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Ensayos, entrevistas y artículos sobre el arte de narrar

Birosca Carioca

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Cuando comenzaron las clases conocí el tras cámaras de las actividades académicas, cafés literarios, librerías, museos, restaurantes y bares. Sitios que estaban marcados por la tradición cultural en la ciudad, grandes artistas habían caminado por las mismas veredas que yo en otro tiempo, en otras condiciones, pero la historia devolvía sus pasos en un juego de ilusiones. Sin embargo, uno de mis lugares predilectos era un centro juerguero, con olor a resina, cerveza y nicotina. Parecía que Bafomet había formado, en un descuido, un bar con algún creyente y se quedó para siempre instaurado en la esquina prodigiosa donde salían y entraban personas de talante poco creíble. De igual manera no había discriminación en este recinto del bochinche; se iba a beber una Caipiriña verde o amarilla con mucho sabor a limón y cerveza, a bailar ska, metal, electrónica, una banda invitada y luego salsa. Los lunes era de los días menos movidos, pero cada día de la semana provocaba un hype distinto.

Era viernes, justo tendríamos una clase de Filosofía a las 4:20 pm y al salir podríamos organizar una salida. Birosca era el lugar: beberíamos en grupo, saldría barato y habría posibilidad de conocer a alguien o que en el mismo grupo se revelara una pareja. En el transcurso de la clase me acerqué a José Miguel y le quité su cuaderno. Formulé una teoría psicológica basada en lo que escribió al final de las páginas, algo que se vinculaba a secretos y conciencia limpia, dependía de la interpretación ese contenido que podría tener el fondo de la libreta: esperaba encontrar firmas, juegos de tres en línea y números de teléfono, pero encontré algo más curioso, en realidad, había más material del que esperaba. Escribió una lista de personas que estarían planeadas para una reunión, contemplaba quienes podían emparejarse, quienes podían quedarse a dormir y lo que haría bajo distintas respuestas de aceptación o rechazo con una chica. Supe en ese momento que mi compañero, bastante más joven que yo, le gustaba la rumba, afortunadamente sabía que había cumplido años recientemente, ya era mayor de edad. Posterior a esas hojas había dibujos y pequeños relatos de amor, había potencial, aunque se mostrase como alguien inmutable con lentes de señor.

Estábamos entregando un ensayo al profesor y terminando de anotar los siguientes puntos a tratar. Así como también intercambiando miradas cómplices respecto a la aventura que tendríamos esa noche. Es posible que Gregory tuviera en cuenta mejor todos los pormenores, o quizá no. El plan principal era ir con la mayor cantidad de conocidos y probar suerte de cómo nos iría con la improvisación. 

─ ¡Hey, José Miguel! Nos veremos hoy en Birosca, ¿estás activo, no? ─ahí estaba yo, con mis poderes sociales andando, armando las redes de comunicación, invitando a todos los compañeros de clase a tomar birras más tarde, parecido a un Aquaman sintonizando a las criaturas del mar. José Miguel se estremeció un poco tras la impronta, pero dijo que iría, que ya no tenía que usar identificación falsa.

Nos encontramos en la Plaza Bolívar y de ahí nos fuimos a sacar efectivo en los cajeros automáticos porque, una de las peculiaridades de Birosca es que solo se podía pagar en efectivo, como si el recinto fuese a desaparecer un buen día en un allanamiento policial y no tuvieran que rendir cuentas de lo que se vendía, así tuviese que convertirse en una verdulería para sobrevivir los embates del tiempo después. También fuimos por cigarros, en una de las esquinas de la plaza que daba con la catedral, había un pasillo donde tenían todos los tipos de cigarros del país, las marcas que se vendían hace cincuenta años y las que se venderían a futuro, era todo un portal del tiempo. Ya listos para pasarla bien, fuimos caminando por las calles de concreto, planeando qué podría pasar esa noche. Los muchachos iban con distintos propósitos, unos querían ligar y obtener sexo de una noche, otros querían probar de la marihuana que seguro nos invitarían afuera y luego estaba yo, monitoreando el grupo para que nadie saliese herido.

Apenas llegar, y como parte del ritual habitual en ese umbral a otra dimensión de la ciudad, nos habían hecho el registro de ley: la revisión de las identificaciones y de los bolsillos por si portábamos armas. Detrás de nosotros llegaron compañeros del semestre, nosotros íbamos entrando cuando dejaba de sonar el Ska y se cambiaba hacia la electrónica. Fue una gran noche.

Se respiraba cerveza y madera en el ambiente, era un lugar de rituales, bastante rústico donde encontrabas desde personas con gustos formales hasta quienes iban lo más desechable posible en su vestimenta. No había espacio para juzgar, compartíamos el mismo propósito. Nos pedimos unas cuantas caipiriñas y recorrimos el lugar, yo me sentía descendiente de los normandos tomando en las mesas de madera a poco tallar que estaban en el fondo. Agradezco mucho que en ese momento nadie quiso bailar y contábamos las tempranas experiencias universitarias que podíamos tener, no pudimos hacer juegos de tragos porque la música apenas dejaba escucharnos. Tal vez, nuestros lazos fuertes también se deban a que sabemos leernos los labios.

Un rato más tarde, con una variada programación musical nos paramos sincronizados para cuidar la mesa pues había mucha gente esperando. Fue muy orgánico ver cómo nos habíamos emparejado en el transcurso de la noche con conocidos y desconocidos. 

─ Mano, creo que iré a bailar con Williainys, cuidame los lentes ─me dijo José Miguel en lo que yo hablaba con Kelly. 

─ Bro, mejor llévatelos contigo, porque seguro me paro a bailar, no creo que te los cuide ─le dije tratando de convencerlo, pero capaz se lo tomó a mal o igual creyó que no lo había dicho en serio y los dejó encima de la mesa. 

Eso es lo que recuerdo de José Miguel antes de verlo bastante tomado, claro que su aspecto era distinto, bastante desinhibido y con un carácter de perros. Supongo que ese lugar si tenía maldita la bebida. Lo siguiente que recuerdo es que se había metido en un contenedor de basura, se molestó con Kelly y le dijo que no la tocara, pero lo que más me impresionó fue la anécdota que contó Mr. Rubix de él.

─ Mano, yo estaba entrando en el pasillo que da para los baños y encontré a José Miguel encima de unos casilleros haciendo flexiones de pecho. Me dijo que un señor negro con camisa blanca y sombrero lo había retado a que las hiciera, de no haber entrado pronto capaz se hubiese lastimado ─Mr. Rubix estaba algo tomado también, ahí fue cuando pensé en que las borracheras tienen aspectos mágicos de los que podemos sacar algún tipo de provecho a futuro, o por lo menos queda como una buena anécdota. Igual nunca nos topamos con ese tipo particularmente, iba a ser bastante reconocible.

A eso de las 3:00 am la diversión en Birosca iba mermando, éramos más personas fuera del local que dentro, fumábamos y nos reíamos mucho. Rafa empezó a hablar de su vida familiar, sus mudanzas traumáticas, fuimos apoyo para su arrebato de dolor; Ludwig nos hablaba de la concepción de su nombre y la relación que tenía con sus padres, todos nos limitábamos a escuchar y brindar por esas historias. Esa noche había roto algo en nosotros y nos dejaba ligeros para un camino que aún se ocultaba por la bruma de la montaña.

 

Del libro Meriland (Palindromus, 2023)

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