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Extrañas las fuerzas que de repente nos invaden y nos atraen, que nos chupan como si fuesen una aspiradora del tiempo y del cielo. Quiero estar caliente pero me hace falta el frío. Quiero ser el hombre de al lado, sentado en su mesa de este café tan antilietario de un centro comercial. El habla con un viejo, el padre, un amigo, un consejero, no sé, en todo caso es alguien que lo escucha. Ni se imagina que mi mano se mueve e indaga en su conversación. Quizás no les importa que yo escuche. ¿Qué importa que una extraña se entere del plan que hizo Jorge? Me gustaría conocer a ese Jorge y saber cuál fue su plan y por qué ellos dos están contentos de que desista. Suena una música muy fuerte en el fondo y no escucho más. Mucha gente está entrando para escapar de la lluvia, se quiere resguardar y mientras tomar un café. Ellos quieren cuidarse y evitar el frío. Mentira que a alguien le guste el frío. El infierno es frío.
Se van el viejo y el muchacho, jamás supe quién era Jorge y busco a quien espiar. Hay varias personas sentadas, algunas conversando animadamente. Una mujer juega con los paqueticos de azúcar y cuenta algo serio a una amiga. Una vieja se queda viendo para ningún lado con sus zapatos de siglo pasado cruzados uno sobre otro. A mi lado se sienta un hombre preocupado. Tiene una deuda que le quedó del banco central desde hace diez y seis años. Se pregunta cómo es posible. Yo también estoy preocupada. No llega la plata, no puedo viajar sin ella y tengo que ir urgentemente a Chile. Carlos me está esperando para el trámite de la casa, pero mejor no pensar en eso. Me vine al café para escapar y no para preocuparme más. Yo estoy esperando la plata como el hombre de al lado.
El ogro va a pegar el grito en el cielo cuando se entere de lo que hice. Peor se va a poner si algún día llegan a publicar esto. No debería escribir estas cosas, pero menos debería pensar y yo para no pensar tengo que escribir. ¿Por qué me preocupo porque alguien publique esto si yo no soy nadie? A lo mejor esto se quema y nunca llega a la luz. Estoy imitando a Vila Matas de cierta forma. Pero, ¿Si Vila Matas soy yo? Debería buscar su dirección, olvidarme de Chile e irme a Barcelona, tocarle la puerta y decirle que me golpeó su libro, que lo leí y me vi. Que se robó a alguien que soy yo.
Frente a mí un hombre que no pasa de treinta años pidió algo que se ve mejor que lo mío, tostadas con mermelada. Es más sano en todo caso. Yo pico mi budín de limón mientras él gira la cabeza y su mirada se encuentra con la de una cuarentona y media. Tiene camisa rosada, pelo corto, pañuelo al rededor del cuello. Le incomoda estar sola, se le nota. A lo mejor quiso decirle algo al joven. Quizás tengan una historia y lleven rato diciéndose cosas con las señales del cuerpo, mandándose mensajes que flotan sobre las moléculas del aire, palomos mensajeros invisibles. Puede ser que la historia de los dos venga de otra vida. Volvieron a esta para verse un segundo en un café, sin la menor idea de que son el amor de una vida pasada. Ya se vieron, ahora se pueden morir y no lo saben, quizás por eso es que ella esta incómoda y siente que no sabe bien qué es lo que le molesta. Ella se toma el vasito de agua y se va. El hombre se toma el jugo y pide otro café y no se termina las tostadas.
¿Qué cara pondrá si yo se las pido? Me las dará con cara extraña y se irá pensando que el mundo está loco, que una vieja lo estaba viendo y que una niña se quiso comer lo que el dejó en el plato, asco.
El hombre que está a mi lado dice… “Señorita. ¿Se tarda mucho el café?”. La muchacha dice que no. El tiene razón, la mesonera es una mierda y él está preocupado. No tiene tiempo de pensar en que la muchacha está verde de andar limpiando mesas y repartiendo café a los que les da flojera pasar un poco de frío en un día que ya no es tan frío como los anteriores, si te pones a ver.
Una pareja entra y se sienta cerca de la ventana. Después se mudan a una mesa que está justo enfrente de mí. Ella fuma, hablan bajo, no escucho. Yo me veo concentrada, ellos no saben que es en ellos. El hombre de al lado se para, se va y deja su chaqueta. Le voy a decir algo. Ya no puedo porque se fue.
Pasa de largo una mujer embarazadísima con al barriga afuera y se le quedan viendo. El hombre de en frente me ve, seguro se pregunta qué hago. No tengo aspecto de local y estoy escribiendo. Querrá saber sobre qué, que se lo muestre tal vez. Yo también quisiera saber lo que estoy haciendo, y no sé porque las ideas se mezclan y los personajes entran y salen. Seguro dentro de un rato no se acordará de que había en un café una niña escribiendo con un collar raro y cara de extranjera. ¿Y si me muero y él lo lee en el diario porque me mataron? No se va a dar cuenta que fue justo la que estaba sentada escribiendo justo en frente de ellos. Quizás en el diario salga que escribía cosas que no tienen ni pies ni cabeza, porque pelearse por tres casas no tiene ni pies ni cabeza, porque desde que Carlos se fue con una bailarina que me lleva 25 años la vida se quedó sin cabeza y los pies corren hacia cualquier lado sin ver. A ese hombre no le gusta la silla y le dice a la mujer que él se hace cargo salvo cuando está enojada y yo no entiendo. Me provoca decirle a la mujer que si el hombre le está poniendo excusas para hacerse cargo mejor se olvide, porque si pone una excusa pondrá otra y otra, eso siempre sobra. No le digo nada. No la conozco, después dirá ojalá la maten y yo leerlo en el diario. A lo mejor no dice ojalá, pero si pasa no creo que le importe.
Me dijeron que este lugar me iba a salvar porque aquí tengo de todo. Yo contesté que sí, aunque pienso que es profundamente antiliterario. Es irónico porque ahorita me siento muy literaria, me gusta la idea de escribir las historias a medias de gente que entra y sale, que no quiere mojarse. Yo creo que están aquí para alegrarse de que se cayó el plan de Jorge, para no entender como pueden tener una deuda desde hace diez y seis años y no saberlo y para no pensar en el viaje a Chile, la casa, la otra casa, Carlos, y la hija de Carlos.
Detrás de mí hay un par de viejos, muy viejos. Están como buscando una salida de emergencia de la vida. Hablan de los nietos, todos tienen sobre nombres, Vivi, Bubi, Tuti, todos con I, la vida es amarga cuando uno envejece y los viejos les ponen ies y itos a todo para hacerlo mas tierno. La mujer dice, “mira que café mas grande que tiene la niña”, como si yo no escuchara. La niña soy yo. Mi café es grande, es un capuchino sin crema, sin chocolate y con poca canela. No me lo voy a terminar.
Me voy a ver que pasó con la plata y con el pasaje. Seguro que la amante de Carlos está en un café, preocupada porque no sabe si por fin su esposa, yo, va a venir a Santiago. Seguro ella no pidió torta sino algo más sano mientras la hija de mi esposo está en el coche agarrándose el pie y riéndose. Su mamá sorbe un café preocupada por lo del divorcio de su amante, su papá, mi esposo. Una vieja cuenta pesos Chilenos para pagar su café y la mira de reojo y piensa qué mujer más bella y qué guagua tan chiquita, ¿Cómo hizo par adelgazar tan rápido?
Me voy. Me preocupo mientras salgo porque no sé si lo último que escribí es una mierda. Si fue lo mejor que he hecho, entonces soy una mierda, y no queda otra que buscar una oficina para siempre y ser algo que no soy ahora, aunque ahora no soy nadie. Me robó Vila Matas.