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Bajo tierra

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Hay mucha gente buscando a otra gente y eso se siente, de verdad que se siente. Explicar esto no tiene importancia. Las cosas perdidas suelen llevarse consigo el motivo  de su pérdida, y si las recuperamos suele ser demasiado tarde para reclamar  explicaciones.

La noche del terremoto yo, Sebastián C. recién nacido, bajaba las escaleras del hospital en brazos de mi padre. Escaleras oscuras, gente atropellándose, gritos, y un hombre y su hijo escapando a toda prisa del temblor. Cuando pienso en esto no pienso en mí sino en mi padre, presa del pánico, con un bebé en brazos. Desde  entonces su miedo es mi propio miedo y la historia del terremoto es mi propia historia. Pero hay otra. Siempre hay otra historia.

Doce años después, en 1979, mi viejo desapareció en la excavación de un túnel. Él era un inmigrante que había llegado a Venezuela en los años cuarenta. Dedicó su vida a estudiar el subsuelo de Caracas para los proyectos viales del Ministerio de Obras Públicas. Extraía muestras de la tierra, las piedras y el lodo que teníamos bajo nuestros pies. Un día, mientras trabajaba en la perforación de un viejo túnel del Metro, desapareció. Minutos antes sus colaboradores lo vieron meterse en el agujero, minutos después ya no estaba, se había esfumado.

Lamento ser tan escueto pero no tengo otro remedio: mi viejo se metió dentro de un túnel y no volvimos a verlo más. El suceso tuvo una repercusión escasa: ocupó un par de renglones en dos de los periódicos de mayor circulación del país. El Colegio de Ingenieros publicó un comunicado, y a pedido de mi madre se abrió una investigación que, al cabo de unos meses, terminó archivada. Varias hipótesis se barajaron en aquel momento: el hampa común, la venganza, el accidente fatal, problemas psicológicos, militancia política, abandono de hogar, deudas, suicidio. Pero nosotros, su familia, sabíamos que ninguna de esas hipótesis podía explicar nada. Creo que en el fondo estábamos convencidos de que la muerte, esa vez, había tomado una forma imprevista.

Para colmo, al año después de desaparecido, mi vieja decidió enterrarlo. Y lo digo literalmente. Ignoro cómo fue el trámite, pero se ofició un entierro sin su cuerpo en un cementerio a las afueras de Caracas.

Como es de suponer, mi madre, mi hermano y yo sufrimos el vacío que dejó esta sorpresiva ausencia. No quiero hablar por los demás, pero en mi caso el asunto me marcó para siempre. Quizás porque yo sólo tenía doce años, y a esa edad uno está saliendo del sueño de la infancia para meterse en el sueño de la vida, o quizás porque nunca entendí qué diablos había pasado, ni por qué.

Desde ese momento esta historia comenzó a contarse sola. Casi siempre ocurre así, las historias se cuentan solas. Uno cree que uno es quien las cuenta, pero no, uno solamente las agarra, las recorta, pero no las cuenta. Contarlas es otra cosa. Contar una historia es, en el fondo, un trabajo imposible. Quizás por eso este libro no comienza con la desaparición de mi viejo, sino veinte años después, el día en que salí a buscarlo en diciembre de 1999, y más exactamente el día en que Gloria y yo conocimos a Mawari. Pero de esto hablaré más adelante.

“Salir a buscarlo” quizás no sea la expresión exacta. Más que buscarlo a él, salí a buscar el vacío que dejó, el agujero de ese vacío. En un momento dado (tardé veinte años en darme cuenta) supe que yo debía ir tras él. Por eso, más que buscarlo (nunca tuve la estúpida ilusión de encontrarlo, de dar con sus huesos) lo que pretendía era hacer el mismo camino que él hizo, seguirle los pasos.

Por supuesto esto no podía hacerlo, desde la conciencia de saber que lo estaba haciendo, pues eso hubiese significado la locura o el suicidio. Lo hice, ahora lo pienso así, como el niño que va a la playa sin preguntarse nada, o casi nada, e incluso sin tener mucha conciencia de su deseo de ir a la playa, y sin embargo llega a la playa.

Por último debo decir que nunca antes había sentido la necesidad de buscar a nadie y mucho menos de contar una historia. Creo que sólo se siente esa necesidad cuando lo que uno busca, o pretende contar, ha desaparecido del todo.

 

Capítulo tomado de la primera edición de Grupo Editorial Norma, 2009

Ganadora del Premio de la Crítica a la novela del año 2009

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