Cabezas cortadas, de Denzil Romero
22/ 03/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más recienteComenta Collin de Plancy en su Diccionario Infernal, (París 1839), citando a M. Salgués y a Plegón, que un soldado—poeta llamado Gublio, muerto en la batalla dada por Antioco a los romanos, degollado, con la cabeza en la mano, se levantó de repente entre el ejército victorioso, y prorrumpió con voz de ultratumba:
Cesa de despojar así, romano
A los que los inviernos descendieron…
Añadiendo, siempre en versos, el inminente fin del Imperio, porque un pueblo salido de Asia iría a desolar a Europa, con lo que tal vez quería denotar la posible irrupción de los turcos en la tierra de los vencedores. Agrega el propio de Plancy que la versión luce incierta. O mienten los que la refieren, o mintió el muerto, puesto que no se cumplieron sus predicciones. Ciertamente, no fueron los pueblos de Asia, sino los del Norte, los que luego derribaron a Roma.
Aristóteles, por su parte, atestigua que un sacerdote de Júpiter fue decapitado y que separada ya del cuerpo su cabeza señaló al asesino, que fue preso, juzgado y condenado por ese testimonio.
Más cerca de nosotros, Norman Mailer, el novelista norteamericano, escritor de unos cuantos cuentos a pesar de haber manifestado muchas veces su desprecio por el género, pergeñó uno brevísimo. Se titula Eso y refiere al caso de unos soldados en el frente de guerra. Atravesaban las alambradas de púas cuando una ametralladora rompió el fuego. Uno de ellos siguió caminando hasta que vio su cabeza en el suelo. Dios, estoy muerto, dijo la cabeza. Y su cuerpo se derrumbó.
Que yo sepa, tales historias sombrías no eran conocidas por mi madre cuando me narró la que dijo haber presenciado, muchos año atrás, en La Margarita del Llano. Un campesino celoso mató a su mujer. La descabezó de un solo machetazo. Pero, truncada y todo, la cabeza seguía aduciendo alegaciones sobre su fidelidad y protestaba su próxima sepultura. El marido, atormentado, cogió el monte, tierra adentro, y nunca más se supo de él. Fueron tantos los trenos y protestaciones de la difunta que ninguno de los vecinos se atrevió a cumplir la caridad de sepultarla. Los zamuros al fin dieron cuenta del cuerpo despojado. Pero, la cabeza insepulta terminó necrosándose junto a la troje del patio donde cayó a la hora del voleo. Al cabo de los años, permanecía aún con los ojos vivos y abiertos. Cada vez, parecía proponer nuevas probanzas sobre su agraviada inocencia.
Así me lo contó mi madre, hace mucho tiempo; como Norman Mailer, y Aristóteles, y M. Sargués, y Collín de Plancy.
Del libro: El invencionero (Monte Ávila, 1982)
Número de lecturas a este post 5929
como pudo ver su cabeza en el suelo mas bièn vio a su cuerpo seguir caminando.