(Siete preguntas para) Jorge Gómez Jiménez
10/ 03/ 2013 | Categorías: Entrevistas, Lo más recienteEditor de Letralia.com, escritor, corrector.
Primer libro que recuerda haber leído.
No lo recuerdo. Cuando niño leía mucho un montón de enciclopedias que mis padres tenían en casa (y que aún conservo). Había además enormes colecciones de libros clásicos “deshidratados” para que los leyeran los chamos, y gracias a los cuales tuve mis primeros encuentros con autores como Herman Melville, Daniel Defoe, Oscar Wilde y el infaltable Julio Verne. Estaba también Emilio Salgari, aunque debo confesar que no soporto las historias ambientadas en la selva. Ya mayorcito los primeros grandes libros que leí con pasión, en versiones originales, fueron Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y 1984, de George Orwell.
Un libro inolvidable.
Ficciones, de Jorge Luis Borges. Pero inolvidable inolvidable, la colección de cuentos de Julio Cortázar incluida justamente en la Biblioteca Personal de Borges. Uno de mis recuerdos más queridos es el estremecimiento que me asaltaba a cada página ante el descubrimiento de que la narrativa podía ser algo más que echar un cuento.
Autores imprescindibles (los que relee con frecuencia).
Defino a un autor como imprescindible cuando después de un primer contacto empiezo a recorrer como sonámbulo todo expendio de libros en busca de cualquier cosa que lleve su firma. De estos hay gente que me acompaña desde mi adolescencia: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Franz Kafka, Henry Miller. En mis veintes la troupé fue ampliada por Boris Vian, de quien compré en barata la antología El lobo hombre y a la que me atrajo el hecho de que yo tenía una novia y la canción del grupo La Unión (en versión de Témpano) era, claro, nuestra canción. Finalmente la novia me dejó y Boris sigue en mis estantes. Años después quedé entrampado en Los detectives salvajes, 2666 y los cuentos de Roberto Bolaño; también Philip Roth y J. M. Coetzee. Del lado de acá, suelo volver en la poesía al Chino Valera Mora y, en la narrativa, al pope Julio Garmendia. Leo también con mucho interés a los contemporáneos, pero a pocos —Eugenio Montejo, Francisco Massiani— me atrevería a calificar de imprescindibles.
Un autor venezolano de rango universal.
Varios, pero empiezo con dos franciscos. El primero es Francisco Herrera Luque, cuya obra —al margen de la eterna discusión sobre el tema historia novelada o novela histórica— se sale del lote, con mucho. El otro es, y lo menciono una vez más, Massiani. Aunque Piedra de mar tiene un lenguaje coloquial tan nuestro y tan de los 60, gran parte de su obra le da derecho a estar en este apartado: muchos de los cuentos de El Llanero Solitario…, esa novela de culto que es Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal. Incluiría también a Rómulo Gallegos, con todo lo maniquea que nos luzca su obra actualmente. En poesía, los mencionados Montejo y Valera Mora, en tripleta con Ramos Sucre.
Si fuera librero, ¿qué libros venezolanos recomendaría? ¿Por qué?
Como librero ya me hubiera muerto de hambre. Sufro accesos de mal humor cada vez que un prologuista, un editor o cuatro alegres compadres recomiendan un libro o un autor, y cuando me siento a leerlo me encuentro con un material sin calidad, descuidado, con altibajos o sencillamente nulo. Así que esa sería una lista necesariamente corta que tendría poco de lo que se publica en la actualidad. Incluiría, eso sí, obras maestras como Los amos del valle, de Herrera Luque, un libro minucioso y repleto de historias que se entrecruzan; cualquier libro de los ya mencionados Massiani, Montejo, Valera Mora y Ramos Sucre; aquellas viejas colecciones de cuentos de Arturo Úslar Pietri y Miguel Otero Silva y todo lo de Julio Garmendia; El cuaderno de Blas Coll, de Montejo. De lo que he leído en, digamos, los últimos diez años, suelo recomendar Falke, de Federico Vegas; El pasajero de Truman, de Francisco Suniaga; casi cualquier cosa de Eleonora Requena; dos muy recientes, Massaua de Arnoldo Rosas y Caracas muerde de Héctor Torres. Y poca cosa más.
Un libro que le hubiera gustado escribir.
Uno que no existe: Brazil, la película de Terry Gilliam. Y uno que vaya que existe, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
Un libro que no alcanzó a terminar.
¿Sólo uno? El desbarrancadero, de Fernando Vallejo. A mucha gente le gusta ese personajillo especialmente hábil con los insultos, pero a mí francamente me aburre.
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