Kerouac detrás del mostrador, por Adriana Villanueva

05/ 04/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, Opinión

A pesar de la política «cero tolerancia» del alcalde Rudy Giuliani que redujo el índice delictivo en Nueva York quitándole un poco el brillo de metrópolis impredecible, algunos ladrones no pierden sus mañas y se siguen desapareciendo libros en las vigiladas librerías de la Gran Manzana.

Las mega cadenas no se quejan, si los roban, ni cuenta se dan. Víctimas son aquellas pequeñas librerías que a duras penas sobreviven al neoliberalismo con sacrificio y esfuerzo de sus irreductibles dueños, quienes se han resistido ferozmente a rendirse al mundo de los bestsellers. Estas oscuras librerías llevan un meticuloso inventario y pueden contabilizar cada uno de los libros robados. Según un estudio publicado en The New York Times, el botín varía dependiendo de la zona saqueada: en el elegante Upper East Side no es raro encontrarse con distinguidos ladrones entrados en años tratando de embolsillarse un costoso libro de fotografías o una novela de moda; en los barrios bohemios de Manhattan los ladrones ignoran despectivos a las novedades, prefieren robar obras de escritores de la Generación Beat, especialmente de su precursor Jack Kerouac; a tal punto se ha extendido esta epidemia hamponil que en algunas librerías de Soho los libreros se han visto obligados a venderlo como a los chicles y a los cigarros, detrás del mostrador, y si usted desea llevarse una copia de En el camino (On the Road), tiene que hacerlo de la manera tradicional, de la manera burguesa, comprándola.

En el camino está basada en una carta escrita por el poeta Neal Cassady a Kerouac evocando su mutuo deambular a fines de los años cuarenta por los Estados Unidos y México. Kerouac escribió en 1951 su recuento de este viaje en forma de novela en apenas tres semanas —aunque tardó seis años en publicarla—. Medio siglo después, En el camino sigue siendo el manual favorito del rebelde sin causa, lectura obligada para aquel que sueñe con desechar los convencionalismos y llevar una vida errante en la que no deben faltar drogas, alcohol, sexo, música, mucha música y un toque de misticismo.

Jean Louis Kerouac, hijo de padres francocanadienses, nació en 1922 en un pueblito en el estado de Massachussets en los Estados Unidos. Escritor de vocación temprana fue becado como futbolista en la Universidad de Columbia, al partirse una pierna se dedicó a viajar primero con la marina mercante y después en auto-stop. Padre de la llamada «prosa espontánea» carente de afecciones y de recursos estilísticos, su reconocimiento como escritor tardó años en llegar, hoy es considerado inspiración no sólo de poetas como Allen Gingsberg y Abbie Hoffmann, sino también de músicos como Bob Dylan y Patti Smith. Su muerte prematura en 1969 a los 47 años, probable consecuencia de su afición por el whisky y las drogas, fue el esperado desenlace de un autor que vivió lo que predicó.

Místico y rebelde hasta el fin de sus días, nos preguntamos qué diría Kerouac de saberse el autor más robado en las librerías de Nueva York en un siglo en el que la tecnología y el libre mercado se quieren devorar a la literatura. Sin duda recomendaría a los pillos leer el dichoso libro, después venderlo… y tomarse un trago en su honor.

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