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Y luego del fin del mundo, nena, ¿qué nos queda?

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¡Fin de mundo, nena! solo podría ser el título de una novela escrita por Lucas García París. Es de esas frases que funcionan tanto como título de canción de rock coreada dentro del pogo como al cargar un arma para detonar nazis o zombis y, claro, también funciona para lo que la palabra realmente existe: el acmé del beso, el acuerdo entre amantes, aun así en el fin del mundo.

Hablando del beso, lanzo un acertijo ¿Cuál es la diferencia entre estar entrenado o estar preparado? ¿Acaso se puede entrenar para un primer beso, un primer disparo, una primera herida? ¿De qué sirve entrenar si nunca vas a estar preparado para apretar el gatillo, acercar los labios, sacar el pecho? En este tipo de preguntas se encuentra Marco Antonio, el personaje principal de ¡Fin de mundo, nena! Personaje que, junto a su madre, Úrsula, marcan los axis de la existencia de la novela en el cual la progenitora entrena y prepara a su hijo desde la niñez para el fin del mundo, y este último, al crecer, no se lo toma bien.

En Úrsula encontramos un pariente de Marv, personaje de Mickey Rourke en Sin City (Miller, 2005). “Todo el mundo piensa que Marv está loco, el problema es que nació en la época equivocada” y así como hubiese sido el gladiador más aclamado en la arena, Úrsula pudo haber sido una Juana de Arco, con visiones, salvando a Francia de los ingleses debido a su capacidad de preparación y estrategia. En Marco Antonio encuentro un hermano gemelo del personaje de George MacKay en Captain Fantastic (Ross, 2016). Sólo que a Bo lo prepararon paranoicamente para ser un rey filósofo y a Marco Antonio un guerrillero asesino de zombis. Conclusión: madre e hijo cuentan con habilidades excepcionales que le quedan grandes al mundo y por lo tanto, no tienen lugar en él, lo que les obliga a tomar caminos separados.

No es la novela de lo que Oscar Marcano llamó un Enfant Terrible en el prólogo de Payback, libro de cuentos de Lucas (Ediciones Punto Cero, 2009). El infante terrible parece haber crecido y entiende que lo terrible, siempre que se sobreviva a la aventura, sucumbe ante lo sublime. Es la novela sobre un infante ―recordemos que Infante etimológicamente remite a aquel que no habla― que entendió que el fin de un mundo puede provocarse tanto con la palabra como con las armas.

El mundo apocalíptico de este par de personajes es atravesado por una esperanza oscura: en la necesidad del recuentro. Enfrentándonos, como una navaja de doble filo, a una gran pregunta: ¿Qué da más miedo, ir con un machete a enfrentar el fin del mundo o ir a enfrentar a mamá con nuestro corazón sangrante en la mano?

Luego de las preguntas y de las respuestas y del fin del mundo en el papel, nena, ¿qué nos queda? Quizás lo mismo que aparece en el polvo luego del pogo: heridos, sangre, quizás par de muertos y anécdotas, amigos, amantes y ganas de una canción más. Espero que, con el apocalipsis según Lucas García París, tras un punto final, otra sangría.

 

Reseña sobre ¡Fin de mundo, nena!, de Lucas García París (Círculo Amarillo, 2025)

 

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