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FRAGMENTOS DE ÚLTIMA PÁGINA
(Cuadernos de Inglés, Psicología, Ciencias de la Tierra, etc.)
1

El plan, a primera vista, parece sencillo: si demuestro que por tercera generación soy descendiente de familia francesa es posible que pueda salvarme. Necesito encontrar a una persona que no conozco. Solo sé que esa persona se llama Lauren y que, además, es mi abuelo.
2
Eugenia frustró mi expectativa trágica. No hubo bajas de azúcar ni laberintitis. «Necesito hablar con mi papá, ¿puedes darme su teléfono?», pregunté sin rodeos. Pensé que no me hablaría por semanas. Imaginé distintos episodios: clonazepam, vértigo, asma o cualquier otro drama costumbrista. Entró a su cuarto dándome la espalda. Al regresar a la sala me entregó un ejemplar de la revista Todo en Domingo; había escrito el número en un borde. «¿Para qué quieres hablar con él?», fue una pregunta tranquila, sin neurosis. «Necesito hablarle sobre un asunto». Fingió leer. «Si vas a verte con Alfonso, trata de que sea en un lugar iluminado, público, no le des tus teléfonos, no le digas dónde vivimos. Sabes que tu papá está enfermo». Eugenia siempre fue una mujer polite, demasiado polite.
3
Jorge tiene cuerpo de niño. Su barba no llega a ser barba y su bigote no llega a ser bigote. Seis o siete pelos equidistantes, cada tres días, le salpican el mentón. Poco a poco, Jorge ha dejado de gustarme; su compañía me aburre. Jorge es cursi y sensiblero. Me gustaría que fuera más brusco e indiscreto, más inoportuno, menos detallista. Me gustaría poder hablar con Jorge, decirle que no soporto la rutina, decirle que extraño a Daniel, que no me gusta mi casa, contarle los infortunios de mi padre o el absurdo proyecto de encontrar al abuelo Lauren. Mi relación con Jorge no es muy dada a las palabras. El contenido, entre nosotros, muchas veces estorba.
No me gusta fumar, Jorge fuma. Se enorgullece de hacerlo desde los doce. Su boca sabe a humo; una película viscosa, de tacto amargo, le forra la lengua; su saliva sabe a salsa de soya. Dice que quiere verme, sé que miente. Solo quiere tocarme y desvestirme con ansiedad de autista. Jorge es inteligente. Mi cuerpo, sin embargo, lo embrutece, le amarra el cerebro. Se comporta como un perro, lo odio. No habla, no pregunta. Sus ojos parecen salivar. Jorge —alguna vez— me gustó. Es el único muchacho que he besado. Desnudé mi pecho ante él sin asomo de ansiedad ni vergüenza. Fuimos —aún somos— amantes torpes. El sexo, más que una cuestión de placer, es solo un pasatiempo. La piel, indistintamente, goza o duele. Internet es la mejor escuela de anatomía. Natalia envía con regularidad videos o fotos de varones ejemplares. Jorge es bastante simple, no se parece a los gigantes. El erotismo web es muy teatral. La realidad —con sus texturas, olores y sonidos— es mucho más rústica. Además, la vida cotidiana no tiene un soundtrack.
4
No me gusta mi casa. En el libro de Literatura encontré el poema de un hombre de apellido García que expresa una preocupación similar: yo no soy yo, ni mi casa es mi casa, algo así. Mi mamá defiende y valora una familia que no existe. Habla demasiado. Cree que me conoce porque compartimos el almuerzo y, algunas veces, la cena. Eugenia desapareció un mes de abril cuando Beto y Daniel —cada uno a su manera— decidieron irse de la casa. Mi mamá, sin decirlo, censura mi silencio. Piensa que he sido indiferente a nuestra tragedia. No soporto su hundimiento público ni su política exhibicionista de la lástima. La cortesía habitual entre nosotras terminó de escindirse. Pregunta cosas obvias: «¿Hiciste la tarea, Eugenia?»; «¿Tienes hambre, Eugenia?»; «¿Quieres algo del Excelsior, Eugenia?». Mi comunicación con ella se limita al intercambio de sonrisas forzosas, interrogantes simples y áridos monosílabos.
De la primera edición publicada por Los libros de El Nacional (2010)
Un comentario en "Blue Label / Etiqueta Azul"