Los escafandristas, de Fedosy Santaella

02/ 11/ 2014 | Categorías: Capítulos de novelas, Lo más reciente

IMG_20141101_135625Como en una película (I)

 

Como una película, sí, la historia podría comenzar como una película.

Con la imagen de unos tiburones girando en círculo, en un punto intermedio entre la superficie y el fondo. Arriba, una lancha. Sobre ella, tres marineros: el ranchero, el cabo de vida y un ayudante. Un gato, mucho mecate, la bomba de aire que gira sin reposo gracias al trabajo del cabo de vida. Abajo, más abajo de los tiburones, un escafandrista. Los gruesos guantes sosteniendo una ostra madreperla, ridícula, poco vistosa sobre el guante. Una cesta de malla, la madreperla cayendo sobre un cúmulo de otras madreperlas. Pasa un pez largo, delgado, brilla el traje de luz del pez. Su ojo redondísimo ignora desde las incógnitas de su mente, su aleta de navaja corta el aire acuático, amenaza sin destino. El de la escafandra lo contempla por un instante. Más arriba, los tiburones cierran el círculo, bajan precavidos ante la presencia del pez espada. Los tiburones, sus tiburones. Él es el hombre a quien los tiburones rodean. Nunca igual a los otros. Nunca como aquellos que deben empinarse la botella para aguantar, ni como los otros que se dejan ganar por el pánico y apenas soportan algunas horas. Él no, este escafandrista tiene la fuerza, permanece desde la mañana hasta la tarde, siete horas, ocho horas. Ninguno de su cofradía se le equipara. Él es el hombre a quien los tiburones rodean.

Abajo mejor que en la tierra. Abajo el agua purifica y aminora la marcha del tiempo. Abajo el espacio es infinito y carece de ruidos. Abajo no hay furias, ni dobles sentidos, la bestia es la bestia, el pez es el pez, la inocencia la inocencia. Abajo la muerte se lo piensa dos veces, su brazo se marchita, su mano se arruga y sus dedos se crispan. Abajo lo mismo que arriba, pero arriba más allá del piso inmundo, en el azul, donde mar y cielo se vuelven espejismo. Abajo como arriba no hay de pie ni de cabeza, no hay horizonte, y sólo está la fantasmagoría de las ostras madreperlas, y de la arena que no es arena, sino mera ilusión. Casi nada lo ata. Los otros tienen familias, hijos, deudas, mortificaciones, estómagos que alimentar, madres, padres, amantes, putas, sentimientos, ebriedades. En cambio, los lazos de este buzo son endebles. Arriba nada lo espera. Un perro quizás, o dos. Una casucha, unos pocos peltres, otras pocas ollas, una hamaca, un taburete, una ventana de estuco, una sombra que no mitiga el calor sobre el suelo apisonado. Él no tiene nada que buscar arriba. Si acaso le importan sus compañeros, los otros buzos. Pero ellos le conciernen en tanto hagan lo mismo que él: bajar a las profundidades, compartir ese oficio peligroso que para él es más que un oficio. Apenas los une la fuerza de la costumbre, la admiración temerosa. Quizás sea mucho, quizás sea poco. Él es el hombre a quien los tiburones rodean. Lo que no siente en la superficie, se le expande en la acuática inmensidad. Sensaciones que van más allá de los sentimientos comunes, otras maneras de percibir que ni él mismo puede explicarse. El fondo del mar y el interior de Marcelino Alfonzo son la misma cosa. Lo que está adentro es igual a lo que está afuera, igual a la profundidad del mar.

 

Del libro: Los escafandristas (Bid & Co. Editor, 2014)

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2 Comentarios a “Los escafandristas, de Fedosy Santaella”

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