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Mejor no hacerse el sueco

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Un sol de fuego despertó a Johan en su cama de un hospital en Palm Springs, California.

A su lado, dos médicos y una enfermera lo miraban como si hubieran estado esperando su regreso de algún lado, no se sabe cuál; por su curiosidad ansiosa y un tanto  malsana, Johan pensó que algo raro le estaba ocurriendo.

Descubrió bien pronto que estaba atrapado en una historia muy oscura. Cuando habló para preguntar dónde estaba o qué le había pasado, ellos se miraron entre sí extrañados, como si él les hablara en sueco.

Y era sueco lo que les hablaba Johan, quién tampoco lograba comprender, a su vez,  por qué estaba allí y qué significaba todo lo que le decían. Supo que su nombre y todo alrededor de él, eran sólo incertidumbres. Eso, y aquel solazo inaudito le hizo sentir que estaba en otra dimensión.

Por el gran ventanal junto a su cama podía ver hileras de  palmeras  verdes y muy alineadas, y, a lo lejos, el mar. El sol lo ocupaba todo, sábana incandescente que hacía de aluminio al horizonte. No eran un mar  y un sol como los que a veces le mostraba la memoria, ambos sin contundencia, desganados.

 

The Desert Sun, 25 de febrero de 2004.  San Francisco, California.

Hace cuatro meses fue encontrado inconsciente un hombre en un motel de Palm Springs, sin memoria, hablando sólo sueco, haciéndose llamar Johan Ek; no recuerda si tiene mujer o hijos, ni ninguna otra referencia de su vida anterior. No puede valerse por sí mismo, no sabe cómo retirar dinero o tomar un autobús. El diagnóstico de los médicos, es que sufre de amnesia global transitoria, síndrome poco común originado por un trauma físico o emocional.

Al momento que lo encontraron, llevaba consigo el pasaporte y dos tarjetas de crédito que lo identificaban como Michael Boatwhite, de 61 años de edad. En un maletín tenía ropa de deporte y una raqueta de tenis.

La policía no ha identificado a nadie con ese nombre en todo el estado de California; en cambio, encontraron registros públicos en Suecia que hacen ver que vivió allí entre 1951 y 2003.En aquel país, algunos ciudadanos lo identificaron por las fotografías que mostró la policía, mas no por el nombre. Certificaron el gran interés de Michael por la historia medieval. Uno de ellos, Olaf Sahlinger, declaró a la prensa sueca que compartió con él esa afición, así como el tenis, junto a otros amigos comunes; lo definió como “Una persona amable y simpática, aunque un poco reservada”.

 

Wikipedia compara a Suecia con California, señalando que aquel país es solo un poco más grande que el estado norteamericano. Tal vez  lo que menos hubiera imaginado Johan o Michael es que su existencia en este mundo se la disputaran tales antípodas.

En este hecho, lo que policías y médicos no sabían es que tiempo y espacio son relativos, y que eres quien tú crees, y no lo que la sociedad acredite que eres. Aunque trataban de llevar a Michael a lo que consideraban era su verdadero  pasado, tal cuál establecían los inapelables papeles burocráticos, la memoria terca de Johan los llevaba siempre por otros caminos, por otra lejana geografía, por otros fantasmas.

Mientras le hablaban intentaban remover de las esquinas de sus neuronas algún dato que lo afirmara como ciudadano norteamericano; trataban de convencerlo de que era de pura cepa californiana, amante de los malls, las playas o las extensas vías solo para carros. Pero el mapa cerebral de Johan se encendía con otros recuerdos, celajes que de tarde en tarde aparecían en su pantalla mental: Johan manejando su bicicleta en una calle con cientos de bicicletas, según un aviso, en la Gamla Stan; en otra imagen, Johan asomado a una ventana seguía los saltos de un conejo blanco sobre la blancura de la nieve, en el silencio de un bosque de pinos. Estas escenas se le mostraban como una película velada, de contornos vagos. Sin embargo, para sorpresa de los médicos, otras imágenes eran muy claras y recurrentes, sobre todo, la descripción detallada que Michael les hacía de un sitio donde él se veía compartiendo con otras personas.

Un salón enorme y muy iluminado mostraba una biblioteca extendida a todas las paredes; en algunos espacios de ella, se mostraban escudos de armas y blasones. En los bordes de la espesa alfombra que cubría todo el piso, estaba un cerco frío de  armaduras y armas antiguas. Al centro, un círculo de personas se sentaba en torno a la solidez de una mesa. Y allí estaba Johan, algo incómodo de ser el objeto de atención  mientras enseñaba algo que admiraba a todos los presentes: una especie de papeles antiguos con ilustraciones, difusas en su recuerdo, que él manipulaba con extremo cuidado. En ese punto se detenían siempre los recuerdos de Johan o de Michael, dependiendo de si estaba solo confrontando a su memoria o si trataba de recordar a instancias de policías y médicos.

Lo que tampoco sabía la policía, ni ahora tampoco el propio Johan, es que el lugar era el Club de Historia Medieval de Estocolmo, y lo que miraban todos admirados eran unas extrañas láminas medievales que Johan, de paseo en días anteriores por Dinamarca, había comprado a precio de ganga en el mercado negro; esa noche en el Club celebraban el hallazgo, raro y de enorme valor en el mercado de antigüedades.

El presidente del Club, Olaf  Sahlinger, era el más emocionado y feliz con ese logro de su amigo; como experto internacional en objetos medievales, aclaró a los presentes que el hallazgo correspondía al codiciado Portafolio Tormentum Animi de un tal A.Karlsson, autor de finales del siglo XV. Explicó que dicho documento recoge métodos de tortura psicológica muy refinados, que no dejaban ninguna huella; los mismos estuvieron en uso en aquella lejana época.

En esa oportunidad Johan comunicó a los presentes que en los próximos días viajaría a los Estados Unidos; en ese país había menos oferta de antigüedades de la Edad Media europea, y podría obtener un mejor precio de venta. A todos les pareció sensata esa decisión.

Olaf Sahlinger era muy apreciado en su Club y por coleccionistas europeos como el gran experto que era; igualmente, era muy reconocido su altruismo al asesorar a colegas en sus ventas y adquisiciones. En alguna ocasión, incluso, donó una valiosa y estimada pieza suya con tal de lograr la perfección de la colección de un museo sueco, todo por la historia, solía decir. Para admiración de los miembros del Club, sabía también ser un negociante tenaz a la hora de lograr alguna rareza histórica. Era de carácter obstinado, y cuando iba tras una pieza de su interés, recordaba a algunos a un perro de caza aferrado a su presa.

Como algunos amantes, era obsesivo con el objeto de su pasión.

 

En California,ocho meses después, los médicos de Michael o de Johan no encuentran la manera de hacerlo regresar de su travesía al olvido, se limitan a decir que “Puede volver o no”, como si se tratara del regreso de algún viaje optativo.

Lo que sí dejan claro hasta hoy, es que  no hay razones objetivas para explicar lo ocurrido al paciente, nada exterior o clínico evidencia alguna causa física de su extravío; lo que aseguran es que, sin duda, debió sufrir algún fuerte trauma psicológico, que explicaría su severa confusión mental.

Johan, en tanto, sigue con la mirada inocente de los seres sin historia. Se aferra a los recuerdos del frío, intuye algunos amores y una patria.

Si la policía hubiera investigado un pequeño club de tenis cercano a la frontera del estado, hubiera encontrado los registros de usuario de Johan Ek y Olaf Sahlinger, tres días antes de que aquel fuera encontrado delirando con Suecia.

Mientras los médicos siguen deliberando, la policía californiana ya cerró el caso. En  tanto, en Estocolmo Olaf Sahlinger fue a un banco asegurador a alquilar una caja de seguridad; quería resguardar su más reciente y valiosa adquisición, un dossier sobre instrumentos y técnicas de tortura psicológica medievales.

 

Del libro Último Souvenir de Nueva York (Edición del autor, 2022)

 

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