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“Estorninos negros”, de Natasha Rangel: ¿puede la imaginación destruir el mundo?

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Wilhem y Cordelia, dos niños que apenas están tomando conciencia de las tesituras de su ambiente, saben que algo malo ha pasado. No tiene pruebas, solo su instinto y algunas pocas pistas regadas por aquí y por allá. Eso, una serie de apariciones y que Wilhelm ha empezado a regurgitar pájaros que lo destrozan por dentro. ¿Qué significa la aparición incontenible de estas aves y cuánto tiempo tendrá el niño antes de que muera por las heridas y el agotamiento? La solución yace en descubrir qué ha ocurrido.

Narrada desde la visión del extrañamiento infantil, Estorninos Negros (Dos Pájaros, 2024), la primera novela de la escritora venezolana Natasha Rangel, presenta una historia que por momentos parece ser una persecución detectivesca, en otros una búsqueda del tesoro y en algunas otras ocasiones –de hecho, durante la mayor parte del tiempo– también un relato de terror onírico. Todo eso acompañado por una cuidada selección musical y por un manejo maestro del lenguaje que opera en favor de la construcción de una atmósfera enrarecida.

Esto ya es habitual en Rangel. La autora ha jugado en otras ocasiones con esta mezcla de géneros y con la degeneración de los mismos. En su relato “Jaula para zorros” (compilado en Feroces, 2023), la autora subvierte la clásica historia de romance, e incorpora elementos más propios del body horror, del ero-guro y del drama psicológico. Otro tanto ocurre con sus cuentos “Cabeza de cerdo” (aparecido en Cabezas en la ventana, ed. Elefanta, 2024) y “Las hermanas”, el cual recibió una mención honorífica en el Premio Domingo Santo de Pórtico (España), así como en Un animal impronunciable, libro a ser publicado en el 2025 por la editorial chilena Trazos de Aves.

En Estorninos negros, es la escogencia de los narradores lo que facilita esta subversión. Es este punto de vista crédulo, ingenuo pero curioso, lo que hace que esta sea una obra que se inscribe en una serie de ambigüedades tanto temáticas como formales. Esta tergiversación no es azarosa. Por el contrario: Rangel parece decirnos que el terror está en eso inclasificable, en esa brecha de indeterminación. Lo saben sus personajes. Y lo sabremos nosotros una vez nos adentremos en su narración.

 

El diablo está en las ambigüedades

Temáticamente, Estorninos negros se mueve entre los registros de la novela negra y del drama coming of age; entre la novela de fantasía juvenil y las obras de terror psicológico; entre la historia de aventura y la novela gótica. Formalmente, el texto es encarado como si fuese un cuento: es vertiginoso, acelerado, violento. Es una historia que rapta a su lector desde sus primeras páginas. Pero también se da el tiempo de ahondar en la particular psicología de sus personajes, de introducir tramas secundarias que enriquecen la obra, de presentar una seguidilla de personajes que arman un mismo cuadro. Introduce elementos que usualmente no forman parte de la cuentística: sugerencias musicales, fragmentos más parecidos a la poesía que a la narración, recurso al relato fragmentario… Hablamos, entonces, de ese género extraño de la nouvelle, la noveleta: el cuento largo, la novela corta o la novela que es tratada como un cuento.

Como las criaturas de esta ficción, esta es una obra que habita en las brechas literarias: no se decide por tomar un bando, los violenta. En fin, se trata de una pieza difícil de clasificar, cuyas lindes no son claras. Por ello, estamos ante una obra propositiva, retadora, que busca su propio camino.

Sin embargo, no busca ese camino en soledad. Con esta obra, Natasha Rangel toma su lugar en una larga genealogía integrada por escritores como José Urriola, Enza García, Fedosy Santaella, Oswaldo Trejo; contemporáneamente se rodea de algunas colegas cercanas, como Andrea Leal, Gabriela Vignati y Yoselin Goncalves, por solo citar algunas. En suma, Rangel se integra a ese grupo que Urriola ha identificado como el New Weird venezolano: una clasificación para esas obras que se revelan a las categorías, que tensan los límites. Para los integrantes de este grupo, el terror emerge de la intimidad, de lo cotidiano; la realidad se hace extraña, y el misterio se hace cotidiano. 

Rangel hace su parte en esta dirección; es una voz reciente que renueva una tradición.

En su caso, ¿qué unifica toda esa dispersión? Lo que da unicidad a Estorninos negros –pero también a una parte de su producción literaria general– es la indagación en torno a qué enlaza al mundo de lo onírico, de lo ficcional, de lo imaginario con el mundo real, y cómo el uno influye en el otro. Más explícitamente, a lo que se vuelca Rangel es a la exploración acerca de cómo la imaginación puede formar parte de nuestro mundo material, ya sea para componerlo o para demolerlo. 

Estorninos negros pregunta: ¿qué pasa cuando el crimen no deja rastros ostensibles y cuando lo que se roba no puede ser medido, sino solo sentido? A veces, los delitos reales requieren de soluciones imaginarias; en otras ocasiones, los delitos imaginarios precisan de soluciones reales.

 

El terror de la imaginación y la imaginería del terror

Pájaros, mariposas, arañas. Metáforas que encarnan alguna perversidad que arrebata el sueño. ¿Pueden estas metáforas hacer daño?

No es novedosa la discusión en torno al valor moral y edificante de la ficción. Al habitar mundos ficcionales, extraemos lecciones éticas, habitamos otras pieles que nos ayudan a encarnar imaginativamente realidades que desconoceríamos de otra forma: si no fuésemos residentes del mundo de la ficción. Más específicamente, la imaginación tiene un valor central dentro de nuestras vidas éticas. Imaginamos mundos mejores, concebimos ejercicios públicos y sopesamos ficcionalmente sus resultados; ponemos a prueba nuestras valoraciones en la imaginación. Nos formamos y nos constituimos en el acto de afirmar lo que no es como si lo fuera. Forjamos otros mundos para enriquecer el nuestro. 

La obra de Rangel, no obstante, apunta hacia la dirección opuesta. Así como es posible edificar nuestra vida mediante el uso de la imaginación, en Estorninos negros se sopesa la posibilidad destructiva de la imaginación. 

Expresada en una arquitectura onírica, la imaginación en la obra de Rangel se presenta como un espacio posible en donde también adquieren formas raptores, sombras, criaturas, visitantes, apariciones, cuyas manifestaciones están íntimamente vinculadas al daño. Es decir: aquí, la imaginación es empleada también para la inmoralidad. Asistimos a retaliaciones, a secuestros, a robos, a abusos, que, no obstante, tienen su especial característica en que no tienen lugar en nuestro mundo, pero que aún así nos dan cuenta de él. Si, como ha dicho Martha Nussbaum, obras clásicas como las de Dickens presentan el valor humano del imaginar; Rangel dice que la imaginación también tiene el poder de empobrecer, degradar y poco a poco desintegrar nuestra realidad.

Hablamos de aquellos que emplean la imaginación para vislumbrar los mejores escenarios egoístas, las mejores situaciones para su venganza, la mejor ocasión para evocar la tragedia, idear la perfección de su fechoría.

Se abre entonces una pregunta: ¿es culpable quien comete delitos imaginarios, aquel que idea los males del mundo?

Intuitivamente, parece que no es el caso. Pero, ¿por qué? La respuesta no es obvia y Estorninos negros nos invita a percatarnos de ello: lo irreal tiene consecuencias reales.

Rangel profundiza en esta dirección. En su obra, el mundo ficcional o el mundo de las imágenes tiene una consistencia particular. No es una existencia igual al océano Pacífico que miro desde la ventana, ni a las tijeras que están al alcance de mi mano, ni a las moscas que entran en las habitaciones cuando es verano. Tiene otra forma de existir, antinatural, separada de las leyes físicas… y aún así lo hace. ¿La fórmula según la cual nuestros pensamientos ficticios constituyen nuestra realidad, explica también cómo estos descomponen esa misma realidad?

Lo anterior hermana a la obra de Rangel con obras clásicas, como La historia sin fin, de Michael Ende y con los relatos de Mario Levrero; con autores que exploran regiones similares de la fantasía, como Dennis Cooper y Lázaro Covadlo. El empleo de metáforas animales vinculan a Natasha Rangel con algunos textos de Samanta Schweblin. Pienso en el recurso a las mariposas como representación de la infancia, de la fragilidad infantil, pero también de la presencia de un mundo invisible. Los lepidópteros simbolizan felicidad, mientras que las mariposas negras auguran desgracias. Pero también estas últimas son señales de un cambio, de una transformación en algo diferente: de una realidad aún por venir pero que aún no está del todo aquí… En ambos casos, privar de libertad a las mariposas –cercenar la inocencia– quiebra algo: el mundo se detiene, se agota su vitalidad; el daño a esas metáforas es algo que nos incumbe a todos. 

Es así porque, siguiendo a Rangel, todos somos residentes de ese otro mundo y nuestra constitución está en parte anclada a este océano, a este metal, a estas criaturas, pero también se forma por esa trascendencia ficcional que nos presenta otros océanos, otros metales, otras criaturas. Y ambas son igual de reales para nosotros.

Habrá que cuidar lo que hacemos en nuestras ficciones, estar atento a preservar nuestras metáforas, recordar alimentar nuestras quimeras. Como si se tratara de un manifiesto de ecología imaginaria, Estorninos negros es ese recordatorio: antes de que suene la alarma, tendremos que haber arrojado suficiente alimento para que nuestras bestias imaginarias estén saciadas y no devoren nada más.

 

Dos pájaros

Estorninos negros es la más reciente publicación de la coleccións Diaspórica del sello editorial uruguayo-venezolana Dos Pájaros. La editorial y estudio de ilustración nace de la mano de Natacha Amaya bajo la idea de constituirse como un “fragmento dentro de los muchos otros (proyectos similares) que se están gestando en Latinoamérica, específicamente en Uruguay”.

Dos Pájaros es una editorial artesanal en donde cada libro es hecho a mano por Amaya, quien también hace las veces de correctora, diseñadora, ilustradora, maquetadora y relacionista público, aunque en ocasiones pueda contar con la asistencia de colaboradores. “Por eso no publicamos en masa o en grandes volúmenes. Nuestros tirajes son chicos y varían en función del autor y el proyecto”, se lee en el portal del sello editorial. 

Si bien Amaya insiste en las publicaciones de textos breves y de corto tiraje, esto es porque la editorial ha escogido privilegiar la calidad de sus ejemplares sobre la masificación. Cada libro no solo es confeccionado individualmente, sino que los ejemplares son numerados y, en ocasiones, pueden presentar sutiles variaciones que confieren un carácter único a cada pieza. 

Esto pone a Dos Pájaros en directo diálogo con otras iniciativas venezolanas de carácter similar, como Lecturas de Arraigo, fundada y dirigida por Orianna Camejo en España; LP5, bajo la tutela de Glady Mendía, en Chile, y Letra Muerta, de la mano de Faride Mereb, en Estados Unidos, por nombrar algunas.

En cuanto a Dos Pájaros, son explícitos en sus compromisos. Por un lado, mantienen la meta ética de conducir un sello editorial en donde prime la cercanía con el autor y el diálogo abierto entre editorial y escritor; por otro lado, el respeto a la tradición. Amaya no solo recuerda la genealogía literaria venezolana, sino la historia en la cual se inscribe: 

“Somos un estudio porque funcionamos de manera similar a como operaban los Scriptorium en la Europa antigua, —una estancia de los monasterios donde se elaboraban libros—. Allí las obras eran copiadas, decoradas, (un término conocido como iluminación), corregidas y atadas. Ese proceso es muy similar al de la edición contemporánea y se parece bastante a cómo desarrollamos nuestras publicaciones. Somos un taller donde se publican e ilustran textos de manera artesanal […]. En definitiva, puedes vernos como un pequeño laboratorio donde se producen muchas cosas a la vez”.

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