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Aleluya

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Era una mañana brumosa. Un vientecillo fresco. oloroso a monte, se colaba por las celosías de la ventana, Era el piso seis de un edificio beige despanzurrado sobre la avenida arbolada frente al cerro. Era Caracas una ciudad en emergencia. Era la habitación alfombrada verde musgo y el hilván de la cortina de gual blanco, batiendo suavemente contra el cristal ahumado de la puerta-ventana que da a la terraza. Era un día como para quedarse en cama, desperezarse y no levantarse, a no ser por un impulso espontáneo.

Se había prometido a si misma no hacer nada aquella mañana de sábado. Le haría un regalo al cuerpo, Esa caja de resonancia tan abandonada a su propia suerte, últimamente, ¿Qué vestido ponerse? Ninguno, Se quedará desnuda esa mañana. Caminará por toda la casa con los pies descalzos y alados, se posará sobre los muebles como tina libélula, bailará una danza en honor a Venus, se mirará en el espejo de tres lunas, en el salón y podrá comprobar si algo estorba a la silueta.

Tomará las medidas pertinentes para que nada interrumpa el soliloquio: descuelga el teléfono, prepara el baño en la tina color limón; sales y espumas de un rosado muy tenue, Desde la luna de miel no había realizado un ritual como éste, Todo es ritual. ¡Ah! aquella miniluna de miel con Ariel en una isla desierta…

La luna de miel para los primitivos, es la época de mayor comunión con la naturaleza: dicen que hay en la América meridional, unas abejas salvajes que producen, durante la sequía, una miel riquísima, de color oscuro, con la que se alimentan. los nativos, en el período anual más difícil. A esa comunión íntima entre aquellos seres primigenios y, el producto de las abejas, se le llama luna «de miel. Quisiera probar esa miel…

Ajeno a las lucubraciones de Jésica, Ariel duerme. La cara tostada por el sol, descansa enterrada a medias en la almohada de plumillas de cisne… El cuerpo laxo sobre el paisaje marino de la sábana: barquitos, áncoras, gorras marinas y olas de todos los azules, las crestas blancas. La expresión sonriente como en la muerte. Qué cerca de la muerte se está durante el sueño, cuando el único límite es ese instante del despertar y entonces, es como enchufar de nuevo el tomacorriente y ya la memoria se encargará del resto y, tu cuerpo, tu cuerpo ya sólo tendrá que moverse de acuerdo…

El ronroneo de Ariel entre las sábanas y el chapoteo de Jésica en la bañera forman un diálogo como de selva. Entretenida en el ritual, se olvidó de cerrar la puerta del baño y el sonido del timbre le recuerda que es sábado, día de revisiones, recolecciones, compras, tintorería, Hará caso omiso a todas las rutinas, no atenderá al timbre insistente: que el tintorero se lleve de vuelta la chaqueta. que la conserje guarde el botellón hasta que ella lo requiera. Por nada del mundo regresará al orden habitual, Prefiere la secuencia natural. de acuerdo a las circunstancias. Se entregará a sus visiones. Dejará sus fantasías germinar. Convocará a todos los duendes y que el timbre continúe con su persistente ring… ring… ring… No durará mucho, sólo hasta que se percate de que no hay nadie en la casa.

Continúa chapoteando en la bañera mientras entona una Canción evocadora de tiempos remotos: cuando era una estudiante de la Facultad y se entretenía por los cafetines y discotecas, bailando hasta el amanecer. Recuerda esa canción que le gustaba tanto: Yesterday… yesterday… all my troubles… Esa canción, como una oración de amor: … there is a shadow hanging over me… la música mezclada con el ruido del aqua… yesterday… las burbujas formando las palabras… all my troubles seen so far away…

Un ruido que, ya no es el del timbre, intercepta el recuerdo y se agrega a la canción para estropearla. Es un ruido sordo esta vez, un ruido inubicable que la obliga a salir de la bañera, como imantada por una flauta mágica. El ruido continúa atormentándola mientras se seca las piernas con una toalla marinera. El mismo paisaje, los mismos colores de las sábanas donde Ariel continúa sus alegorías oníricas…

El ruido persiste, pero no logra sacarla de quimeras. Es un ruido inubicable, impreciso, que la remonta a otros recuerdos, por la onda de Lovecraft… Edgar Allan Poe… Un ruido negro que la transporta a las colinas boscosas y enmarañadas de Billington, a los ruidos alternados de la Gran Torre y al Círculo de Piedras del viejo Alijah. El ruido continúa monótono y sólo es de extrañar el croar de las ranas y el resplandor de las luciérnagas del bosque encantado…

Termina de secarse y, atraída por el ruido, deambula por el apartamento: todo en orden. bueno, no del todo. ese desorden elegante, preconcebido, cuando todos los objetos son tan bonitos y finos que, por sí mismos, aún en el peor de los casos, combinan, decoran…

Coloca un disco en el fonógrafo: Halleluja, halleluja… a todo volumen… las notas del Gloria retumban contra las paredes color arena: Aleluya, aleluya… se expanden por el recinto… Aleluya… rebotan y penetran sus oídos, sus sentidos todos. su cuerpo entero: Aleluya, aleluya, aleluya… El otro ruido impertinente, ha sido apagado…

Jésica recorre la habitación pausadamente, como en una danza que sugiere cautela: repasa su colección de animales de cristal. Inofensiva menagerie. Uno a uno los acaricia suavemente, los toma entre las manos, los mira de cerca, los coloca nuevamente en su lugar de origen. Ninguna de las representaciones inanimadas de los habitantes de la selva podría, nunca, ser la autora de un ruido semejante. No. Seguirá buscando, por todas partes… revisará una a una las habitaciones hasta encarar el espíritu del viejo Billington o el del infortunado John Druven… Aleluya, aleluya, aleluya…

Revisa las tres habitaciones minuciosamente. Lo registra todo. Hasta dentro de los closets busca al intruso. Ariel continúa su ronroneo impertérrito, suave, uniforme… Jésica entra en la biblioteca, acaricia sus libros, Allí reposan los espíritus de Lovecraft Derleth. Poe, Baudelaire, Rimbaud, Blake… Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya…

Entra en la cocina: los restos de la juerga de la noche anterior aún sin recoger: la vajilla finlandesa, amarilla: los cubiertos daneses. de un diseño moderno y los implementos para la fondue. Qué rico estaba con esos vinos secos. Abre la nevera y toma un cartón de jugo… Se sirve un vaso de jugo de piña… muy dulce. Prepara un sandwich: jamón, queso, pepinillos, perejil catchup, mostaza… Lo muerde antes de depositarlo en el hornillo microondas.

El ruido ha cesado. Sólo se escucha el Aleluya que la hipnotiza… Aleluya, aleluya, aleluya… Por la espalda, presiente una pre- sencia: un suave soplido, un aliento tibio. una sombra espesa, el vaho de un cuerpo que nunca ha imaginado, Percibe después el olor a sudor de quien ha estado afanándose en un trabajo físico. Sí. Ahora puede verlos. Son ellos… las sombras… ahora son dos, entrecruzadas, fantasmales… Han estado trajinando hasta romper la reja… han violentado la cerradura de la puerta… ahora se explica el ruido absurdo… el sistemático tac-tac-tac-tac… y luego las variantes… frrr, trrr, grrr… crrr…

Piensa en la puerta echada abajo… De un solo envionazo y… ella ni se percató… Aleluya, aleluya Piensa en su apartamento nuevo y arreglado con tanto amor… En el piso seis de aquel edificio tan moderno y a prueba de robos… Aleluya… un apartamento por piso… Aleluya… todas las comodidades… Aleluya… ascensor directo… Aleluya… puerta aparte para el servicio .. Aleluya… con acceso a la escalera y al otro ascensor… Aleluya… y sobre todo… Aleluya… sistemas de seguridad Multilock… Aleluya, aleluya… a prueba de ganzúas… Aleluya, aleluya, aleluya. .. llaves maestras… Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya… martillos…

Pero si todo era electrónico. No. No podía ser, pero… Sí, Obviamente allí estaban aquellos dos personajes escapados de las páginas de Ambrose Bierce o de Thomas de Quincey… En carne y hueso… encarnando las palabras latinas “murdratus est” en el dialecto más sublime de los tipos góticos.

Eran dos los hombres, sudorosos, sedientos, allí, de pie junto a ella, ineludibles… Aleluya, aleluya. ¿Qué les ofrezco?… Tal vez tratándolos con dulzura… apelando a su escasa humanidad… tal vez se amansen, Les ofrece jugo del cartón Carabobo, gustosamente aceptado por los inesperados visitantes. Recomienza el disco… Aleluya… que ella ha colocado para que se repitan incesantemente las Aleluyas en alternancias con un gran silencio. Un silencio que crece y se expande y toma cuerpo e invade todos los espacios.

Ha quedado bien claro que eran ellos dos a la puerta. Ellos y aquel ruido monótono e inexplicable, Hubo tiempo para llamar a la conserje, para avisar a la policía, a familiares y amigos. Hubo tiempo para que Ariel fuese sacudido. Hubo tiempo para todo, pero qué importaba todo aquello si allí estaba ella, en aquella situación, sin saber a qué atenerse, sin saber cuál iría a ser el desenlace y, sobre todo, allí estaban los espíritus malignos, si, allí estaban, encarnados en aquellos dos… las gotas de sudor mezclándose con el jugo de piña… Aleluya, aleluya, aleluya…

Uno de los hombres sacó un cuchillo, el otro mostraba un revólver… objeto oscuro, metálica y siniestro… un objeto que ella nunca hubiera concebido en su hábitat… un objeto del cual ella había olvidado hasta su verdadera forma… el color… la temperatura… fría… y su dureza… Uno de esos objetos que ella nunca hubiera aceptado como decoración. Recuerda que su padre tenia uno en su casa de El Paraíso pero nunca le había llamado la atención. Sólo recordamos y reconocemos lo que nos ha interesado desde el primer momento. No. Ella siempre había amado las cosas bellas y había sabido rodearse de ellas.

Aleluya, aleluya, aleluya… se repiten las notas de Haendel. Esa música le presta energía, como si le inyectaran sangre… vida… Aleluya, aleluya… Mira a los dos hombres, Son jóvenes, lo bastante como para que sus pieles brillen por sí solas. Tienen los ojos enrojecidos, inyectados por la droga… Coca… heroína… piensa…

Se decidió a hablarles, trató de dominar la angustia, controlar la respiración. Trató de instalarse en el momento preciso, pera le resultaba difícil, imposible. Por más esfuerzos, no lograba entender aquella situación… Inconcebible, esto no era para ella, a ella le correspondían otras cosas, los libros, la música, los bellos colores, sus clases de literatura, la quietud, las dulces melodías, las sedas chinas, los cojines bordados en piedras y espejos, el jazz. el hot rock, las sábanas con bellos paisajes para hacernos soñar. .. Aleluya, aleluya, aleluya…

Ariel duerme… Aleluya… si lo despierto… Aleluya… despertaría más violencia… Aleluya… mejor los entretetiene… Aleluya… si se fueran… Aleluya… cuanto antes mejor… Ariel… su última carta en el juego… Aleluya… Volverá a su mundo… Aleluya… después, reparará los daños… Aleluya… mandará a componer la puerta… Aleluya… cambiará la cerradura… Aleluya… y todo volverá a ser como antes…

Si. Todo será reparado. Tomará unas vacaciones. Se las merece. Unas vacaciones para olvidar. En una bella isla del Egeo: ella y Ariel en un crucero por las islas griegas, Y si el trauma resulta muy severo, entonces, por qué no, una cura de sueño, en una buena clínica, con todas las comodidades. Dormirá veinte horas diarias y olvidará, sí, olvidará. Olvidará porque todo puede ser olvidado…

En un último y desesperado esfuerzo logra hablar… pero su voz ya no es su voz. Esa voz cálida y un tanto grave a la que ella está acostumbrada, la voz de la literatura y de las cosas gratas. Ahora su voz es una voz ajena, Desconoce aquellos sonidos, aquellas palabras y hasta sus propios gestos le resultan extraños. Son unos ruidos imprecisos, desarticulados lo que sale de su garganta.

Ella que tanto se ha esmerado en ordenar las palabras y en construir las frases adecuadas: todo tendiente a disipar la violencia, a manejar las cosas con inteligencia. Estaba segura de contar con aquella inteligencia que sustituye a la fuerza bruta y que ahora parece fallarle. Es el miedo que la inhibe y no le permite pronunciar las palabras, las bellas frases escogidas para la ocasión… Aleluya, aleluya…

Apenas ha logrado formar un… qué quieren… les daré todo… por favor… no me hagan daño… Ellos no la escuchan. Ellos parecen feroces. Apenas la miran. Ya es tarde para arreglar las cosas, cualquier intento quedaría en el vacío. Ellos tienen su propio plan y en breves instantes, comenzarán a ponerlo en práctica: primero las joyas… todas… Aleluya… Les ofrece el cofre de plata maciza… de regular tamaño… con incrustaciones de jade y nácar… Si… las joyas todas… sin escatimar nada. .. Aleluya… Aleluya…

Quiere actuar de buena fe, aunque no se lo merezcan… quizás contribuya a salvarla… Aleluya… que lo entregue todo… Aleluya… Aleluya… Lo que presiente es horrible… Aleluya… Tal vez el fin… Aleluya, aleluya… Les ha dado todo el dinero… no ha dejado nada para si… Aleluya… hasta los bolsillos del pantalón de Ariel han sido ya registrados por los visitantes… Aleluya, aleluya, aleluya… Ariel, aún duerme… No ha querido despertarlo… lo hubiera estropeado todo… Aleluya, aleluya… Por esta vez ha preferido arreglárselas sola… Ella sola… Aleluya… con sus propios recursos… Aleluya, aleluya…

Ha olvidado que se paseaba desnuda por sus dominios como una incauta gacela por el bosque… Aleluya… La mirada lasciva de uno de ellos la hizo percatarse de su desnudez… Aleluya, aleluya, aleluya… Y ella que había pensado disfrutar de aquella mañana de sábado… Aleluya… desde la que parece haber transcurrido siglos… Aleluya…

La miran con malicia… Siente las miradas. espesas, aplastantes, gelatinosas… Ahora te queremos a ti, muñeca… Uno de ellos, el de aire más salvaje, la tumba sobre la alfombra persa,.. Así mismo, como estás… con tan bellos colores… Así es más sabroso, nena… Sobre la alfombra… pero no grites, de nada te servirá… Uno de los hombres la agarra fuerte mientras el otro, la penetra brutalmente y le cubre la boca con labios secos y fríos…

El hombre tiene los ojos amarillos, con puntitos sanguinolentos… Aleluya… La besa… Aleluya, aleluya… la asfixia con su aliento ácido… Aleluya, aleluya, aleluya.

Ahora me toca a mí, dice el otro: Mejor la amarramos y vamos los dos. Jésica se revuelca sobre la alfombra donde ha sido multipenetrada por las dos fieras. Sus gemidos apenas se escuchan. Casi ha perdido la noción de sí misma. Ya no piensa en defenderse, ni en vivir siquiera…

Se ha desprendido de todo: De Ariel, de sus objetos más queridos; de la alfombra persa, testigo de su agonía: de los animales de cristal, samovares. vestidos, las joyas todas y hasta de su nombre… Aleluya… Ya nada le importa… Aleluya, aleluya… Las cosas desfilan por su mente en sucesión retrospectiva, como en una película que se devuelve en el betamax para congelar la imagen… Aleluya, aleluya, aleluya… para volver a ver ese paisaje, tal o cual secuencia: Jésica en la bañera… Aleluya… Ariel dormido. .. Aleluya… Jésica frente al espejo, desnuda… Aleluya… Jésica y Ariel con fondo de palmeras… Ariel, cada vez más lejos su imagen: Ariel dormido sobre un paisaje marinero… Aleluya… Ariel en el mar Egeo… Aleluya… la isla de Mikonos… Aleluya… la playa de Superparadise… Ale- luya… una playa nudista… Aleluya… Aleluya, aleluya… Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya…

Ariel duerme y no se ha percatado de nada. Cuando se despierte, ya no estará ella para mirarlo, para contarle aquel horrible horror… Aleluya… Una especie de lasitud invade su cuerpo y su espíritu. Es una sensación divina… Aleluya… más dulce que el sueño… Aleluya… Ella sólo quiere dormir… Aleluya… Un spray letal ha bañado su cara.. Es el sudor de los malditos… Aleluya… algo como el éter… Aleluya… como el Trilene. .. Aleluya…

Recuerda cuando abortó y la durmieron en aquella clínica de Altamira… Aleluya… y luego, al despertar… Aleluya… Ariel a los pies de la cama… Aleluya… Si así ocurriera esta vez… Aleluya… qué hermoso sería… Aleluya… Siente que ahora sí se duerme… Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya…

Es rico irse yendo así… Aleluya… de a poquito… Aleluya, aleluya… como si la desconectaran… Aleluya, aleluya, aleluya… por partes… Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya… Primero las piernas… Aleluya… luego el vientre… Aleluya… los brazos… Alelu-ya… las manos dormidas… Ale-lu-ya… el corazón… Ale-luya… la memoria… Aún se mueve… Los labios tratan de pronunciar una última palabra… que resulta inaudible… Sólo alcanza a dibujarla en el aire… Aleluya…

 

Del libro La última de las islas (Monte Ávila Editores, 1988)

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