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Conspiración y obsesión: la novela fotográfica de Antolín Sánchez Lancho

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El título de este texto es doblemente sugestivo: primero, porque acopla dos de las pasiones vitales de Antolín Sánchez Lancho –a saber, la literatura y la fotografía–; segundo, porque ambas disciplinas precisan de una recia pasión, concepto que, como el perdón de la cacofonía, coquetea con el de obsesión.

Nacido en 1958, Sánchez Lancho conoce el oficio de la fotografía siendo apenas un adolescente. De formación autodidacta en esas lides, ha logrado montar exposiciones en ciudades como París, Londres o São Paulo y en varias regiones de Venezuela como Puerto Ordaz, Mérida, Maracaibo, Valencia o Caracas. En la década de los noventa del pasado siglo, escribió decenas de artículos publicados en los diarios El Nacional y El Universal, en los que sostuvo un permanente diálogo –y crítico, vale decir– entre la imagen y la palabra. En 1998 se licencia como periodista en la Universidad Central de Venezuela y dos años después, en el 2000, recibió el Premio Nacional de Cultura, mención fotografía, galardón que consagró su obra artística al lado de figuras como Alfredo Boulton, Fina Gómez Revenga, Paolo Gasparino y Bárbara Brändli.

Que Sánchez Lancho, además de fotógrafo, sea narrador, se evidencia –a mi modo de ver– en su estilo personal. En un escrito publicado en el portal Prodavinci sostuve que Conspiración y obsesión se teje mediante “el obturador de la palabra”. Es decir, fondo y forma del texto se presentan como unidad sintáctica de manera similar a una panorámica capaz de representar, fidedignamente, la Venezuela de finales de los setenta y principios de los ochenta. Hablamos de una especie de arqueología simbólica de lo que Fernando Coronil, en El estado mágico: naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela (Nueva Sociedad, 2002), describe como un “provinciano mercado nacional, protegido por el petróleo”, capaz de sostener “la compleja red de protecciones” del Estado, tales como el elevado gasto público, los innumerables subsidios a los planes sociales o los innecesarios controles de precios, componentes propios de los modelos populistas latinoamericanos e inherentes a la “petrodemocracia venezolana”. Razón tuvo Orlando Araujo, en Venezuela violenta, texto de 1968, cuando dijo que los residuos de todas esas errancias se podrían traducir en una “frustración” que, como sabemos, se convirtió en el caldo de cultivo que sacudió nuestro país en febrero de 1989 en el llamado Caracazo, pocos días después de comenzar la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez.

Regresando a la novela de Sánchez Lancho –que, con el título de Primera parte, estuvo entre las diez finalistas del LXVI Premio Planeta de Novela, uno de los más prestigiosos en nuestra lengua–, sabemos que su anécdota está inspirada en hechos reales acaecidos en Venezuela, en el año 1981, como lo fue el secuestro en simultáneo de varios aviones. Bajo esta premisa, sería muy fácil construir un relato maniqueo, donde los buenos son muy buenos y los malos, muy malos. Es más, y como muestra de la entereza narrativa de Sánchez Lancho, no me quedan dudas de que cualquier escritor inexperto, ante esta anécdota, fácilmente podría naufragar en uno de los peores enemigos de la literatura: el panfleto.

Si bien es cierto que la comprensión del fenómeno de la violencia es clave para entender buena parte de los intereses temáticos de la literatura venezolana, tal y como sostienen no pocos críticos como Carlos Sandoval, Daniuska González González o Argenis Monroy, no podemos olvidar que Conspiración y obsesión es también una historia de amores rotos. Para mí, uno de los personajes más interesantes de la historia es Emilia Arce, alias “camarada Carolina, frustrada Comandante 12” –en palabras de Sánchez Lancho– una joven idealista que no logra separar sus convicciones revolucionarias de sus pulsiones carnales, ya que durante todo el año en que se prepara el secuestro de los aeroplanos ella se convierte en la amante de Manuel, líder de la célula terrorista a la que pertenece, y quien al final del relato aparta a Emilia de la operación, arrancándole, como escribe el autor, uno de los más valiosos “capítulos de su vida”.

El texto de Sánchez Lancho me hace recordar cuando el profesor Miguel Gomes, en El desengaño de la modernidad: cultura y literatura venezolana de los albores del siglo XXI (abediciones, 2017), describe el llamado “desencanto de todos los optimismos desarrollistas”, aspecto que ha afectado a la producción literaria nacional en los últimos años. A nuestro juicio, ese “desencanto” también es palpable en Conspiración y obsesión, pero no desde el registro de la abyección y la violencia urbana, tal y como hizo buena parte de la narrativa nacional a partir de los ochenta (“Joselolo”, famoso cuento de Ángel Gustavo Infante, evidencia esta aseveración), sino desde la posición de los conspiradores derrotados, quienes vieron sus luchas –justas o no, legítimas o no, comprensibles o no– aplastadas por el brazo firme de un Estado, que ciertamente cometió excesos de violencia, aunque jamás comparables con los esgrimidos por el chavismo durante los últimos años.

Conspiración y obsesión, a fin de cuentas, es el retrato de una Caracas previa al fatídico viernes negro, en la que sus habitantes ya sentían el temor de la catástrofe, la sospecha del torcimiento, el asomo de la destrucción. Inmersos en ese contexto, esta novela, que recién editó el sello abediciones, nos muestra entonces a un grupo de idealistas, que se valen de medios para muchos cuestionables, y que trataron de evitar el caos y el desastre de los años por venir y que, por desgracia, efectivamente vinieron.

 

Palabras de presentación de Conspiración y obsesión, leídas el 13 de octubre de 2023, en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo

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