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Weeping Sally
Las nubes sobre el lago acercaban el horizonte; el espectáculo, como siempre, fascinó a Sally. El carro se detuvo frente al jardín japonés a la espera del momento justo en que la novia tuviera que bajarse. Sally estaba hermosa, pero una casi imperceptible sombra de duda se le dibujó en el entrecejo cuando entre los invitados que llegaban al lugar de la ceremonia vio al señor Ferrara escoltado por un par de sus hombres. Por supuesto que Michelangelo lo había invitado, era una obligación, una cortesía, y le aseguró que no iría cuando ella puso reparos, no por la fama de Ferrara, que en Chicago todo el mundo sabe y calla y ella más, enamorada como estaba de uno de los hombres de su organización, sino por la cantidad de invitados, era un lujo que se estaban dando al hacer la boda en el lugar donde siempre soñó que la haría, ahí en medio del parque Jackson, entre árboles inmensos, custodiados por los edificios de la universidad y sintiendo la frescura del lago; la lista de invitados tenía que ser lo más íntima posible. Pero sentada en el carro a la espera de que fuera la hora de tocar la marcha nupcial, lo primero que vio fue al capo maggiore entrar al lugar.
Sally preguntó la hora y su papá le respondió que todavía tenían tiempo. Ellos sí, el novio no. Michelangelo tenía que haber estado ya en el altar, parado galante y orgulloso esperándola. Si ella lo veía llegar corriendo, azorado por ocupar su puesto, se perdería buena parte de la magia del momento, pero transcurrieron varios largos minutos más y Sally comenzó a desesperarse, a pensar que Michelangelo se había arrepentido, que la había engañado, que todas sus promesas no fueron ciertas y que los adelantos de la noche de boda en los que tanto insistió él y que tanto disfrutaron fueron el error que la dejó sin matrimonio.
“El tiempo está poniéndose feo”, dijo Sally al ver que las nubes estaban más cerca de la orilla y como si hubiera querido apresurar el inicio de la ceremonia decidió bajarse del carro, su papá le dijo que no lo hiciera, pero ella no podía permanecer sentada. Todos los invitados comentaron con malicia lo bella que estaba, algunos se pararon y se acercaron a felicitarla para dar una sensación de normalidad, de que no tenía nada de raro la espera. Entre los que se acercaron estaba el señor Ferrara y el entrecejo de Sally se marcó ya de manera clara y delatora. Algo le decía que esperara lo peor.
Michelangelo era un miembro de poco peso de la familia. Llevaba a cabo mandados y manejaba mercancía por la ciudad. Era eficiente y eso le había traído buenos resultados, el aprecio de varios hombres cercanos al capo, algunos de ellos ocupaban sus sillas frente al altar al aire libre donde Michelangelo y Sally ya debían estar casándose. El novio, sin embargo, aún no llegaba. Cuando Michelangelo salió de su edificio cerca de la 24 con Western lo estaban esperando. El novio los reconoció de inmediato y sabía por qué estaban ahí, pero aún así tuvo el apresto de mostrarse casual. “¿Vinieron a felicitarme por mi boda o están molestos porque no los invité?”. A los matones del señor Ferrara no les gustó el comentario e intercambiaron miradas con una mezcla de fastidio y rabia y en ese momento, sin que hubiera habido un plan previo, decidieron que Michelangelo necesitaba una lección más dura que la ordenada por Ferrara. Lo invitaron a subirse al auto y Michelangelo no opuso resistencia. Desde el asiento de atrás, flanqueado a ambos lados por un hombre de Ferrara, Michelangelo vio cómo lo condujeron hasta un terreno industrial abandonado al borde del río cuya fama todos en la organización conocían bastante bien. Apenas lo bajaron del auto, Michelangelo perdió la calma que había mostrado hasta ese momento y comenzó a gritar “¡yo me caso!”, “¡yo me caso hoy!”. Entre sollozos les imploró que no lo mataran por una caja de whisky el día de su boda.
“El señor Ferrara está muy decepcionado” dijo uno de los hombres. “Yo solo quería darle a Sally la mejor boda” respondió Michelangelo dejándose caer de rodillas y rompiendo a llorar. Los matones se dieron por satisfechos, el mensaje había llegado con claridad, pensaron que Michelangelo no lo volvería a hacer y pagaría su deuda con diligencia, pero subestimaron a un novio capaz de robar al capo maggiore para agasajar a su esposa y a sus invitados en la fiesta de bodas. Ahí, de rodillas en medio del terreno industrial abandonado, Michelangelo no estaba expiando sus culpas sino acumulando presión antes de explotar, y no hubo válvula de escape, no aguantó, no pudo, cuando uno de los hombres se le acercó para ayudarlo a levantarse, Michelangelo no escuchó que le decía que no había que hacer esperar más a la novia, con rabia y con agilidad tomó impulso y lo embistió tirándolo al piso y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sin también llevarse sus golpes, los otros dos lograron separarlos, pero Michelangelo comenzó a arrojar puñetazos y patadas como un molino fuera de control y en vez de aprovechar la confusión para marcharse mientras los otros mantenían distancia, Michelangelo seguía abalanzándose sobre cada uno. Los hombres sacaron sus armas como último esfuerzo disuasorio, pero aquello pareció enfurecer más a un Michelangelo completamente fuera de sí. Tumbó de una patada a uno de los hombres (el mismo con el que había iniciado la pelea) y se le fue encima. En el forcejeo pronto se oyó un disparo y el cuerpo de Michelangelo rodó hacia un lado mientras el matón se levantaba del piso.
En el parque, las nubes bajas comenzaban a borrar los contornos de las cosas. Aún así, Sally lucía más y más hermosa conforme las sombras blancas y el paso de los minutos le daban mayor dignidad a su espera. Ya casi como un fantasma, Sally caminó hasta el altar para esperar desde allí la entrada de su futuro esposo. Pero lo que vio con imposible claridad fue a uno de los hombres del señor Ferrara acercarse hasta él y susurrarle al oído. De inmediato Ferrara miró a Sally y ella lo entendió todo.
La densa niebla no permitió que ninguno de los invitados viera exactamente el momento en que lo hizo. Entre gritos que rebotaban contra las paredes del gaseoso laberinto ya todos los presentes esperaban lo peor. No fue hasta que la niebla levantó que pudieron encontrar el velo flotando en el lago.
De la edición de Ars Communis Editorial, 2023.