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El último hombre

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Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer.

Friedrich Nietzsche 

Jean Paul Florit tiene los pies mojados y llenos de sangre. Las ampollas se le han reventado de tanto caminar y le han dejado la piel en carne viva. Está exhausto pero demasiado ansioso para poder dormir. Tampoco hay tiempo para hacerlo. La pequeña habitación en la que ha sido alojado no tiene ventanas y debe asomarse a la puerta para poder respirar. Los días de insomnio acompañados por el denso olor del Néctar comienzan a enloquecerlo. Su cuerpo, artificialmente excitado, late con un hormigueo punzante que le hace arder la piel.

El guía no lo ha acompañado, al concluir el traslado lo entregó frente a las puertas del área de hospedaje tal como le habían explicado. Se siente solo. Todas las habitaciones están desiertas, sólo el último grupo espera para ser llevado a “La Boca del Cielo”. Está aterrado, tiene miedo de morir.

La fosa prehistórica está rodeada por árboles gigantes de unos treinta metros. Las enormes estructuras se sujetan a los más altos y antiguos. Cada plataforma de salto tiene un ascensor impulsado por un molino que los Hermanos controlan con poleas y cuerdas. Al dar inicio a los Rituales del Viento, los molinos giran y comienza el ascenso de los Caídos.

Jean Paul espera en la última fila preparada para ascender. Desesperado, intenta controlarse pero ya es demasiado tarde. Olas de un fuego intenso recorren su cuerpo, se siente eufórico y desorientado. El espacio y el tiempo se superponen. La gente baila, canta y grita. Una energía extática se apodera de todos. Piden al Sahib. Siente que abandona su cuerpo y se disuelve en imágenes del pasado. Pero no es sólo el suyo. El momento se acerca. Puede sentir el dolor de todos los hombres y los ve cometer los mismos errores una y otra vez. Es el portador de todas las penas, el mártir de todas las miserias. El peso del mundo está sobre sus hombros, pero ya no está solo. El ascensor ha subido cinco metros. Convertido en profeta también desgarra el velo del futuro. Respira el hedor de la guerra y el crimen. Ya están por venir. Es el verdugo de la inocencia. Suenan las poleas, quince metros. Desde la altura se divisan las grandes cúpulas que esperan en la cima. Lo atormentan el sudor y el roce de los cuerpos. Todo lo que ha sido y lo que nunca pudo ser. Veinte metros. Ya no hay resistencia, que se haga su destino de una vez y para siempre. En el centro, la figura imponente del Sahib observa el ascenso de las masas. En su presencia encuentran la calma y el consuelo. Treinta metros. Las plataformas de salto esperan repletas por su aliento.

– ¡Aquí vuelan los caídos! ¡Aquí son liberados los castigados y oprimidos!- Gritó desquiciado el Sahib – ¡Éste es el nido de los débiles y derrotados! De quienes lo han perdido todo y no han tenido nada. De los que no aceptan lo que la vida les ofrece ¡y los que nunca han encontrado justicia!- Aún antes de pronunciar las últimas palabras la masa explota enardecida, vociferando desgarrada.

– Ustedes saben que nos han desterrado, que vivimos en el exilio y que hemos sido execrados. ¡Porque somos los rebeldes, somos la negación del engranaje y las malditas máquinas de maldad! Renunciamos al juego para que nadie pueda volver a jugar. ¡Porque si ESTO es la vida y ESTO es el mundo, entonces la vida es un error! Esta tierra, este sudor y esta sangre no son nuestras ¡NO! No seremos nunca esclavos del hambre y de la sed.- Jean Paul apenas podía entender las palabras de aquel hombre transformado en semidiós, pero la excitación de la gente lo arrastraba y lo fundía en el éxtasis colectivo.

– Recuerden las enseñanzas. El Universo se ha desgarrado allí donde la vida ha aparecido. Nuestro mundo es todo dolor y sufrimiento. La vida es un engaño, es el gran truco. ¡Es el juego de Dios y de Su ciega Voluntad! Que sólo quiere vivir y existir eternamente. ¡Para siempre y a cualquier precio! Y yo les pregunto: ¿¡Qué somos nosotros!? ¿¡Qué hemos sido sino títeres y muñecos!? ¿¡Qué ha hecho Él más que engañarnos y manipularnos!? Porque Él sólo quiere vivir. A cualquier precio quiere vivir. El amor, el amor y el poder. El poder y el placer. ¡Por ellos TÚ quieres vivir! ¡También para siempre y también a cualquier precio! Pero hoy extinguimos la llama. Hoy se apaga el fuego que nos quema. ¡Porque este es el infierno y no otro! Rebeldes, eternos rebeldes, su sacrificio es el fin de los tiempos y nuestra hora final. ¡Para que no haya mal no puede haber vida! ¡Para que no haya dolor nada puede existir! ¡Somos los caídos! ¡Para siempre los hijos que no se sometieron a Su voluntad!

El tiempo se detuvo. En ese instante concluyó la historia del mundo, y cada segundo duró para siempre. Un pie descalzo se apoya en la cara de Jean Paul, pisoteado en la estampida de los fieles que se arrojan al vacío. No tiene fuerzas para levantarse, pero la inercia de los cuerpos frenéticos lo pone de pie nuevamente. Hombres y mujeres, más bien pájaros, lo entregan a los brazos impacientes de la gravedad. Cientos de siluetas danzan en espirales descendentes mientras una lágrima recorre el perfil de su rostro. El destino se ha consumado: él también quiere volar.

Del libro El hilo invisible (Editorial Vita Brevis, 2012)

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