Mariana y los comanches, por Milton Quero Arévalo
08/ 04/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, ReseñasCreo que la principal cualidad de un novelista ha de ser la seducción, o si lo prefieren el poder de seducción, ese que despliega la anécdota y que es capaz de mantener al lector atrapado en aquella urdimbre narrativa. Nunca antes un manuscrito venido del tiempo —treinta años atrás— pudo ejercer tal fascinación e intriga como este que descubre Edmundo Bracamonte y que nosotros lectores, leemos, claro esta de la mano de nuestro narrador protagonista. Todos los elementos están allí: una buena historia, una estupenda anécdota y un arranque fascinante, pero falta lo más importante, el como, me refiero desde luego, en como contar esta historia, esa que le permite a Juan Villoro hablar de la «plenitud del oficio» y es aquí donde nuestro autor despliega todo un dispositivo de creatividad y talento para ofrecernos en estas 223 páginas una historia inolvidable.
Se me antoja pensar que la sencillez no es producto de la inocencia, por el contrario, ella es tributaria de la experiencia, del recorrido, del fatigar el oficio y es esto lo que uno percibe en esta novela una sencillez que hechiza, que en su concepción trasciende lo preciso, para sumergirnos en lo intangible y en las profundidades de la psique humana. Este trabajo novelesco que se mueve con gracia entre la ficción y la realidad, entre lo real y lo difuso, nos inquieta desde el principio, pero al final los linderos que suelen separar la ficción de la realidad desaparecen ante nuestros ojos con una pericia de estilete, propia de un escritor que además de contar nos da una demostración de estilo y ¿porque no? una enseñanza sin pretensión, claro está, de algunas cualidades inmanentes al oficio, porque esta novela es también una reflexión sobre la escritura, sobre las urgencias del acto creativo, no en vano nuestro escritor se ocupó poco de la geografía ya que en ella lo determinante es el lenguaje, la geografía transcurre en la consciencia, en pocas palabras esta novela es un alegato al poder de las palabras.
Quizá uno de los aspectos más resaltantes de Mariana y los comanches sean las diferentes «lecturas» que la misma genera, esto ha hecho de la novela una difusión de pareceres que la enriquecen, no es una la Mariana, son muchas y múltiples como lo es la vida psíquica de los personajes y también los caminos de la ficción, en este sentido el escritor burla su misma frase: el infierno es el lugar de la repetición. Todo aquí es nuevo e inusitado, el modelo utilizado sirvió para esta novela, ya no se volverá a él. Hay una perspectiva totalizadora que a pesar de las «mudas» y los «cambios de vista» constante de la historia, el lector sigue, sin que estos cambios sean mecánicos o artificiales, ya que aquellos elementos con los que el narrador dispone su historia parecieran ser sacados de la conciencia del lector, de allí el poder que esta ejerce. El narrador, que es Ednodio, hace guiños al lector con el fin de demostrar su discurrir de conciencia y descubrir a la vez la novela en construcción, o utilizando una frase que tal vez hubiera dicho Mariana actriz, un distanciamiento brechtiano: entre las docenas de pretendientes que la acosaban como moscas en torno a un tarro de miel (quise ser delicado al utilizar esta imagen, pues en mi mente no veía ningún tarro de miel sino una vaca muerta pudriéndose al sol).
El escritor interviene produciendo un distanciamiento en el discurrir de la historia, al igual que Mariana, a quien solían gustarle las situaciones límites ya que las mismas le producían cierta excitación, Ednodio pareciera jugar con los límites de la escritura.
Sobre un triángulo amoroso va tejiendo Quintero el espacio de la ficción: en un viejo baúl consigue el escritor Edmundo Bracamonte, una novela escrita en su juventud, se sorprende desde luego como aquel manuscrito logro sobrevivir al fuego, pero ahora en la distancia y participe de una nueva poética decide llevarlo al fuego, comienza a leerlo pero una frase lo inquieta y lo detiene: aun con el agua al cuello, me refugiaba en el monótono fluir de cosas ajenas a mi naturaleza, materiales de máscara, artificios de ternura. Paralelamente a esto, en el plano real —y aquí comienza el dulce entramado entre ficción y realidad— recibe una llamada de una misteriosa mujer que curiosamente lo cita en un viejo café frecuentado en su juventud llamado El Comanche y observa con asombro que el manuscrito encontrado lleva por nombre Mariana y los comanches para descubrir más adelante que esta enigmática mujer se llama Mariana.
Lo que fluye después es una caligrafía formal de materiales psicológicos y sensuales y una tensión policíaca, donde no se le da tregua al lector, aquella fiesta imaginativa se va tensando poco a poco y a través de toda la historia va discurriendo el deseo, la pasión, los celos, el incesto, el humor y la ironía. Ya no hay caso resistir: mordidos por esta historia o encantados, nos metemos en los meandros de las vidas de Martín, Mariana y Edmundo, para ir descubriendo con sorpresa los avatares de una ficción que ya no podremos dejar sino una vez concluido el libro.
Algo perturbador y destructivo poseen estos personajes, especies de outsiders, viven en el límite tensando la cuerda. El impúdico Martín le espeta a Edmundo: siete meses en un reten de menores, del cual me escapé seduciendo a tres guardianes. El taller que conoces lo heredé de un pintor trinitario que decidió suicidarse, me apropié de su libreta de ahorros y del pasaporte para seguir cobrando la asignación familiar. En tanto que Mariana encarna lo siniestro que fascina, el deseo que puede llevar a la muerte. Desde polaridades se establece la cartografía de los hechos: el bar Comanche, tiempo cronológico del escritor y el bar Q lugar de la ficción, desde una isla errante y la ciudad del escritor, a veces se va del pasado al presente y viceversa, de la ficción a la realidad, desarrollo circular y continuidad de los planos expresan parte de la tesis del autor: pues a mis veinte años yo no veía ninguna diferencia entre el mundo y una novela romántica, el mundo era una novela en la cual los eventos se sucedían según los dictados de mi voluntad.
Pondera en el tejido ficcional el poder de controlar la historia y aún la vida de los personajes, por ello dice: esto se acaba, amigo mió. El último en salir, que apague la luz. Pero antes debo hacer unas cuantas escalas. Ya es hora, amigo mió, de matar a Martín. Sólo que la ficción se emancipa y Martín se le adelanta al narrador antes de que este pueda disponer de su vida, igual Mariana quien pareciera regresar de un pasado con el deseo de imponerse a una invención: tal vez Mariana permaneció durante treinta años sumergida en una tinta llena de lejía o guardada como un pollo dentro de un refrigerador. Mariana regresa para reclamar su independencia
Esta novela me ha dado un placer inmenso como lector, ese que ejerce la anécdota sobre la vida inconsciente y que una vez terminada su lectura, sigue operando en la imaginación. Hay algo mágico en ella, hay belleza y dolor, abismos y certezas, sutilezas en el trato con el idioma y severidad en la psique de los personajes y lo maravilloso es la convivencia de estos extremos, nadie que la lea puede salir indiferente, ya que esta historia es contentiva de lo inagotable e inasible, aquello que no puede ser capturado, aquello que no puede ser definido ¿cómo definir esta inquietante novela? Acaso con una frase de su autor, si en definitiva, ella es toda una pulsión.
He comprobado con asombro como en la novela las ficciones emanadas de la imaginación del autor se van cumpliendo en el ejercicio de lo real, igual sucede conmigo quien he venido desde un pasado que creía olvidado cuando en los lejanos tiempos de la Escuela de Arte de la Universidad Central de Venezuela leíamos con entusiasmo y admiración a principios de los años ochenta El agresor cotidiano en ediciones de Fundarte y en su colección «Cuadernos de difusión» he venido ha reclamarle al autor un autógrafo que me sabe a tiempo y memoria y que creo me pertenece.
Ahora comprendo que la mano de Miguel Ángel Campos cuando me extendió la novela para leerla no fue inocente, por el contrario, él conocedor como lo es de mi obra me estaba enseñando un camino, o tal vez una resolución para mi próximo proyecto, porque esta novela además de ser un artefacto de ficción, es una teoría de la novela, no en vano Ernesto Pérez Zúñiga apunta a Ednodio Quintero como: uno de los grandes escritores de Latinoamérica.
Sobre el libro: La novela Mariana y los comanches, de Ednodio Quintero (Candaya, 2004)
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