Sobre los concursos literarios, por Héctor Torres
26/ 07/ 2013 | Categorías: Herramientas, Lo más reciente, OpiniónEl que hace de jurado de un concurso literario asume un alucinante ejercicio de minería. Con una resolución que podría catalogarse de desquiciada, agarra sus aperos y se adentra en la mina sin certeza alguna de encontrar algo que no está muy seguro de saber qué es. Por lo general, y por mucha experiencia que tenga como escritor, suele dejar en manos de su olfato de lector esa búsqueda que “una vez leídas todas y cada una de las obras participantes”, dé con lo que deba hallar, sea esto lo que sea.
Pero esa no sería la única dificultad a la que se enfrenta. Encargar al instinto una decisión que va a desembocar en un hecho tangible, y premiar a uno sólo entre decenas o cientos de textos, desemboca en otra. Así se lo advirtió hace mucho tiempo un reputado escritor a otro más joven que él: “Nunca participe como jurado de un concurso literario, porque el que gana creerá que se lo merece y los demás se convertirán en sus enemigos”. Vale destacar que aquel joven escritor, que llegaría a ser un experimentado novelista, hizo caso omiso de ese consejo.
Y si adentrarse en una mina a buscar algo que no se sabe ni qué forma tiene es un hecho bastante romántico, lo es más aún cuando la metáfora de la mina se concreta en la lectura de decenas (quizá centenas) de cuentos inéditos sin otra ganancia que la de encontrar (vuelvo a la metáfora) una piedra lo suficientemente peculiar como para conjeturar detrás de ella la existencia de un principiante con eso que hermosamente se conoce como “el fuego sagrado”. Esa cosa indescriptible que produzca la anhelada historia maravillosa jamás oída, como acotó para siempre Guillermo Meneses.
Ahora, si bien es cierto que no existen fórmulas para hallar ese portento, también es cierto que existen elementos que contribuyen a no entorpecer esa búsqueda. Basta estar frente a un monumental cerro de cuentos inéditos para entender exactamente de qué va el asunto. Un buen cuento es una rara pieza literaria en la que la energía y el interés por conocer un pedazo de la vida de alguien debe permanecer hasta el fin de la historia. Un tubo con una sola entrada y una sola salida. La idea es proponer esa historia con un mínimo de artificios externos, para que ese lector que debe determinar cuál de ellas logró con más eficacia el propósito anterior, no distraiga su objetivo.
A continuación, entonces, un pequeño y desordenado decálogo de los detalles que observarse al enviar su propuesta de hechizo a un certamen literario.
1.- Cuida la ortografía con el mismo celo que debes cuidarte de la grandilocuencia.
2.- No intentes impresionar con sadomasoquismo, drogas y crímenes innecesarios. El jurado avezado de concursos literarios ha visto más sexo y crimen en su vida que un comisario jubilado de la extinta petejota. Esa advertencia aplica para otros tópicos “candentes”. No pretendas escandalizar de gratis, porque eso, lejos de asombrar a un buen lector, delata una historia carente de fuerza en sí.
3.- No intentes comprar al jurado con trucos tan baratos como epígrafes o guiños a su obra. La vanidad de los escritores le impide disfrutar de intentos de halago mal urdidos.
4.- El lector convertido en jurado olfatea cuando se encuentra ante un autor curtido. Cuando se tropieza con él, su actitud se vuelve cauta y atenta. Algunos elementos delatan a estos autores: un título con pegada pero que no supere al texto, una presentación sobria sin adornos ni lujos innecesarios, una historia narrada sin prisas ni perezas, son algunos. Esos son los cuentos que coloca en el lote de la segunda lectura.
5.- Recuerda que el jurado tiene que vérselas con decenas de textos. Todo lo que lo distraiga de su búsqueda no le genera más recall sino más fatiga. Estos últimos van para el otro lote.
6.- Asegúrate de que las copias que envíes estén claras, legibles, numeradas, con título y seudónimo visibles. Es un gesto de cortesía e interés por ser leído.
7.- Escribir es corregir. Y también comprimir. En su libro Mientras escribo, Stephen King asoma una fórmula hacia el camino del bien: “2da versión = 1ra versión – 10%”.
8.- Aléjate de ideas como “siempre ganan los mismos”, porque se convierten en cómodas sombrillas para justificar la derrota. Que diversos lectores señalen, en ocasiones distintas, a la obra de un autor, habla de la calidad que está alcanzando ese autor en la construcción de sus ficciones. Honrar honra.
9.- Lee todo lo que te sea posible. No hay talento tan deslumbrante que no requiera de los maestros para aprender a escribir.
10.- Insiste. Detrás de cada cuento ganador hay decenas de historias de derrotas. Si no convences al jurado al menos habrás puesto a prueba tu carácter. Cree en tus búsquedas y olvídate de las modas. Tarde o temprano deberán ser reconocidas en su honestidad.
Pero eso sí: no nos llamemos a engaño. Observar las normas contenidas en este decálogo no produce porque sí piedras preciosas. En todo caso, y esto es sin duda, es una forma de ofrecer nuestros guijarros lo más limpio que nos sea posible. No sea que estemos entregando una joya pero la hayamos escondido detrás de una gruesa capa de barro.
Texto publicado originalmente en blog Sacven Creativa
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Se te agradecen las recomendaciones, Héctor. Sobre todo la de la «historia maravillosa jamás oída», que debe ser una de las cosas más difíciles de lograr en este tiempo en donde pareciera ya haberse contado – y escrito – todo.
Participar en un concurso literario es adentrarse por un laberinto de obstáculos, más que entrar por un jardín donde el podador de setos, vea complacido la figura que vas mostrando con el árbusto o con el matero que intentas adornar para que crezca armoniosamente. Los obstáculos iniciales se los pone el ¿autor?, al creer que no alcanza las condiciones mínimas para encajar en el esquema que tiene fijado quien lo vaya a leer. Uno no tiene, por lo general, quien le diga, sí, ese cuento u novela abarca los parámetros pedidos. Los otros obstáculos del laberinto parecieran ser colocados a cada trecho para que te quedes en uno de ellos, logrando cumplir con éxito en la meta, sólo uno, tocado por el velo mágico de los dioses. Y lo que deseamos es que alguien nos explique qué tuvo esa obra de especial para lograrlo, y lo decimos para uno mismo, mientras escondemos en el fondo del ordenador la obra que enviamos, aguijoneándonos con esto de: ¿quién te dijo a ti que tú escribias? Sin embargo, leemos de reojo, el llamado a otro concurso. Y ahí vamos otra vez.