Difusión literaria en 140 caracteres, por Héctor Torres

09/ 11/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, Opinión

20131109-104956.jpgHace menos de veinte años el asunto se limitaba a un puñado de sitios de bajo costo, sin mucho rigor en el diseño, más artesanales que experimentales, que eran alojados en hostings gratuitos. Esos primeros sitios, al menos en lo que concierne a la divulgación de contenidos literarios, fueron experiencias tan asombrosas como precarias y marginales. Un puñado de revistas (aún no se acuñaba el término “portales”) que se podía consultar en computadoras que estuviesen conectadas a Internet. En ese entonces, por cierto, “computadoras”, “redes”, “Internet”, no eran términos indisolubles.
Las empresas relacionadas con la industria editorial, en general, no se mostraban muy interesadas en aventurarse a invertir en algo que no sólo no era masivo, sino que además parecía riesgoso y difícil de asimilar por las grandes audiencias. De hecho, no parecía aportar nada a los medios de publicidad y promoción que conocían y los cuales servían perfectamente a sus propósitos.
Veinte años transcurrieron para que el mundo fuese, literalmente, otro. Desde esta perspectiva del tiempo, el mundo todo está prácticamente en “la red”. Lo que comenzó como un extravagante pasatiempo (“Ajá, pero, ¿dónde se puede ver esa revista?”), terminó siendo no ya un mundo paralelo, sino la ventana al mundo. El famoso Aleph de Borges. El mundo en su versión digital.

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Durante las primeras fases de su masificación, era como asistir al nacimiento de una galaxia deshabitada, poblándose de forma incesante y arbitraria día tras día. Una nebulosa de URL´s sin concierto. Miles, primero; y luego millones de puertos a los que había que conocerle sus coordenadas precisas, usualmente imposibles de memorizar o siquiera de repetir, para poder llegar a ellos.
De allí la importancia de los directorios (Auyantepuy, por nombra al más famoso de los venezolanos), que fueron una solución del mundo físico adaptada al mundo digital. Luego llegaría Google, con sus poderosos algoritmos, marcando un antes y un después. La red comenzaría entonces a tener sentido lógico para el usuario: ya no se buscaba por direcciones sino por contenidos, indistintamente de su ubicación en un espacio que se mostraba cada vez más infinito.
Pero, aún con la llegada de Google, seguíamos viviendo en un vasto archipiélago. Debíamos saltar de un sitio a otro. O lo que es lo mismo: salíamos de un sitio para entrar en otro. El único punto de convergencia era, precisamente, la lacónica pantalla blanca del ahora indispensable Google. Esa dispersión del contenido (o, más bien, esa ausencia de espacios de confluencia de los usuarios en unos pocos sitios comunes) impulsó la necesidad del próximo paso: poder congregar la mayor cantidad posible de usuarios en unos pocos sitios. Que es como decir, convertir comunas, caseríos y pequeños pueblos en verdaderas polis.
Esas polis, esas plazas a las que todos acudimos y en la que nos encontramos con otros usuarios y con los contenidos que nos pueden interesar, son las redes sociales (Youtube, Facebook, Twitter…), en donde todos producimos los contenidos que todos consumimos. El famoso término “navegar” dejó de tener sentido. En adelante los usuarios confluyen en comunidades en las que converge toda la información que está en la red. El éxito de convocatoria de esas comunidades, entre otros, estriba en que: a) nos agrupamos por intereses afines, b) todos somos localizables de manera más o menos intuitiva, y c) en ellas las relaciones son horizontales.
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A mucha gente puede no interesarle ser tan localizable, pero a un importante porcentaje de la población, razones económicas de por medio, sí le interesa. En un universo que todo lo contiene, ser localizable supone estar “visible”. Y supone, por consiguiente, un incremento potencial de ventas, clientes, contactos, posibilidades en general.
El interés se concentra, entonces, en ejercer la mayor influencia posible dentro de esas comunidades en las actividades que los congrega. Las estrategias apuntan a destacar y a expandir su voz dentro de las redes a las que pertenece. Nada distinto del mundo como era antes, pero en una escala que no era concebible entonces.
Por tanto, ya a las “marcas” (inclúyase en marcas a todos nosotros, que tenemos nuestros blogs, posteamos nuestros textos y promocionamos nuestros eventos, noticias y publicaciones) no les basta tener un sitio en Internet, ahora deben tener cuenta en las principales redes sociales, porque ello supone estar presente donde la gente busca información. Como nunca antes, el capital social es un activo que cualquiera puede incrementar a niveles asombrosos y a un costo relativamente bajo. Por eso se le dedica tanta energía a seguir aumentando esa presencia.
Y si una comunidad es muy apetecible para todo el que quiera estar a la vista es, precisamente, la red de microblogging Twitter. Con una cifra que supera los 150 millones de tuits diarios y un incremento continuo y acelerado de su uso a través de dispositivos móviles, Twitter es la red preferida de los usuarios para recibir información fresca del mundo, segundo a segundo.
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Twitter se convierte, entonces, en la plataforma de divulgación de contenidos literarios a la que debemos apuntar con más interés a la hora de dirigir nuestros esfuerzos de promoción y divulgar nuestro trabajo. Es un generador de titulares de noticias para llevar tráfico a nuestros sitios (sean nuestros propios blogs, o sean otras redes como Facebook y Youtube) y un poderoso medio de difusión de nuestras noticias.
Pero tener una cuenta en twitter supone tiempo y creatividad para mantener esa presencia e inducir a otros a que nos ayuden a divulgar nuestras noticias. Lo cual supone ciertas premisas básicas, como saber generar empatía en los demás, poseer espíritu colaborativo y solidario y desarrollar las estrategias adecuadas para tener presencia en ella de manera eficiente. Supone, además, aprender a desarrollar reglas propias y respetar las más o menos ya establecidas para una convivencia sana y productiva. Esto último es el resultado de mucha intuición y mucha atención.
Twitter es una comunidad de iguales. O, al menos, en teoría lo es. Digamos que uno de sus principales encantos es su horizontalidad en el trato. Todos disponemos de las mismas condiciones para comunicarnos. Los famosos y las poderosas corporaciones que entran en su juego poseen los mismos 140 caracteres por tuit para expresar una idea, por decir algo, que nosotros cuando difundimos las actualizaciones de nuestros blogs o informamos que nos ganamos un modesto premio local.
El mundo del libro en Venezuela tiene un entusiasta movimiento dentro de esa red. Editoriales, librerías, revistas, instituciones, distribuidoras, agrupaciones, intercambian información a diario con profesores, libreros, periodistas, autores y lectores. Interesantes iniciativas, segmentadas hacia el área del libro, han surgido de los mismos usuarios, para facilitar el flujo de esa información de interés.
Todo un universo que comienza a tomar forma para aprovechar al máximo la posibilidad de difundir los contenidos literarios, no sólo entre los lectores venezolanos, sino para proyectarlos fuera de nuestras fronteras, en el momento ideal en el que, precisamente, comienzan a aparecer los libros digitales.
El asunto apenas comienza. Twitter puede convertirse en una poderosa plataforma para la difusión de literatura venezolana, cuya presencia en esa red es tan significativa como la de otros países de la región. Mientras más grande sea esa comunidad, mayor contenido generará y mayor alcance tendrá. Ojalá sepamos aprovecharla para que podamos difundir, fuera de nuestras fronteras físicas, una literatura que es tan buena como cualquiera que se está haciendo en el continente.

Publicado originalmente en el blog de Sacven creativa

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Un Comentario a “Difusión literaria en 140 caracteres, por Héctor Torres”

  1. Los famosos y las poderosas corporaciones que entran en su juego poseen los mismos 140 caracteres por tuit para expresar una idea,

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