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Nunca cumplí los quince, y eso que ya habíamos encargado un pastel de chocolate amargo para una fiesta que nunca se hizo. Su interminable ausencia —la de Mamá— se llevó todos nuestros cumpleaños. Enredó el paso del tiempo.
Paréntesis: signo lingüístico enfocado en el inciso. Una fuga sonora, pero contenida, que escarba en lo no dicho de la oración y nos empuja hacia la liminalidad del discurso que sostiene nuestra realidad. Las abuelas, por ejemplo, pueden ser el paréntesis de un silencio genealógico y femenino. Su mutismo es capaz de abrir en canal la estirpe. Paréntesis. La palabra se estira hasta deformarse en cada uno de los cinco apartados de Dźwięk (2024), la primera novela del escritor venezolano Jacobo Villalobos (Caracas, 1995), autor de los libros de cuentos 26 humillados (2016), Intrusos (2017), El otro hemisferio (2023) y Armados (2024). Su obra más reciente viene a enfrentarnos con la memoria corporal, la memoria instintiva que nos enraiza en el mundo, y el temor a perderla.
La editorial Lecturas de Arraigo resume la trama en dos líneas: “Jorge Mario tiene un extraño artefacto apretado a una de las orejas. Víctor cree escuchar espectros a través de él”. Estructurada de manera episódica y con un narrador que tiende a ordenar los eventos desde una focalización retrospectiva (el sujeto en presente que mira hacia el pasado), Villalobos procura que el sonido, como concepto e imagen, invada todos los flancos del texto. Los diálogos amalgamados en los párrafos producen el efecto de un flujo de conciencia polifónico y, a su vez, fusionan el gran paréntesis que comparten los personajes principales: la herida de sus matriarcas. “Entonces, Jorge, vuelve a contarme la historia de tu abuela. ¿Otra vez? Sí, por favor, que me gusta mucho”. (Villalobos, 45)
Los paréntesis en cuestión.
A nivel técnico, hay poca repetición sin variación y en esta historia, más allá de su signo, el paréntesis absorbe también las connotaciones de grieta, umbral, sombra, vientre, oscuridad y abismo. El horror está específicamente en la escucha, en seguir las voces que invocan nuestro origen, esa primera oscuridad amniótica que nos entrega a la errancia de otro cuerpo. Aquí, el cuerpo son las abuelas (migrantes), mientras que los nietos encarnan la fisura. Villalobos es al oído lo que Verónica Gerber Bicecci es a su conjunto vacío: un velo intermedio para reconstruirnos a través de las ausencias.
Dźwięk es un término polaco que se refiere a lo auditivo: el sonido, el ruido. El oído está ligado al habla y, por ende, a la imagen. Identificar un sonido vuelve concreto lo informe, sin embargo, lo que se revela en esta novela logra detonar, por un lado, el miedo y la locura, en tanto que por el otro nos conecta con el nostos, el anhelo profundo por el hogar perdido. “La mujer no podía hablar porque sus sonidos se habían escapado, espantados cuando pisó suelo argentino” (Villalobos, 44).
Rosario y Helenka, las abuelas, son la lengua que nos extravía en una raíz cercenada por el desplazamiento. La abuela Helenka extraña su Polonia natal, Rosario parece flotar en el abismo del hijo que ha olvidado su identidad y al que, se sugiere, desea atraer de regreso al vientre materno, el espacio de la atemporalidad. Ese vientre parece haber transmutado la casa en el recipiente que le falta (el cuerpo), infectándola de una oscuridad que amenaza con desaparecerlo todo. El poema de José Luis Peixoto, citado al final de la obra, reafirma esa pulsión del vientre-origen como elemento simbólico y uno de los posibles (mas no definitivos) nombres del abismo. Los versos de Peixoto, además, levitan entrecortados en páginas de fondo negro que acompañan a los paréntesis previos de cada apartado, enfatizando ese no lugar de la ausencia desde donde hablan los espectros. (Yo encontré el vientre de esta novela en el armario de Jorge, ya verán otros lectores en qué otras partes de la casa buscar).
Captura del E-book.
Volviendo al extravío, este trae consecuencias diferentes para Jorge Mario y Víctor, los nietos-grieta. El primero pierde su capacidad para sentir miedo tras un incidente que le roba la audición en un oído. El texto, curiosamente, no especifica si es el derecho o el izquierdo. No obstante, debido a cómo la oreja artificial diseñada por su padre condiciona la escucha dicótica de Jorge Mario, me atrevo a apuntar que el oído dañado es el dominante, es decir, el derecho, que se conecta con el hemisferio izquierdo del cerebro procesando el lenguaje. La hipoacusia de Jorge Mario le permite detectar el habla fracturada de su difunta abuela Rosario, arrojándolo contra el horror del trauma familiar: el olvido.
Un horror que está en la conciencia, pero que se vive en el cuerpo. El body horror es una temática que une varios puntos en la narrativa de Jacobo Villalobos, presente en relatos como “Verborum”, “Reechan” o “Boca de pez”, donde el cuerpo violentado por un elemento extraño sirve como metáfora para pensar el lenguaje como un virus que se impone al sujeto, para cuestionar la belleza hegemónica o para mostrar el sacrificio de un recuerdo alojado en una extremidad, respectivamente. En este punto cabe señalar el diseño de José Luis Hernández para la cubierta, que evoca la silueta de una oreja fantasmagórica, descosida por los ecos que le llegan a medias. El oído es el otro gran paréntesis de esta novela. En Jorge Mario, esta escucha fragmentaria parece restarle su capacidad de sentir miedo a causa de que su órgano auditivo ya no puede hallar formas por él. Mientras que en el caso de Víctor, la escucha se torna obsesión que comienza a vaciarlo por dentro. Dźwięk nos lleva a la cumbre del body horror al perfilar el cuerpo como un narrador no confiable: la sordera, el sonambulismo y la hiperfijación amplifican esta sensación y nos llevan al filo de la cordura, el paréntesis donde se desborda lo humano.
Hay dos preguntas que se me quedan en el aire: uno, ¿por qué el paréntesis de las abuelas alcanza a los nietos en lugar de a los hijos? Quizá porque la infancia de los nietos no está contaminada por el pasado común. La infancia del nieto es un ruido blanco que puede captar las distintas frecuencias del silencio. Y dos, ¿por qué leer esta novela de Villalobos? Tal vez, porque Dźwięk es un portal hacia todos los fantasmas que vivimos por adelantado y vale la pena escucharlos.