Buscar

‎ Cuentos
‎ Cuentos

Todos los cuentos publicados

‎ Novelas
‎ Novelas

Capítulos de novelas disponibles

‎ Sobre el oficio
‎ Sobre el oficio

Ensayos, entrevistas y artículos sobre el arte de narrar

Héroes y degenerados

  • Compartir:

El muñeco se eleva maniobrado por unos dedos que lo impulsan. Traspasan el cielo de una ciudad acartonada. Un lápiz color cerúleo inunda el cielo: las nubes se engruesan con las franjas de niebla de un blanco lechoso. El aire parece condensarse de tal manera que las nubes adquieren la temperatura de los témpanos de hielo. Pero Superman no siente sino un friíto agradable por las bocanadas calientes de un puro que le cuelga de la boca. Le gusta volar después de sus riñas con la Mujer Maravilla, la cabeza se le enfría y piensa mejor para resolver las cosas. Desea regresar con Luisa y los niños. A veces, el arrepentimiento puede tomar la consistencia del mercurio y punzarle las sienes. Ahora entiende cuánto amó aquel hogar y no sabe bien por qué fracasó. O en realidad, sí, siempre fue un sinvergüenzón. Tenía que reconocerlo. No se podía controlar al ver una linda figura y menos cuando vio a la Mujer Maravilla en acción por primera vez. Siempre le excitaron las mujeres así, llenas de energía y con rostro de asesina. Terminó saliendo tantas veces con ella que se le agotaron las excusas con Luisa. Y tuvo que confesarle lo que, para ella, ya no era un secreto. Pero no procedió según lo previsto, sino que lo ignoró completamente. Era como si estuviera por encima de todo dolor, como si su corazón en realidad fuera como el de él: de acero puro. Ni siquiera se inmutó o hizo amago de responder algo, solo siguió transcribiendo su crónica para el diario El Planeta.

Aquellos dedos aparecen otra vez en el aire y moldean la figura de linterna verde, que ahora flota a su lado. Estaba preocupado porque la maldad seguía proliferando y cada día aparecía un villano más loco que el anterior.

—Bro, pensamos que Lex te tenía en su famosa jaula de kriptonita. Pero Diana nos comentó que estabas por ahí, volando, en uno de tus mal de amores.

—Sí, para ella todo es tan fácil. Y es una vaina lógica, mi pana, tanto tiempo sin ver a Luisa y a mis chamos. Lo único que quiero es regresar con mi familia, eso es todo. Ellos crecen tan rápido, Hal, y yo me estoy perdiendo lo más cool.

Linterna parecía regodearse del relato de Clark.

—Eso debiste pensarlo antes, mi pana. Acaso te has preguntado si Luisa quiere seguir contigo.

—Claro que no, pero sé que me ama. Lo nuestro es como esos amores que nunca terminan, como lo de DiCaprio con Kate Winslet en el Titanic.

—Ah sí, ¿y qué harás con Diana? Tú crees que ella se va a calar ahora que la botes, después que dejó a Bruno por ti. Y me vas a perdonar, tú podrás ser muy indestructible y todo lo que quieras, pero Bruno tiene más plata que Donald Trump.

Superman exhala un potente chorro de humo que arroja sobre el rostro de Linterna. Sus ojos se le ponen rojos del ardor y comienza a estrujárselos.

—Ella sabe que lo nuestro siempre fue atracción física. Y eso era algo que se esperaba desde hacía tiempo. Lo predecían los paparazzi, los fans, y qué decir de los empresarios de Hollywood con sus estadísticas de rating.

Bro, ella y yo, éramos como el café y el azúcar. Nos encontrábamos en todas partes: atrapando a Luthor, al general Zod, en el famoso carrito de perroscalientes del Paseo de la Fama…, simplemente era la fuerza de la naturaleza imponiéndose y no lo pudimos evitar; por más compromisos que tuviéramos con otras personas. Ahora, decir que esa fiesta de instintos, era amor, me parece una exageración.

—Okey, men, ¿pero tú estás claro con quién está Luisa ahora?, sabes que es este que viste y calza el dueño de su corazón ¿verdad? Porque después no quiero cuentos.

Superman lo acuchilla con el rabillo del ojo, mientras planean debajo del puente de Brooklyn.

—Versia, Hal, tú me hablas como si el corazón fuera un pedazo de pastel que cortas del resto y lo haces tuyo. Ya veo que te has ilusionado, como siempre, con amores imposibles. Ella no te distingue, no te ve, tú no eres nada para una mujer como ella. Por el contrario, ella y yo somos como el núcleo de una célula: intrínsecos, indisolubles, inseparables.

—Chamo, tienes que dejarla ir, ella ya no te quiere. Estás percibiendo algo que ya no existe.

— A veces no es necesario ver las cosas para saber que están allí. ¿Tú ves este aire que nos rodea, que nos permite volar? no, verdad, pero está allí, lo podemos sentir, Hal, eso es obvio. Y si es verdad esa vaina, ¿por qué no me lo ha dicho?

—¡No te lo dice porque te tiene miedo! Varias veces le has dejado el rostro como una mora. Pero eso no se lo haces a Diana ¿verdad? Claro, tú no eres pendejo, tú sabes que ella es la Mujer Maravilla y te reventaría como lo hizo con tu tío Zod.

Superman adopta la misma posición de su última película que, por cierto, fue un desagradable bodrio, pero lo hace para impresionarlo, para asustarlo de tal forma que se aleje de Luisa. Por el contrario, Linterna le responde arrojando un chorro verduzco de su anillo que da forma a una espada de Kriptonita. La blande con tal energía que podría pensarse que sería el fin de la estirpe de los Kryptonianos.

Dos manos callosas y peludas los sostienen en el aire. Hacen que planeen con gran impulso hasta hacerlos colisionar y fundirlos en una sola bola de plastilina: verde, azul y roja, que luego es arrojada contra la pared de una habitación llena de juguetes, afiches de superhéroes y naves espaciales, que penden de un hilo de nailon.

Rocco sale del cuarto de los niños y comienza a vagar dentro de una casa desierta y llena de recuerdos. Se sienta en un mueble y traga sorbos de ron santa Teresa. Chupa el último cigarrillo de una caja que desbarata con la mano. En eso, mira en la mesita del centro de la sala y agarra una Smith Wesson 357. Revisa el cilindro y saca todos los cartuchos, menos uno. Recuerda los momentos que vivió junto a Marlene, su dulce Marlene, y sus dos hijos: Teresita y Willy. Acerca la punta de la pistola y mira adentro, es un agujero tan oscuro como su existencia. La oscuridad es como una sustancia densa donde no existe vida, como la antimateria del espacio que se traga todo y no tiene nada. Pura oscuridad inerte. Puro vacío. Así se siente su corazón.

Se sienta un rato con la pistola en la mano y trata de acallar sus pensamientos. Coloca la punta de esa oscuridad en su frente y, sin pensarlo, aprieta el gatillo. Falla a la primera y recuerda cuando Marlene entraba al consultorio con la llave que él mismo le dio. Se quedó tieso y del color del papel sobre una paciente que gritaba con sus embestidas. Hala otra vez el disparador y falla por segunda vez. Recuerda las lágrimas de ella, de su compañera de toda la vida, de su Marlene, mientras trata de convencerla que fue un error. Que estuvo evadiendo esa mujer por mucho tiempo y que no pudo hacerlo esta vez. Que estaba débil. Que no habían tenido relaciones desde hacía semanas y que cayó como un perro al que le ofrecen un filete con veneno. Va, el tercero, pero no puede apretar el gatillo. Algo le dice que el martillo del arma contiene esta vez la bala que puede borrarlo del mundo. Lamenta ese último recuerdo de sus hijos, saliendo de la casa con la madre. Ella, con el rostro ido y vacío, llamando por celular a su jefe para que la saque de allí. Ahora sí que quedó totalmente convencido de que el pendejo ese tendría su oportunidad. Otro Linternita quita esposas en este mundo de héroes y degenerados.

El líquido de la botella se termina y se va durmiendo en la inconsciencia de aquellos que perdieron en la batalla contra el mal.

 

Del libro Héroes y degenerados (Edición del autor, 2019)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.