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Interior, apartamento, cierto día
Yo tengo un zombi de mascota. Me gusta mucho mi zombi. Un día tocó a la puerta de mi casa, yo abrí y él entró. Los zombis son como los gatos, se instalan en tu casa sin pedirte permiso, y siempre tienen hambre y son, salvo excepciones, muy silenciosos. Este zombi fue directo a la cocina a buscar comida; pero no creas que llegó a hurgar las ollas, no. El zombi entró en la cocina buscando al perrito de la casa. Todo el mundo sabe que en la cocina es donde suelen estar los perritos de la casa, y eso también lo deben saber los zombis. Lo agarró, le arrancó la cabeza y se lo comió de un bocado. O de dos, porque un bocado fue para el cuerpo y otro para la cabeza. Aquello lo entendí como un mensaje, como si él me hubiera dicho que en el apartamento no había espacio para dos mascotas, y que además, le encantaba comer perritos. Desde entonces, me dedico a secuestrar falderos por toda la ciudad. Aunque mi mascota sólo come mascotas, uno nunca sabe cuándo le pueda dar por lanzarte un mordisco. Recordemos lo que le pasó a Roy (¿o fue a Siegfried?) con el tigrazo de Montecoro. Así que salgo casi todos los días a cazar perritos. Lo hago a las horas en las que por lo general los dueños pasean a sus mascotas, es decir, al atardecer y temprano en las noches. Para llevar a cabo mis deberes, uso una máscara del Demonio de Jalisco. Así, con la máscara puesta, me bajo del carro, a paso apresurado llego hasta el paseante y su mascota, lo apunto con mi arma, le quito al animalito y salgo corriendo de vuelta al carro, donde rápidamente le inyectó un tranquilizante para se les quite la ladradera, y luego arranco. Por lo general tengo de catorce a dieciséis falderos distribuidos entre el cuarto de servicio, el estudio y el cuarto del niño que no hemos podido tener. Les pongo su bozal y ahí los dejo dentro de las jaulas. Aunque mi zombi se conforma con tres por día, me gusta estar bien apertrechado. Pero, eso sí, siempre mantengo bajo llave los cuartos, porque nuestra mascota no puede contenerse. Ya sabes, es un pobre animalito sin conciencia, un tragón que no sabe lo que hace. Por cierto, mi zombi se llama Báthory. Se lo puse en honor a la condesa. Hubiera podido llamarlo Erszebeth, pero mi zombi es macho (tiene una verga enorme), y ponerle Erszebeth hubiera sido un poco raro. A mí me ha dado por llamarme Dorkó, que aunque es nombre de criada y bruja horrenda, también podría ser un nombre masculino. Digo yo.
Interior, apartamento, noche
Báthory come, sonríe, sonríe como un niño, y luego va y se echa a la puerta de nuestro cuarto. Nunca entra, es muy respetuoso. Pero eso hace, se acuesta en la entrada, y se queda viendo hacia adentro, con sus ojos pequeños y rojos. Hay en él una melancolía profunda. Al principio nosotros cerrábamos la puerta, pero a Báthory le daba por lanzar horrendos aullidos y además rasgaba la puerta; de hecho, tuvimos que comprar una nueva. Así que ahora la dejamos abierta. Tener sexo se ha convertido en todo un problema. Le digo a mi esposa que lo hagamos sin problema, con la luz apagada si quiere, y en silencio. Pero ella no quiere, la presencia de Báthory la incómoda. Yo le he dicho que se trata tan sólo de un animal, de una mascota. Pero nada, su aspecto humano la engaña y la perturba. Ahí vamos buscando maneras. Lo hemos hecho durante el día, cuando él está en la cocina; en moteles, incluso en el baño. Aunque últimamente le ha dado también por gruñir y ponerse nervioso cuando nos metemos juntos al baño. De cualquier modo, siempre estarán los moteles.
Exterior, jardín, unos meses más tarde
No sé si el hambre tenga que ver. Báthory nunca ha estado mal alimentado. Pero para que veas que eso de tener un zombi de mascota es cosa seria, te voy a enseñar esta foto de mi esposa que demuestra claramente que terminó pasando lo que más temíamos. Lamentablemente fue ella la víctima, y no yo. ¿Ves? A mi esposa le falta un brazo.
Ocurrió hace unos diez meses, una tarde en el jardín del edificio, mientras jugaban pelotita. Ella le lanzaba la pelota, él corría a buscarla, y luego, con la pelota en la boca, regresaba donde mi esposa y se la ponía en sus manos. Como a la décima vuelta, justo cuando mi esposa acababa de recibir la pelota, Báthory le agarró el brazo, se lo arrancó de un tirón y se lo comió. Le quedó un tuquito, como puedes ver. Tomamos la foto para que quedara constancia de que tener zombis de mascotas es fascinante, pero al mismo tiempo muy peligroso.
No es cualquier tontería, te digo. Ser el dueño de un zombi es asunto de gente dura, temeraria. Por fortuna, tampoco las cosas salieron tan mal. Báthory se hubiera podido devorar entera a mi esposa. O ella hubiera podido terminar convertida en zombi; por fortuna no la mordió, tal como dije, tan sólo le arrancó el brazo. También, gracias a Dios, sólo se trató de su brazo izquierdo. Si hubiera sido zurda, una tragedia. Por cierto, en las noches usa a la perfección su mano derecha para hacer el trabajo que a mí me gusta, y yo le agarro el tuquito y se lo sacudo, tal como ella me sacude a mí. Eso la excita, ¿sabes? Y a mí también; tanto, que ya dejamos el viejo mete y saca a un lado y sólo hacemos eso. Ahora sí cerramos la puerta del cuarto, eso sí; es una manera de hacerle entender a Báthory que hizo mal, de demostrarle quién manda. Afuera, él comienza a pegar alaridos, a golpear y a rasgar la puerta. Al final se calma y se aleja. Una noche, impelido por la curiosidad de sus alejados silencios, salí a ver. Lo encontré tirado en su esquina del lavandero, masturbándose salvajemente. Por respeto a su intimidad y abrumado una vez más por su pene gigante, me regresé a mi cuarto en silencio. Mi esposa y yo seguimos en lo nuestro, aunque a mí me costó un buen rato levantar de nuevo.
Bueno, ése es el inconveniente con los zombis, que uno nunca sabe. Y ya ves lo que le pasó a mi señora. Después de aquel “evento” (así lo llamamos para dosificar el horror), cuando por fin ella recobró la conciencia, la urgí para que saliéramos del funesto zombi. Ella no quiso, se ha encariñado mucho con él. Yo también me he encariñado. Y es cierto, es funesto, pero lo queremos, y él nos quiere a nosotros. Hace poco llegué a casa y Báthory estaba en la sala, viendo Discovery Kids. Le encanta ver Discovery Kids. Al verme, se llevó las manos al pecho y, dándose golpecitos con la yema de los dedos, dijo muy alegre “Papá, papá, papá…”. Ha sido la única vez en su vida (por lo menos en su vida con nosotros) que ha hablado. No pude con tanta ternura y lloré. Casi corrí a abrazarlo, pero no lo hice, Báthory huele muy mal.
Ah, pero aquellas palabras hermosas han sido premonitorias. Al poco tiempo mi esposa me comunicó que estaba embarazada. Ya llevamos tres meses, y la barriga sigue creciendo. Esta vez no perderemos al bebé.
Interior, cuarto, cinco meses después
Hace ya un par de semanas que no duermo en mi cuarto. Báthory por fin se atrevió a traspasar el umbral, y ahora se niega a salir. Cuando intento entrar se pone furioso. Me amenaza con sus bramidos, con sus sacudidas. Se mantiene al lado de mi esposa, que yace en la cama, aterrada. Creo que el embarazo de ella lo tiene afectado. La sobreprotege, siempre quiere estar cerca de ella. Se han despertado en Báthory unos anormales pero al mismo tiempo tiernos sentimientos, los cuales, como ya se ve, se manifiestan en agresividad. Yo le hablo con mucho cariño y le ofrezco más falderos que de costumbre. El otro día, con todo y lo que me costó secuestrarlo, hasta le llevé un gran danés. Él se le fue encima y se lo devoró en cuatro bocados. Pero no se calmó, para nada. Ahí mismo saltó junto mi esposa y volvió a hacerme gestos amenazadores. Mi esposa, en la cama, guarda silencio, a la expectativa. Yo digo que ya se le pasará la furia a Báthory, y volveremos a ser la pequeña familia de siempre. Papás, mascota y además, nuevo hijo.
Interior, retén de bebés, meses después
Hoy nació. Hoy nació mi… hijo. Y bueno, mi… hijo… ya sabes cómo es, o qué cosa es. Este final resulta más que obvio, pero es el final verdadero de esta historia, qué se la hace. ¿Recuerdas a Báthory aquella tarde en que llegue a la casa y me dijo “Papá, papá, papá…”, tocándose el pecho con la yema de los dedos? Bueno, presta atención: he dicho “tocándose el pecho”, no señalándome, sino “tocándose el pecho”. Pero claro, hay ciertos mensajes que uno no descifra al momento.
Interior, esquina de apartamento, después de los meses después
Mi… hijo… me acaba de morder un dedo. Me sale un poco de sangre, pero no es nada grave (tampoco es que un ligero mordisco sea infeccioso, ¿no?) Este pequeño monstruo nació con dientes filosos, y está muy vivo, a pesar de lo podrido de sus carnes. Por supuesto, huele mal, y yo tengo un gancho de ropa en mi nariz.
Báthory no sale del que antes fuera mi cuarto. Allí está con mi mujer. Ambos aúllan, y la cama rechina y el copete da golpes contra la pared.
Yo les llevo las mascoticas, se las dejo en la puerta. A Báthory, a ella.
Apenas salgo para cazar. Paso la mayor parte del tiempo en esta esquina del lavandero, con mi… hijo. A él también le doy de comer perros falderos. Los sostengo con ambas manos mientras el pequeño les lanza dentelladas y se los va comiendo con sabrosa desesperación.
Me encanta ser mascota y nana a la vez, me encanta.
Del libro Terceras personas (Libros El Nacional, 2015)