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Radio Continente

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A Pedro Lovera,
por escabullirse en el cuento.

Encendió el radio, sonaba Sabor a mí de Eydie Gormé y Los Panchos. Fijó su mirada en la foto del matrimonio; se sumergió en ella buscando el momento en que los recuerdos pasaron de blanco y negro a colores, y de cuando el rubio cabello de su amada pasó a ser color nube. Sintió el olor a estofado, su mujer preparaba aquel plato con el que lo enamoró hace ya tanto tiempo…

Nicola comenzaba a recordar. Desde la terraza de su antigua casa solía verla bailar mientras cocinaba. Ella pisaba y se movía como si su cocina fuese el escenario de una compañía de danza reconocida. Él se sorprendía por la sincronía entre ambos, porque siempre que se ponía a trabajar (reparaba radios) ella comenzaba a cocinar un estofado. Nicola se preguntaba a qué ritmo bailaba, puesto que nunca había escuchado música salir de aquella casa.

Luego de un trabajo terminado, encendía uno de los radios recién reparados, se recostaba de una pared y comenzaba a imaginar todos esos lugares de dónde venían las trasmisiones. Veía aviones pasar sobre él y se dejaba hipnotizar por el aroma del estofado sazonado por quien, en aquel momento, era solo su vecina.

Aparte de reparar radios, los coleccionaba. Un amigo piloto le regaló uno. Para él, era impronunciable el sitio de dónde provenía. Este radio no tenía ninguna marca de fábrica, pero sus elementos eran de gran calidad. Le faltaban piezas para su funcionamiento, cosa que fácilmente resolvió.

Lo encendió para probarlo. La voz de Estelita del Llano comenzó a escucharse: Tú sabes que te amo y sabes que te quiero. Se acercaron las seis de la tarde con su temperatura leve y oscuridad recién amanecida. Giró una de las perillas del radio para cambiar la estación y solo se podía sintonizar Radio Continente y sus boleros. Estelita concluyó con: pues sabes que tú sientes igual que yo siento por ti. Después el locutor: “esta canción se la dedica Raymond a Gabriela. Por favor, vuelve con él que no puede con su dolor”. Le pareció cómico el mensaje. Decidió que mañana se dedicaría a ajustar el desperfecto y así poder captar otras estaciones.

Trabajó durante la tarde escuchando música; en medio de ella sintió el olor a estofado. Se quedó viendo como su vecina cocinaba, su cabello llevaba el ritmo de las caderas. Aún no terminaba de arreglar el desperfecto y ya eran de nuevo las seis de la tarde; en un radio diferente sintonizó Radio Continente y volvió a sonar Tú Sabes, de Estelita del Llano. Tarareando la canción iba acompañándola hasta el final y de repente el locutor dictó la misma dedicatoria de Raymond a Gabriela. Supuso que habían grabado el programa.

Nicola creyó haber arreglado el radio que le dio su amigo. Lo encendió y seguía captando solamente una estación. El locutor dijo: “son las nueve de la noche, la hora en la que se escapan los despechos, nada mejor que la siguiente canción”. Se oyó la voz de Altemar Dutra y su canción Esta noche pago yo.

Al día siguiente no le hallaba arreglo a la avería. Se dedicó a trabajar en otros radios mientras se le ocurría alguna solución. Se le hizo de noche, su amigo piloto pasó por su casa para invitarle unos tragos. Aceptó. Su compañero estaba abatido por una mujer. Ya en el bar, sentados en la barra, comenzó a decir que era la indicada; más que perderla le dolía en el alma la muerte de sus sueños con ella. Pedían trago tras trago. Nicola había notado que en el local sintonizaron Radio Continente. Los boleros estaban de moda. Recorrió el lugar con sus ojos. Parejas enamoradas, amigos bebiendo y en eso, en un pequeño grupo de personas, vio a su bella y danzante chef. La sorprendió porque ella estaba viéndolo a él. Se volteó rápidamente.

Nicola comenzó a sudar, dejó de prestarle atención a su amigo y a la música. Nervioso, reunía coraje para acercársele. Vio su reloj, como si éste le mostrara el momento adecuado. Eran justo las nueve de la noche. Estaba listo para levantarse efusivamente e ir a ella, sin que nada, entre ellos dos, lo pudiera detener. Apoyó sus manos en la barra, y cuando iba a levantarse y voltearse, habló el locutor “son las nueve de la noche, la hora en la que se escapan los despechos, nada mejor que la siguiente canción”. Su confusión le dio el tiempo suficiente a su amigo, ya borracho, para colocarle la mano en el hombro con fuerza y regresarlo a su lugar gritando “este Altemar sí que me entiende, carajo. ¡Yo también pago esta noche con mi dolor!”. Mientras sonaba la misma canción, a la misma hora y en la misma emisora del día anterior, Nicola se daba cuenta de que era algo más que una coincidencia. No quiso voltear hacia donde estaba ella debido a la escena que hizo su amigo.

Después de dormir la resaca, se levantó y tomó el radio que se suponía estaba averiado. Sintonizó la única estación que podía y se sentó a escucharla. Hubo una serie de Felipe Pirela, luego de Armando Manzanero y de Toña la Negra. Esperó al día siguiente, agarró uno de sus radios, a la misma hora volvió a sintonizar y escuchó la misma serie. Sorprendido se dio cuenta de lo imposible, escuchaba con un día de antelación todo lo que colocaban. No hablaban de lotería, de caballos o de noticias. Solamente boleros y dedicatorias. Se retiró a la terraza para meditar sobre tal descubrimiento, y apoyando los brazos sobre el borde, volvió a ver a la vecina. Regresó al radio, y antes de apagarlo alrededor de las nueve de la noche, escuchó el tema: Sabor a mí, de Eydie Gormé y Los Panchos.

A primeras horas de la mañana se asomó por la terraza. Su Dulcinea hacía el desayuno sin bailar. Él fue a tomar una ducha y a arreglarse un poco. Con mucha valentía se acercó a la puerta de al lado de su casa. Tocó. Salió ella, estaba tan cerca. La saludó, le comentó haberla visto en el bar y la invitó a cenar. Sorprendentemente, ella dijo que sí. Le preguntó su nombre. “Domenika” respondió ella.

Esa noche la llevó a un restaurante que exhalaba ternura. Era pequeño, íntimo, y él sabía bien que siempre ponían la radio de boleros. Comenzó a hablarle suavemente, contándole su sueño de ser piloto, de llegar a todos aquellos lugares de dónde vienen las trasmisiones. Su pasión por los radios fue un tema de conversación; voces invisibles que llegan de cualquier lugar, mensajes de la nada. Ella estaba cautivada, secretamente también había pensado en él. Le confesó que ella cocinaba solo cuando él ponía música. Sin que ninguno de los dos lo supiera, Nicola le dedicaba canciones y Domenika bailaba para él. Ella se preguntaba sobre aquel hombre tan romántico, y por eso en el bar había fijado su mirada en él. Mientras más hablaban, las nueve de la noche se acercaban al igual que sus labios. Nicola apostó un beso a que sonaría la canción Sabor a mí. Ella aceptó.

Después de esa cita se volvieron inseparables. Él se convirtió en piloto y ella en bailarina. El estofado pasó de estar donde la vecina a su propia casa; situación que llenaba de gozo a Nicola.

Esa última noche, viendo la foto del matrimonio mientras seguía recordando, Nicola escuchó el fuego encenderse, luego llegó el aroma que lo acompañó durante años. En la radio: Tanto tiempo disfrutamos de este amor nuestras almas se acercaron tanto así… Sintió sosiego. Se acercó mientras Domenika cocinaba, ella le fue a dar un sorbo de la salsa del estofado que tanto le gusta. Él ladeo la cabeza, esquivando la cucharilla como si fuese un avión por estrellarse contra sus labios. Le dio un beso en la boca y se fue tarareando a la cama.

Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí, en la boca llevarás, sabor a mí. Era la frase final de la canción… Vino, como siempre, una dedicatoria: “Para mi Nico, nos enamoramos y amamos con esta canción. Te me fuiste esta mañana. Espérame en el cielo. Tu amor eterno, Domenika”.

 

 

Del libro Los abismales (Monte Ávila Editores, 2019)

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