Voz en off sobre el mirador, de Jesús Ernesto Parra

25/ 04/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más reciente

cementerio

Detrás de ellos se dibuja la curva de un cerro donde se oculta el cementerio de la ciudad. No es extraño que ese montículo que emerge con altivez hacia la carretera, en la región donde el mar se transforma más en un camino que en un paisaje, el lugar lleve ese nombre. Cerro Panteón. Por encontrarse más alto que la mayoría de los cerros de Valparaíso, y aun así mucho más cerca del mar, en este accidente se encuentran los dos mundos que hacen a este puerto. Por un lado las serranías que coronan la ciudad hasta llegar a ese punto; por el otro, sellando con sus constantes bramidos esa frontera dimensional, está el océano Pacífico que, por las magnitudes que toma al chocar contra las rocas que hacen fondo del precipicio o con sólo contemplarlo en esa tarde y desde semejantes alturas, bien podría llevar el nombre de océano Infinito

Al borde de la carretera, junto al cerro, se halla dispuesta una terraza para paseantes. Se pueden estacionar los carros de quienes, antes de emprender el curso hacia el profundo sur, desean realizar la última mirada sobre el puerto y su ciudad. Desde ese modesto risco se dominan las lomas que hacen hombros y las playas que hacen faldas de Valparaíso. Con algo de suerte puede, ese viajero anónimo, definir a lo lejos algún barco que se pierde en el horizonte, el tren que cruza por la costa, la vida de la ciudad que ya comienza a ser pasado. Y, más aún, basta con caminar pocos metros para encontrarse con el precipicio inevitable. Al fondo de éste, descendiendo la mirada como quien busca el abismo, el llanto de las piedras azotadas por el mar. De ellas emerge un aliento orgánico, lleno de siglos de vida, de especies insospechadas y una belleza fatal, casi homologables a la que despide el metal del océano o la que reza en silencio el conjunto de lápidas que reposan a las espaldas de ese menudo sendero.
Ante tanto espectáculo contemplativo, es el lamento de las gaviotas el que nos trae de vuelta a la realidad. En su espectáculo aéreo, las gaviotas recuerdan que aún –quien las contempla– está entre el mundo de los vivos, que si bien toda frontera es paso e iniciación, también es oportunidad para rehacer el camino de vuelta. Nada es definitivo entonces en ese mirador , generalmente desocupado, pocas veces visitado y vigilado por aquellos que no dejan de mirar el océano sin preguntarse cómo llegaron hasta la muerte.

 

Del libro: Piernas de tenista rusa (Monte Ávila, 2012)

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