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Ensayos, entrevistas y artículos sobre el arte de narrar

Una palabra más sobre amores imposibles

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Te adoro.
Las palabras le salieron casi secretas. Sólo la tierra —y esa era la intención— pudo oírlas.
—No podemos amarnos —respondió, como siempre, la tierra.
Alzó el vuelo entristecido. La libertad no quería existirle sin su amada tierra marrón, tan alejada de ese feo cielo blanquiazul que se abría ante sus pequeños ojos negros nomás levantar la cabeza. Abajo había árboles, gente, algo de concreto, otras aves… y su amada. Siempre su amada tierra, enclavada en el mundo. Llegó a su nido de ramitas de acacia y mandarino y se posó. Pensó. Una espina se le clavaba amenazante bajo el pico; la había traído descuidado con una rama de un rosal. La empujó hasta que cayó sobre una raíz del samán.

 

II

—¿Cuántas veces te he dicho que te quiero? —preguntó el tordito apoyando de vez en cuando el pico en la superficie de su amor imposible.
—Muchas.
Estaba lloviendo.
—Te admiro mojada.
Pasó un niño impertinente y quiso destruir el romance. “Papi, un tordito”, y él tuvo que salir volando sin despedirse. Anduvo en círculos por el pequeño cielo del parque y se posó de nuevo sobre la tierra. Observó a todos lados y acostó su plumaje negro en su amada: se impregnó de ella hasta la saciedad.
—Me haces cosquillas —le dijo la tierra riendo.
—Mira ese tordito jugando con la tierra —le decía un estudiante a su compañera.
Cuando el día, cansado, empezó a despedirse de todos con su llanto naranja —allá en el horizonte ya había saludado a la noche—, el tordito le dio un hasta luego a su amada y se elevó, y yendo a su nido en el samán, se topó con otro tordito que, extrañado, le dijo:
—Caramba, amigo; estás todo lleno de tierra.
Entonces se le ocurrió.

 

III

Se lo propuso y ella lo aceptó, casi sin problemas. La tarea del tordito empezó cuando el último vigilante se despidió del portero. Serían las nueve en punto. La noche observó asombrada la labor del tordito enamorado.
—¿Crees que puedas realmente hacerlo?
El tordito respondió afirmativamente con un silencio ensimismado. La tierra insistió en hablarle.
—Si no puedes, déjalo.
—De ninguna manera —se negó el tordito a abandonar su titanía.
Una lechuza que pasó por el lugar sólo dijo dos palabras.
—Otro loco.
A medianoche estaba ya muy cansado, mas no se dio por vencido. Su tarea colosal estaba bastante adelantada.
Como a las cinco de la mañana concluyó. Casi sin fuerzas para vivir, se posó en la tierra.

 

IV

A las ocho de la mañana, el portero y los vigilantes abrieron la puerta con algún recelo. Los visitantes fueron reuniéndose alrededor de aquél extraño acontecimiento; el suelo del parque había sido excavado hasta la roca viva, y una montaña de tierra escarbada descansaba, íntegra, sobre el centenario samán que había sembrado un día el fundador del pueblo.
Y, sobre la montaña, sucio y exhausto, yacía muerto un tordito.