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El revuelo de los insectos (prólogo)

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Dos hombres uniformados huyen a través de una enmarañada selva. Son desertores. Son amantes. Amantes que huyen, buscando la libertad en tanto se adentran en la prisión del otro. Una primera imagen tan paradójica como el hecho de que el hombre puede hacer que el tiempo avance adentrándose en el pasado.

Hombres que son vistos como “insectos”, según el glosario de la revolución de Papá H, como se le conoce a Pablo Hacha, el líder de una tiranía totalitaria de un país imaginario, pero tan real que podría ubicarse perfectamente en cualquiera de los confines del mundo en donde la sed de poder logró detener el tiempo y, con él, todo vestigio de progreso, toda libertad individual, todo sentido de humanidad.

Con esta primera escena, Manuel Gerardo Sánchez da inicio a El revuelo de los insectos, su primera incursión en la novela luego de la aparición de su libro de cuentos Sangre que lava. Y a diferencia de aquellas historias, ubicadas en frívolos ambientes de las clases acomodadas de diversas ciudades del mundo, en esta sus personajes se mueven en un marco donde se desatan los instintos más salvajes del hombre, en el cual deben sobrevivir, una vez derrumbado todo rastro de esas ficciones civilizatorias que sostienen la vida en sociedad para dar paso a su naturaleza más primitiva.

 

Si algo demuestra la literatura (y el arte, en general) es que el mundo es lo que percibimos de él. Es por ello que, en las representaciones de ese mismo mundo, el símbolo es real y la realidad es la expresión que  simboliza la mirada del que cuenta. Con sus prejuicios y sus vértigos, sus manías y sus terrores.

De esta manera, el “estilo del autor” no es otra cosa que la honesta y genuina comunicación de una visión a partir de los elementos que usa para representarlo. Puesto así, se entiende que Manuel Gerardo Sánchez eluda los ambientes frívolos y refinados en los que se desplazan los personajes de Sangre que lava para contarnos esta historia de una dictadura, sangrienta y atroz, y ponga a sus personajes a subsistir en una selva de la que solo saldrán vivos los instintos más feroces.

Con un tono que, por momentos, se sumerge en lo paródico, en El revuelo de los insectos, Emilio (el niño bien, hijo de conspiradores de la clase media) y Jon (hijo de campesinos), representan las dos caras de un mismo engaño, de una sociedad que se dejó seducir por los cantos de sirena del tirano populista, que agita por igual el sentimiento de culpa de los primeros y el resentimiento de  los segundos, para dominarlos a ambos, haciéndoles creer que son los protagonistas de una revolución en la que terminarán siendo las víctimas. Pero, además de representar las dos caras de una sociedad, estos amantes también simbolizan los dos pecados más despreciables para el fanatismo militarista: la homosexualidad y la traición a la causa, que es la traición a una religión en la que un hombre hace de Dios y el paraíso termina convertido en infierno.

Y como esas revoluciones son palimpsestos de una vieja historia, en esta no solo hay un Dios omnipotente y castigador, origen y fin de todo, sino que también hay un único partido autorizado (el Movimiento Social Rural). Y hay, además, tierras conquistadas a la fuerza y Comandos de Distribución y Reacomodo que expropian industrias. Y ex líderes que se apartan del partido para enriquecerse con el fruto de lo saqueado. Y supuestas amenazas extranjeras y restos de antiguas oligarquías desplazadas acusadas de conspiradoras. Y gente que huye. Y juicios sumarios. Y una deshumanización paulatina que abarca todos los órdenes de la vida.

En El revuelo de los insectos es inevitable el tono paródico porque la impostura de esos procesos, sus predecibles desenlaces, su burda puesta en escena, no deja de ser una caricatura. Salvaje, sangrienta, pero caricatura al fin.

Y, nuevamente la paradoja, nuevamente el símbolo como realidad, serán esos personajes caricaturizados como insectos quienes, en su revuelo, demostrarán que cuando la dignidad de cómo se vive resulta arrebatada, cualquier gesto la restituye, al menos a la hora de escoger cómo se muere.

 

Es una historia acerca de una huida inútil y un derrumbe circular. Ni los amantes que se esconden, ni la maldad del hombre, ni la fuerza telúrica de la selva parecen tener fin. Y Manuel Gerardo Sánchez, recordando que el arte vive de los contrastes, cuenta todo ese horror y todo ese asco desde sus peculiares búsquedas expresivas, desde su particular tesitura. En tanto más terrible la realidad más se distancia, más se solaza en la música de sus pasajes.

El revuelo de los insectos es un grito de rabia contra el salvajismo y la persecución, cocido desde un lenguaje voluptuoso y elaborado porque, así como cuando toda ficción colectiva se hace añicos cada quien decide cómo muere, cuando el horror lo alcanza todo cada autor decide cómo lo cuenta. Y decide cómo armar un universo que le permita, siquiera por momentos, ponerse a salvo.

 

Prólogo al libro El revuelo de los insectos, de Manuel Gerardo Sánchez (Editorial Egalés, 2020)

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