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Julio Miranda (1945-1998) fue un escritor cubano, de madre española y padre cubano. Trashumante desde los 16 años. Escritor desde los 14. Después de infinidad de avatares en la Miami de los cubanos (como él mismo la denominaba), en España, París y Bélgica llega a nuestro país. Va y viene, pero en el año 81 se radica de manera formal. Se va a Mérida y desde allí ejerce la profesión de incansable polígrafo. No es una metáfora literaria ni nada que se le parezca. Julio Miranda deja a su paso apresurado por la literatura una estela fulgurante de libros en géneros distintos. Se movió siempre con enorme facilidad en la poesía, el cuento, la novela, el ensayo literario y la crítica cinematográfica. Al parecer jamás tuvo prurito alguno al momento de practicar la escritura. Escribió a destajo y cosa curiosa vivió de su escritura a pesar de todo o como él lo expresó: “Lo que he escrito es demasiada crítica literaria, reseñas, pero eso no es una elección, yo he vivido y sigo viviendo de eso y aprovecho esta plataforma para pedir algún tipo de subsidio, financiamiento, beca o bolsa de trabajo.” Julio Miranda escribió de todo y todos, es decir, de muchos otros escritores, con una lucidez y una creatividad punzante o asombrosa. Más de 50 libros así lo certifican.
Tengo en mi biblioteca algunos libros de Julio. Me ha fascinado siempre el ensayista. Su libro “Proceso a la narrativa venezolana” (1975) es un repaso sin intereses sobre algunas obras literarias y acerca de un buen número de coñazos de la literatura nacional. Libro duro que fustiga sin remilgo a muchos supuestos valores de las letras en nuestro país. Julio Miranda los baja de su pedestal analizando su trabajo narrativo. Golpea sin contemplaciones. Sobre este texto, que causó mucho escozor a nuestro ambiente literario, ha dicho: “El libro es el saldo de un año y medio de lecturas, pero un saldo muy verde, muy prematuro. Realmente es el libro de un carajito que está muy escandalizado y muy excitado porque está metiéndose con fulano y mengano.”
Víctor Bravo lo definió como un escritor a la intemperie. Un poco como están todos aquellos escritores que buscan ejercer con honestidad la escritura. Por supuesto que Julio Miranda con sus puntos de vista (no del todo amoldados a los criterios de las roscas literarias de Caracas) y con su escritura incesante tendía a causar mucha suspicacia. Todos sus amigos de la bohemia literaria le preguntaban las razones de una producción tan prolífica. Julio sólo se encogía de hombros y respondía con una interrogante brusca y seca: “¿No será que los demás, como que publican muy poco?”.
Entre sus títulos de poesía podemos mencionar: “Mi voz de 20 años”, “El libro tonto”, “Maquillando el cadáver de la revolución”, “Rock urbano”, “Así cualquiera puede ser poeta”, “Parapoemas”. Como crítico cinematográfico tenemos los libros “El cine que nos ve”, “El cine documental en Mérida”, “Cine y poder en Venezuela”, “Palabras sobre imágenes”. De sus libros de cuentos tenemos títulos como “El guardián del museo”, “Casa de cuba”. Entre sus novelas destaca “Una ciudad con nombre de mujer”.
Julio Miranda asumió varios géneros quizá tratando de ser un escritor en su sentido amplio y total, un escritor con dedicación exclusiva. Él mismo dijo que la pasaba muy bien escribiendo y que jamás pudo comprender el temblor del creador ante la página en blanco. Además, tenía la certeza que había escrito algunos poemas de dudosa calidad. No obstante la escritura es un ejercicio de la razón y del alma que debe someterse a muchas reescrituras, a muchas escrituras nuevas. El escritor preocupado no descansa jamás a pesar del punto final. Julio Miranda era un escritor preocupado y aunque recibió algunos premios literarios de importancia seguía escribiendo con impertérrita profusión.
La escritura más que una certeza es una peregrinación hacia las dudas humanas de siempre. Escribir es hurgar el azar en todas sus combinaciones, es fluir constantemente. Se escribe mucho para encontrar la metáfora de la existencia y de la propia literatura. Se escribe demasiado para salir de las frases hechas que nos dejan en evidencia en el devenir cotidiano. Se escribe sin tregua para sacar al idioma de su letargo de academia y diccionario, para sacudirle un poco la polilla profesoral que lo carcome y lo vuelve polvo aburrido. Julio Miranda escribió sin medida para llegar al hueso intenso de las palabras.
Fotografía: Vasco Szinetar