Mínimo ensayo en mi primera tentación, por Daniela Jaimes Borges

29/ 07/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, Opinión

Hay aquí una cama para mí.

José Saramago.

 

Tal vez soy un ensayo, no, no literario, sino un ensayo para equivocarme las veces que renuncié a mí, antes de mi tiempo; tiempo que tampoco puedo precisar. Eso es lo primero que respiro después de ver La última tentación de Cristo, en los huesos de William Dafoe, una música abisal, dirigida por Martin Scorsese. Y me pregunto, vertiginosamente, si Virgilio Piñera vio esta cinta, antes o después de escribir su pieza teatral «Jesús», bajo el disimulo de una orquesta noble para los que no creemos:

«A lo mejor Dios me falla».

Dice en alguna parte de su obra, el nadador en seco desde La Habana, que necesariamente leo en espejo con la liberación que hallo en la enunciada y repetida frase: «Padre, ¿por qué me has abandonado?», que circunda como esa Isla en Peso, también piñeriana, a la que vamos pareciéndonos. ¡Qué lástima!

Desde los escombros de una tristeza y su benévola esperanza, ésa que se funda en una belleza independiente de su progresiva resignación, me voy por los atajos de las frases fáciles que distinguen escribir así, alto y gritando, sin medida de la queja, ésa que no aprendo siempre a reposar. Ensayo. Ensayo.

1.- Los mejores paisajes se engrandecen con nuestro silencio.

2.- Ahora soy esta fiera que miro en la nostalgia.

3.- Vital es la vida que no somos.

4.- Los asombros de día se parecen más a Dios.

5.- Fíjate, en tus manos, no tienes la grieta que tallaste.

6.- Cuando eres agua, procura nadar desde adentro. Sólo así es posible mirar el estanque y respirar junto a los miedos abisales.

7.- Ahora miro con vertical respeto, a toda minúscula del viento malogrado.

8.- Renuncio a la vida que pudimos tener… si te hubiesen crucificado sólo por y en sueños ajenos.

9.- Los verdaderos paraísos saben de nuestro antojo y nos dan la espalda.

10.- Recuerdo haberme visto con los ojos mudos ante las manos multiplicadas sobre el llanto.

Y todo sigue yendo como ese alambre que no siempre me golpea con suavidad.

Desde acá escucho a un Dios culpable y defiendo a Judas, no por llevarle la contraria a la tradición cristiana, sino porque si hay que hablar de perdón, entonces vamos a ensayar a hacerlo desde acá. Creo que es la mejor prueba de que Dios pueda existir, al menos la que he construido para no aferrarme a las peticiones de ayuda. Pero claro, ése también en un ensayo: pedir por uno y fallar.

No tenía idea de todo lo que iba a encontrar, pero un ex novio, y ahora amigo, me había advertido, con sonrisa a medias, lo que podía ver en esta película; un ex que también partió cuando la esperanza dejó de intentarlo.

En disposición hoy de verla, escuchando la canción de Anthony and The Johnsons: “Hope There’s Someone”, y detrás seguía sintiendo el viento que no se queja cuando no sigo caminando, tal vez para resguardar la poca cordura que he respetado tener (acobijada con la idea de que la locura es la extrema belleza, la triste belleza que he ganado).

Son todas estas mínimas líneas que voy aún dejando como un ensayo de mis errores para construir un plano de mí que resulte en algún mapa. A veces es necesario tener una idea de cartografía de uno y de uno en otro.

Y ahora, retorno a la sensación quebrada, para volver a deslumbrarme con la idea paralela a La última tentación de Cristo, ésa que descubrí en mirada cercana y que me dispuso a ensayar.

Finalmente, no sé si la vida sea o no breve, si se pueda cambiar, no sé de qué pueda tratarse una cruz, las espinas en la frente, la dulzura del perdón o si todo coincida con la redención de la soledad. Pero algo sí me queda claro, Judas, Jesús, nosotros, nadie, todos, venimos del mismo lugar, uno informe por la necesidad de un otro que no se resista a abandonarnos cuando todo aire vaya de adentro hacia afuera.

(Voy a ensayar un poco antes de aprender a dormir entonces.) Tal vez así, un día despierte y me encuentre sola de mí, para entender que a Cristo no lo abandonó Dios, que Judas no traicionó a nadie, que nada merece tanta pena ni caridad para desandar las suturas; porque todos necesitamos conocer algo que no merece tener nombre, pues eso supondría una salvación o una desgracia, y el estanque, sólo puede albergar frialdad.

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