecidas. Pero en los libros de literatura (porque muchos libros no son de literatura, aunque puedan ser valiosos en otro sentido) las significaciones están siempre por descubrirse, no hay verdades ni afirmaciones transparentes, hay hipótesis, movimientos que van del texto al libro, del libro al lector y del lector de vuelta al libro. Son radicalmente abiertos, libres, y a su vez son entidades en el espacio y el tiempo, por eso las posibilidades de lectura por más que se trate siempre del mismo texto puedan variarse, renovarse, apostillarse con nuevos comentarios. Se puede leer El Quijote, solo por nombrar al padre y a la madre de todas las novelas, y seguir sus etapas en el prolongado y productivo viaje del devenir de los siglos.
Por otra parte, yo he escrito novelas desde el horizonte de la historia. Por ejemplo, ¿El desolvido, La noche llama a la noche, donde para más el gran asunto es la disyuntiva entre acción y contemplación, son novelas meramente introspectivas? ¿Y Las historias de la marcha a pie, será acaso una novela de espaldas a los avatares de la historia, una novela intimista, una novela ajena a las discordias del siglo, a estos tiempos de desamparo? ¿Y la asfixia, el recinto cerrado de Lluvia no tendrá que ver algo con nuestro confinamiento? La política siempre entra en la gran literatura, aunque nunca la encontremos de un modo declarativo. A propósito de las obras intimistas, quisiera citar a un artículo que acabó de leer de Armando Rojas Guardia donde justamente alude al «teatro aparentemente sólo intimista pero en realidad cargado de premoniciones históricas de Chejov».
En las más de tres mil páginas de En busca del tiempo perdido, con todo y su morosidad y sus remembranzas y su regodeo en la frase larga con sus múltiples y desbordantes interpolaciones y cláusulas relativas, convertido en historiador social, Proust dedica muchas, no tan solo a las peripecias de una sociedad decadente y de una época que está por ser enterrada, sino también a la controversia política generada por el caso Dreyfus y a las grandes y convulsas consecuencias de la gran guerra sin sacrificar ni un ápice de su estilo. Nadie podría decir de En busca del tiempo perdido que es una novela política, pero si no viéramos el lugar que ésta ocupa en ella, si no viéramos las duras críticas al mundo elegante del que participó, los colores sombríos que vertió sobre él, estaríamos perdiéndonos un plano sustancial del fresco a la luz del poder destructor y desmistificador del tiempo perdido y al fin recobrado.

¿Escribe Victoria de Stéfano a diario? ¿Sigue algún método?
Sí, a diario, siempre que esto me sea permitido. Y no se trata de ninguna penitencia, al contrario. No hay más método que la voluntad y el deseo de sentarse a escribir, superar las dificultades con mucha paciencia y de ser posible no dejarlas para el día siguiente.

¿Cómo sintió a la distancia de los años la relectura de su novela primogénita El desolvido, reeditada recientemente por Ramdon House Mondadori?
Creí que la lectura de ese libro iba a ser un tormento. Pero no lo fue, para nada. Es un libro diferente, y sin embargo, pienso, al menos eso sentí leyéndolo, que ahí estaban encapsulados todos los libros que escribí después. No sólo en sus tramas y en los tonos narrativos, sino también ciertos aspectos técnicos: la fragmentación del tiempo, el montaje, las tramas semiocultas, los hilos que desaparecen, algunos tics del lenguaje…

¿Por qué el cuento no tiene significativa presencia en su obra? ¿Es un asunto de temperamento o de simple gusto?
Sí, lo he abordado. Te citaría dos: «Arreglo de cuentas» y «El coleccionista», ambos publicados. Otros, como el de Pascal al que me referí al principio, los perdí y no lo lamento. Me parece que el cuento, con sus tensiones y sus pausas, tiene una clave, un secreto que se me escapa, que exige unas habilidades, de humor chirrirante, ironía, de golpear duro y con la mano izquierda en el momento preciso, de un sentido de la fatalidad del que carezco.

¿Cuáles serían a su juicio los cinco nombres representativos que permitan configurar la evolución de nuestra novelística?
Si preguntas por la evolución de nuestra narrativa nombraría a los de siempre sin suscitar la menor polémica. Manuel Díaz Rodríguez, Pocaterra, Rufino Blanco Fómbona, Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Guillermo Meneses, Enrique Bernardo Nuñez, Salvador Garmendia, y van siete, ocho, nueve, y podríamos seguir nombrando y enumerando… ¿Pero y qué tal si en la configuración de la novela venezolana jugaron un papel destacado Rulfo, Onetti, Cortazar… Borges, Guimaraes Rosa, Fuentes, y por qué no la gran seguidilla de los maestros rusos o los franceses del siglo XIX, Kafka, Joyce y por qué no el sempiterno y siempre admirado Faulkner… ¿Y la poesía no habrá también hecho su aporte con algo más que unos cuantos de esos granos de arena que llamamos versos? ¿Darío, Vallejo, Neruda, Gerbasi, quedaron por fuera y completamente al margen, no fueron leídos, pasaron de largo? ¿Los ensayos de Mariano Picón Salas o de Isaac Pardo, iban por un camino tan ajeno y apartado como para que pensemos que no ejercieron ningún influjo en sus contemporáneos narradores o poetas?
¿Alguien se ha preguntado, alguien ha explorado qué libros estaban en los estantes de la biblioteca de Rómulo Gallegos, de Meneses, de Teresa de la Parra, qué leían de preferencia? ¿Sólo a los autores de la biblioteca básica, se limitaban a leer a sus connacionales, a espiar lo que se escribía en el pupitre de al lado?
Las líneas, los sedimentos de la evolución de una formación literaria son más complejos que un simple catálogo de autores… Por otra parte, más interesante que los nombres de los autores son los textos, los libros… se leen libros antes que autores…
En fin, el espíritu sopla donde quiere… y el escritor toma su bien donde lo halla. Y aquí me surge una duda. ¿Dónde lo halla o dónde lo haya?

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2 Comentarios a “Victoria De Stefano: En literatura «las significaciones están siempre por descubrirse»”

  1. nelson ponce dice:

    magnifica entrevista,me encantó, con remate de lujo, parece que lo jallaron ,o los jai, con acento en la hache.

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