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Escribe para divertirse, convencida de que, si el autor se aburre, al lector no puede irle mejor. Por eso, ante el peligro de encasillarse, prefiere el riesgo de un eventual fracaso. Se trata de Ana Teresa Torres, con quien conversamos en el año 2005 luego del lanzamiento de su novela El corazón del otro. La conversación tuvo lugar en un café de Los Palos Grandes (Caracas), y allí nos confesó que no se siente cómoda con el cuento, que alguna vez intentó escribir poemas y que el mundo del poder es básicamente masculino (con sus sutiles mecanismos de segregación). No podíamos eludir hablar del país, de la literatura venezolana y, por supuesto, de su obra, que para entonces ya alcanzaba ocho títulos.
Recuperamos esta conversación a propósito de los ochenta años de vida de esta prolífica novelista.
Quisiera comenzar, Ana Teresa, preguntándole si Ud. considera que existe una literatura femenina. Y, en tal caso, ¿eso supondría una manera de abordar el texto literario?
No, yo creo que existe es literatura escrita por mujeres. Porque si pones la palabra «femenina», eso nos llevaría a que hay una literatura masculina. Yo creo que hay una literatura escrita por mujeres, en la cual algunos críticos, algunos académicos, han encontrado rasgos comunes. Me refiero a características de textos, de tratamiento…
¿Y cuáles serían esos rasgos?
Bueno, por eso hice la salvedad, de que es algo que pertenece a los críticos, que han encontrado ese tipo de características. Por ejemplo, un libro que estaba leyendo recientemente (no es sobre ficción, es sobre autobiografías), de Bettina Pacheco, que es profesora de la maestría de la Universidad de San Cristobal, es un libro exhaustivo sobre el tema de la autobiografía escrita por mujeres en España; pero antes de la parte de las autoras, ella hace una cuestión teórica, muy densa, y reúne, yo no las podría recordar, pero estoy hablando de 20, 25 características que encuentra en las autobiografías escritas por mujeres. Entonces ese es un trabajo que los críticos han hecho sobre el tema, que tampoco creo que haya un consenso, en el que han encontrado rasgos, tratamientos, en algunos casos temas, que dibujan lo que sería el mapa de la escritura de mujeres.
En todo caso, no son cuestiones que orienten su trabajo.
No, yo soy una mujer y escribo, y los signos que el texto tenga no son mi problema, son un problema para el crítico que quiera leerme y encontrarlos. Yo escribo lo que se me ocurre. Es muy probable que en mis textos se encuentren signos de la literatura escrita por mujeres, como también es muy probable que se encuentren signos de la literatura latinoamericana. No creo que un autor, hombre o mujer, se proponga escribir literatura latinoamericana; pero si es latinoamericano probablemente se encontrarán allí signos diferentes a si es anglosajón, o centroeuropeo. Entonces, por razones obvias, si las personas escriben ¿Con qué escriben? Con su mundo interior, y ese mundo interior está determinado, tocado, referenciado, por las condiciones, las características de esa persona: su cultura, su género, su edad. Se pueden encontrar rasgos en los textos de autores jóvenes diferentes a los rasgos de los textos de personas mayores, o de escritores ya ancianos, porque la experiencia es diferente.
Algunas mujeres se han quejado de que ciertos círculos intelectuales son cotos cerrados masculinos. ¿Cree que existe discriminación hacia las intelectuales? ¿Usted la ha percibido?
Es una pregunta difícil, porque tendríamos que precisar dónde, cuándo… ¿Estamos hablando de Venezuela?
Estamos hablando de Venezuela.
Y… ¿Cuándo? ¿Estamos hablando de ahora? Porque en el pasado evidentemente la respuesta es sí. Fíjate que es un tema, digamos, ambiguo, porque yo no he visto, o no he sabido, de alguna escritora que no se le haya publicado por el hecho de ser mujer. Y uno ve que en los catálogos hay una representación interesante de mujeres en Venezuela. Pero, de alguna manera, el mundo del poder es generalmente un mundo masculino. En todas partes. Y en los países latinoamericanos más todavía porque hay una tradición de control masculino de la sociedad. Entonces, en el mundo del poder, en relación a lo que serían las instituciones vinculadas con la cultura, yo creo que sí habría un predominio de control masculino.
Pero una cosa es que estadísticamente haya un predominio de la presencia masculina y otra es que exista un mecanismo de segregación.
Sí, bueno, cuando digo que hay un predominio es porque creo que existe el mecanismo, lo que pasa es que si me preguntas cómo es, a lo mejor no te lo podría explicitar. Es un poco, que no es exactamente lo mismo pero que tiene cosas similares, como el tema del racismo. Tú puedes decir: «Ajá, pero ¿Dónde lo ves?» Bueno, mira, no es que lo veo, pero son mecanismos que de alguna forma funcionan, en el sentido de que los hombres se agrupan y comienzan a controlar o a dominar las circunstancias vinculadas al poder. Por eso lo distinguí de la publicación, aunque en ese tema también hay menos mujeres que hombres…
También porque habrá menos mujeres escribiendo.
… Exactamente, puede ser que haya muchas menos mujeres escribiendo. Que también sería una pregunta ¿Por qué es así? ¿Se sienten menos autorizadas? Entonces es un asunto sutil. Yo a veces lo percibo, como en la política, que cuando uno ve las fotos, se da cuenta de que es mundo muy controlado por el hombre. Y a lo mejor está bien que sea así (risas). A lo mejor es un mundo poco agradable de vivir. Pero sí creo que hay mecanismos donde tú sientes… no sé si la palabra «compadrazgo» es un poco dura, pero sí vinculaciones donde las mujeres están afuera…
¿Solidaridades automáticas?
Solidaridades bastante automáticas. Te voy a dar un ejemplo muy claro, que lo vi leyendo las entrevistas de Ficción Breve. Si fueramos a medir cuál es la diferencia entre la literatura de mujeres y la de hombres, es que las mujeres cuando debemos citar o referirnos a los escritores, nos referimos a hombres y a mujeres; y mira, es muy raro que los hombres se refieran a las mujeres. Es sumamente raro. No te voy a decir que hice un análisis estadístico, pero si lo hiciera… yo no recuerdo a ninguna mujer mencionada, quizá Teresa de la Parra (asumo que estaba mencionada en algún momento). Entonces, ese es un signo que tú pudieras decir que es muy sutil, pero habla.
¿Habla de subestimación?
No sé, habla de no querer reconocer.
Quizá inconscientemente.
Puede ser, no podría saber si es consciente o no, pero esa es una manera de no reconocer, de no incluirlas en el club. Y está bien la pregunta porque lo pensé leyendo las entrevistas, que por otro lado son muy buenas y dicen cosas interesantes…
De hecho, la representación femenina está…
… Está un poco escasa (risas). Bastante. Creo que estoy inaugurando la cosa.
Sí, y es un reclamo que nos han hecho. Escritoras y lectoras.
¿No te la han hecho escritores y lectores?
Realmente, no.
Ahí tienes otro mecanismo (risas).
Es muy cierto. Ana Teresa, usted gana el premio de El Nacional en 1984, mientras que sus primeras novelas tienen fecha de publicación durante los noventa. Al parecer se inició con el cuento, ¿cómo y cuándo se hace novelista?
Sí, bueno, en el libro de Cuentos Completos (El otro, el mismo, 2003) yo recogí casi la totalidad de los que había escrito desde los años setenta. No son muchos pero es un volumen. De forma tal que comencé, creo que como es bastante frecuente en los narradores, por el cuento. Y el premio es simultáneo a mi primera novela. No la publicación, pero sí la escritura. Es decir, cuando gano el premio ya tenía bastantes materiales para esa novela, e inmediatamente la escribí. Está escrita entre el 84 y el 85. En ese momento yo escribo esa novela y ya no me planteo volver a escribir cuentos, salvo unos que añadí en ese volumen, que los escribí en el 2001, 2002, unos cuentos cortos.
¿No tiene cuentos posteriores?
No tengo más cuentos. Están todos en ese volumen.
¿Hay una razón en particular para abandonar el cuento?
Es que me gusta más la novela. Me siento más cómoda. Creo que no tengo talento para el cuento.
Eduardo Liendo asevera que el cuento no rinde. Que la novela ayuda más a que un tema se pueda tratar…
Sí, y que también es un poco ubicar dónde uno tiene más talento, más posibilidades. Esos cuentos del 2001 en realidad están en el género de autoficción. Lo cual no quiere decir que no sean cuentos, pero están en el género de autoficción, que es una cosa que me ha divertido hacer en un momento. Pero no me siento cómoda. Necesito más espacio, la profundidad de la novela, el tiempo de la novela, la dimensión. En el cuento hay que tener una idea muy clara de adónde va, ser muy certero, si no se va perdiendo, y a mi un personaje me va trayendo a otro y una historia me va llevando a otra, y eso requiere del universo de la novela, que puede ser más corta o más larga, pero en una dimensión más cómoda.
¿Cómo es el proceso de germinación de una novela en Ana Teresa Torres? ¿Qué tiene primero: el tema, la atmósfera? ¿Cómo se produce, a grandes rasgos, una novela suya?
Bueno, es un poco variable de acuerdo a la novela, pero yo creo que siempre hay una idea o una imagen muy sencilla, muy puntual, muy breve, una idea seminal. Y a partir de allí se desata un proceso en el que el lenguaje empieza a desarrollarse a sí mismo. Es decir, empieza un proceso controlado pero a la vez libre. No lo escribo pensando cómo van a quedar los capítulos (yo no tengo ese método, otros novelistas quizá sí lo tengan), o de qué va a ocurrir hasta el final.
No bosqueja el argumento general.
Sí, pero en el proceso. Es decir, cuando estoy comenzando tengo una idea, una idea muy vaga. Incluso puede ser una imagen visual. Por ejemplo, en Los últimos espectadores del Acorazado Potemkin tenía la imagen de la primera escena de la novela, que es el encuentro de estos dos personajes en un bar, que los veo como en una película, que empiezan a tener una conversación más o menos errática y que no tiene como mucho sentido, porque no tienen nada en común. Eso no quiere decir que en el proceso yo no vaya haciendo los gráficos de los bosquejos de lo que va pasando, para acordarme de lo que pasó, para empatar después.
Los scripts.
Los scripts, exactamente. Pero lo dejo con mucha libertad porque me voy leyendo a mí misma en la medida en que va ocurriendo y eso es parte del placer de escribir. De pronto un personaje necesita a otro y busco a un personaje que (aunque no lo había pensado) surge en ese momento, y por ahí se monta una anécdota que no estaba prevista. El personaje se ve obligado a un pasado, a un futuro, se vincula… entonces se va abriendo, pero creo que con cierto tipo de oficio he logrado controlar que la anécdota no se pierda, que haya planificación de los capítulos, que sepa lo que está pasando, pero creo que se da simultáneamente.
Usted ha abordado los diversos subgéneros de la novela: la novela histórica, la novela erótica, recientemente la novela policial. ¿En cuál de todos estos subgéneros se siente más a gusto?
Realmente a mí lo que me gusta es el cambio. Lo que huyo es a la idea de estar encasillada en un sólo género.
Por ejercicio intelectual.
Por ejercicio intelectual y por fastidio, porque me sentiría rutinizada, me sentiría obligada a una receta. Por ejemplo, Doña Inés contra el olvido es una novela que tuvo mucho éxito, se leyó mucho, se comentó mucho y se ha estudiado mucho académicamente. Pero si yo volvía a escribir otra novela histórica, quedaba enterrada en esa casilla para siempre. Entonces escribí una novela que no tuvo mucha suerte desde el punto de vista editorial, que en general gustó poco, que es Vagas desapariciones, que no tiene nada que ver. Es una novela totalmente psicológica. Pero yo prefiero tomar este riesgo y que la gente se sienta decepcionada eventualmente, a sentir que quedé en una casilla. Porque yo como lectora soy así: leo todo tipo de libro, todo tipo de novela, entonces eso está en mí y produce una escritura diferente siempre. Ahora estoy divertida con el género policial. Probablemente lo continúo, pero no para quedarme. Porque me gustó y a algunas personas les gustó el personaje y me pareció que podía darle un nuevo paso.
Además, es un género que gusta mucho al público.
Es un género que a la gente le gusta, ha tenido éxito, ha tenido recepción, pero sobre todo a mí me divirtió mucho escribirlo. Yo lo pasé bien, no voy a escribir algo para fastidiarme. Porque si el autor se aburre, imagínate tú el lector. Entonces, lo primero es que yo tengo que sentir el placer de lo que estoy haciendo.
¿Con cuál de sus novelas, entonces, siente que ha logrado un resultado más acabado?
Eso es otra cosa, eso sería más bien como una técnica. ¿Qué novela es técnicamente más acabada? Yo pienso que yo he ido aprendiendo técnicas de narrativa en la medida en que las he ido escribiendo, como creo que le ocurre a la mayor parte de los escritores. Grave es que haya una involución. Ahora puede ser que unas novelas gusten más que otras, porque los lectores tienen sus gustos: gente que le interesa más la novela histórica y no le guste lo policial, o al revés. Yo creo que esta última novela, El corazón del otro, es una novela técnicamente bien llevada, dentro del género.
¿Y con cuál se siente más satisfecha?
Pues es una pregunta muy difícil, porque después que uno las escribe las olvida un poco.
¿No las relee impresas?
No. Releí El exilio de tiempo ahora, porque se iba a reeditar, y había que corregir. Pero sentarme a leerme de nuevo, no.
Sufriría si consigue algo que no le gusta.
Sí, sufriría, y yo creo que uno se va entusiasmando con lo que escribió en ese momento, con la novedad, pero las otras van quedando un poco hacia atrás.
Ana Teresa, ¿alguna vez incursionó en la poesía, o nunca lo intentó?
No, leí poesía. Realmente, hoy en día leo poco poesía. Pero en la adolescencia y en la juventud uno lee mucha poesía. Claro, hay gente que continúa la lectura poética. Yo en esa época leí mucho pero, tú sabes, es como que uno hace el garabato, que trata de copiar, y eso fue algo que yo me di cuenta que no era para nada mi… no creo que escribí poesía, sino que traté de copiarla. Como uno hace también en la novela. Uno tiene sus maestros y trata de copiarlos. Pero copiando maestros me pareció que en la novela me iba mejor. Con la poesía sentí que era un instrumento que no estaba en mí.
¿No guarda un sólo poema acabado suyo?
No. Ensayo sí, el ensayo sí me gusta. No sé si ensayo propiamente en el sentido literario pero, discurrir sobre una idea, eso sí lo he hecho y lo disfruto. Tengo varios libros de eso.
El corazón del otro es su última novela, obviando el libro Dos novelas que es básicamente una reedición que concluye una historia que ya se cierra…
No sé, porque yo pensé que la había cerrado y se abrió. Entonces, no me quiero comprometer, porque no estoy segura, pero en todo caso sí estoy en otra trama ahora. Eso es evidente.
… El corazón del otro indaga sobre ciertos aspectos oscuros del alma: la muerte, el suicidio, el mal. En un pasaje de la novela, Elvira Madigan (que los lectores por momentos sienten como el alter ego de Ana Teresa Torres) considera la decisión de su hermana de suicidarse como algo «estúpido y egoísta». La hermana, en cambio, la consideraba una decisión válida. ¿Y qué piensa Ana Teresa Torres?
Bueno, yo me estaba colocando en la posición de las personas que quedan después de los suicidios. Esas personas sienten mucha rabia, porque eso es lo que se siente en el entorno cercano. Lo he visto clínicamente y también, por desgracia, he tenido amigos que han sufrido pérdidas por suicidio en su familia. Entonces, cuando ella dice que es estúpido, que es egoísta, lo que quiere decir es que está brava, que está molesta con la decisión. Pero, obviamente, uno no podría generalizar que el suicidio es siempre estúpido y egoísta. Hay personas que llegan a la conclusión (que no se puede decir que sea válida o inválida) de que no quieren vivir más. Es decir, el deseo de vida se agota, por alguna razón.
Pero, ¿qué piensa usted, como novelista y psicólogo?
Bueno, tampoco he estado en una situación de decir que el deseo de vivir se me ha agotado, entonces no puedo criticar a otro, porque yo no he estado en esa situación límite, que es cuando alguien dice «no quiero vivir», que por cierto, además, es muy común en los jóvenes. El suicidio es más común en los jóvenes que en las personas maduras.
¿Será que se adquiere más fortaleza?
Es una radicalidad de ese momento… No, yo no podría decir que es estúpido o egoista, sino que produce mucho malestar, mucha rabia, no solamente por la pérdida, sino por la forma de la pérdida. Que es distinta si hubiese sido por una enfermedad, un accidente involuntario. Es una pérdida voluntaria del que la ejecuta, y además que produce algo que se ve mucho en la novela: produce mucha culpa, porque genera las preguntas sobre qué pasó en ese entorno que nadie se ocupó de esa persona. Pero a la vez el suicidio, y también lo menciono allí, me parece que es incomprensible. O sea, que no hay una explicación, porque hay personas que tienen vidas verdaderamente duras y difíciles y están allí, y otras que no parecían estar tan mal… Es decir, que hay algo que pongo de epígrafe, una cita de Paul Auster, algo oscuro en los seres humanos que no se puede conocer, que los demás no conocen, aunque se trate de tu mujer, tu esposo, tu hijo, tus padres… personas que se supone que te conocen mucho. Hay algo intraspasable, ¿no?
Incluso en la novela se habla mucho de la persona que vive con alguien sin llegar a conocerlo.
Exacto, entonces dentro de eso está la decisión suicida, la que a veces se vuelve un tanto sorpresiva para la familia.
Uno puede sentir que, en general, el otro es un desconocido.
El otro es un desconocido. Hasta uno mismo a veces puede hacer cosas o tomar decisiones que luego pudiera decir: Yo no pensé que podía hacer esto así.
Hay una cosa curiosa en El Corazón del otro, y es que se desarrolla explícitamente en Caracas y en ella se dan referencias geográficas muy claras, pero en otros casos las referencias se diluyen, se ven muy de pasada ¿Eso obedece a una deliberada intención de crear incertidumbre o simplemente no era necesario para la trama?
No quería hacerlo tan explícito, aunque me parece que en algún momento menciono la Universidad Simón Bolívar, y algunas cosas muy concretas. Porque es obvio que es Caracas, pero el paisaje no es tan importante en esa novela. Pudiera ser en Caracas o pudiera ser en Bogotá, en fin. A lo mejor lo hice por darle un poquito de misterio, pero no creo que me lo haya propuesto.
En una entrevista que le hiciera Ana María Hernández, para El Universal, Ud. señala que el Corazón del otro le tomó dos años para escribirla. ¿Ese es el tiempo promedio que le toma una novela, o esta particularmente exigió ese tiempo?
No, ese es un tiempo promedio. Porque tampoco yo he escrito una novela con fecha predeterminada. Entonces, en esos dos años puede haber huecos en donde uno no está escribiendo.
¿No escribe a diario?
No. Claro, hay momentos finales en los que se está terminando de cuadrar que sí se escribe a diario, porque tiene que haber una concentración extrema. Ahí sí tiene que ser diario y muchas horas. Pero si está empezando una novela, de pronto un día tienes una idea y la metes, pero a lo mejor pasa una semana en que no tuviste tiempo. Ese sería el período de almacenaje, que puede tener un ritmo lento. Cuando ya tiene forma de novela, que ya existe una primera versión, allí la concentración es indispensable para que no se empiece a escapar la coherencia interna.
¿Cuántas horas diarias?
Bueno, no sé, pueden ser cinco, seis horas. Pero eso ya es una fase final, donde ya no vas a añadir, no vas a almacenar nuevas anécdotas, nuevas historias, sino que trabajas para que la estructura asiente las tuercas, los clavos estén donde deben estar. Allí requieres una concentración grande porque ya no estás inventando sino leyéndote y, en la medida de lo posible, leyéndote críticamente. Luego viene la «prueba de la gaveta». Muchas malas novelas se evitarían con la «prueba de la gaveta».
¿Cuánto tiempo dura ese período?
Hasta que se te olvida. Hasta que la leas y te sorprenda. ¿Por qué dije yo esto aquí? ¿Qué pasó? ¿Y este personaje? ¿Y esta frase tan mal escrita? Este chiste sobra… es decir, hasta que ya no estés metido, porque mientras estás dentro, tú lees lo mismo, tú lees exactamente lo mismo. Entonces tienes que olvidarlo y escribir otras cosas. Hay que tener paciencia. Por eso es que dos años es un buen promedio para culminar una novela.
Y ese período de gaveta, ¿específicamente cuánto dura?
Mínimo tres meses. Mínimo, porque si la leíste la semana pasada, lees lo mismo y no te sorprendes. Tienes que poder leerlo como si fuera un libro ajeno, como si fuera de otro. E incluso, puede que un texto necesite varias pruebas de gaveta, porque no quedaste satisfecho. Y también cabe dárselo a leer a alguien, que es otra forma y aunque yo no soy dada a ese método, me parece válido.
¿Es supersticiosa con sus originales?
No, no por eso, sino porque, dentro del proceso creativo realmente no me gusta tener invitados. Aunque es útil dárselo a leer a alguien que nunca antes lo había leido, siempre y cuando se lo des a alguien cercano a ti, ya que probablemente tiene cosas en común contigo.
Ahora vamos a hablar un poco del país, de la situación actual, del Pen Venezuela… Usted estuvo en la primera junta directiva del nuevo Pen, que culminó su período completo, durante un momento bastante difícil de la situación política del pais ¿Qué balance hace de su gestión al frente del Pen? ¿Qué logró? ¿Qué dejó al equipo sucesor?
Lo primero que se logró, no yo directamente, pero lo que se logró impulsar es que resistiera al tiempo. Porque al principio la gente se entusiasma por las iniciativas, pero rápidamente ese interés decae (nos pasa mucho a los venezolanos, que al principio mostramos mucho interés en las cosas pero pronto la gente se va olvidando). Entonces yo creo que uno de los mayores logros fue, a pesar del tiempo y de ciertas dificultades, lograr culminar el período y que se traspasara a otra junta; es decir, que se pudiera institucionalizar. Porque nació al calor de las luchas políticas —era inevitable que fuera así—, pero eso no es suficiente para sostener una institución, porque eso pasa. Y de hecho pasó la exasperación política. Entonces el reto era mantenerlo como institución, más allá de las coyunturas políticas que estén pasando.
Otro logro que me parece importante, que es algo que queda, es el Premio de Novela Adriano González León, que puede ser muy estimulante para los novelistas, jóvenes o no. Es un buen premio. Estoy viendo que en Ficción Breve están los premios mejor pagados y que ese es el más alto. En este momento, porque no podemos competir con los premios del gobierno, por ejemplo, pero entre los premios privados, e incluso algunos no privados, es el que está más alto. Eso es un logro. Y el haber contribuido a lo que llamaríamos la escena literaria. Porque en un tiempo anterior las acciones literarias casi siempre estaban del lado del Estado, promovidas por el Conac y por otras instituciones. Pero a medida que las circunstancias políticas han cambiado, las actividades literarias tienen una presencia muy tocada por la política. Entonces nosotros, modestamente, junto con otras instituciones privadas que hay, contribuimos a mantener vivo casi un año los recitales de poesía, las discusiones de Letras Libres, que a la gente le gusta mucho (no tanto escritores como a público en general), las conferencias… Es una pequeña contribución, pero creo que debe mantenerse.
¿El PEN no es visto como una organización opositora?
Claro, por lo que te estaba diciendo, porque nació al calor de la lucha política.
¿Sigue viéndose así?
Bueno, no sé, como lo quieran ver. Pero su origen es ese.
¿Cree que la actual directiva debe de alguna manera tratar de desmarcarse de ese imagen de organización de oposición?
Bueno, el Pen, como requisito número uno, tiene que defender la libertad de expresión. Ese es un punto que puede ser político en un momento dado. Pero en eso el Pen no puede ceder, porque ese es la razón fundamental de su creación; no tanto la promoción de la literatura. Yo hice promoción de literatura porque me parecía que en las circunstancias nuestras era importante contribuir a esa promoción. Pero no es la función básica. Fíjate que los países donde no tienen dificultades políticas, hacen mucho menos en términos de promoción de literatura. O sea, es un objetivo, pero no es el prioritario.
Aunque la polarización sigue manifestándose en la actualidad, durante ese período duro (entre el 2002 y el 2004) que culminó en el referendo de agosto del año pasado, Venezuela fue un país muy polarizado. En ese entonces ¿Los escritores excedieron el rol que les corresponde ante la sociedad o, al contrario, asumieron sus competencias?
Yo creo que los escritores actuamos como ciudadanos. Unos a favor del Gobierno y otros no. Esa es mi visión, no como escritor de literatura, es mi visión política de ciudadano. Entonces, de la misma manera que los escritores a favor del Gobierno hicieron (quizá la siguen haciendo) muchas manifestaciones políticas en forma pública: hubo documentos firmados por escritores del Gobierno, un encuentro con los escritores cubanos y otras actividades que quizá yo ignoro; bueno, de la misma forma los escritores, intelectuales, artistas, que estaban en la lucha política contra el gobierno, opositores al gobierno, hicimos lo mismo. Ahora ¿Qué puede hacer un escritor políticamente? Bueno, básicamente expresar su opinión a través de documentos, reuniones. Salvo que sea un militante.
¿Su condición de escritor no le da mayor autoridad ante las audiencias?
No, lo que le da, quizá, es mayor visibilidad. Si en un documento salen firmas importantes la gente lo observa, aunque no creo que los escritores seamos los más visibles de la sociedad venezolana, ni mucho menos. Más visibilidad tendría un grupo de actores de televisión. Pero dentro de todo, un documento con firmas de intelectuales tiene más visibilidad que un documento con firmas de ciudadanos, que no tiene una referencia mayor.
Y a pesar de que se ha bajado un poco la polarización, siguen las condiciones que han imperado en los últimos años. ¿Qué papel deben jugar los escritores durante esta etapa del conflicto?
El conflicto no ha pasado en lo absoluto. Ha pasado, digamos, la visibilidad de esa conflictividad en términos de manifestaciones públicas, pero el problema político en Venezuela sigue estando planteado. Es decir, probablemente se ha tranquilizado un poco en lo visible, pero tú sigues viendo que los focos del problema político, incluso pudiera decirse que están más avanzados. Hay una mayor radicalidad por parte del gobierno. Lo que no hay es una mayor radicalidad por parte de los sectores que se oponen al gobierno. Por lo menos no es una radicalidad visible.
A través del PEN tuvo ocasión de entrar en contacto con escritores de otros países, los cuales habrán indagado en torno a la situación de Venezuela. ¿Cómo siente que los escritores de otros países perciben el conflicto venezolano, que parece tan difícil de entender desde afuera?
Bueno, tampoco tuve tantas oportunidades. Asistí, yo personalmente, a un congreso, nada más. Y no se habló del caso venezolano. A título personal sí pude conversar con otros escritores latinoamericanos, algunos de los cuales uno podría decir que están al tanto de lo que ocurre, y a otros quizá les resulta algo bastante lejano. Otros quieren saber la opinión que uno puede tener. Pero yo creo que el problema venezolano no se entiende bien fuera de Venezuela. O quizá nosotros no hemos sabido explicarlo.
¿Tendrá relación con el hecho de que en el exterior suele percibirse a los medios como parte activa de la conflictividad?
No, yo creo que tiene que ver con que dentro de la izquierda intelectual, a la cual pertenecen muchos escritores, el gobierno actual de Venezuela les resulta cónsono con su visión, en el marco grande. Creo que ignoran los detalles. Sienten que la izquierda tiene el poder en Venezuela y eso los satisface, y piensan que eso es un logro y probablemente sería muy difícil llevarlos a una discusión porque les faltaría una serie de conocimiento sobre la realidad venezolana; incluso no la realidad concreta, sino la realidad de nuestras particularidades económicas, sociales, de nuestra historia, entonces creo que son opiniones muy generales: Chávez ha hecho mucho por los pobres, cosas así, que son difícilmente discutibles si el interlocutor no tiene un conocimiento del marco del que uno habla.
Volviendo a la literatura, en El Papel Literario de El Nacional se generó (con ciertas réplicas en otros medios) una polémica…
Una mini polémica (risas).
… Sí, bueno, una mini polémica sobre el estado de salud de la narrativa venezolana actual. Hay gente que incluso le choca el tema (o el término). ¿Cuál es el punto de vista de Ana Teresa Torres al respecto?
Te voy a decir que ese es un tema tan recurrente que ha llegado a dejar de interesarme, porque he participado en otras polémicas anteriores, y los argumentos son básicamente los mismos. Es algo cíclico, alguien se acuerda y se pregunta ¿cómo estamos? Y hay quien dice que estamos mal y hay quien le refuta que no estamos tan mal. Ha dejado de interesarme no porque no haya pensado, he pensado mucho en eso, incluso tengo algunas cosas que escribí al respecto, y me lo han preguntado en foros, pero llegué un momento en que dije que ya no tengo más que decir con respecto al tema. Sobre todo porque no he escuchado nada nuevo tampoco por parte de los polemistas. Pero me parece bien que cada tanto tiempo se vuelva a discutir el tema porque así las nuevas generaciones se incorporan a la discusión, los nuevos se planteen el problema. Pero al margen de todo, hay un hecho visible: se están publicando libros. Eso lo estamos viendo. Y eso es algo bueno.
Los portales literarios, las revistas, los blogs, ¿han contribuido efectivamente a la difusión literaria?
Claro, lo primero como fuente de información. La prensa ha ido disminuyendo notablemente, prácticamente lo único que queda en prensa es el Papel Literario (y no siempre dedicado a literatura, sino a temas generales), hay algunas revistas, como la revista Imagen, que ha reiniciado con mucho tiraje, pero la información por vía internet sigue siendo, y va a ser, muy importante.
¿Llegará un día que tengan la credibilidad que tuvieron y que aún tienen las revistas impresas?
Bueno, la revista impresa siempre tiene un encanto que no va a tener nunca la revista digital. Un encanto. Pero yo recibo mucha información. Roger Michelena, por ejemplo, me manda mucha información, algunas me interesan, otras no; pero me mantengo informada. Sé de libros que han aparecido que de otra manera no lo sabría, sé de autores que no conocía, yo creo que eso cumple un papel muy importante. Además, no están llegando tantos libros a las librerías de Caracas. Si fuera solamente por lo que ves en las librerías, no tendrías una visión completa de lo que se está escribiendo.
Ana Teresa Torres ha tenido que viajar fuera del país, tanto por su obra como por el gremio, ¿Cuál es la lista de autores y obras que se llevaría a otros países cuando le pregunten sobre un perfil de la narrativa venezolana?
De hecho, eso lo tengo escrito, no está actualizado porque son de viajes que ya hace cierto tiempo de eso, pero tengo una conferencia diivulgativa que di para la California State University en Estados Unidos sobre novela venezolana, en un panorama bastante grande (después te puedo mencionar), y otras más específicas que me pidieron sólo de mujeres, porque las universidades tienen mucho interés en eso. No están actualizados los datos porque esos viajes son del 98, o algo así. ¿Qué me llevaba yo en esa maleta? Me llevaba (era novela contemporánea, arrancando en la segunda mitad del siglo), por supuesto, a Adriano González Léon y a Salvador Garmendia; a Miguel Otero Silva. Creo que me refería a casi todos los novelistas que había leído, porque la visión que yo quería dar era una visión personal, no una clase de literatura. Y ahí estaban referidos desde Orlando Chirinos hasta Israel Centeno: Luis Barrera Linares, Eduardo Liendo, Carlos Noguera, José Balza, Francisco Herrera Luque, Alfredo Armas Alfonso, José Napoleón Oropeza, Ricardo Azuaje, Denzil Romero. De las mujeres estaban Antonieta Madrid, Victoria De Stéfano, Laura Antillano, Stefania Mosca, Milagros Mata Gil… Los autores y autoras que yo había leído. Mi perspectiva no era tanto decir quién es mejor o quién es peor, porque además me parece que esa no es una perspectiva posible en literatura, sino quién me ha dejado algo, qué huellas tengo yo en mi lectura. No es una carrera ni un concurso para decir quién ganó.
Pero yo creo que en esos años (los noventa) viajé mucho y creo que hice un trabajo de promoción de la literatura venezolana bastante intenso aunque muy limitado. Estamos hablando en un marco académico. Pero yo me siento contenta porque estaba planteando nombres que en un 99% eran desconocidos para los espectadores. Creo que quizá alguno conocía a Salvador Garmendia, o le sonaba el nombre, pero no mucho más. Eso lo tocaba, justamente, en la polémica que mencionaste, Carlos Sandoval, y yo creo que él realmente tiene razón. Además, yo lo digo con conocimiento de causa, porque yo hice esos viajes, atendí esas invitaciones, y la primera desconocida era yo, por supuesto, y todos los que iba a nombrar. Es decir que yo planteaba siempre el tema como «voy a hablarles de una novedad, de un mundo que no conocen», sin pretender decir esta es la mejor literatura del mundo, sino que existe este mundo y yo formo parte de él.
¿Y de los novelistas que surgen a partir de estos últimos diez años?
Bueno, no han surgido tantos novelistas. Federico Vegas (yo creo que de esa época que estoy hablando Federico tenía sólo cuentos). Ha surgido Federico Vegas, también Juan Carlos Chirinos tiene una novela reciente. Juan Carlos Méndez Guédez ya estaba en esas últimas generaciones que yo había mencionado. A lo mejor estoy olvidadiza, pero no ha habido tanta novela publicada en estos tiempos. Antonio López Ortega escribió una novela y yo lo tenía en ese momento como cuentista, porque la novela de él es como de fines de los noventa, más o menos. También Rubi Guerra publicó una novela, que antes no tenía. Eduardo Liendo y Carlos Noguera publicaron recientemente, pero eran novelistas ya. No ha habido una novedad de autores al respecto.
¿Y mujeres novelistas?
Mujeres novelistas no hay muchas. Hay nuevas publicaciones de novelistas anteriores: Victoria De Stéfano ha publicado varias, Antonieta Madrid publicó recientemente, Carmen Vincenti, Gisela Kozak tiene novelas pero están inéditas, pero en general la producción de novelas es menor. A pesar de que se supone que es el género que la gente lee más.
Y que la Bienal Adriano González León recogió cerca de noventa novelas.
Sí, fue un número alto. Bueno, allí tendremos una nueva, la de Milton Quero, su primera novela. Creo que es un género que requiere más paciencia, más tiempo. Hay una apuesta mayor, hay una inversión mucho mayor.
Para concluir ¿Algún proyecto en mente?
Este año me parece que quedó cerrado con dos libros, me parece que le quise dar un break al asunto; pero no, volveré por ahí, puede ser que arranque continuando el personaje de Elvira Madigan, como protagonista.
¿Viene una continuación?
Varias personas me han dicho: no puedes dejarla morir, tienes que volverla a traer. Traerla es muy fácil, en media cuartilla se regresa (ríe). Puede ser que haga algo por allí, pero fue un año de bastante trabajo. Sacar la reedición, que tomó mucho trabajo de carpintería, de preparar la nueva edición.
¿Elvira Madigan será como esos personajes (sobre todo en el género policial) que nacieron para una única novela y se quedaron?
Bueno, pero si sus fans le exigen una reaparición (risas). No, a mí me gustó el personaje.
De mujeres investigando a mujeres. Un mundo definitivamente femenino.
Ese es un sub subgénero del policial, que es la novela policial feminista.
¿Fue deliberado eso?
Bueno, es que yo no conozco el mundo policial. Puedo ser lectora del género, pero no tengo ninguna vivencia del mundo policial. En cambio tengo una vivencia de esto, porque el novelista tiene que saber de lo que va a escribir. Tiene que crear un mundo en el que se pueda meter con libertad. Si no, está fabricando una cosa muy artificiosa que el lector capta muy rápidamente, o lleno de lugares comunes, de estereotipos. Yo creo que el novelista tiene que conocerse el mundo en el que va a escribir. Esa novela entra dentro de lo que sería la novela feminista policial. Hay una escritora muy famosa en los Estados Unidos, que se llama Sarah Paretsky, que escribe exclusivamente novelas en el género policial, más negra, y su personaje es una mujer, pero esa mujer si es una policía. Entonces, si continúo, volveré con ella, porque ya tengo el tono del personaje. Ya sé cómo habla, cómo piensa, quién es ella… ya la conozco, es una amiga. Entonces me volvería a meter dentro de ella.
O sea que, ¿después de estas vacaciones…?
Vamos a ver. A lo mejor vuelve.
Fotografía: Roberto Mata