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Ensayos, entrevistas y artículos sobre el arte de narrar

Venezuela es un país esencialmente triste

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Para una lectura de Los desterrados, de Eduardo Sánchez Rugeles

¿Fue Andrés Bello el primero de nuestros desterrados, o lo fue Simón Rodríguez?, ¿quién asumió ese destierro primero, como condición final de su existencia? Bello sale para Londres en senda Embajada con Bolívar y López Méndez y decide quedarse en la ciudad de la niebla. Veinte años después, parte hacia Chile, a realizar su gran labor pedagógica. Rodríguez viviría menos fortuna. Ambos dejaron atrás al territorio nuevo, con no más de medio siglo de existencia desde 1777, denominado Venezuela. La condición de destierro en Bello y en Rodríguez es sin igual: son próceres, héroes civiles, de la gesta independentista. Figuras intelectuales nuestras como Baralt, ya lo serían de los tiempos republicanos. Y entrado el siglo XX, con Pocaterra, Gallegos, Picón Salas, nos encontraremos con otro tipo de desterrados: aquellos que la historia no quiso para sí, en esa tierra decimonónica, aun entrados ya los pasos en el siglo de los modernos.

Nuestra condición de desterrados, exiliados, hijos de la diáspora, es remoto. Miguel de Cervantes añoró toda su vida poder ir a las Indias, específicamente hacia el Alto Perú, hoy Bolivia, a hacer fortuna. El veterano de Lepanto pasaría mucho de sus días como recogedor de Impuestos para la Corona Española, repudiado por el común en esta amarga labor, solo para ver esos dineros hundirse muy cerca de las costas inglesas en ese ridículo histórico denominado “La Derrota de la Armada Invencible”. Antes que él, Garcilaso hizo sus mejores días en Italia. Los fundadores de la lengua española, se sentían hijos de ese aire de libertad que era la Bota italiana, y lamentaban constantemente sus penas en tierras de España.

Somos hijos de los nómadas. Pero en especial, lo es todo aquel que se atreva a las ideas en tierras americanas. La lista de aquellos llenos de ansias de otros lugares es enorme: desde Guzmán Blanco hasta Ramos Sucre, desde nuestros grandes artistas plásticos hasta nuestros más destacados poetas. La utopía de las ideas, de la Ilustración, del pensamiento, ha encontrado múltiples obstáculos en el Nuevo Mundo, e incluso aquellos que han triunfado, se han llenado la boca con la sangre del destierro.

Existen quienes no se han querido ir y han terminado marchándose por causas de fuerza mayor (en Hispanoamérica, siempre es política esta fuerza mayor), y quienes lo han decidido libremente. Han roto lazos; quemado naves. Han odiado incluso la tierra en donde nacieron. Después de la Guerra Civil española, la lista es larga: Guillén, Salinas, Cernuda. Muertos: Lorca, Hernández. Desterrados de la generación del 98: Machado, Jiménez. El caso que más me ha llamado la atención siempre ha sido el de Cernuda. En su Díptico Español, bien nos dice, ya desde el primer poema, Es lástima que fuera mi tierra, lo siguiente:

Soy español sin ganas

Que vive como puede bien lejos de su tierra

Sin pesar ni nostalgia. He aprendido

El oficio de hombre duramente,

Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero

No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser

La mía,

Cuyas maneras rara vez me fueron propias,

Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto

Y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

Cernuda asume con lucidez algo que acompaña a muchos hombres, en especial desde los tiempos de la Ilustración: rabiar la tierra, destetarse de ella. Otra figura quizá similar pueda ser José Antonio Ramos Sucre. No suelen ser bien vistos; incomodan; rompen los moldes de una modernidad idiota, que se afana en los infiernos del Nacionalismo, de la idea de Raza, o en el fundamentalismo religioso, económico e ideológico. Vivimos, aun, un tiempo que no acepta disidentes, y en donde aquel que rompe con lazos asumidos en el colectivo como definitivos, debe hacer fila en la larga cola de los pronto a ser ahorcados. Nos hemos acostumbrado a ver, hoy en día, estas figuras asomarse en sociedades no Occidentales: en China, en Irán, en otros lares. Pero en Occidente esta lista es larga. Son pocos quienes han defendidos a los heterodoxos, a los raros, a quienes creen más en el individuo que en los colectivos. Figuras tan disímiles como Beckett, Celan, Canetti, Brodsky, Naipaul, Goytisolo, por solo mencionar algunos, se asoman como soles en estos tiempos excluyentes.

Autores como George Steiner, en su Extraterritorial, o el doctor José Solanes, entre nosotros, han trabajado con fuerza el exilio, el destierro, la diáspora entre los intelectuales. Quisiera hablar del libro de Solanes. Editado por Monte Ávila en 1993 y desaparecido de cualquier estante, Solanes hace una de las exploraciones más lúcidas sobre el tema, en lengua española. Los nombres del exilio, no tiene nada que sobre; todo dice, todo explora, todo recorre. Español exiliado en tierras venezolanas, psiquiatra destacado, José Solanes escribió un libro que merece ser reeditado con premura. En él, podemos encontrar las preguntas bien formuladas con respecto a todo aquello que comprenda la condición humana más allá de las fronteras nacionales. Es de la mano de Solanes que pude explorar con claridad un libro como Los desterrados, de Eduardo Sánchez Rugeles. No quisiera hablar sobre su éxito editorial, sus logros como autor joven, sus triunfos en concursos literarios. Tampoco de sus títulos universitarios, o su labor docente en Venezuela. El Sánchez Rugeles que me interesa es aquel que decidió irse a vivir a España y no volver más. Aquel que edita en Venezuela, que hiere con fuerza en la carne de la comodidad criolla, que se hace antipático ante el cheverismo desatado entre nosotros.

El libro Los desterrados, no habla de cualquier partida de tierras nacionales. Habla del exilio del lector. Del venezolano como lector de sí mismo, es decir, de la ausencia de una conciencia crítica profunda, no inmediatista, no venal. Durante todo el libro de crónicas de este autor, diversos matices son explorados: la muerte en muchas variantes, la sátira más ruda, la ironía más afilada, el humor más corrosivo. Sánchez Rugeles explora no el fracaso de una utopía nacional, no sus restos: explora la distopía colectiva como condición sine qua non criolla. Abordando casi siempre dos historias en paralelo, que se van hilando una a otra para la construcción de la historia final, el texto va haciéndose crónica a través de la música popular venezolana, de Sabina, y de diversos parajes que acogen a sus protagonistas: Chipre, Portugal, Italia, España. Todo recorre, por medio de veloces y muy acertados flash-backs, recuerdos dolorosos de los tiempos en que estos desterrados vivían en Venezuela. El fracaso de sus ilusiones, el quiebre de sus promesas, el resultado final de sus caminos, allende el mar. El exiliado es el paradigma del hombre, diría Solanes.

Las críticas son feroces hacia todo lo que consideramos bueno, nuestro, instituido: El Miss Venezuela, Sábado Sensacional, nuestros ilustrados, nuestros deportistas, el militarismo, la mitología de la izquierda entre nosotros y muchos de sus falsos logros, figuras como Rómulo Gallegos, entre tantas cosas. Las crónicas de este libro están escritas con la saliva de múltiples gargajos.

Textos mayores son El odio, casi un manifiesto para todo aquel que desee dejar atrás esa condición particular: ser venezolano; Redención, quizás el texto más hermosamente escrito, saudoso, donde nos encontramos con citas como esta:

Todo está en la memoria. Uno, finalmente, no pertenece a una cosa tan abstracta e insignificante como un país, ni siquiera a una ciudad. La vida, supongo, se construye en tu calle, en la ventana de tu casa o tropezando en el mercado con las personas de siempre; quizás la idiosincrasia no sea más que una cuestión de esquinas y paradas de autobús. Yo, por ejemplo, no sabría decir si soy venezolano o portugués, mucho menos español, ni siquiera soy caraqueño. Lo que sí puedo decirte y lo que realmente siento es que soy de Los Chaguaramos. En el fondo, no soy más que un ciudadano de la Avenida Las Ciencias.

También textos como La Culpa, o E-mail desde Jamaica, son memorables, en donde la crítica política, en especial en el último de los textos mencionados, es clara y concisa:

La verdad es muy simple, Henry: el llamado chavismo es un proyecto totalitario. Cualquier justificación de este despropósito no es más que mala literatura. Impera en estas tierras un totalitarismo bailable, un bingo incompleto, un absolutismo circense, una raza híbrida de tiranuelos y sicarios. Esta feria del mal gusto no aparece descrita en los ensayos de Arendt o Raymond Aron. La teoría, en este contexto, es inútil. No puedo satisfacer tu curiosidad de científico social ya que la realidad venezolana no se adapta a ninguno de los modelos que interpreta la lógica del mundo. Autores como Bobbio o Sartori preferirían alquilar pornos o ver un partido de fútbol de la segunda división italiana antes que perder su tiempo en teorizar sobre lo «inteorizable». Existe una expresión popular que, en gran medida, permite comprender la dialéctica criolla: en Venezuela impera la cultura del cogeculo. Este modismo vulgar, de explícitas alusiones, se aplica a totalidad de la rutina y ha sido institucionalizado por el mal gobierno. En este país es legítimo afirmar –parodiando el título de la novela de Sael Ibáñez– que vivir atemoriza.

En otros textos, Sánchez Rugeles, explora la nostalgia, la melancolía devoradora de cualquier sueño y, en términos formales, diversas expresiones comunicacionales del siglo XXI: en todo momento, los correos electrónicos, el chat, los viajes constantes, la búsqueda de algo indefinido, define el rumbo de los textos.

Los desterrados es casi una bitácora personal de Sánchez Rugeles, a través de varios personajes, en especial Lautaro Sanz, a quien podemos reconocer como a un hijo posmoderno de Maqroll el Gaviero. Trece crónicas, más el Discurso de recepción del Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri, componen el libro.

Lo invitamos a leerlo en su condición de lector, siempre fuera de toda frontera en estos tiempos y otros más atrás, con toda la rabia interior que usted pueda tener reprimida, y sin olvidar que usted también, en algún momento de su historia, también podría llegar a ser un desterrado.

 

Del libro Otros bosques. Ensayos sobre literatura venezolana contemporánea (El Taller Blanco Ediciones, 2019)

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