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Hijo

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«He de presentaros a mi hijo, mi sucesor. Mirad sus brazos, fuertes como de herrero; sus piernas, firmes como mástiles. Como su padre, carece de nombre y de rostro; como su padre, jamás ha de pronunciar palabra alguna hasta cuando le corresponda ofreceros a su propio hijo».

La comunidad recibió al hijo con un estruendo de vítores y palmas. De entre la multitud surgieron los intestinos de una res, con los que el hijo hizo ademán de pulir el filo del arma.

Tras la jubilación del padre, él era el único hombre en la región con la potestad de erigirse en receptor de la responsabilidad hereditaria que se le consignaba. El rostro cubierto por el velo de la muerte estaba impedido de demostrar el orgullo de ocupar el lugar otrora paterno; tan sólo el henchido pecho daba señales de vida en aquella linfa de gloria.

El padre le hizo una señal para concretar el rito. Bajó la cabeza ante el hijo y éste propinó el hachazo fatal que le otorgaba definitivamente el título de verdugo.

 

Recogido en el libro Muestra de minificción aragüeña (Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura del Estado Aragua, 2001)

Ganador del  III Concurso “Los Desiertos del Ángel”, Maracay, 1987

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