Guarachando, por María Fernanda Abzueta
14/ 05/ 2015 | Categorías: Lo más reciente, Opinióna) Kusturica es malandro, y b) los latinoamericanos somos unos parientes más o menos lejanos de los balcánicos. Parientes con una herencia común intacta. De ellos y de todos los pueblos que intuyen que el caos es otra forma de equilibrio, y la incertidumbre una manera de ver el futuro.
Héctor Torres – Objetos no declarados
Una afirmación parecida la escuche de parte de Wiliam “Magú” Guzma, guitarrista y Dj. de Desorden Público y Circo Vulkano, en una entrevista a la que lo acompañé en una emisora ubicada dentro de un cuartel de la resistencia bolivariana en Catia, cuyo nombre no me viene a la memoria en éste preciso momento. En dicha entrevista, el Guitarrista respondía a la pregunta de la locutora sobre el porqué de la base balcánica de su música, afirmando que el parecido entre ambas culturas era impresionante. Que la facilidad para celebrar los ritos más importantes de la vida social: nacimientos, entierros, cumpleaños y cualquier otro, a través de la música y el baile, nos emparentaba. De igual manera las soluciones que culturalmente habían surgido para disminuir el sufrimiento causado por el entorno socio-económico nos permitían unirnos de alguna forma en la celebración de la vida. Horacio Blanco afirmaba en la introducción del tema Guarachando, del maestro Billo Frómeta, que en esta canción se encontraba sin duda alguna en evidencia la singularidad del venezolano para ir por la vida festejando y riendo para no llorar; y al son de los acordes de la banda organizada por Aquiles Báez, el domingo 14 de diciembre de 2014, en el concierto de navidad que se realizó en la torre B.O.D de la Castellana, cantaba: Guarachando, guarachando, guarachando por la vida voy pasando sin sombra de preocupación, y cantando voy mi sabroso son, para así olvidar la fatalidad y el dolor de este mundo… No le hagas caso a la gente que siempre murmura y cuando escuche un timbal mueve bien la cintura. Y así te convencerás que la vida hay que pasar Guarachando, guarachando, guarachando. Acompañado por el auditorio en pleno, para luego terminar su participación con el tema Allá Cayó, y confirmar que dentro del imaginario colectivo hasta los disparos saben a fiesta.
Michaelle Ascencio habla en su libro De que vuelan vuelan: imaginarios religiosos venezolanos, del predominio de la culpa como motor principal de las religiones monoteístas y de cómo el sentido de persecución a su vez es la fuerza que impulsa los cultos paganos. En Venezuela el proceso sincrético religioso ha devenido en la creación de religiones populares donde los límites entre la relación con la creencia popular y la establecida por los cánones religiosos, que se rigen por instituciones más cerradas cómo la iglesia Católica o Protestante, se desdibujan continuamente. Esto trae como resultado que la sensación persecutoria aumente, proyectando la culpa. La responsabilidad siempre se encuentra en el otro, y el otro está representado por espíritus malignos, malas energías, o en la simple voluntad de Dios en el caso sobrenatural, o yéndonos a lo terrenal: la envidia o las malas intenciones de nuestros semejantes.
Ascencio más adelante en el mismo trabajo profundiza y explica como en el culto a María Lionza se ven reflejadas las características sociales de la urbe y como a medida que avanza la precariedad y la necesidad de una sociedad avanza también su búsqueda de respuestas y amparos en las soluciones mágicas y religiosas. Puntualiza refiriéndose a las sesiones dentro de los centros especializados en el culto a la diosa indígena que:
…Las carencias de los grupos sociales que comparten una experiencia, construyen un mundo en el que afloran contenidos diferenciadores.(…) Lo que dicen los espíritus es expresión de una subjetividad oculta de gran parte de la población venezolana creyente, que se diferencia o se separa del discurso tradicional, político, histórico y religioso sobre la nación…
Y cita a Yolanda Salas para terminar de ahondar en la idea del inconsciente colectivo con el siguiente párrafo. “Divinidades y espíritus forman un panteón organizado y jerarquizado, con campos semánticos específicos que construyen una especial manera de concebir e interpretar la historia (…) detrás del rito se narra y se dramatiza una conciencia histórica, imaginada y mitificada en la exclusión”.
Venezuela como parte del Caribe latinoamericano, y Caracas como su capital, no escapa de su realidad mágica y de culto a lo pasajero y a la facilidad. El proyectar en el otro los rasgos negativos de nuestra personalidad para quedar exentos de culpas y seguir guarachando nos han constituido un imaginario social disociado donde la repartición de culpas está siempre fuera de casa, los pecados se perdonan con sus debidos golpes de pechos y avemarías, la mala suerte se arregla con trabajos, y los ídolos de la revolución llegan en Peugeot a las radios comunales. Sin embargo estas contradicciones no son tales en la mentalidad del colectivo. La búsqueda por tapar las carencias nos hace rezar por la buena suerte. Salir a gastar los aguinaldos y cualquier dinero que tengamos encima, porque la inmediatez del caribe se expresa en una sociedad sin conciencia de futuro, que tiene bien presente los sufrimientos pasados pero decide evadirlos para disfrutar de todas las bondades que trae el presente mientras dura y así seguir … gurachando por la vida sin sombra de preocupación…
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