Israel Centeno: Un Estado civilizado sabe que se proyecta en la medida que proyecta su cultura

24/ 01/ 2013 | Categorías: Entrevistas, Lo más reciente

por Héctor Torres y Lennis Rojas

Desde tu experiencia como editor, ¿cómo ves el futuro del ambiente editorial en el país en función de la situación por la que estamos atravesando?
El futuro editorial de Venezuela va a depender mucho de cómo resolvamos esta crisis por la que estamos atravesando. Hay dos visiones de país enfrentadas, y de imponerse una u otra visión van a variar los criterios para editar y para desarrollar una política editorial. En el actual clima de ingobernabilidad, la crisis económica es producida por la crisis política. Y actualmente, si la gente se anima a comprar un libro, no va a comprar los libros que uno edita, porque estamos en un momento muy difícil y la gente está buscando literatura que le explique la realidad por la que está atravesando.
Para las editoriales como Memorias de Altagracia, para la literatura que venimos trabajando desde hace mucho tiempo, seguir promoviendo los autores y seguir publicando sus cuentos y novelas, se ha vuelto algo muy difícil e incierto. Primero, porque los editores tenemos que replantearnos nuestra relación con el Estado; no podemos volver a depender de los pequeños subisidios, de los dozavos que daban las instituciones públicas. Porque, aunque antes no se exigía la fidelidad política que se exige ahora, esa relación nos volvió lerdos, apáticos, conformistas. La iniciativa llegaba hasta el subsidio y no se buscaban recursos fuera del Estado. Como en estos momentos no hay muchas posibilidades, hay que replantearse cómo ir más allá del Estado, aunque esto no suponga romper por completo con él, pero las relaciones tienen que ser distintas, no puede ser una relación que asfixie, que se burocratice, que castre al editor y le merme su iniciativa, sino que lo estimule. Pero no se puede negar al Estado, tampoco podemos decir que vamos a buscar los recursos exclusivamente en el sector privado, cuando en estos momentos no hay una empresa privada vigorosa, ni un mercado que te vaya a comprar. Son tiempos propicios para equilibrar y replantear esa necesaria relación.

Y más allá de la actual crisis nacional, ¿ha tenido alguna vez el Estado políticas editoriales coherentes?
El Estado siempre ha actuado en mora con la sociedad, lo que se agrega en este momento es que han bajado los presupuestos, no hay políticas y ahora están exigiendo fidelidad a un proyecto «a cambio de»…

¿Sucede en Monte Ávila actualmente?
¿Para editar?

Por ejemplo.
Mira, no sabría decirte. En el caso de Manuel Caballero, por ejemplo, supimos que alguien en esta administración retiró sus libros de vidriera. ¿Que a Cadenas lo publicaron? Sí, lo publicaron, pero ¿quién se beneficia en este caso, Monte Ávila o Cadenas? Se beneficia Monte ávila. Claro, en este momento Monte Ávila está asfixiada económicamente y si de ahora en adelante va a establecer una política de edición, estará dentro de los preceptos que muy claramente ha delineado Farruco Sesto cuando llegó al CONAC. Creo que va a lanzarse por la edición masiva de literatura » popular», más asequible; quizás fortalezcan la colección El Dorado, pero no necesariamente van a invertir en promover nuevas voces, ni en consolidar voces en la colección Continentes o Altazor, ni nada de eso. Pero, te repito, el Estado simpre estuvo en mora con la cultura. Hay un porcentaje que establece la Unesco para la inversión en cultura, y Venezuela siempre estuvo muy por debajo de ese porcentaje de inversión. Sin embargo, hubo un momento en el que se planteó, desde el punto de vista teórico, desarrollar políticas culturales (en el área del libro específicamente), y por eso nace Monte Ávila. La creación de Monte Ávila y de Biblioteca Ayacucho son propuestas muy interesantes. Biblioteca Ayacucho, por ejemplo, recoge lo más importante del pensamiento latinoamericano. Es un proyecto muy ambicioso.

Único en latinoamerica.
Sí, es una iniciativa única, y Monte Ávila le da un espacio importante al escritor venezolano. Habría que evaluar si le hizo daño o no, porque hizo que no buscara hacia afuera, pero le dio un espacio para editar y ser promocionado. Y no sólo editaron los escritores venezolanos, sino que, en un momento dado, Monte Ávila tenía las firmas de medio mundo; que ha ido perdiendo precisamente por no mantener las políticas. ¿Qué ha pasado? Que además de no invertir todo lo necesario, los gerentes culturales no sostuvieron las políticas en el tiempo, no establecieron planes a largo plazo, y éstos no pueden variar con los cambios de administración.

¿Esa ausencia de visión a largo plazo no es un mal de la administración pública en general?
Sí, en general, pero fíjate, por ejemplo, México (con el Fondo de Cultura Económica) tiene un plan que no varía según la administración, porque está muy bien definido el eje de su sentido, de su por qué. Aquí nosotros hemos tenido grandes proyectos, y se han elaborado políticas para promover la lectura; es el caso de Fundalibro (que pertenece a una tradición inaugurada en la cuarta República). Fundalibro se propone promover la lectura llevando las ferias del libro a todas partes de Venezuela. Nosotros llegamos a hacer alrededor de cuarenta ferias regionales por año. Y no sólo llevábamos a las regiones a Monte ávila, llevábamos a todas las grandes casas editoriales. Y eso lo había logrado el Estado venezolano, pero no se le dio continuidad. Y sabemos que la gente esperaba la feria para comprar sus libros. Por eso, ese mito de que la gente no lee… Llévale un buen libro, hazle una campaña y te compra. Esa fue una experiencia interesante, hicimos real el concepto de descentralizar las actividades, que por lo general desarrollábamos por iniciativa de las alcaldías y las gobernaciones, y llevábamos las editoriales que generalmente estaban en Caracas a cualquier parte de Venezuela.
La red Kuai-Mare, era parte de esa política: el autor venezolano en una red de librerías. Que después pierde su misión y valor es otra cuestión. La misma Monte Ávila llegó a un momento en que se casó con el proyecto de convertirse en Monte Ávila Latinoamericana, en algo tan serio y tan grande como el Fondo de Cultura Económica. Y aunque no nos estaban dando todo el presupuesto deseable para cultura, hubo una gerencia cultural, en ese momento particular, de mucha garra, y por eso se crea la Feria Internacional del Libro de Caracas, y por eso Monte Ávila se concibe como editorial latinoamericana y está presente en todas las ferias importantes del mundo, llevando autores venezolanos a esas ferias. Luego, eso varía, porque cambian las administraciones.

¿Por qué se perdió ese impulso?
Porque ese proyecto, que empezó en la administración del doctor Gustavo Luis Carrera, lo debía continuar la administración de Mary Ferrero, y lo debería estar continuando Lourdes Fierro. Porque se pueden modificar ciertas cosas, pero si se tiene claro que en Venezuela hace falta profundizar la difusión y la promoción del libro a todo nivel, y además poner la presencia del libro venezolano en el exterior, ese plan no debe variar en los sustancial por el hecho de que varíe una administración.
No se puede decir caprichosamente «ahora las ferias regionales no van», cerrarlas y entregarlas a Kuai-Mare, porque se tumba la continuidad. Ni repensar los programas de formación cuando todos estaban afinados o variar a capricho los proyectos de fomento editorial. Por cierto, Fomento Editorial está en manos de una persona que confunde a Laboratorio Educativo con una empresa farmacéutica. Y para redundar, se empezaron a duplicar. En cuanto al libro hay como siete organismos involucrados…

Además, muchas instituciones del Estado editan libros.
… Sí, y las gobernaciones. Hay que descentralizar esa función. Hay que pensar cómo distribuir y quién debe capitalizar, porque cuando lo hacíamos desde Fundalibro había un comité que organizaba las ferias regionales y culminaba en la feria internacional. Es decir, se trabajaba en alianza con todo el mundo, el criterio era la inclusión,pero había un mando que sabía que esa era su misión, y todos los años incorporábamos nuevas ciudades a donde llevábamos el libro. Y aquí en Caracas el esfuerzo se concentraba hacia la Feria Internacional que, hay que admitirlo, nunca fue internacional; caminábamos hacia allá, esa era la intención, pero para hacer una gran feria internacional había que crear el fenómeno, despertar en los venezolanos y en las casas extranjeras el interés en esa feria que se hacía una vez al año y se llamaba Feria Internacional de Caracas, en la que se presentaban editoriales del interior, los libros que mandaban las casas editoriales de España; era el primer paso para establecer convenios con países de la subregión, paises del Pacto Andino, o del Caribe, por ejemplo, porque había que consolidar algo. Una Feria Internacional es un sitio donde se dan cita no solo los todos los involucrados en el fenómeno libro: libreros, autores, editores, artístas gráficos, agentes literarios, es un lugar para hacer grandes negocios que trasciendan la venta al detal.Pero, con todo lo que la cultura nunca ha sido prioridad del Estado, y con todo lo que se pueda deplorar del gobierno de Carlos Andrés Pérez, no sé si fue por snob o por conciencia de que había que pagar la mora cultural, o porque a Miterrand le gustaba la cultura (risas) y él era amigo de Miterrand, pero durante su gobierno se invirtieron recursos en la cultura.

¿Y cómo se retoma el punto en que se había quedado, para seguir avanzando hacia la consolidación de esos proyectos a largo plazo, al menos en el segmento editorial?
Yo creo que hay que retomar muchas políticas, volver a diferenciar entre lo que es Estado y gobierno, que es fundamental. Estado es intitucionalidad, lo que permanece, gobierno es el administrador temporal, el gerente, y el conserje de las intituciones. Saber diferenciar entre política de Estado y política de gobierno va a determinar que lo que se elabore dentro de una política de Estado sea a largo plazo, el Estado siempre va a estar, y si creemos que de aquí en adelante se va a mantener la alternabilidad de los gobiernos, entonces los gobiernos van a pasar y van a pasar las administraciones y los gerentes culturales, y los gerentes de culturales son administradores, servidores públicos, pero como hay una política de Estado, las instituciones sabrán ceñirse a esa política, y van a desarrollar una serie de planes que van a permitir fomentar y promocionar la cultura.
Hay que desarrollar una política seria, sin rimbombancias, una política (fue un poco lo que se hizo en el Cenal cuando nació) para promover el libro, que no es nada más salir a la calle a hacer campañas. Hay que abaratar los insumos, entablar relaciones sólidas con toda la industria editorial, hay que darle las posiblidades a las editoriales para que produzcan el libro más barato, los famosos años de gracia fiscal: facilitarle la importación de las maquinarias necesarias a las imprentas, que era un poco lo que tenía planteado el Cenal a través del Fondo de Fomento Editorial: facilitarle al editor las condiciones para contribuir a que abarate los costos, para que edite más, para lo cual el Estado puede dar créditos y gracias fiscales, más que subsidios.
Otro proyecto del Cenal, que hay que rescatar, es (más allá de cursos espasmódicos) el programa de educación, que iba desde formar artistas gráficos hasta libreros, y la formación editorial a niveles de grado y posgrado. Eso se tiene que introducir en el sistema educativo, en las universidades. Esa puede ser una mención para la carrera de Letras, porque en Venezuela se aprende a ser librero y editor de manera empírica. Se pueden crear posgrados en edición o en mercadeo (porque la cultura se vende, es también un producto que hay que saber vender), pero hay que educar para eso. No basta con decir «leer es un placer», no basta con slogans y con ferias de vez en cuando. Se debe crear toda una dinámica que redunde en una política que fortalezca el fenómeno editorial en Venezuela, que poco a poco la case con los polos editoriales importantes de la región.
Yo le decía en estos días a Juan Diego Mejías: «¿Cómo es posible que yo no conozca los autores colombianos contemporáneos míos, que yo no los pueda leer ni ellos a mí?». Tenemos un completo desconocimiento y estamos a una hora de vuelo. ¿Para qué existe el Pacto Andino? ¿por qué no se establecen las relaciones culturales? Tantos filtros cuando debería haber más fluidez en este intercambio. No hay que proponerse abarcar toda América, a uno le interesaría en principio ser leído en Colombia, en Perú. Si hay un Pacto de San José, se debería propiciar ese intercambio con México y Centroamérica. Son muchas cosas para, no digamos volver (porque nada está planteado para volver a las cosas como estaban hechas), sino para comenzar a hacer de nuevo. Hay que tomar cosas que se venían haciendo, cuyas propuestas eran felices desde el punto de vista conceptual, y adecuarlas a la práctica; buscar esa armonía que tiene muy claro que la cultura tiene que ser una política de Estado y no de gobierno. La cultura no puede ser un programa de gobierno, la cultura es una constante del Estado, porque un Estado civilizado sabe que se proyecta en la medida que proyecta su cultura. Volver a tomar eso es volver a esa conciencia que hemos perdido un poco por estas discusiones entre ser gobiernero o no. La cultura, el libro, son hechos que trascienden gobiernos y revoluciones.

Todas las estrategias que has mencionado están orientadas a profesionalizar la actividad editorial, sobre todo de las independientes, ¿cómo pueden hacer esas editoriales para dar a conocer nuevas firmas manteniendo y vigilando la calidad de lo que editan? ¿Cuál es tu experiencia al frente de Memorias de Altagracia?
El problema del venezolano es muy particular, porque uno empieza a editar no porque sea editor sino porque es autor. Se convierte en un escritor que está aprendiendo a ser editor. Eso nos pasó con Memorias de Altagracia, y yo creo que les ha pasado a muchas editoriales. Eso se puede ver en los primeros números. Esa necesidad de que la voz de nuestra generación fuese registrada nos llevó a editar. Y nos llevó a comprender que no sólo se trataba de poner los textos en el papel, sino de editar de una manera cada vez más digna, nos llevó a asesorarnos, a aprender viendo los elementos de los otros libros, y comenzando a pensar como editores. Pero por lo general la gran mayoría de las editoriales alternativas, y es algo que debe corregirse a futuro, nacen de escritores. Yo creo que el editor debe ser editor. Y vamos a partir de una experiencia, la de Carlos Barral, que era escritor, pero que cuando le mete el pecho a la edición deja de escribir, porque el trabajo del editor es muy complicado. No es solamente estar pendiente de la edición, sino que también es distribuir, vender, promocionar, agotar, reeditar, y debe estar única y exclusivamente metido en eso. No puede compartir eso con su tiempo como escritor porque debe estar dedicado a sus escritores.

Y debe evitar que su gusto como escritor contamine su gusto como editor.
Claro. Entonces, lo que pasa en Venezuela (y lo digo partiendo de mi experiencia), es que poetas y escritores somos como muy renacentistas, hacemos de todo: somos tipeadores, publicamos páginas en la web, distribuímos libros en las librerías, publicamos, nos metemos en cooperativas, editamos, y también escribimos. Y yo creo que para que algo salga bien, tienes que dedicarle la mayor parte de tu esfuerzo. ¿Que la dinámica ahora no nos lo permite y tenemos que hacer todas estas cosas? Es cierto, pero es una dinámica que es perversa. Aquí el escritor debe ser escritor, el editor debe ser editor y la figura del agente literario tendrá que nacer en algún momento. El distribuidor debe trabajar con el editor, el agente tiene que vigilar los derechos del autor y el escritor debería dedicarse a escribir.
Claro, aquí han salido cosas muy buenas en las que escribimos, hacemos páginas web y revistas, pero no es lo correcto, porque la calidad sería mayor si especializáramos las actividades. Además, como tú dices, prejuicia mucho el contenido el hecho de que sea un escritor el que haga la selección y estableza los criterios editoriales, porque esa editorial va a publicar muy apegada a una estética en particular, va a estar manejada por prejuicios y gustos del escritor que está al frente.

En el caso de Memorias de Altagracia, ¿cómo has manejado ese criterio de selección con los autores que has publicado?
Bueno, a algunos los he seleccionado yo, pero como la editorial la manejamos Graciela (Bonnet) y yo, ella ha sabido generar ese equilibrio. Además, muchos amigos han colaborado en esto, han sido los lectores. Los amigos que habían leído un buen manuscrito nos lo traían. Por ejemplo, Eduardo Cobos fue el que me trajo el libro de Milton Ordóñez. María Celina Nuñez nos trajo el manuscrito de Juan Carlos Chirinos, y así. Yo no podía tener un tren de lectores, sin embargo teníamos una política: darle espacio a todas aquellas voces que no habían encontrado edición en editoriales más formales. Y fue lo que hicimos a lo largo de quince títulos. Más allá de la gente cercana a nosotros, abrimos las puertas de Memorias de Altagracia, siempre que teníamos el dinero, a todas aquellas firmas a las que les era difícil encontrar espacio para la publicación en editoriales consolidadas.
En el caso de Fernando Cifuentes vale acotar que Memorias de Altagracia promocionó y difundió el libro «Alemanes», y vendimos mil ejemplares. Por eso me extrañó leer en la prensa que él había vendido sólo cuarenta ejemplares. Memorias de Altagracia ha difundido la obra de todos los autores que ha publicado. Incluso más allá de lo que materialmente podíamos. Esos libros están en las bibliotecas de las universidades norteamericanas, en las bibliotecas mexicanas, en Colombia, esos libros fueron vendidos acá. Ninguno de los libros que editamos se encuentra disponible, y no porque los hayamos botado. Entiendo que decir «vendí cuarenta ejemplares» puede ser un ardid publicitario, pero «Alemanes» se vendió, porque ése es era el propósito de Memorias de Altagracia. También sucede que, sobre todo a los narradores, les resultara un «pecadito» haber publicado en editoriales alternativas, en lugar de editoriales grandes. Y no ven que en un momento, en Venezuela, no había espacio para la edición, y esas fueron las editoriales que crearon esos espacios, y allí encontraron resonancia muchas voces.
Y lamentablemente no contamos actualmente con dinero, porque en estos momentos es más necesario que se mantengan este tipo de iniciativas. Y es el drama de Memorias, que debería estar editando mucho, pero renunciamos al subsidio y no hemos conseguido patrocinio. Pero este es el momento, porque si tuviésemos presupuesto, tendríamos el ritmo que teníamos antes, que editábamos cuatro voces nuevas al año. Claro, también llegamos a editar a otras ya conocidas, como Gabriel Jiménez Emán, Moacir Scliar, Ricardo Azuaje…

Que le daban fuerza al catálogo.
Sí, le daban fuerza al catálogo, pero también, como en el caso de Ricardo Azuaje, que no siempre tenía posibilidades de conseguir ediciones, porque cuando entró a trabajar en Monte Ávila se le hizo difícil volver a publicar allí, consiguió en Memorias de Altagracia ese espacio. Eso es lo que era Memorias y eso es lo que debería seguir siendo. Y creo que hay que buscar alternativas para lograrlo, porque en esta mala hora (y esto va más allá de Chávez, porque este momento pasa y nos deja la crisis) tenemos que pensar cómo nos vamos a levantar. No es que van a venir grandes iniciativas del Estado y nos van a ayudar. No, nos vamos a levantar en la medida en que tengamos la capacidad de hacer sinergia. Claro, lo ideal sería que encontremos gente que ame editar, eso es importantísimo. Así como encontramos a tipos que aman escribir, debemos encontrar un editor como Carlos Barral, que ame la edición y que no tenga otra ambición que editar autores, y ambicione hacer la gran editorial venezolana. Necesariamente vamos a empezar de abajo y vamos a volver a editar, pero mientras no tengamos la figura del editor por editor vamos a estar haciendo las cosas a medias. Cómo compartir eso de querer sacar adelante la obra (que ya es algo pretencioso) con la otra obra ambiciosa de tener una editorial. Necesitamos esa persona como el Conde de Siruela, con ediciones bellísimas como Herralde y Anagrama (que son las editoriales que no se han comido los grandes consorcios, por cierto, porque tienen amor por el trabajo editorial). Cuando nazca esa figura en Venezuela va a ser de mucho provecho para nosotros.

Tú mencionaste a Fernando Cifuentes, un joven autor publicado por Memorias de Altagracia, quien acaba de ganar en España el premio Alfonzo VIII y está haciendo un intenso trabajo de promoción de su libro. Es un poco lo que tú has estado hablando, que dada la precaria industria editorial venezolana el autor tiene que cubrir todas las facetas del negocio editorial ¿Cuál es la experiencia de Israel Centeno al respecto, que ha podido publicar en diversas editoriales?
He tenido la fortuna, en algunos momentos, de que me aprueben y publiquen los manuscritos. Tuve también la buena fortuna de ser publicado en Monte ávila, porque aunque yo diga que «Exilio en Bovery» es mi mejor libro, a mí me conocen por «Calletania». Y puedo decir que yo no conocía a nadie en Monte ávila. Y ultimamente creo que tengo la fortuna de estar con uno de los editores más serios que hay en venezuela que es Leonardo Milla, que cuando se casa contigo hace todo el trabajo.

Qué es lo que se espera de un editor.
Eso es lo que se espera de un editor, el trabajo de promoción, el trabajo de difusión. Tengo entendido que si Leonardo Milla va a España, por ejemplo, va con su maletín de autores que ha editado y lo muestra. Ojalá esa relación se mantenga, porque no hay una cosa más gratificante para un escritor que econtrar a alguien que se comprometa a hacer todo el trabajo editorial. Aquí en Venezuela, creo que es uno de los pocos que una vez que se compromete con su autor le da todo lo que necesita.
Yo publiqué en Planeta, publiqué en Alfaguara. Y claro, para uno es un logro llegar a Alfaguara, pero lo ideal sería llegar a Alfaguara y quedarse como autor de Alfaguara, y lo que yo escriba tenga esa primera opción editorial, así como asumen a sus autores de España, a sus autores internacionales. A medida que uno pierde la inocencia descubre que lo importante no es llegar a una gran editorial, sino establecer relaciones permanentes con esa gran editorial. Más importante que acumular editoriales para tu currículo es tener la tranquilidad de sentarte a escribir y saber que tienes a quién ofrecer el trabajo. Y eso te libera un poco de la angustia de los premios, y aunque uno siempre puede querer confrontar la obra, y la guardas esperando un concurso, hay obras para la publicación, y será otra la manera de confrontarlas.

Algunos escritores afirman que los latinoamericanos deben apostar por conquistar las capitales de la lengua hispana -que son Madrid y Barcelona- porque ellas no van a voltear la mirada hacia Latinoamerica ¿Qué piensas al respecto?
Yo pensaba así hasta hace algún tiempo, pero llegué a la conclusión de que nosotros tenemos que voltear la mirada hacia Latinoamerica ¿Por qué España nos va a dar a nosotros la legitimidad? ¿Por qué no me la da un lector mexicano? Si yo doy legitimidad a un escritor argentino, ¿por qué un lector argentino no me puede dar legitimidad a mi?

Quizá porque son las editoriales españolas las que pueden vender en todo el continente.
Bueno, pero eso va a depender de las circunstancias. García Márquez fue rechazado por Carlos Barral y Suramericana es la que le publica. Ricardo Piglia, cuando llega a España, lo publica Editorial Lengua de Trapo, no Alfaguara. Y Piglia es un gran autor. Yo creo que hay que buscar la lectura afuera. Hay que ser ambiciosos, pero puntuales. Por ejemplo, ser leído en Colombia y en México es para mí bien importante. Y que se me reconozca. Fíjate que el boom latinoamericano partió del hecho de que unos autores se reconocieron entre sí y produjeron un fenómeno, porque se leían. Actualmente los autores latinoamericanos no nos leemos. Uno le llega, por ejemplo, a Andahazi porque de carambola nos lo mandan de España, pero deben haber muchos autores argentinos, peruanos, más allá de Borges y Bryce Echenique, de los cuales tenemos un perfecto desconocimiento.

Nos leemos entre nosotros, pero dentro de los países.
Sí, y cuando llegas a España, no te lee todo el mundo. En América Latina tampoco. En los sesenta el latinoamericano se leía mucho entre sí. Vargas Llosa, siendo muy joven, le hace tremendo ensayo a García Márquez, «La historia de un deicidio», el mejor trabajo que se ha escrito sobre la obra de García Márquez se lo hizo él porque lo leía con pasión. Y no tenía esa cuestión del parricidio, del filicidio, del fraticidio, negándose entre sí. Tenemos que empezar a vernos los latinoamericanos para que España nos vea con seriedad.

Sobre todo porque España no publica cuentos.
Y España, por cuestión de mercado, está exigiendo «lomo». Aunque la historia no te dé para eso, y a riesgo de estropear la novela, tienes que escribir seiscientas páginas. Eso no quiere decir que no busques el mercado español, pero no puede ser una obsesión. Tu obsesión debe ser escribir tu obra y ponerla en el mercado. Y podrían decir que esa posición es producto de una frustración. Bueno, sí, he mandado para España y no he sido publicado. Pero la frustración también te hace reflexionar, porque también allá existe un desdén, sobre todo con el venezolano. A Milla le preguntaron «¿cuántos ejemplares editaste de ´El Complot´?» Y él respondió «tres mil ejemplares» y le dijeron que eso no es una edición. A ellos no les interesa vender a un venezolano que no van a poder vender en Venezuela. Yo creo que es más fácil conquistar el mercado norteamericano que el español, porque si tú pegas una novela en Miami, con todos los venezolanos que están allá (ríe), que tienen necesidad de autores… De hecho, Isabel Allende se lee más en norteamérica que en España.
Por tanto, primero debemos empezar a leernos, a hacernos leer, en Venezuela y en los países cercanos, y si por esas buenas magias de la literatura, en España un editor se enamora de tí y se propone sacar con tu obra quince mil ejemplares, está bien. Yo creo que el mayor esfuerzo debe estar en escribir la obra y en conseguir un editor serio con quien casarte. No importa en qué latitud esté.

Tomando en cuenta que ahora te dedicas casi exclusivamente a escribir, ¿cómo sientes que ha evolucionado tu obra desde Calletania hasta El Complot?
Cuando yo escribí Calletania ya había resuelto un problema que tenía desde los primeros cuentos que fueron editados en periódicos. Yo venía de esos ochenta en los que había una apuesta muy grande por lo formal, donde la anécdota y la historia se diluían. A mí me gustaba mucho -me gusta- Oswaldo Trejo. Claro, Trejo sólo puede ser uno, y pretender repetir esas cosas es como querer escribir como Joyce. Ya había resuelto el problema y para mí lo importante era construir la anécdota pero -que es lo que me queda de Trejo y de esa escuela obsesionada con la forma- muy pendiente de hacerlo sin descuidar la forma. Y eso lo hago desde Calletania hasta acá, por lo que creo que no ha variado mucho. Por eso en mi trabajo puede encontrarse sobreadjetivaciones, cierto coqueteo con el lirismo, y una cantidad de cosas que creo que se han mantenido, y se han ido consolidando. Yo creo que, más que una evolución, ya cuando yo escribo Calletania, siento eso que se llama la voz, siento que tengo una voz que se ha ido consolidando y ha explorado. «Exilio…» fue una exploración. «Bengala», que es una novela que no está publicada, tiene exploraciones con el comic, pero dentro de estos patrones: el cuento, el regodeo con en las formas y el lirismo. En la segunda parte de «Hilo de cometa» hay mucho trabajo formal. En «El Complot» me gustó mucho mover el punto de vista del narrador.

¿Y qué elementos privilegias a la hora de escribir cuentos específicamente?
Yo me he dado cuenta que debo tener muy clara la historia. Saber que en determinado elemento hay una historia que se va a contar. Poder expresarme en esa historia estéticamente, porque es muy importante que no se pierda el sentido de arte. En el contar debe estar presente el trabajo del lenguaje, la precisión, la administración. Así el texto culmine en cuatrocientas páginas, que eso haya sido lo más corto en que se pudo hacer el trabajo. Hay que vigilar la claridad y la precisión, aún cuando se esté trabajando cuentos sugeridos, o un cierto hermetismo con finales ambiguos, pero tu sintaxis, tu trabajo de lenguaje debe ser claro, y un cuento que funciona es aquel que nadie tiene que explicar y te conmueve, y te ha tocado esa parte no tangible. Porque el cuento que necesita ser explicado pierde su esencia. Incluso siendo un cuento difícil. Y eso es así para todo. Si se descifra, por ejemplo, las claves del barroco, los cuentos de Carpentier llegan claritos como el agua. Porque cuando uno descifra las claves de una estética, ésta se descubre. Incluso Trejo es fácil una vez que se descifra. Entonces se debe ser descifrable, y el cuento debe contarse por sí mismo. No tiene sentido que deba contarse la historia de una historia. Para mí lo más importante, entonces, es: la claridad, que la historia exista (así sea una historia mínima), que la historia dé para el desarrollo y no perder el sentido de la estética. Sobre todo en cuento, pero, aunque hay gente que le quita mérito a la novela por la extensión, yo creo que el hecho de tratar de mantener la obra de arte en algo tan extenso, ya tiene su arte. El cuento es algo que se parece tanto a un poema, es un gran compromiso estético.

Una pregunta obligatoria, para concluir. Según tu criterio, ¿cuáles son los nombres imprescindibles, dentro de nuestra tradición literaria, en la narrativa venezolana?
(Medita un poco) Te voy a hablar de lo que he leído y lo que sigo respetando. Y no voy a nombrarte los que son imprescindibles, sino a los que vuelvo. Estaría, en primer lugar, Salvador Garmendia. También Renato Rodríguez, con «Al sur del Equanil» fue una lectura importante para mí. Enrique Bernardo Nuñez, con «Cubagua»; Teresa de la Parra, con «Ifigenia»; redescubrir a Gallegos después del parricidio para mí fue importantísimo, porque es un hombre que da estructura, que da conciencia de novelar. Y si redescubrir a Gallegos fue importante eso no desdice, sin embargo, que me admire ante «La mano junto al muro» de Meneses. Porque es un gran error desdecir a Gallegos para ponderar a Meneses. «La mano junto al muro» y «El falso cuaderno de Narciso Espejo» son textos importantes. Las novelas de Miguel Otero Silva para mí significaron mucho. ¿Otros cuentos fundamentales? Gustavo Díaz Solís con «Arco secreto»; más cercano también está Humberto Mata con «Boquerón», ángel Gustavo Infante con «Joselolo», Rubi Guerra con «El mar invisible», Ricardo Azuaje con «Juana la roja y Octavio el Sabrio» (estoy hablando de mucho más cerca en el tiempo) Méndez Guédez con sus «Historias del edificio» y «Retrato de Abel con isla volcánica al fondo».
Yo creo que tenemos muy buenos cuentistas, tenemos una gran tradición, pero así como nos hemos pasado doscientos años en guerras civiles, nos hemos pasado toda la vida negándonos. Desde el momento en que sacamos a Andrés Bello nos estamos negando. No podemos conquistar España si no tenemos tradición, si no nos hemos conquistado nosotros mismos, si no aceptamos que tenemos buenos narradores, aunque nos nos gusten sus estilos. Negamos a Denzil Romero, a Herrera Luque, a Massiani. Debemos tener menos mezquindad y hacernos menos daño. Porque un argentino o un mexicano sale y tiene tradición, nosotros no, nosotros nos tenemos miedo, tememos que invadan nuestro espacio, pero debemos reconocernos porque ese reconocimiento nos beneficia a todos. Nuestra tradición comienza con los cronistas de Indias, y continúa con Eduardo Blanco, Julio Calcaño, Pedro Emilio Coll, y otros tantos. El venezolano es muy celoso del éxito. Según esa visión, todo el que vende libros es malo. Tenemos muchos prejuicios con el éxito, y debemos vencer esos prejuicios para poder darle forma y tradición a nuestra literatura.

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