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Ficciones asesinas

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FRAGMENTO 1 (Daniela en el tren)

 Cerró los ojos y contaba las estaciones que la separaban del final del suplicio. Faltaban solo tres: Zona Nueve, Núcleo Central y Administración, cuando se dio cuenta de que el sujeto a sus espaldas no estaba interesado en su culo sino en los bolsillos de su bluyín donde rebuscaba cada vez con menos disimulo y más ansia de que ella fuera tan gafa como para guardar algo en ellos. En la parada de Zona Nueve, aunque parecía imposible, algunas personas más lograron embutirse en el vagón. El tren arrancó. Daniela estaba harta. Quíteme sus asquerosas patas o voy a gritar, le advirtió al calvito. Los dedos se retiraron. Creyó haberse librado de él cuando recibió un bufido de aliento en el oído junto con la respuesta No lo creo, bonita, y el frío toque de algo cortante en su costado derecho. Él ni siquiera había bajado la voz: en el fragor del tren nadie más podía oírlos. Dame tu teléfono, plis.

El cuchillo no dejaba lugar a dudas: no le estaba pidiendo su número. Maldición. No habían pasado ni tres meses desde la última vez que la habían asaltado.

¿Por qué?, chilló con impotente rabia. Tengo que llamar a mí mamá, se burló él, moviendo ligeramente la navaja. Daniela dio un respingo. Alrededor solo veía costados y espaldas; la gorda de las axilas se había dormido colgada del tubo superior. Dos paradas, solo faltaban dos. No sentía miedo sino fastidio: otra vez le tocaba negociar, ganar tiempo, fingir calma. Alegó que estaba demasiado apretada como para sacar el móvil de su cartera —era la santa verdad—, que se lo daría en la próxima estación apenas pudiera moverse. Más te vale, amenazó, ¡y ni se te ocurra escabullirte en el andén! Pero no se veía ningún andén cuando el tren aminoró por fin la marcha y se detuvo, no en la amplitud de la estación siguiente sino en medio del túnel cuyas toscas paredes de cemento parecían casi pegadas a las ventanas. Lo que faltaba. Mierda, dijo Daniela. No era la única: ante el conocido percance una marea de improperios recorrió el vagón. El megáfono comenzó a carraspear Pedimos disculpas a los señores pasajeros… , pero murió junto con las luces en la completa negrura que se apoderó del ambiente.

Sobrevino un instante de silencio mortal, que se llenó de inmediato de gritos y del llanto de los niños. Una mujer chillaba que no podía moverse. Nadie podía moverse. Muchos informaban que se había ido la luz, como si no fuera obvio. Es un apagón, gritaban otros. Una falla eléctrica. Del tren. De la línea. De toda la red del transporte subterráneo. De la ciudad entera. Del país. Nada de eso era fantasía ni una novedad: ya había sucedido antes y todos lo sabían. También sabían qué hacer: en medio de la algarabía general unos golpes sacudían el vagón. Estaban tratando de abrir la puerta desde el interior mientras el haz de una linterna se acercaba por fuera develando a ramalazos la opresiva cercanía de la pared abovedada del túnel. Estaban dentro de una serpiente, en un largo estómago tubular que apenas contenía el tren. Un hombre gritaba, otro pedía calma, alguien en el lado exterior estaba peleando con el mecanismo atascado.

Tranquilo, apenas pueda moverme saco el teléfono y te lo doy, repetía Daniela con calma y convicción, y su asaltante repetía también, apretando su brazo Más te vale, pero ya sin el vigor anterior. Debía de tratarse de un aficionado; un malandro profesional no se inhibe por la oscuridad. Si tratas de correr te corto, recalcó; pero la puerta se abrió con un fuerte bufido y el gentío comenzó a manar del vagón como de una botella descorchada. Daniela no podía correr, desde luego, nadie podía, pero un torrente de cuerpos la arrastró, el tipo la soltó y quedó atrás. La negrura era absoluta, dentro y fuera del vagón. Ella se integró en la estampida con los brazos, los codos y la cabeza pujando en la misma dirección que todos, chocó con la puerta al bajar del vagón, se torció el tobillo, se le cayeron los lentes y de milagro pudo recogerlos al instante sin que le pisaran las manos. Se incorporó y siguió avanzando lo más rápido que podía, desesperada por huir hacia adelante, desaparecer en la oscuridad entre personas sin rostro, demasiado torpes y lentas, ya que no estaban escapando, como ella, de un atraco.

Olía a cueva, a cemento húmedo y orines. Finos haces de luz de los teléfonos se entrecruzaban en el piso y en la curva de las paredes; siluetas imprecisas le lanzaban improperios cuando las empujaba en el estrecho paso a lo largo de los vagones detenidos. Después del tren el túnel se abrió ante ella con toda su anchura y Daniela respiró hondo aunque la zona caminable seguía igual de estrecha, pues nadie se atrevía a pisar entre los rieles. Solo ahora se dio cuenta de que sus lentes estaban rotos y sintió el dolor en el pie. Se sacó el zapato deportivo y masajeó el tobillo.

Al diablo con él, se dijo. Daniela vivía siempre un poco alelada, sin sentir mucho el miedo ni, básicamente, nada; era su naturaleza o la defensa adquirida al crecer en un medio como el suyo. No le contaba mucho a Bet porque no pasaba nada fuera de lo normal, nunca. ¿Ves?, se dijo, también eso ya pasó. Ese tipo no habría podido acuchillarte, o no mucho, estaba tan apretujado como tú. A lo mejor ni sabía cómo. Hasta el más inexperto de los ladrones habría dicho te rajo; no te corto, como lo dijo él. Era un aficionado. Se le notaba. Se sentía. Su cabello ralo con entradas. Su edad. Su corbata. Era un don nadie en esa masa humana sin ley, un empleado de taquilla, de recursos humanos, de promoción y mercadeo, un padre de familia que vio la ocasión y… Tal vez era cierto que tenía que llamar a su mamá, pensó Daniela. Se rio, pero seguía temblando. Ahora la aterraba el túnel y su oscuridad interminable cruzada de rápidas sombras de ratas. Y ella apenas podía caminar tropezando sobre el estrecho bordillo. El esguince en el tobillo le dolía más a cada paso.

 

FRAGMENTO 2 (Diario de Bet) 

Saliste del aula a cuatro patas y no pudiste volver. No a esa universidad que abrió sus puertas un mes después de la masacre con otro decano, otros profesores, otro pensum, ideología dominada por GOB. Tampoco pudiste escribir, ni una novela, ni un cuento, ni una crónica, solo este diario. Sí, conocemos la excusa: te mantiene cuerda, como si eso significara algo en nuestro contexto. Pero a la hora de la chiquita es un mero derroche de palabras, un ejercicio inútil. No transmite la realidad, Bet (pecado imperdonable para los lectores de hoy), no sirve para denunciarla, ni siquiera para dejar un testimonio fidedigno. Tienes un problema con la realidad: sientes demasiado su esencia esquiva, su naturaleza de mercurio líquido que solo los artistas como Clarice Lispector logran casi-casi asir en palabras. Admiro, desde luego, lo que ella hace con la realidad. Pero también admiro a los escritores que se dejan el pellejo para simplificarla en sus textos en forma inteligible, pues la puta realidad ama que la simplifiquen y odia a los que, como yo, no saben o se niegan a hacerlo. Desisto, pues. Me retiro a las ficciones de mi diario. Desde luego, estoy equivocada. ¿Y qué? La vida es demasiado corta, digo yo, para tanto tener razón y tanto pelear por defenderla, la vida es demasiado corta para todo. Digo yo. La ficción es mi territorio seguro porque no existe, aunque sí existen opresiones y pérdidas, el dolor y el miedo a envejecer; y existe la modesta vida de esta escritora olvidada y su derecho a inventársela como le dé la gana cuando un traguito le inspira a divagar sobre su ars poética en un diario que no leerá nadie.

……………………………….

FRAGMENTO 3 (Ave) 

Elizabet vuelve paso a paso a su piso acarreando los dos tobos de agua y un peso adicional en el pecho.

Qué rabia, qué desespero que haya tenido que ser Carolina, esa mujer que solo sabe hablar de sexo, la gorda balurda de cerebro limitado que se repantinga en la gloria de haber atrapado a un nuevo marido como si fuera un pez, sin importar que sea un viejo feo, feísimo, calvo, falto de garbo, arrastrador de pies y hablador de sandeces; y tuvo que ser la Carolina esa quien le recordara la gran verdad espiritual del universo: lo que no te puedes imaginar, no sucederá.

¡Ja! Pues dale rienda suelta a la imaginación, tú que tanto te empeñas en mantenerla a raya en tu triste realidad, adelante, Bet, ¡tú puedes! Suelta el perro, libera el pájaro, agarra tu cartera y las llaves del Aveo y vuela, vuela mi Ave hermosa, despega de este asfalto sucio, da unos saltitos con tus pobres cauchos rayados, levanta el morro al cielo y vuela. Vuela por encima de las calles y edificios y las ruinas, los negocios cerrados y las farolas quebradas, por encima de los árboles en flor indiferentes a la miseria de abajo. Qué alivio volar sin estar pendiente de los huecos y las tanquillas abiertas, de las llagas viales llenas de arena, de los montículos de basura quemada que dejaron por la noche las protestas de rebeldes ocultos. Vuela sobre la ciudad sin límites, sin barreras, sin rejas, sin miedo a los soldados con sus armas largas y sus listas largas de permisos y números de carné, pasa por encima de los rascacielos del Núcleo Central y la zona restringida de las quintas, vuela hacia el horizonte de la provincia inaccesible por las prohibiciones y los peligros que acechan en las carreteras destruidas, ve a visitar amigos que alguna vez tuviste y quedaron más lejos que si hubieran emigrado a otro país porque allá ni wifi tienen.

 

FRAGMENTO 4 (abrazo)

¿Puedes hacer algo por mí?

¿Qué será?

Abrázame.

El italiano vaciló.

Por favor.

El silencio se prolongó mucho más. Al final se decidió: abrió los brazos y la atrajo hacia su pecho con una inesperada firmeza. Escuchó algo como un suspiro, o un sollozo. Tal vez fue el suyo. Hacía tanto tiempo que no había sentido un abrazo que no fuera un saludo casual: un verdadero abrazo de hombre, el calor de su cuerpo, el roce de su cuello mal afeitado, la masa de su torso contra su pecho, la presión de los brazos en su espalda dolida, los latidos de su corazón y esas súbitas ganas de llorar, porque ese fue un abrazo de amigo, de amante, de otro ser humano, cargado de Tiempo y de deseo y el mejor que recordaba en años; un abrazo en el que dos vidas demasiado largas con sus recuerdos y cicatrices, florecieron en la consoladora belleza del momento.

 

Fragmentos de Ficciones asesinas (Fundación para la Cultura Urbana, 2021)

Ganadora del XIX Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana

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